BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



sábado, 13 de octubre de 2018

Los sacerdotes que se esfuerzan en ser fieles



(Germinans Germinabit)- A lo largo de este pasado verano hemos sido constantemente acribillados por informaciones y declaraciones sobre los escándalos sexuales del clero en muchos lugares del mundo y el correspondiente encubrimiento por parte de sus responsables jerárquicos. Y todo esto hasta la náusea.

No recuerdo haber escuchado a ningún obispo defender a sus sacerdotes fieles, ni rendirles ningún tipo de homenaje. No se subraya su valentía en medio de un mundo invadido por el erotismo; tantas veces solos frente a feligreses indiferentes y muchas veces críticos, poco animados y a menudo nada ayudados por sus obispos. 

Yo mismo me he sentido decepcionado y triste por la Carta al Pueblo de Dios del Papa Francisco del 20 de agosto, donde no se hace ninguna mención a los sacerdotes fieles: ni saludarlos ni animarlos; y sin recomendar a los obispos el apoyarles y rodearles de afecto. Ni una sola palabra. Sin excusar ningún acto de esta naturaleza, a mi entender hubiera sido oportuno situarlos en el contexto de inmoralidad de las sociedades materialistas y consumistas de Europa y Norteamérica. Y por supuesto, estigmatizar lo que hoy en día ocurre con la pornografía accesible desde la más temprana edad por internet; porque el veneno que está matando a la Iglesia es el mismo que bebe el mundo, pero en dosis mucho más crecidas. Y hubiera sido bien fácil referirse al contexto.

En el interior de la Iglesia hubiera sido útil hacer examen de conciencia y reconocer la culpa de lo que durante decenios ha sucedido con las absoluciones colectivas, donde no se confiesan los propios pecados y no se recibe la absolución personal; una praxis que está vigente y al orden del día en muchas diócesis. Muchos sacerdotes y catequistas no creen en la posibilidad de cometer con plena conciencia y voluntad un pecado mortal (al que no llaman ya así, sino únicamente pecado grave; sin detallar de qué tipo de gravedad se trata y a qué conduce esa gravedad). De hecho, la mayoría de éstos no creen que un solo pecado mortal pueda conducirnos al infierno, que el infierno sea eterno, o que aparte de los demonios haya nadie más ahí dentro.

Se ha abolido de facto el temor de Dios, se han abolido las penas debidas al pecado, y nos hemos engolfado en la exaltación obsesiva de la misericordia de Dios que cubre todos los pecados (rozando la justificación por la Fe de Lutero y de los méritos de Cristo que nos cubren…) Estamos sufriendo la falta de predicación sobre los novísimos, cosa que ya lamentaba san Juan Pablo II.

Una inmensa mayoría de seminaristas y sacerdotes han crecido en ese clima y han fondeado en esa ciénaga moral. Los pastores no han reaccionado, más bien han dejado que cada cual hiciera lo que quisiese: laissez faire, laissez passer. Eso sí, siendo celosos únicamente en hacer una sola cosa: la revolución en la Iglesia, y sobre todo tábula rasa con el pasado. Es que en el mundo son los amigos de la Revolución los que tienen el monopolio de los medios, los que presumen de superioridad moral, los que tienen el monopolio cultural, los que tienen condicionado el poder y las leyes. Y eso se les ha pegado a muchísimos cardenales, obispos, religiosos y religiosas y sacerdotes rasos. Revolución de la Fe y de su expresión popular: la liturgia. Revolución de las costumbres y la moral. ¡Y ahora vemos los frutos!

No me duelen prendas en afirmar que la reforma litúrgica, tal y como se ha desarrollado, ha debilitado la identidad sacerdotal de los curas. El Novus Ordo ha desdibujado la noción de sacrificio. La traducción en lenguas vernáculas de los libros litúrgicos en algunas lenguas ha acentuado aún más esa debilidad. Fue para rectificar esas traducciones tendenciosas y malsanas, ¡tan creativas!, que Juan Pablo II pidió en 2001 que fuesen revisadas y conformes al texto latino original. Dieciséis años se ha tardado en hacer la del Misal en lengua española. El plazo concedido a las Conferencias Episcopales y Superiores Generales fue solo de cinco. Es que los señores obispos no lo consideraron importante. Se dedicaron a otras cosas que, pareciendo en su momento muy importantes, acabaron resultando totalmente estériles.

