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miércoles, 31 de octubre de 2018

Monseñor Weinandy: “Lo peor hoy es la respuesta vaga e incierta que da la Iglesia al mal” (Carlos Esteban)



El teólogo Thomas Weinandy, que el año pasado enviara a Francisco una carta abierta lamentando la “confusión doctrinal” que reina en su pontificado, ha vuelto a escribir, esta vez para asegurar que la situación no ha hecho más que empeorar.

“El Cuerpo de Cristo sufre actualmente más que entonces, y me temo que el sufrimiento se hará aún más intenso”, advierte Monseñor Weinandy, capuchino y uno de los teólogos más importantes del mundo, que hace un año fue cesado de su puesto en la Conferencia Episcopal de Estados Unidos tras una carta abierta en la que denunciaba la confusión doctrinal en la Iglesia actual y hacía responsable a Su Santidad.

“Para mí, lo que resulta hoy más preocupante es la respuesta vaga, incierta y a menudo aparentemente indiferente al mal, no sólo a la conducta sexual gravemente pecaminosa en el clero y el episcopado, sino también al escandaloso deterioro de la enseñanza doctrinal y moral de las Escrituras y de la Tradición magisterial de la Iglesia”.
Aunque Weinandy acaba su carta, publicada en ‘The Catholic Thing’, con una nota esperanzada, convencido de que la exposición pública del mal va a abrir un periodo de clarificación y purificación de la Iglesia, es difícil, tras el cierre del pasado sínodo, no concluir con el teólogo que la confusión ha aumentado considerablemente en un año.

Hemos hablado estos días de cómo el texto final del sínodo es en buena medida una melaza indigerible y anodina que evita cuidadosamente caer en los cambios doctrinales que muchos temían y que incluso los comentarios de algunos padres sinodales en las ruedas de prensa posteriores a cada sesión hacían presagiar. Sin embargo, se advierte en él, como en casi todos los pronunciamientos públicos de nuestra jerarquía, una visible renuencia a hablar claro y, sobre todo, a reiterar con certeza los aspectos de la doctrina que más chocan con las ideas seculares dominantes.


En la revista americana First Thing, John William Sullivan se sirve de la conversión reciente de la cantante irlandesa Synead O’Connor al Islam para reflexionar sobre un fenómeno más amplio, que afecta a todas las sociedades occidentales y que la Iglesia agrava con su bien intencionada ‘actualización’ y con su ‘apertura al mundo’.

O’Connor, nacida y criada en el catolicismo, ha pasado por tantas fases vitales que sería muy prolijo enumerarlas todas, desde católica disidente a rastafari, y sus problemas de salud mental no son, con toda probabilidad, ajenos a esta desesperada búsqueda. Pero si todas sus elecciones religiosas hasta la fecha tenían un punto frívolo o, cuando menos, inofensivo, al transformarse en Shuhada Davitt ha entrado en una fe cuyos fieles se toman con extraordinaria seriedad. No es probable que sus correligionarios reaccionen con un encogimiento de hombros a una nueva ‘salida’ de la neófita que afecte a su fe, al contrario de lo que sucedió en el mundo católico.

El Islam crece, no solo vegetativamente -por la entrada de inmigrantes y por la saludable fertilidad de sus adherentes-, sino también por conversiones de quienes tienen por herencia las raíces cristianas. Y en buena medida se explica porque el Islam da toda la impresión de creer en sí mismo, de transmitir certezas, lo que cada vez se puede decir menos de nuestra Iglesia, al menos en su proyección pública.

La ‘estrategia evangélica’ de la Iglesia hoy parece ser una servil rendición a lo que el mundo considera valioso, unida a un escamoteo sangrante de todas las doctrinas que puedan parecer difíciles, que recuerden al cristiano que “la vida del hombre sobre la tierra es milicia”, que lo único importante es que las almas se salven, y que el camino único de la salvación es la Cruz.
La teoría es que esto vendrá después, pero que primero hay que atraer a los jóvenes, especialmente, con aquello que les gusta. Y esa teoría se está mostrando previsiblemente desastrosa. Digámoslo una vez más: una fe que te dice que eres estupendo tal como estás y que aplaude todo lo que haces es redundante y no atrae a nadie.

