El adjetivo “sinodal” se aplica a la decisión que se toma en un sínodo de la Iglesia. El sustantivo “sínodo”, en la Iglesia Católica, se refiere por antonomasia al “Sínodo Episcopal”, y se define como “una asamblea de obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos” [1].
Por lo tanto, el adjetivo “anti-sinodal” lo uso aquí para hacer referencia a una decisión que no surge de un sínodo de obispos, o que se toma en contra del sínodo, o alterando la esencia propia y el funcionamiento natural de un sínodo.
Sirva esta introducción terminológica para ubicar en su correcto contexto histórico el concepto de “sinodalidad”, que el papa Francisco ha expresado que ha sido central en la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, dedicada a “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, y que ha terminado en Roma este fin de semana.
Efectivamente, el papa ha remarcado la centralidad de la “sinodalidad” entre los temas de este Sínodo, pero de ello los padres sinodales se han enterado el último día de la asamblea, cuando tuvieron el Documento Final en sus manos.
Antes de referirme al punto en cuestión, no quiero dejar pasar la ocasión para señalar la ridiculez que implica presentar el Documento Final, e incluso los textos de labor sinodal, sólo en idioma italiano[2], una lengua que habla sólo el 1% de la población mundial.
Hubo obispos que reclamaron por la inmoralidad de hacerles votar por 'sí' o por 'no' sobre textos que no habían logrado entender cabalmente. Un detalle que vendría también a confirmarnos el carácter anti-sinodal de la tan declamada sinodalidad.
El arzobispo de Filadelfia, Charles J. Chaput, al volver a su arquidiócesis, expresó:
“Muchos de los obispos se sintieron frustrados por la falta de anticipos de traducciones para temas importantes en los que se esperaba que votaran. Como argumentó uno de los padres sinodales, en realidad es inmoral votar 'sí' en temas importantes si ni siquiera se puede leer y reflexionar sobre lo que dice el texto”.
La Iglesia tiene un lenguaje común: el latín; el problema es que pocos obispos lo dominan, pese a que el Código de Derecho Canónico les manda enseñarlo en los seminarios, de modo que los futuros sacerdotes “lo dominen”[3]. Pero ésta es una de las tantas exigencias que los obispos no cumplen, pese a que juran cumplirlas al ser consagrados o tomar posesión de una diócesis.
Permítanme citar nuevamente al arzobispo Chaput en una entrevista que publica First Things:
“Muchos delegados también se mostraron sorprendidos y para nada felices con la introducción de la 'sinodalidad' como tema en una asamblea temática que había sido programada sobre los jóvenes. No es algo adecuado ni natural. La 'sinodalidad' tiene serias implicaciones. Merece una seria reflexión teológica y una discusión entre los obispos. Pero tal cosa no sucedió, lo que no parece ser coherente con una reunión del Papa y los obispos en un espíritu de colegialidad”.
Esta indicación de mons. Chaput sobre la “anti-sinodalidad de la sinodalidad” es muy reveladora. Pero, en realidad, el arzobispo de Filadelfia no fue el primero que se refirió a ese dato contradictorio, que demuestra una vez más los modos absolutistas de este papa que, sin embargo dice trabajar por una Iglesia “sinodal”,“descentralizada” y “colegial”.
Una vez más hay que decirlo: el Papa se manifiesta más en lo que hace que en lo que dice.
El primero que reveló la contradicción de la "sinodalidad anti-sinodal" fue el cardenal Oswald Gracias, de Bombay (India), quien fue uno de los redactores del Sínodo, quien dijo –hablando con el sitio CruxNow- que ha habido Obispos en el Sínodo que “se ofendieron a causa del nuevo lenguaje” utilizado en el borrador del documento final.
El cardenal Gracias dijo que hubo “alguna resistencia” contra el documento, porque tiene mucho sobre “sinodalidad, cuando en realidad no hemos debatido sobre esto”, lo cual constituye una prueba que el documento sobre la “sinodalidad” fue escrito sin sinodalidad.