Tampoco ha ayudado la proliferación de las concelebraciones, sin más justificación que la comodidad y la facilidad. Fuera de la Misa Crismal y algunos grandes encuentros y peregrinaciones, a mi entender es innecesaria y perjudicial para la vida de piedad sacerdotal: diluyen la acción del sacerdote en su identificación con Cristo-Sacerdote que perpetúa su sacrificio ofrecido a Dios Padre por la expiación de los pecados.

El altar cara al pueblo donde el sacerdote tiene como horizonte los bancos, tantas veces vacíos, o el portal de entrada con sus idas y venidas, no es la perspectiva ideal para la misa. La cruz del altar, las imágenes, los hermosos retablos y vidrieras sí que lo son. Todo le habla de Dios, de la Fe sin distracción ni dispersión. Especialmente después de la liturgia de la Palabra, a partir del ofertorio: como estaba previsto por la reforma conciliar antes de que fuese pervertida. Como nos lo recuerdan diversos textos del cardenal Ratzinger incluso antes de convertirse en Papa, pero también como tal. La identidad sacerdotal está diluida en la clericalización de los laicos que invaden el presbiterio, banalizando las funciones sacras, de lo que ya advertía en 2004 la instrucción Redemptionis Sacramentum.

A todo eso yo añado el abandono de la vestimenta eclesiástica (sotana, hábito o clergyman): abandono condenado por la Congregación del Clero en 1994 y vuelto de nuevo a recordar en el 2013. Aunque hay que reconocer que con los vientos que soplan, es verdaderamente heroico ir por la calle identificado como sacerdote. La dirección espiritual para sacerdotes es no solo inusual, sino una rara excepción. Con el ocaso de muchas congregaciones religiosas especializadas en ello, es muy difícil encontrar buenos directores de conciencia con adecuada preparación y experiencia.

El Oficio Divino ha sido reducido a la mínima expresión y únicamente han quedado como obligatorias las Laudes y las Vísperas. Los himnos litúrgicos en castellano son insípidos y no son conformes en su traducción a los latinos. Ha desaparecido la vida detrás de la rejilla del confesionario para sustituirla por el trato detrás de una mesa o cara a cara sentados en butacones, perdiéndose sacerdote y fiel en los meandros de la psicología.

La tan celebrada revolución ha traído también un trato inapropiado con las personas: con una familiaridad inapropiada entre sacerdotes y laicos. ¿Y la salud? ¿Quién se preocupa de la salud de los sacerdotes? ¡Cuántas negligencias en su adecuada alimentación!

Todo esto se junta a la tensión permanente a la que los sacerdotes están sometidos: mucha responsabilidad pastoral, críticas incesantes, rarísimos agradecimientos, aislamiento de sus colegas y de las autoridades, aún más avaras en sus muestras de amistad y de respaldo anímico.

Hace unos días un sacerdote de 38 años se suicidó en Rouen (Francia) en su parroquia. Conozco otro que ha muerto este verano con 48 años de edad, víctima de una crisis cardíaca, agotado por las pruebas de la vida y el casi abandono de sus superiores. Parece que los sacerdotes resultan molestos para muchos … por más que los reclamemos a menudo porque escasean cada vez más.

Es cierto que hay sacerdotes indignos (dejando aparte los malignos) que han traicionado sus promesas: que no rezan, que no se confiesan, que no recitan el oficio, que no celebran la misa diaria, que no rezan el rosario, que no se dedican a las almas, a instruirlas y procurar su salvación. Razón de más para ayudar, apoyar y amar a aquellos que vemos en peligro y a los que se esfuerzan en ser fieles.

La vorágine informativa nos ha arrastrado a pensar únicamente en los sacerdotes malvados; porque la intención de los medios, dominados por eso que tan ampulosamente llaman “progreso”, era que a fuerza de machacar con los mismos escándalos, se fijase en las masas (los medios son para manejar a las masas) la ecuación sacerdote = escándalo = indignidad; usurpando de este modo la realidad mucho más poderosa de los buenos sacerdotes. El concepto de bondad es inherente al concepto de sacerdote. La maldad en él es una rarísima excepción. Ésa es la realidad. Pero la situación nos ha empujado a pensar que al sacerdote no le quedan más que las dos opciones extremas: o criminal o heroico mártir. En efecto, hoy se ha puesto muy difícil ser sencillamente un buen sacerdote, sin heroísmos.