La Iglesia que pelotillea a la juventud -como hemos visto en algunos casos ruborizantes durante este sínodo- será siempre rechazada por quien necesita certezas y que les digan las verdades más duras y el mensaje menos abierto a las componendas. 


El mensaje no puede ser “hakuna matata”, no hay problema, porque sí lo hay, y gravísimo: esta vida es el escenario de una lucha no ya a vida o muerte, sino a vida o muerte eternas.

Carlos Esteban

La visita del Papa deja a la iglesia irlandesa con una deuda de 4 millones (Carlos Esteban)




Aún quedan 4 millones de euros por pagar de la visita del Papa a Irlanda el pasado agosto, y ya es la quinta vez que el episcopado apela a la generosidad de los fieles para cubrir la deuda.

En su día, apenas iniciado el Encuentro Mundial de las Familias en Dublín y en víspera de la llegada del Papa, ya dimos cuenta de cómo los organizadores observaban, alarmados, que faltaban por cubrir cinco de los 32 millones de euros que costarían las 32 horas de visita papal, así como de los esfuerzos recaudatorios para que los fieles hicieran contribuciones especiales para cubrirlos.

Pues bien, el encuentro queda ya varios meses atrás y los parroquianos de la otrora ultracatólica Irlanda parecen renuentes a rascarse el bolsillo: de esos cinco millones, solo se ha podido conseguir uno hasta la fecha, con lo que se ha vuelto a apelar a la generosidad de los fieles para tapar el agujero.

Es ya la quinta vez que se pide en las parroquias irlandesas a los asistentes a misa que donen con especial generosidad para cubrir lo que queda por pagar del evento de finales de agosto. El Gobierno irlandés se comprometió a poner una parte, hasta diez millones, para pagar cuestiones como la seguridad del encuentro. Ya han aparecido avisos en hojas parroquiales y publicaciones diocesanas por todo el país, aparte de la mención en las homilías o avisos de las propias misas, para irritación del católico practicante, que tiene la sensación de que no para de dar dinero para lo mismo.

La frialdad de los católicos irlandeses parece, por lo demás, en consonancia con el estrepitoso fracaso de asistencia que supuso el jaleado evento, y muy especialmente la misa celebrada por el Santo Padre en Phoenix Park, para la que se esperaban más de 300.000 asistente y que se vio reducida a 152.000 personas. Las fotografías aéreas dieron en prensa una penosa impresión, especialmente cuando se comparan con el éxito arrollador de la última visita de San Juan Pablo II a la isla.

Que Irlanda ha dejado de ser el foco de resistencia católica de su leyenda nacional quedó suficientemente claro pocos meses antes, en el referéndum sobre el aborto, que dio al país el dudoso honor de ser el primero en aprobar esta plaga insigne de la Cultura de la Muerte por plebiscito popular, y de hacerlo por una abrumadora mayoría de dos tercios.

A esta descristianización acelerada había que sumar un Encuentro Mundial de las Familias organizado por el prefecto del megadicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, Kevin Farrell, salpicado por su larga convivencia y colaboración con el pedófilo arzobispo emérito de Washington, Theodore McCarrick, y su conocida inclinación favorable a las tesis LGTB ‘católicas’. De hecho, uno de los ‘números estrella’ del peculiar encuentro era una intervención del colaborador de la revista America, asesor de comunicación del Vaticano y autodesignado apóstol del ‘lobby’, el jesuita James Martin, cuyo libro sobre el acompañamiento pastoral a gays y lesbianas fue prologado por el propio Farrell.

Para acabar de hacer poco apetecible la ocasión, estaba reciente la acusación de pedofilia contra McCarrick, que llevó a su expulsión del Colegio Cardenalicio, el informe del gran jurado de Pensilvania y, justo la víspera de la llegada del Papa, el explosivo Testimonio Viganò. Centrarse en la atención pastoral de los homosexuales en estas condiciones, en un encuentro que desde su creación por Juan Pablo II había supuesto una exaltación de los valores familiares, no parecía lo más oportuno.

