Preveo que algunos lectores no estarán de acuerdo, pero me gustaría señalar que, a mi juicio, las críticas “católicas” que se hacen contra Halloween son bastante (por no decir totalmente) exageradas. Todos los años por estas fechas, hay quien critica la fiesta norteamericana, tachándola de pagana, anticristiana o incluso demoniaca. Otros, con muy buena intención que Dios premiará sin duda, buscan “alternativas cristianas” a Halloween, como “Holywins”, que es una simple copia de la primera pero con trajes de santos.
La realidad, como sabe cualquiera que haya vivido un tiempo en Estados Unidos, es que
Halloween no es pagana, anticristiana ni demoniaca por la sencilla razón de que no tiene calado suficiente para serlo. Es una fiesta completamente superficial, sin ninguna pretensión de significado. Los que critican esos supuestos significados perversos hacen, a mi entender, más un ejercicio de fantasía que de análisis de la realidad.
Tendemos a intentar comprender lo que sucede en Norteamérica con un prisma europeo o hispanoamericano y eso es un error. En Europa y en la América Española, las celebraciones son generalmente milenarias y están enraizadas en la historia y en las creencias profundas de los pueblos, aunque la mentalidad dominante intente cortar esas raíces. En cambio, la mayoría de las festividades estacionales norteamericanas, con muy poquitas excepciones, son fiestas light, donde apenas se celebra más que el hecho mismo de celebrar.
No busquemos tres pies al gato (o cinco, como dicen en América), intentando encontrar motivaciones malvadas donde la realidad es mucho más prosaica. Incluso cuando en origen eran otra cosa, las fiestas estadounidenses se han convertido generalmente en conmemoraciones comercializadas hasta el extremo, que intentan, con no mucho éxito, aliviar un poco la monotonía de la terriblemente tediosa vida moderna. Podríamos llamarlas fiestas de plástico, tanto por su carácter prefabricado como por el hecho de que la mayoría de sus signos externos son, de hecho, artículos de plástico, obra de un mal gusto industrial que a veces llega a resultar entrañable por su ingenuidad.
En el caso de Halloween, la realidad difícilmente podría ser más prosaica: los niños se disfrazan generalmente de superhéroes, hadas, princesas o personajes de dibujos animados, como en cualquier fiesta de disfraces española. Y comen caramelos y chocolates, como en cualquier fiesta de cumpleaños. Incluso los adornos macabros de las casas buscan producir, no sé si consciente o inconscientemente, un efecto cómico (y bastante hortera), completamente alejado de cualquier cosa que pueda considerarse una genuina creencia. En general, los que adornan su casa en Halloween suelen ser los mismos que en Navidad colocan enormes muñecos hinchables en el jardín de Santa Claus, sus elfos, sus renos, sus trineos y, de paso, seis o siete dibujos animados, una costumbre tan estadounidense como el pastel de manzana. Nada que ver con lo demoniaco, lo paranormal o lo anticristiano.
Los orígenes paganos de Halloween también están exagerados y sobrevalorados. Como sucede con casi todas las fiestas, sus verdaderos orígenes son cristianos: Halloween viene de All Hallows’ Eve, que es la Víspera de Todos los Santos. Lógicamente, antes de que se cristianizara Europa ya había europeos, que eran paganos porque no podían ser otra cosa. Y lógicamente también, esos paganos tenían fiestas, algunas de las cuales coincidían a grandes rasgos con las posteriores cristianas en cuanto a la fecha de celebración (porque solo hay doce meses en el año) y a las formas de celebrar (porque los seres humanos somos muy poco originales). Sin embargo, deducir de esas ligeras semejanzas una conexión significativa sería como pretender que los cumpleaños son fiestas litúrgicas porque las velas de la tarta están copiadas de las velas de las iglesias. O como decir que las casas, en realidad, son paganas porque los paganos ya vivían en casas antes de Cristo.
Por supuesto, entiendo que, desde el punto de vista cultural y tradicional, a muchos les apene que en España o en Hispanoamérica se celebre “Jalowín”, se beba cocacola, se vean películas norteamericanas y se copie de tantas otras maneras las costumbres ajenas. Comparto esa sensación, aunque la triste realidad es que nuestra cultura no está siendo sustituida por otra porque alguien nos invada, sino porque nosotros hemos abandonado y despreciado nuestra historia y nuestra herencia, que estaban intrínsecamente ligadas a la fe católica. Como dice el refrán español, a perro flaco todo son pulgas. La cultura aborrece el vacío y, cuando se produce un vacío cultural, inmediatamente es llenado por lo que haya más a mano. Por muy light que sea.
En cualquier caso, como católico, me permito recomendar que no nos obsesionemos con enemigos imaginarios, ni mucho menos intentemos copiarlos para parecer más modernos y buscar desesperadamente ser relevantes. Vivamos nuestras fiestas católicas, amémoslas, disfrutemos de ellas como hacíamos antes, creámonos lo que se celebra, honremos a Dios, a Nuestra Señora y a los santos y no habrá fiesta light en el mundo que pueda competir.
A fin de cuentas, nuestras celebraciones católicas son un reflejo de la fiesta eterna en el cielo, a la que todo el mundo, lo sepa o no, está deseando ser invitado.
Bruno Moreno
A mí, la verdad, me parecía exagerado; pero, dada la autoridad -que así se supone- de las personas que hablan, pues pensé que algo de razón tendrán. No obstante, me quedaba algo intranquilo.
Al leer este artículo de Bruno, al principio me quedé un poco atónito, pues contradice lo que se lee en mis entradas (cuyo contenido no es mío, todo hay que decirlo). Pero me dio qué pensar. ¿Y si tiene razón? ¿Y si lo que yo tenía «in mente» no era tan descabellado? Porque cuando se le concede tanta importancia a algo -aunque realmente no la tenga tanto- al final acaba teniéndola.
He consultado con un sacerdote, muy amigo mío y con las ideas muy claras, completamente ortodoxo y fiel a las enseñanzas de la Iglesia de siempre. Le pregunté -en un e-mail- si había leido este artículo de Bruno. Y qué le parecía. Esto es lo que me contestó:
Lo vi el otro día y si te digo la verdad, me dio gusto. Porque es cierto que parece que se sacan las cosas de quicio. Tiene razón Bruno al decir que en USA no se ve esto con tanta ideología como aquí. Hay quien ve solamente algo demoníaco, pero yo no lo creo así. De todos modos, creo que aquí en España los enemigos del catolicismo se aprovechan de ello.
Y es que, a veces (por no decir siempre) el sentido común -al que apenas si hacemos caso, hasta el extremo de haberlo perdido ya casi por completo- es el que deberíamos tomar como guía, más que lo que puedan decir fulano, mengano o zutano, por muy «teólogos», «exorcistas» o lo que quiera que sean. No pongo en duda sus buenas intenciones, porque -en efecto- eso es lo que se oye siempre que se habla de Halloween. Y eso es lo que te encuentras cuando buscas el significado de esta «fiesta».
Pero, después de la lectura de este artículo de Bruno y de lo que me ha dicho este sacerdote, amigo mío, me quedo con las últimas palabras de ese artículo:
Vivamos nuestras fiestas católicas, amémoslas, disfrutemos de ellas como hacíamos antes, creámonos lo que se celebra, honremos a Dios, a Nuestra Señora y a los santos y no habrá fiesta light en el mundo que pueda competir.
A fin de cuentas, nuestras celebraciones católicas son un reflejo de la fiesta eterna en el cielo, a la que todo el mundo, lo sepa o no, está deseando ser invitado.
Pues ¿qué es, si no, lo esencial para un cristiano?
José Martí