Buen martirio están sufriendo en efecto los buenos sacerdotes, que siguen dando testimonio de su fe y de su ministerio (ésa es la sustancia del martýrion), aunque los señalen por causa de los sacerdotes criminales. Pero gracias sean dadas a Dios porque son muchísimos más los sacerdotes mártires que los sacerdotes criminales.

Y es bueno que empiece a circular este discurso en la Iglesia, en lugar de la falsa moneda que sobre los sacerdotes nos han endosado nuestros enemigos.

Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet

Francisco y las malas compañías (Carlos Esteban)


Decía Chesterton que al católico, al entrar en la Iglesia, se le pide que se quite el sombrero, no la cabeza. Pero cada vez son más mis hermanos católicos que nos conminan a que nos deshagamos, no ya de la cabeza, sino de los mismos ojos, y que siguiendo la extraña aritmética del jesuita padre Spadaro, sumemos dos más dos y nos salga cinco.

Quizá sea algo jesuita, teniendo, como tenemos, el primer Papa surgido de la compañía. Decretaba su fundador, San Ignacio, que la obediencia al superior debe ser como la de un cuerpo muerto y afirmar que lo blanco era negro si así lo disponía quien tiene autoridadQuizá por eso no soy jesuita, o tal vez la instrucción resulta tan contraria a la naturaleza humana que la propia compañía ha destacado en los pasados pontificados más por su rebeldía que por su obediencia

También, después de todo, se suponía que los jesuitas no debían aspirar a ningún cargo eclesiástico, ni siquiera a la dignidad de Monseñor, y ahí los tenemos, cubriendo la dignidad más alta de la Iglesia.

Viene todo esto a cuento de que, contra lo que puedan creer quienes no nos conocen, nada nos gustaría más a quienes hacemos Infovaticana que no ver lo que vemos ni sacar la conclusiones inevitables.

A cuenta de McCarrick y Viganò estamos viendo un cambio de estrategia en el Vaticano bastante triste: distraer la atención hacia Juan Pablo II. ¿Quién, después de todo, le nombró arzobispo de Washington y cardenal de la Iglesia? Karol Wojtyla fue proclamado santo por Francisco, pero es evidente que resultó muy desafortunado en muchos de sus nombramientos, aunque es un poco desconcertante desviar culpas hacia alguien que Francisco ha canonizado para diluir la hipotética culpa del propio Francisco.
En cualquier caso es un cargo válido, y no voy a prescindir ni de los ojos ni de la cabeza para constatarlo. Pero lo peor que puede decir de Juan Pablo II, en ese sentido, es que sus nombramientos fueron buenos y malos, y que se rodeó de hombres buenos y menos buenos.

En Francisco, en cambio, hay que hacer una pirueta mental imposible para no advertir que sus nombramientos son casi invariablemente desastrosos, y apuntan en una preocupante dirección. La constancia en rodearse de clérigos implicados en casos turbios o famosos por sus opiniones heterodoxas hace difícil achacarla a un caso de mala suerte.

Lo de McCarrick es casi una anécdota, una gota en el mar, y si algo ha hecho difícil no creer en el testimonio de Viganò es que el historial pontificio de Francisco hace ver extraordinariamente plausible su veracidad. De hecho, ha sido más confirmada que desmentida por las fuentes vaticanas, desde el silencio empecinado del Santo Padre a la desconcertante carta de Ouellet, en la que admite el cargo principal.

Uno de los ‘mandatos’ implícitos de Francisco al ser elegido Papa era la reforma en profundidad de la Curia romana y, a tal efecto, al principio de su pontificado, eligió un equipo de nueve cardenales para que le asistieran en ese empeño. Cinco años después, la reforma no ha avanzado un milímetro, pero el C9 se ha convertido en una especie de ‘junta’ que gobierna por encima y al margen de las congregaciones.

Y entre estos ‘HOMBRES DEL PAPA’  está el coordinador del equipo, apodado ‘el vicepapa’, el cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, del que existe un voluminoso dossier con sus enjuagues financieros en los que desaparecieron millones de dólares, que nombró mano derecha a un obispo auxiliar acusado de abusos a seminaristas -de forma lo bastante creíble como para haber sido destituido- y que llama ‘mentirosos’ a seminaristas que se han atrevido a denunciar el clima de ‘tiranía gay’ que reina en el seminario mayor de Tegucigalpa.