Y, de hecho, los irlandeses parecen haberlo entendido así, opinando contra el encuentro con su ausencia entonces y sus bolsillos cerrados hasta la fecha.

Carlos Esteban

Nuevas denuncias sobre la homosexualidad en la Iglesia. Pero el Papa calla y culpa al “clericalismo” (Sandro Magister)



En la clausura del Sínodo, llevada a cabo el sábado 27 de octubre, Jorge Mario Bergoglio volvió a identificar en el “Gran Acusador”, en Satanás, al autor último de las acusaciones lanzadas contra él, el Papa, para golpear en realidad a la “Madre Chiesa”:

“Por eso éste es el momento de defender a la Madre. […] Porque al atacarnos el Acusador ataca a la Madre, pero la Madre no se toca”.

Con esto Francisco ha justificado una vez más su silencio frente a la a acusación – dirigida públicamente contra él por el arzobispo Carlo Maria Viganò, ex nuncio en Estados Unidos – de haber mantenido junto a él durante largo tiempo, como consejero de confianza, a un cardenal como el estadounidense Theodore McCarrick, de quién también conocía – al igual que muchos otros, en el Vaticano y fuera de éste – las prácticas homosexuales con seminaristas y jóvenes.

Pero hay también otro silencio al que el Papa se atiene constantemente. Es el silencio sobre la homosexualidad practicada por numerosos eclesiásticos. Francisco no la cita nunca, cuando denuncia la plaga de los abusos sexuales. En el origen de todo, sostiene él, está más bien “el clericalismo”. También el documento final del Sínodo, en los parágrafos respecto a los abusos, se apropia de este juicio de Francisco, y define al clericalismo como “una visión elitista y excluyente de la vocación, que interpreta el ministerio recibido como un poder para ejercer, más que como un servicio gratuito y generoso”.

Son un silencio y un diagnóstico del Papa que encuentran fuertes críticas, sobre todo en Estados Unidos, donde la opinión pública católica y la que no lo es, tanto la progresista como la conservadora, está más que nunca activa en el reclamo de verdad y transparencia.

Una expresión particularmente reveladora de esta opinión pública es el artículo publicado el 26 de octubre – justamente mientras el Sínodo estaba en sus tramos finales – en “Commonweal”, histórica revista del catolicismo “liberal” americano, con la firma de Kenneth L. Woodward, durante treinta y ocho años valorado vaticanista de “Newsweek”:

> Double Lives

A juicio de Woodward, el caso McCarrick es revelador de cuán difundida está realmente la homosexualidad entre los eclesiásticos, en todos los niveles, como ya había documentado desde el 2003 el célebre informe del Jay College of Criminal Justice, según el cual “ocho de cada diez abusos registrados por obra de sacerdotes en los últimos setenta años fueron casos de varones que abusaron de otros varones”.

En consecuencia, “hay que ser ciegos o deshonestos”, escribe Woodward, para rechazar la denuncia del rol de la homosexualidad en el escándalo de los abusos, llamándola “homofobia”.

En décadas de trabajo como vaticanista, Woodward recuerda haber recogido innumerables informes no sólo de casos particulares de homosexualidad, sino de verdaderas y auténticas “redes” de apoyo y complicidad entre eclesiásticos de doble vida, en Los Ángeles, Milwaukee, Chicago, Pittsburgh y otras diócesis. En Chicago, el sacerdote Andrew Greeley, sociólogo y escritor de los más leídos en Estados Unidos, fallecido en el 2013, denunció públicamente la presencia de círculos de homosexuales en las oficinas de la diócesis, gobernada por el cardenal Joseph Bernardin, su amigo y guía muy influyente del ala progresista de la Iglesia Católica estadounidense.

