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miércoles, 14 de noviembre de 2018

El arzobispo de san Francisco pide que se estudie la relación entre homosexualidad y abusos (Carlos Esteban)



En medio del terremoto causado por la orden de Roma de no votar en la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, que tiene lugar estos días en Baltimore, las dos medidas ya esbozadas para responder a la crisis de encubrimiento de abusos, el Arzobispo de San Francisco ha pedido que se elabore un estudio científico de la homosexualidad en el clero.

El dique, parece ser, ya se ha roto, la palabra tabú -homosexualidad- ya ha salido después de ser eludida en la primera sesión de la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, que tiene lugar estos días en Baltimore, y el Arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone, ha pedido que se elabore un estudio sobre la homosexualidad en el sacerdocio y su relación con la crisis de abusos clericales.

Ya sabemos que, desde el estallido de la crisis, la relación entre homosexualidad y la incidencia de los abusos se ha evitado cuidadosamente, y el propio Santo Padre, en su primera respuesta a la crisis, la carta al pueblo de Dios, encontró un responsable alternativo: el ‘clericalismo’.

Pero el elefante rosa en la sala de estar es demasiado grande como para seguir pasándolo por alto, y los fríos datos plantean una incómoda pregunta. Veamos: más del 80% de los casos de abusos denunciados de sacerdotes y religiosos sobre menores de edad son de carácter homosexual, y la abrumadora mayoría afectan a varones que ya han superado la pubertad. Teniendo en cuenta que la proporción de homosexuales en la población general ronda, según los estudios más fiables, entre el 3% y el 5%, las cifras de abusos clericales solo pueden responder a uno de estos dos factores o a una combinación de ambos: o los homosexuales tienen una tendencia mucho mayor al abuso pederasta -lo que ninguna fuente se atrevería a sostener ni por un minuto-, o la proporción de homosexuales es enormemente superior entre el clero que entre la población general. Tertium non datur.

Por eso Cordileone defiende ir a la raíz del problema y salir de dudas de una vez por todas, así como librar de toda culpa a los sacerdotes con inclinaciones homosexuales libres de toda culpa que vivan fielmente el celibato.

Hay, además, estudios recientes sobre los que justificar esta investigación en profundidad. A principios de mes, el sacerdote y sociólogo Padre Paul Sullins hacía públicas las conclusiones de un estudio realizado para el Ruth Institute que sí advierte un nexo evidente entre la creciente homosexualización del clero a lo largo de las últimas décadas y el aumento de los abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes y religiosos. La tesis central del informe es que la proporción de varones homosexuales en el sacerdocio pasó de ser el doble del de la población general en los años cincuenta a alcanzar ocho veces más en los ochenta, una tendencia que guarda una evidente correlación con el aumento de los casos de abusos. Además, los sacerdotes ordenados en los años sesenta que advertían la existencia de una subcultura homosexual en los seminarios representaban un 25%, llegando a un 50% entre los ordenados en los ochenta.

Cordileone advirtió contra conclusiones simplistas que equipararan la inclinación homosexual en clérigos y obispos con los abusos ya que, dijo, hay sacerdotes que sienten esta inclinación hacia personas del mismo sexo que no solo no abusan de menores sino que sirven a la Iglesia fieles a sus votos de celibato. Pero, ha añadido el titular de una de las capitales mundiales del fenómeno LGBT, “hay una correlación entre ambos factores”.

El prelado hizo referencia al informe de Sullins señalando que “lo peor que podríamos hacer es desacreditar este estudio para no tener que responder a sus conclusiones, o ignorar o negar esta realidad por completo”.

El arzobispo insistió en la urgencia de las medidas necesarias, alegando que hacerlo no supondría vulnerar el veto vaticano. “Esto es algo que necesitamos hacer ya. No nos hizo falta la autorización de nadie para encargar el estudio anterior [de la John Jay], y tampoco la necesitamos para encargar éste”.

Es difícil no imaginar lo que se le puede venir encima a Cordileone y al episcopado americano si siguen adelante con este proyecto. La reacción de los medios supondrá, sin duda, una enorme presión para los investigadores, que deberán saber que nadan contra corriente. Pero tampoco en el propio clero, entre muchos de los obispos o incluso en Roma es probable que encuentren mucha simpatía.