También tenemos -¿o teníamos? es difícil saber- en el consejo a Pell, que lleva ya años en su Australia natal ‘con licencia’ para responder en juicio penal de un caso de abusos a menores. A Pell se le puso al frente de las finanzas vaticanas, y en su ausencia, en lugar de elegir formalmente a otro, Francisco ha dejado que haga y deshaga en el IOR Monseñor Ricca, conocido por sus indiscreciones homoeróticas repetidas. Este fue el monseñor cuyo caso llevó al Papa a su celebérrima pregunta-afirmación: “¿quién soy yo para juzgar?”, tan celebrada en el mundillo LGBT.

Está el chileno Errazuriz. Cardenal chileno. Chile, donde toda la cúpula está llamada a declarar por el ministerio fiscal del país a cuenta del encubrimiento masivo de curas pedófilos. En Chile, por cierto, Francisco también dio muestras de sus curioso criterios de elección de prelados cuando se empeñó, contra el criterio del propio episcopado, en nombrar obispo de Osorno a Juan Barros, acusado de complicidad pasiva con Karadima. Fue la ocasión en la que Francisco llamó a las víctimas que protestaban contra el nombramiento “calumniadores”, aunque al final la presión pública le forzó a aceptar la tercera renuncia presentada por Barros.

Otro hombre fuerte del C9 es el cardenal Marx, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana que, por su cuenta y riesgo, hizo votar en asamblea que los cónyuges protestantes de fieles católicos podían recibir la comunión en determinadas circunstancias, a lo que el Papa dijo primero que sí, luego que no y luego que depende.

Lo del Papa con los alemanes es cosa curiosa por demás. A poco de ser nombrado aconsejó la lectura de otro de sus teólogos de cabecera, el cardenal Walter Kasper, para quien “los dogmas nunca han dejado asentada definitivamente cuestión alguna”, entre otras opiniones de ortodoxia más que cuestionable.

Digo que es curioso no porque sea la alemana una de las jerarquías eclesiales más ‘avanzadas’ y críticas con la tradición eclesiástica, sino porque Francisco ha hecho famosas dos peticiones, dos deseos -una Iglesia pobre para los pobres y la atención a las periferias- y no hay Iglesia nacional a la que parezca más cercano que la alemana, entre las más ricas -como sociedad y como culto- y, desde luego, no especialmente tercermundista.

De los obispos americanos ‘apadrinados’ por McCarrick y elegidos por Francisco -Farrell, Tobin, Wuerl, Cupic- podríamos considerar al Papa meramente ingenuo o confiado. Si no fuera porque a Farrell -auxiliar de McCarrick en Washington, con quien vivió durante seis años en la misma casa- le ha nombrado, ni más ni menos que, prefecto para el megadicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, lo que suena casi a perfecto ejemplo de humor negro. A Tobin y a Cupich -ya saben, el hombre que cada vez que abre la boca sube el pan- les ha convocado para el presente sínodo, aunque el primero -“Nighty night, baby. I love you”- se ha excusado de asistir, queremos creer que por vergüenza torera.

Y llegamos al asunto que mantenemos en portada, de la pluma del gran vaticanista del National Catholic Register, Edward Pentin: LOS HOMBRES SELECCIONADOS PARA ELABORAR EL DOCUMENTO FINAL DEL SÍNODO AHORA EN MARCHA. Tampoco es que importe mucho: Baldisseri -otra ‘creación’ cardenalicia de Francisco- ya ha venido a reconocer indirectamente que el texto está redactado, y que los obispos y toda su cháchara aportarán, como mucho, puntualizaciones.

Podríamos seguir y seguir, desde el homosexualista jesuita Padre James Martin, estrella del pasado Encuentro Mundial de las Familias, partidario de cambiar en el Catecismo de la Iglesia Católica la expresión “intrínsicamente desordenado” -en referencia a la homosexualidad- por “diferentemente ordenado”; hasta el padre Thomas Rosica, asesor de la Oficina de Prensa vaticana en lengua inglesa, que recientemente aseguró que con Francisco la Iglesia entraba en “una nueva fase” -otra-, y que este Papa podía permitirse contradecir la Tradición porque estaba por encima de ella y de la Escritura.

Seguir pretendiendo que “todo está bien”, que el único problema de la Iglesia está en quienes la ‘atacan’ y que todo lo que nos choque de las actitudes de Francisco es porque “no lo hemos entendido bien” empieza a ser, muy seriamente, dejarse la cabeza en la puerta de la Iglesia para entrar en ella.

Carlos Esteban