Pero Woodward recuerda también que la curia vaticana estaba infectada. Cita el caso de John J. Wright (1909–1979), durante diez años obispo de Pittsburgh y fundador en esa diócesis, en 1961, de un “oratorio” para jóvenes estudiantes universitarios que atraía a sacerdotes homosexuales como abejas sobre la miel. Wright era un intelectual brillante, contratado por diarios “liberales”, entre ellos el “Commonweal”, pero ortodoxo en la doctrina, a quien Pablo VI llamó a Roma en 1969, para presidir la Congregación vaticana para el Clero, creándolo cardenal. Pero muchos sabían de su doble vida con jóvenes amantes, precisamente mientras supervisaba la formación de los sacerdotes católicos en todo el mundo.

No sólo eso. Entre quienes hoy “seguramente conocen la verdad” sobre él – prosigue Woodward – está el cardenal Donald Wuerl, hasta hace pocas semanas poderoso arzobispo de Washington, también él acusado de haber “encubierto” casos de abusos, pero despedido por el papa Francisco con conmovedoras palabras de estima. Wuerl fue secretario personal de Wright cuando éste fue obispo de Pittsburgh, y también después permaneció “más cercano a él que los cabellos a la cabeza”, hasta asistirlo en el cónclave de 1978, en el que se eligió a Juan Pablo II.

Woodward no cita otros casos específicos de homosexualidad practicada por dignatarios de la curia romana. Pero una ejemplificación creíble salió en Italia en 1999, en un libro de denuncia, con el título de “Via col vento in Vaticano”, de autor anónimo, pero identificado posteriormente en el monseñor de la curia Luigi Marinelli, fallecido al año siguiente. Entre otras cosas, se lee allí la carrera de un prelado estadounidense con una debilidad por los jóvenes, llamado a Roma para la Congregación vaticana para los Obispos, y luego devuelto a su patria a cargo de una diócesis importante, visitada por primera vez por un Papa, Juan Pablo II, en uno de sus viajes, y posteriormente promovido también a unan diócesis de mayor importancia y creado cardenal, y al final jubilado por razones de edad. O también se lee en ese libro de un diplomático de alto nivel, tejedor de acuerdos en los frentes más complicados, desde Israel a Vietnam, desde China a Venezuela. Crónicas recientes han enriquecido este muestreo, que en los últimos años parece estar creciendo, no en declinación.

En Estados Unidos llamamos “lobbies de color lila” a las redes homosexuales que impregnan seminarios, diócesis y curias. El problema, escribe Woodward, es que “en la jerarquía cristiana nadie parece ansioso en investigar”, ni siquiera después que el ex nuncio Viganò sacó a la luz el escándalo y ha acusado al papa Francisco en persona.

Concluye Woodward:

“Probablemente jamás tendremos la transparencia total. Pero si son necesarias reformas estructurales para proteger a los jóvenes de los abusos, los escándalos en el verano del 2018 deberían ser vistos como puntos de partida para una acción adecuada, no como ocasiones para demostraciones inútiles de rabia, shocks, vergüenza y desesperación. El peligro de las doble vidas clericales y de los secretos que pueden ser utilizados como armas para proteger otros secretos deberían ser aclarados a todos en este punto. Mientras haya una Iglesia también habrá hipocresía clerical, pero podemos y debemos hacer lo máximo posible para combatirla”.

Pero ciertamente ni el silencio ni los improcedentes gritos de alarma contra el “clericalismo” pueden llevar a más transparencia y a la eliminación de la plaga.

Sandro Magister

Liberal Censorship: Synod asks Vatican to create "Vatican Certification" of Acceptable Websites



The most astonishing demand of the "Synod Fathers" who approved their final document without actually reading it is in paragraph #146:



Well, well, well... We know what those "certification systems of Catholic sites" mean: a new form of censorship.

The old censorship, which was excellent in intent, tried to protect Catholics from books promoting heresy and immorality. But this was when many in the Vatican itself were not themselves promoting heresy and living in utter immorality.

You can just imagine that a man in the shape of Uncle Ted McCarrick could be in charge of this "Vatican Digital Commission" that would promote the "Vatican Certification" of acceptable websites: those promoting sodomy would be accepted, while those promoting the Baltimore Catechism would be rejected...