En la misma sesión, el arzobispo de Chicago, cardenal Blase Cupich, declaraba ante la prensa que había que establecer distinciones cuidadosas, porque en muchos casos, dijo, hablamos de “relaciones homosexuales consensuadas entre adultos”. La idea que parece sugerirse, de que sólo deberían censurarse canónicamente las relaciones tipificadas por la justicia secular, ha indignado a no pocos comentaristas católicos

En efecto, este concepto de que un sacerdote pueda mantener, sin censura eclesial, una relación sexual con otro varón siempre que sea consentida parece confirmar las peores sospechas sobre la infiltración de redes homosexuales en la jerarquía católica.

Carlos Esteban

Cardenal Cupich: “el sexo entre homosexuales podría ser consensuado”




El cardenal de Chicago, Blase Cupich, “urgió fuertemente” a los obispo de Estados Unidos, reunidos en Baltimore, a separar la fornicación homosexual con menores [la cual es un pecado mortal] de la fornicación homosexual entre adultos [la cual es también un pecado mortal]. Pero para Cupich son “disciplinas diferentes”.

Agregó la perogrullada que a veces la fornicación homosexual de los clérigos con adultos podría ser “sexo consensuado, unánime” cuando hay supuestamente “un conjunto totalmente diferente de circunstancias”.

Cupich fue un aliado a tiempo complete del cardenal McCarrick. Durante mucho tiempo estuvo actuando como portavoz de la propaganda homosexual en la Iglesia.


El odio



Wir haben lang genug geliebt
Wir wollen endlich hassen.


Bastante hemos amado ya,
Por fin vamos a odiar.
Georg Herweglh


Lo que Herweglh, poeta revolucionario y protomarxista alemán, escribía a mediados del siglo XIX, fue profético. O bien, propuso en apenas dos versos un plan que se ha cumplido en poco más de un siglo en toda la cultura occidental. Vivimos en un mundo de odio, desenmascarado a veces y travestido otras en las más diversas modulaciones.

Los rostros satánicos que se vieron, por ejemplo, en las marchas a favor del aborto, expresan un odio visceral a todo lo que sea tan solo un reflejo del orden tradicional, es decir, del cristianismo.

Pero el odio también se traviste y, acostumbrados ya a sus monstruosidades, no nos damos cuenta que es él quien anida en el fondo. Porque odio hay en la médula de la música que nos persigue todo el día y que embrutece el oído de quienes, incapaces de soportar el silencio, viven encasquetados en sus auriculares. Odio es también, aunque ignoto, el que ha sedimentado en los corazones de los hombres grullas, aquellos que pueblan las calles y los trenes de todas las ciudades del mundo, con sus cuellos encorvados sobre las pantallas luminosas de sus celulares. Apenas algunos ejemplos de un odio camuflado que ha convertido a las ciudades en lugares desiertos por los que caminan millones de personas solitarias alienadas de la realidad.

Odio es también lo que anima a quienes manejan los ídolos a los que los hombres de hoy rinden culto. Millares de ídolos; algunos que obscenamente prometen riquezas a quienes se acercan; otros, sicalípticos, les prometen torbellinos de placer interminable.

Y hay otros más sutiles, y más peligrosos, las opiniones ajenas, por ejemplo, que constituyen autoridad y que al hombre le gusta seguir para explicar las cosas que no conoce o que no ha experimentado; o que conoce y ha experimentado, pero respecto a las cuales le resulta más cómodo remitirse a otros. Idolo es también la adhesión inmoderada a los datos de la ciencia porque ella, que sólo sabe medir y contar, es la exclusiva legitimadora de un mundo poblado de cosas materiales, y quien apela al otro mundo, al del espíritu, queda expuesto al ludibrio de los hombres cultos. Son los ídolos del teatro que explicaba Solzhenitsyn.

