Los miembros del consejo privado de cardenales del Papa Francisco, el célebre C9, tras expresar la esperable “solidaridad plena” con Su Santidad en estos momentos en que la Iglesia está sumida en el escándalo, han anunciado que el Vaticano está preparando una respuesta a las acusaciones formuladas por Monseñor Viganò contra el Santo Padre y miembros presentes y pasados de la Curia.
De la Unión Soviética de Stalin solía decirse que era el único país del mundo en el que el futuro era fijo mientras que el pasado cambiaba continuamente. La razón es que mientras que el destino prefijado, ‘científico’, era la sociedad sin clases y el paraíso del proletariado profetizado por Marx, los cambios, a veces muy bruscos, en la política diaria hacían necesario pintar como ‘malo’ -incluso inexistente- a quien siempre había aparecido oficialmente como ‘bueno’, o sencillamente rebajar la importancia de un personaje para elevar la de otro.
En definitiva, lo agobiante de ser un fiel defensor de Stalin no era sencillamente apoyar políticas disparatadas, criminales y absurdas, sino tener que argumentar vehemente a favor de una postura hoy y de la contraria mañana.
Su Santidad tuvo una sorprendente reacción a la aparición del Informe Viganò, en el que se le acusaba a él mismo y a su Curia de conocer las fechorías de McCarrick y otros e ignorarlas. Ante una pregunta al respecto en la habitual rueda de prensa en el avión, de vuelta del Encuentro Mundial de las Familias en Dublín, dijo que no iba a decir una sola palabra.
Tan desconcertante fue la reacción, al menos para los opinadores, que en los días siguientes lo explicó de forma oblicua en la primera homilía de vuelta en Santa Marta, comparando su silencio con el de Cristo ante quienes le acusaban.
Los apologetas de cámara, los Rosica y los Spadaro, lo cogieron al vuelo y presentaron esta actitud como culmen de santidad y la actitud más adecuada para el hombre de fe injustamente difamado, con mayor o menor eficacia retórica.
Solo que no, parece que no era esa la postura adecuada o, al menos, ya no lo es. El silencio ha durado solo unos días, y ahora sus miñones en las redes tienen que recoger velas y procurar que la gente olvide sus elaborados y sentidos sermones sobre cómo ese santo silencio era la única postura adecuada.
Decía Chesterton que al cristiano se le pide que se quite el sombrero al entrar en la Iglesia, no la cabeza, y el silencio papal es difícil seguir interpretándolo, después del reciente anuncio, como el del santo que no abre la boca ante sus difamadores. Más bien parece el de un hábil político que ‘compra’ tiempo para organizar adecuadamente su defensa.
En realidad, el Papa tiene una defensa extraordinariamente fácil, que no exige preparación alguna ni tiempo para estudiarla, y el propio Viganò la señala en su testimonio: abrir los archivos.
El arzobispo ‘traidor’ hace referencia en su texto que las pruebas de todo lo que dice están, en forma documental, en los archivos del Vaticano y de la Nunciatura Apostólica de Estados Unidos; Su Santidad solo tiene que abrirlos y quedar completamente exculpado de los cargos de los que se le acusa.
Carlos Esteban