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jueves, 27 de diciembre de 2018

Caponnetto: La Iglesia traicionada. Error, ignorancia, confusión y mentira



Conversación con el profesor Antonio Caponnetto, por Vito Palmiotti

(Nota: este artículo es la traducción de Adelante la Fe -revisada y aprobada por el prof. Caponnetto- del original italiano publicado por Marco Tosatti en su blog)

Con motivo del XXI Encuentro de Formación Católica de Buenos Aires, organizado por el Círculo San Bernardo de Claraval, que tuvo lugar entre los días 5 y 7 del pasado mes de octubre con el título de «La liturgia, fuente y expresión de la fe: el padre de la mentira lo sabe», y que tuvo como invitado especial a monseñor Nicola Bux, nos hemos reunido con el profesor Antonio Caponnetto, que es filósofo, historiador y poeta. Habló después de los conferenciantes, y es una personalidad destacada de la Iglesia Católica argentina. Autor de varios libros y artículos, ha respondido con claridad, franqueza y esperanza a nuestras preguntas, no obstante su preocupación por cuanto está sucediendo en la Iglesia. Ha sido testigo privilegiado de los numeritos del cardenal Bergoglio cuando éste era arzobispo de Buenos Aires, del cual ha descrito los rasgos más sobresalientes, examinando minuciosamente sus actos y palabras en el libro La Iglesia traicionada, publicado el año 2010. Por añadidura, el año pasado publicó No lo conozco; del iscariotismo a la apostasía, igualmente sobre el cardenal Bergoglio, elegido papa Francisco en 2013.


P.: Profesor, usted sabe que en Europa, y también en otras partes del mundo, reina el desconcierto por los escándalos que han salido a la luz en la Iglesia. Usted sabe que en esos escándalos está implicada la jerarquía. Es muy doloroso, porque muchos fieles se sienten tentados a abandonar la Iglesia. A pesar de ello, aumenta en el mundo la resistencia de numerosos católicos, laicos sobre todo. Es más, son laicos fieles que no se resignan a ver a la Iglesia Católica en semejante estado de división.

Se habla ya de una neoiglesia que aspira a sustituir a la Iglesia Católica. En realidad los cristianos deberían anunciar al mundo el Evangelio de Cristo y no llevar el mundo –es decir, cuanto se opone a Cristo– a la Iglesia. Se desea abrazar el mundo sosteniendo que eso es lo que quiere Jesucristo. Sabemos, sin embargo, que Jesucristo vino al mundo para que éste se salvase por medio de Él, arrebatándoselo al príncipe de este mundo.

Cuando nos bautizamos, se nos pregunta: «¿Renuncias a Satanás? ¿Y a todas sus obras? ¿Y a todas sus pompas?» Y respondemos: «Renuncio». Y luego: «¿Crees en Dios Padre? ¿Crees en Jesucristo? ¿Crees en la Iglesia?» Y respondemos: «Creo». Ésa es la fe. Hoy en día, se diría por el contrario que esa fe está en crisis. Hace bastante tiempo que usted es uno de los laicos más empeñados y fieles en la Iglesia Católica, en dar testimonio católico. Usted sabe que cuando los adversarios de la Iglesia quieren impedir el testimonio de los laicos los tildan de católicos reaccionarios, de derecha, conservadores, etc.

El año pasado el cardenal Sarah dijo a los católicos reunidos en Roma con ocasión de la peregrinación Summorum Pontificum: «No sois tradicionalistas, sois católicos». Es más, actualmente el enfrentamiento que se observa en la Iglesia no es entre tradicionalistas y progresistas, sino entre católicos y modernistas. Desgracidamente, en este contexto desempeña un papel ambiguo Francisco, que desde que es papa permite que el sector de la Iglesia que ha abrazado las modas actuales (= modus hodiernus), es decir el modernismo, se sienta legitimado. En el libro que usted publicó en 2010, La Iglesia traicionada, anticipó todo esto porque, buen conocedor de Jorge Mario Bergoglio, lo llama primado de Pérgamo y cardenal de Laodicea. Quien no conozca bien el Apocalipsis no lo sabe, pero Pérgamo y Laodicea eran dos iglesias que hoy ya no existen, y el apóstol San Juan las recriminó por su traición y su indolencia. ¿Podría decirnos qué podemos aprender de esta imagen tan eficaz para entender el momento que atraviesa actualmente la Iglesia?


R.: He mencionado la imagen apocalíptica de las dos iglesias precisamente por la fuerza expresiva que tienen, ya que ambas iglesias son, de modo diverso pero convergente, símbolo de traición, deslealtad, infidelidad y apostasía.