Y están los ídolos del foro, que son las aberraciones resultantes de la independencia de los humanos y de su vida en común, vida que ya casi no existe devorada por la vida virtual. Son ídolos particularmente peligrosos, porque encadenan al hombre a los demás, a las opiniones de los profesionales del odio que acuñan fórmulas encargadas de determinar quiénes están fuera de las murallas de la aldea global. “Machista”, “Homófobo”, “Violento”, “Antiderechos”, son los rótulos con los que amenazan y que hacen retroceder a los hombres, que prefiere continuar con sus espaldas encorvadas sobre las pantallas. La insoportable dictadura de las minorías, del Big Other del que hablaba Raspail.

Odio es también el estado orwelliano en el que vivimos, continuamente vigilados. Las videocámaras nos observan mientras nos desplazamos por las calles del mundo, los celulares que llevamos siempre con nosotros rastrean no solamente nuestras coordenadas exactas y nuestros itinerarios diarios, sino también nuestras amistades y nuestros trabajos; nuestras tristezas y nuestras alegrías. Las redes sociales revelan lo que pensamos y lo que deseamos; revelan nuestras virtudes y nuestros vicios, nuestras aspiraciones y nuestros rechazos. Jamás Orwell podría haber imaginado un Big Brother tan poderoso y tan cruel como el que hoy nos gobierna.

Odio es el olvido casi total de la cultura que nos dio vida. El mundo moderno no conoce a los clásicos, y aún sin conocerlos, los desprecian. Homero y Virgilio; Shakespeare y Cervantes, hoy son sólo parte del coto de caza de los eruditos que los destrozan en pequeñas partículas a fin de examinarlos, omitiendo y abandonando la sabiduría que en sus líneas se concentra. Hombres modernos, olvidados de sus raíces y que, creyéndose libres, no son mas que parte de un rebaño de ratas llenas de angustia que se arremolinan en un gran laboratorio.

¿Y por qué es odio todo esto? Sencillamente, porque es el rechazo violento del Bien, de la Verdad y de la Belleza, es decir, del Ser; es decir, de Dios.

El mundo moderno no rechaza a Dios de un modo explícito y descarado como lo hacía, por ejemplo, el régimen soviético. El mundo moderno rechaza de un modo violento las manifestaciones de Dios, sus reflejos, lo que es, y porque es, lo que es verdadero, bello y bueno. Se trata del rechazo de la realidad, o de la naturaleza, o del orden. Es decir, de la voluntad divina. Es el non serviam primigenio calando hasta los hilos más delgados de la cultura. Es el rasguido disonante de la música inicial que tocaban los ángeles ante el Trono que se ha apoderado de toda la sinfonía querida por la Divina Voluntad, y el mundo danza ahora al ritmo de una cacofonía satánica.

Hace algunos años escribía en este blog que no éramos del todo conscientes del castigo desesperante que significa vivir en el mundo moderno, dolores que podían interpretarse como los que anuncian el fin. Como decía Gómez Dávila, “el mundo moderno no será castigado. Es el castigo”. Y no caemos en la cuenta que vivimos en un mundo que está siendo duramente castigado.

La pregunta que me hago cada vez con más insistencia es si no hemos atravesado ya el punto de no retorno. ¿Puede el mundo moderno volver a ser el mundo tradicional, entendiendo por tal, el mundo ordenado según la ley de Dios? ¿Puede el hombre moderno abandonar la cultura del odio y volver a la vida del hombre normal, que obedece y ama a su Dios y reverencia sus manifestaciones de Bien, Verdad y Belleza?

Hoy sólo sobreviven los que reptan. Pero los que no queremos reptar, ¿qué debemos hacer para sobrevivir? Volviendo a Gómez Dávila: “¿Cómo soportar este mundo moderno si no oyéramos ya un lejano rumor de agonía?”.

The Wanderer

El avance de SKOLAE se debe al silencio de la mayoría de los padres

Duración 1:39 minutos

Fernando López Luengos, presidente de «Educación y Persona», reflexionó el pasado sábado 10, ante un salón abarrotado de padres, acerca de la ideología de género y del programa de «coeducación» SKOLAE que el Gobierno de Navarra está implantando en todos los centros escolares.