Especialmente los obispos de países con presencia anglicana no se mantuvieron para nada convencidos. Señalaron que la “sinodalidad” podía ser vista como si la Iglesia se estuviera desplazando hacia un sistema de votación para instituir o crear discusiones similares al anglicanismo. Un fuerte opositor de la “sinodalidad” fue el cardenal liberal de Westminster, Vincent Nichols. Sostuvo que las Iglesias no-católicas han mostrado suficientemente que la “sinodalidad” simplemente “no funciona”.
De modo que tenemos aquí una anomalía del Sínodo que finalizó el domingo, una anomalía deliciosa, encantadora y ¡muy reveladora!: el caso es que los textos en el documento final del Sínodo que hacen referencia a los temas de la "sinodalidad" y el "discernimiento" no representan ni el pensamiento ni las deliberaciones de los Padres sinodales, sino que fueron incluidos por un par de secretarios nombrados por el papa Francisco. Es curiosa la paradoja, por supuesto con la contradicción que implica toda paradoja: que el tema de la sinodalidad, haya sido interpolado en el informe de las deliberaciones del Sínodo... por... una maniobra claramente anti-sinodal. Pero eso no se puede hacer: vale decir, no puede hacerse algo tan anti-sinodal en defensa de una supuesta sinodalidad.
John L. Allen, volviendo a cerrar filas en defensa de lo indefendible, trata de justificar la contradicción ayer en CruxNow, pero sus argumentos son débiles (aunque no me detendré aquí a discutirlos[4]. No, en realidad no se puede pretender ser abanderados de la sinodalidad o la colegialidad (cosas por las cuales yo no daría mi vida, por supuesto), haciendo algo para nada sinodal.
Entonces, hay que agradecer al cardenal Gracias por tal revelación quien, además, continuó señalando que simplemente no se puede decir que tal documento final sea sin más ni más "Magisterio, porque los documentos magisteriales deben redactarse con sumo cuidado.
De modo que, para decirlo de una manera clara: este supuesto documento magisterial nació muerto". Ciertamente, debemos agradecer a Su Eminencia por su claridad de expresión.
El Magisterio de la Iglesia parece haberse convertido hoy en un pequeño y divertido juego político para ayudar al papa Francisco a avanzar en su agenda poco confiable, agenda papal que en no pocos puntos es coincidente con la agenda de los que hoy rigen el mundo.
El Magisterio es algo que implica atar la conciencia de los fieles. Y esto nos dice mucho acerca de lo que está tan terriblemente mal en este pontificado y en este pontífice, quien parece creer poder tratar asuntos tan serios, relacionados con las almas de los fieles, con una ligereza absolutamente impropia de un Sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo.
Repito: no ha sido nada casual el reparo hacia el documento final de este Sínodo que han manifestado los obispos de los países con presencia de la Iglesia Anglicana. Es que ellos conocen bien a lo que lleva la “sinodalidad”, y hace ya tiempo que dejaron atrás, desengañados, el primaveral optimismo del post-Concilio Vaticano II. Pero, con el papa Francisco parece que el “espíritu conciliar” ha vuelto al centro de la escena.
La sinodalidad o, para decirlo crudamente, la Bergoglianidad, no hará nada para mejorar la reputación de la Iglesia.
Los Sínodos como el que acaba de celebrarse, la sinodalidad, el discernimiento, el acompañamiento, el magisterio liquido o el ministerio petrino aunado con la agenda del Nuevo Orden Mundial, si se les da la oportunidad, simplemente reducirán la Iglesia Militante de Cristo a lo que el Anglicanismo ha llegado a ser en la actualidad: algo que casi ha desaparecido.
De nosotros también depende, en parte, que las fuerzas de la anti-Iglesia no tengan esa chance.
[1] Código de Derecho Canónico n. 342.
[2] http://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2018/10/27/0789/01722.html
[3] Código de Derecho Canónico n. 249.
[4]https://cruxnow.com/analysis/2018/10/28/if-bishops-summit-was-rigged-on-synodality-one-question-so-what/