Como se dijo antes, el enfrentamiento es entre católicos y no católicos, entre católicos y modernistas, entre católicos y herejes. Percibo en ambas iglesias una síntesis joánica, una síntesis del cambio, de la trágica transición que estamos viviendo y que he descrito con las palabras «del Iscariotismo a la apostasía».

Por tanto, para mí, Pérgamo y Laodicea son iglesias que vuelven a estar de actualidad. Es algo que nos hiere y nos divide. Todo esto me causa un profundo dolor. Pero esto es lo que se puede entender a la luz del Apocalipsis. El escritor francés Leon Bloy, muy conocido también entre nosotros, decía que cuando quería conocer las últimas noticias le bastaba con leer el Apocalipsis.

Esta frase es muy significativa. Leyendo el Apocalipsis entendemos el pontificado de Bergoglio. Él es el jefe de aquellas dos iglesias (Pérgamo y Laodicea), o mejor dicho, de una iglesia que revive hoy las mismas características de aquellas: es apóstata, hereje, blasfema, sacrílega y traicionera.

Todo eso se puede demostrar punto por punto. Ninguno de esos adjetivos es excesivo. Es un caso único el de Bergoglio, porque no hay persona que pueda sintetizar todo este mal. Pero quien ha conocido a Bergoglio en Buenos Aires sabe que es posible. Me vienen a la memoria las palabras con que San Pío X definió el Modernismo: síntesis de todas las herejías. En este caso se ve diáfanamente. Un botón de muestra: en una entrevista concedida a Scalfari, Bergoglio se atrevió a negar que exista el infierno, y hace poco exhortó a rezar por la Iglesia atacada por el demonio.

Se podrían poner numerosos ejemplos, pero simbólicamente nos limitaremos a tres, como las tres negaciones de San Pedro: primero, afirmar que Cristo se hizo diablo; segundo, elogiar públicamente a Lutero; y tercero, sostener que en la Consagración se opera un cambio en la función de las especies del pan y del vino, en lugar de la Transustanciación.

Pero insisto, la lista de sus ideas erróneas es interminable. No se trata, pues, de una cuestión personal, sino de conceptos. No juzgamos la persona, sino los errores que difunde.

P.: Para los católicos, el Papa es una figura importante que diferencia a la Iglesia Católica de todas las demás iglesias y comunidades. Por consiguiente, a muchos católicos informados les cuesta pensar que el problema sea el propio pontífice. Por eso usted comprende que haya muchos católicos a los que les cause dificultades, tal vez porque no tienen un conocimiento profundo de las verdades de fe con las que tropieza el Santo Padre. No todo el pueblo católico está formado, y mientras tanto van en aumento los que caen en la cuenta. Entonces, es necesario explicar que hay que conocer los antecedentes culturales del papa Francisco. En Buenos Aires han ha conocido de cerca al cardenal Bergoglio. El mundo no lo conocía y asiste ahora a sus numeritos. ¿Qué nos puede decir a este respecto?

R.: Todo lo que hizo en Buenos Aires a escala reducida lo está haciendo a gran escala ahora. Los mismos daños que habíamos observado aquí los hace ahora sentado en el trono de San Pedro. Yo creo que hay cuatro maneras de oponerse a la verdad: el error, la ignorancia, la confusión y la mentira. Aquí en Buenos Aires, Bergoglio actuaba así, pero la peor de estas cuatro cosas es la mentira, porque nos acerca al demonio, que es padre de la mentira y mentiroso desde el principio.

Por eso, sólo podemos entender esta realidad a la luz del misterio de iniquidad. Sin duda Dios lo permite en aras de un bien mayor que en este momento quizá no alcancemos a entender. Respecto a este punto albergo mucha esperanza. No me siento desesperado ni derrotado. Precisamente porque esta situación se entiende a la luz del Apocalipsis, que es un libro de esperanza y consuelo. No es un libro de terror y desesperación. Es un libro que nos enseña a tener esperanza y reconocernos como pequeño rebaño. Así que cuando se cumplan estos signos debemos alzar la cabeza porque se acerca la salvación.

Por lo tanto, tenemos que transmitir dos cosas a los católicos: la gravísima crisis por la que atravesamos; insisto, es un itinerario que va desde el Iscariotismo a la apostasía. Al mismo tiempo, debemos infundirles esperanza, pero no la esperanza natural infraterrena, intrahistórica, inmanentista, sino la esperanza sobrenatural y teologal.