NOTHING LEFT If they get their way (Michael Voris)

Duración 4:12 minutos

I'm Michael Voris coming to you just moments after the Silence Stops Now rally here in Baltimore concluded. The Church in the United States is at a critical point — Her very existence is in the balance.

The impurity and rot promoted by various clerics, which has been allowed to fester and rot by complicit or cowardly bishops, is now exacting its toll — over $4 billion paid out to cover for the sexual crimes of the clergy.

Imagine how many hundreds of millions more are going to be paid out in legal fees over the coming years as dozens of government investigations get up to full speed. Money and, most importantly, souls are pouring out of the Church in unimaginable numbers for one reason only: too many bishops have simply stopped being Catholic.

They either do not love the Faith at all or they don't love it enough. This has to end.

If they want to go to Hell — even though some of them either don't believe in Hell at all or refuse to accept they could go — well, they can all go.

Hope they don't; hope they cooperate with whatever graces the laity are meriting for them with prayers and sacrifices — but if they don't, then they are damned. But they don't get to ruin the souls of others in the process. The number of people who have left the Faith over their lies and infidelity is stunning.

All around the hotel and the promenade here in Baltimore, we spoke with a large number of former Catholics — former — who said they want the Church fixed but had lost their faith and had no plans to return.

If these bishops think for one moment that they will not have a share in the punishment for this horrible evil, they are in a for a shocking revelation when they drop dead. Left unchecked, there will be nothing left by the time this lot is done with being bishops — nothing left.

The supposed good ones among them have remained in near total silence while the James Martins of the world and the Cupichs and the Tobins among them have ripped souls to shreds with their lies and distortions.

They would rather empty the Church before abandoning their heresy and heterodoxy. They don't care that there will soon be nothing left. But we do: the few, the faithful — we care, with every fiber of our beings and souls.

We will fight you and your diabolical madness every time it raises its filthy head. Whether it's your perversion of the Church's moral teaching in the realm of sexuality, or your destruction of catechesis or your phony evangelism or whatever it is.

You name it, you will find the faithful there to defend and promote truth. You have chosen to make the devil your father, and for the time being, you are benefiting from the horrible formation of many of the bishops and the woeful lack of catechesis of many of the baptized.

But you will not win in the end. Your earthly existence will come to an end and you will join Judas, your brother. We don't want that, but it is the choice you are making, and not even God Himself will intrude on your free will.

If you are damned it will be by your own hand. In the meantime, you are engaging in a spiritual scorched-earth policy where nothing of the Faith will be left behind when you fall into Hell. But Our Blessed Lord does not abandon His sheep, even if there is only a remnant, owing to your diabolical machinations.

It is up to the laity as well as the clergy you have not either sexually assaulted or doctrinally perverted to offer themselves as living sacrifices to offset your evil and indifference.

Here in Baltimore, many Catholics at the rally committed themselves to being used by Heaven to save souls.

Nothing else on Earth matters — nothing.


Michael Voris

La Iglesia, el Concilio Vaticano II, la fe, el fin de los tiempos y la vigilancia (José Martí)



La Iglesia es la encargada de llevarnos por el buen camino y de conducirnos a buenos pastos. Así ha sido siempre, pero no es eso lo que hoy vemos, por desgracia. Ciertamente la Iglesia a la que pertenecemos es la misma, en su esencia, y sigue siendo santa, pues es el Cuerpo Místico de Cristo. Sin embargo, aquellos que tendrían que continuar la obra de Jesucristo y de sus Apóstoles se han acobardado ante el mundo ... y en su deseo de ser aceptados por el mundo le han abierto las puertas ... Al hablar de «mundo» no nos referimos a la gente, en general, ni muchísimo menos: la iglesia siempre ha sido comprensiva con todos los hombres, a lo largo de su historia, excepción hecha de algunos pastores que no eran tales, sino lobos cubiertos con piel de oveja, pero eran los menos y, además, se les veía el plumero y la Jerarquía los condenaba, para evitar que la Iglesia fuese infectada. El «mundo» del que aquí se habla, el «mundo» según el Evangelio, se refiere a todos aquellos cuyo pensamiento y cuya vida se rige por criterios ajenos y contrarios al Espíritu de Jesucristo: es a este «mundo» al que, increíblemente, se le han abierto las puertas, desde el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, del papa Juan XXIII. 

Aquí no entro -ni puedo entrar- en lo que se refiere a las intenciones del papa Juan XXIII. Eso le corresponde sólo a Dios. Pero sí observo lo que ha ido ocurriendo desde que dicho Concilio fue aprobado el 8 de diciembre de 1965 ... y llevado a la práctica. Pues, aunque, en teoría, se trataba de un concilio meramente «pastoral», con la idea, bien expresada, de mantener intacto el Depósito de la Fe, los hechos cantan. No es eso lo que ha sucedido. 

Los frutos derivados del Concilio los estamos padeciendo ahora, con gran virulencia. Y no son buenos frutos. La solución, en realidad, es sencilla: no tenemos más que atenernos a las palabras de Jesús, cuando dijo «Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo frutos buenos. Todo árbol que no da fruto bueno es cortado y arrojado al fuego. Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,17-20). 

Desde el Concilio Vaticano II hasta la actualidad se ha ido produciendo en el mundo un alejamiento y un desconocimiento cada vez mayor de la Iglesia católica y de Jesucristo, su fundador. Si los frutos del CVII han sido malos es señal, más que evidente, de que dicho Concilio no fue bueno, si es que las palabras de Jesús sirven para algo. De ahí la urgente necesidad de un nuevo Concilio, acorde con las enseñanzas del Magisterio Perenne de la Iglesia; y de que se extirpe todo tipo de ambigüedades, propias del Modernismo, «suma de todas las herejías» según el papa san Pío X ... y que, sin embargo, presente en el CVII en todo momento: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y el actual papa Francisco ... todos ellos han estado influenciados por filosofías idealistas. El ritual de la Nueva Misa, en lengua vernácula, fue aprobado por el papa Pablo VI, sabiendo, como sabía, que en su confección hubo una comisión formada por diez personas, de las cuales siete eran protestantes y de las tres católicas, una de ellas, el que la presidía, el cardenal Bugnini se demostró que era masón. Pese a ello, dicha misa fue aprobada. Un grave error, a mi entender; error que ahora estamos pagando. Hasta el mismo papa Pablo VI admitió, en 1972, que «el humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia». De esto hace ya cuarenta y seis años: ¿Qué diría ahora, si viviera?

Y, siendo esto así; y conociendo los turbios orígenes del CVII ... y aún sabiendo que era sólo un concilio pastoral, que no pretendía cambiar el dogma, en absoluto, sin embargo, el tal Concilio se ha idolatrado, como si fuera el único que ha comprendido, por fin, el modo de evangelizar a la gente ¿Qué ocurre con los veinte concilios anteriores? Se ha claudicado claramente ante el «mundo», pretendiendo «modernizar» la Iglesia, y se ha llegado a una situación altamente alarmante, en donde ya no hay diferencias esenciales entre la Iglesia y el Mundo. Con los nuevos «métodos» todo el mundo se salva, lo que está en contradicción con el Mensaje evangélico. Esto no es lo que dijo Jesús. El gran problema, el grave problema, es la pérdida de la fe. Y el mundo sólo puede ser vencido con la fe: «Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe» (1 Jn 5, 4). 

Es «curioso» que, habiendo documentos importantes y fieles a la Tradición, sólo se ha hecho -y se está haciendo- hincapié, dándole, además, una importancia excesiva,  en aquellos documentos más problemáticos del CVII, que son los relacionados con el ecumenismo, la libertad religiosa, la colegialidad y el diálogo interreligioso. Para colmo, se ha pretendido -y se sigue pretendiendo- que haya hacia dichos documentos una fidelidad rayana en el acto de fe. Esto es un auténtico disparate. Y, desde luego, no es cristiano. Se sabe, y se ha estudiado muy bien, que hay una serie de puntos que son más que discutibles, por no decir heréticos, y que se oponen claramente al Magisterio anterior, al Magisterio Perenne de la Iglesia. La ruptura con la Tradición supone una traición a la Iglesia. Y lo que resulta no es ya la Iglesia que Cristo fundó, sino otra cosa, aunque se le siga llamando Iglesia.

Se me viene ahora a la mente el caso de Monseñor Lefebre, quien fue excomulgado por el papa Juan Pablo II el 2 de julio de 1988, mediante el Motu Proprio «Ecclesia Dei». ¿El motivo? Básicamente -y en el fondo de todo- no fue otro que su fidelidad a la Tradición, es decir, al Depósito recibido. Él no estaba en contra de todo el Concilio Vaticano II, sino de una serie de puntos que podrían influir negativamente en el desarrollo y en el crecimiento de la Iglesia, como vemos que ha ido sucediendo, estando ya al borde del colapso. 

Todo saldrá a relucir algún día pues, según Jesucristo, cuyas palabras son siempre vedad,  «nada hay oculto que no quede manifiesto, ni secreto que no acabe por ser conocido y descubierto» (Lc 8, 17). Monseñor Lefebre falleció poco después, el 25 de marzo de 1991, a los 85 años de edad, pero dejó fundada la Sociedad Sacerdotal de San Pío X, la cual ha mantenido la Tradición, gracias a Dios. Por cierto, contra lo que muchos piensan todavía, hay que decir que, a día de hoy, la FSSPX no es cismática ni está excomulgada.

Ha habido infinidad de factores bajo cuya influencia se desarrolló el CVII. Podríamos citar a determinados «teólogos» y/o filósofos, como Karl Rahner y Jacques Maritain, cuya filosofía estaba impregnada del idealismo de Kant, Hegel y Heidegger, entre otros.

La nueva misa, que pretendía un acercamiento al mundo, ha producido, en realidad, todo lo contrario. Cada vez es mayor el número de personas que pierde la fe en lo sobrenatural, siendo éste un punto esencial en el cristianismo. La Iglesia no puede quedar reducida a una organización meramente humana, pues su origen es divino. Y, una vez perdido o difuminado el carácter sacrificial de la Misa (como así está ocurriendo en infinidad de lugares del mundo) se pierde también la fe en la presencia real y sacramental de Jesucristo en la Eucaristía, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, y en definitiva, se pierde la fe en todo el contenido de los Evangelios y del Nuevo Testamento, como si los milagros fueran sólo símbolos, pero no realidades históricas que, efectivamente, tuvieron lugar. 

Por otra parte, a base de no predicar la Doctrina, suponiendo -lo que es mucho suponer- que eso es algo que todos conocen y en lo que no debe de insistirse, nos encontramos, en la actualidad, tras dos o tres generaciones después del CVII, con una inmensidad de católicos que no conocen la Doctrina católica ... entre otras cosas porque nadie se la ha enseñado ... hasta el punto de que tales «católicos» piensan con los mismos criterios del «mundo» ... y si eso es así -y lo suele ser, casi siempre- tales personas no son católicas, en realidad, puesto que han perdido la fe y piensan como los paganos. No tienen fe, sin más. «Ahora bien, sin fe es imposible agradar a Dios, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan» (Heb 11, 6). Y esto no es aplicable sólo a los seglares. Es más: no son los seglares los que tienen la mayor culpa, sino los malos pastores, aquellos que tenían la obligación de procurar a sus fieles pastos abundantes, para que crecieran en la fe y en el amor a Jesucristo y a su Iglesia. En este proceso ha tenido mucho que ver la nefasta influencia del CVII (en sí mismo y no en sus interpretaciones, como dicen algunos, dando por supuesto que todo cuanto se dice en el Concilio es bueno y que el problema lo tienen aquellos que no lo interpretan correctamente). No es así. Por desgracia, además, son muchos los «pastores» falsos que se encuentran en las más altas Jerarquías de la Iglesia; y están haciendo mucho daño al Cuerpo Místico de Cristo, en sus miembros que son todos los bautizados.

Por supuesto que siguen habiendo buenos pastores en la Iglesia: pastores y también seglares, que son santos y que profesan un gran amor a Jesucristo y a su Iglesia. Esto es lo que aún mantiene a la Iglesia y lo que hace que sigan siendo ciertas aquellas palabras que Jesucristo pronunció, dirigiéndose a Simón y cambiándole el nombre: «Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18). Y aquellas otras, cuando dijo: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24, 35).

De no ser así, sería posiblemente una señal de que habríamos llegado ya al final de los tiempos, o que estaríamos muy cerca de él ... En realidad, aunque no se puede afirmar con certeza, no sería de extrañar que este fin no esté ya muy lejos en el tiempo. ¿Por qué? Pues porque se están produciendo, prácticamente, todas las señales de las que hablaba Jesús, con relación a este final, al decir «Cuando veáis la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel (*) erigida en el lugar Santo -quien lea, entienda- ...» (Mt 24, 15; Mc 13, 14; Lc 21, 20)

[(*) El profeta Daniel en el Antiguo Testamento, predijo que en un tiempo futuro tendría lugar la abominación de la Desolación en el lugar santo: Daniel 9, 27; 11, 31; 12,11. Dicha abominación será posterior a la supresión del sacrificio cotidiano, es decir, a la supresión del sacrificio de la Santa Misa]

Las palabras de Jesús, refiriéndose a aquel momento, son estremecedoras: «Habrá entonces una tribulación tan grande como no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si no se acortasen tales días, nadie se salvaría; mas, por amor a los elegidos, se abreviarán aquellos días» (Mt 24, 21-22)

No cabe duda de que gracias a los santos (también los que están ya en la Iglesia triunfante) y a sus oraciones, son bastantes los cristianos que se mantienen en la fe verdadera todavía. Pero tampoco cabe duda de que «el príncipe de este mundo» (es decir, el Diablo) está ya en acción y cosechando mucho éxito: la apostasía, a nivel mundial, es algo que, por desgracia, salta a la vista, incluso para el observador menos perspicaz.

Me vienen a la mente las siguientes palabras del Apocalipsis, aquellas que se refieren al Anticristo, o sea, a la primera bestia a la que el Dragón, que es el Diablo, le dio su poder, su trono y un poderío grande (Ap 13, 2b). «La tierra entera corrió admirada tras la bestia, y adoraron al Dragón, porque dio el poderío a la bestia; y se postraron ante la bestia, diciendo: '¿Quién hay semejante a la bestia y quién puede luchar contra ella?'» (Ap 13, 3b-4). Y más adelante dice, refiriéndose también a esta primera bestia: «Se le concedió hacer la guerra contra los santos y vencerlos; se le concedió también potestad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán todos los habitantes de la tierra, aquellos cuyo nombre no está inscrito, desde el origen del mundo, en el libro de la vida del Cordero que fue sacrificado. Quien tenga oídos, oiga» (Ap 13, 7-9).

Se habla, a continuación, de una segunda bestia, a la que se considera como el falso profeta, el precursor del Anticristo [al igual que Juan Bautista era el precursor de Cristo] Esta segunda bestia, dice el Apocalipsis,  «tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, aunque hablaba como un Dragón. Y realiza en su presencia todo el poder de la bestia primera, haciendo que la tierra y todos sus habitantes adoren a la primera bestia» (Ap 13, 11-12). Y aquí sería bueno prestar atención al hecho de que la bestia segundo se presenta con apariencia de cordero (como buena ante los ojos de muchos, que serán engañados por la fama y el poder de esta segunda bestia, que es el falso profeta) ... pero, en realidad, habla las palabras de su Jefe, el Diablo (el Dragón), que odia a Dios y a su enviado, Jesucristo. 

No sabemos nada acerca de esa hora «ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mt 24, 36) [Se refiere al Hijo, en cuanto hombre, con respecto a la misión que, como tal, su Padre le había encomendado. Es evidente que sí lo sabe, en cuanto Dios que es, al igual que el Padre, pero no es su misión dar a conocer esa hora a nadie

¿Qué hacer, entonces? Sencillamente, lo que Jesús nos dijo que hiciéramos: «Velad, pues, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor» (Mt 24, 42). «Y estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24, 44)

José Martí