Todo esto está sucediendo con el permiso de Dios, en aras de un bien superior. Debemos esperar. Decía Santa Teresa de Ávila que la esperanza es la virtud del peregrino. Y eso somos: peregrinos suplicantes.

Pero me gustaría insistir en algo que saben los amigos aquí presentes. A mí esta situación me produce un dolor tremendo, una herida, porque pertenezco a una generación que fue educada para servir al Papa con orgullo. Por eso, no poderlo servir y encima enfrentarme a él para desenmascararlo me causa gran sufrimiento. Nos sentimos heridos en el alma, y emocionalmente resulta muy violento oponerse a quien ocupa el solio de San Pedro. Esto sólo lo puede entender quien nos conoce. Pero no podemos callar lo que hemos visto y oído, porque recordamos la frase de San Pablo (1 Cor.5,5), que afirma haber entregado a Satanás a un miembro perverso de la comunidad, o sea haber cortado con él, para que todos entendiesen el problema.

Esta mañana leí la noticia de un sacerdote ecuatoriano de 91 años que ha sido reducido al estado laical por haberse descubierto su pasado de pedófilo. Está bien, estoy de acuerdo, pero ¿qué es peor? ¿La fornicación carnal o la espiritual? Porque existe una fornicación espiritual que está presente en el libro del Apocalipsis: la meretriz con la que han fornicado los reyes de la Tierra. Esto es, la falsificación de la verdad de Jesucristo. La fornicación espiritual es el fundamento de la carnal.

Pues bien, ¿cómo es posible que un sacerdote de 91 años sea destituido de su condición sacerdotal, y con justicia, mientras a los fornicarios espirituales se les permite seguir gobernando la Iglesia? También en este último caso se debería aplicar la sanción prevista. Por eso, estoy muy de acuerdo con lo que ha pedido monseñor Viganò a Bergoglio: que renuncie a la Sede petrina. Hay que decirle: “Basta, hasta aquí nomás, no siga haciendo daño”.

Si a Bergoglio se le aplicase el canon 194, automáticamente sería destituido como papa. No soy canonista, pero si en las circunstancias actuales se aplicara el canon 194, sería muy difícil mantener la autoridad eclesiástica de Bergoglio. Han sido tantas las traiciones a la recta doctrina que no es posible ver hasta qué punto es legítimo el ejercicio de este pontificado. Es más, la legitimidad es dudosa desde el principio si se tiene en cuenta la maniobra del llamado Club de San Galo, ya conocido de todos. Sería necesario un verdadero arrepentimiento, una rectificación concreta de los errores, una conversión sincera, un cambio de rumbo para reparar los errores difundidos. En caso contrario, sería preferible que renunciara.

El mismo Paulo VI reconoció al final de su vida que convenía que lo sucediera alguien más fuerte que él y no atado por sus debilidades. En este caso hay mucha más debilidad. En Amoris laetitia, en Veritatis gaudium, en Laudato sì y en Gaudete et exultate hay mucho más que debilidades: lo que hay es una falsificación de la doctrina católica.

P.: Muchos laicos por el mundo, como dijo Juan Pablo II, se están poniendo de pie y, con respecto a la situación del Romano Pontífice, están tomando la palabra y diciendo lo que tienen muchas ganas decir. Laicos que como aquí, en la Asociación San Bernardo, dan ejemplo de resistencia. Como diría Benedicto XVI, son aquella «minoría creativa» que hace renacer la Iglesia. Esta es la esperanza que ya se ve en muchas partes del mundo. A tantos laicos que se sorprenden de los dubia de los cardenales, a la corrección filial, y hasta a un dossier como el presentado por monseñor Viganò –esta mañana me ha dicho un sacerdote jesuita que es un regalo de Dios por el valor que ha tenido para hacer portavoz de lo que él mismo ha podido conocer de vista y de oídas–, ¿qué consejos, qué sugerencias podremos proponerles para que, respetando la función del primado petrino, que es fundamental para la Iglesia Católica, practiquen la obediencia a la manera del beato John Henry Newman en su famoso brindis al Duque de Norfolk: la obediencia debe estar siempre ligada a la conciencia; hay que obedecer al Papa cuando custodia el depósito de la Fe, y no cuando expresa sus opiniones personales. En fin, para concluir, ¿qué consejos podría ofrecer en estos tiempos de resistencia?

R.: Yo diría que el primer consejo sería el que nos dejó el propio San Pedro: saber que el diablo ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Pero debemos resistir firmes en la Fe. El segundo consejo nos lo dio San Pablo: dar testimonio de la verdad a tiempo y a destiempo, lo cual es, como diríamos hoy, políticamente incorrecto. Pero si no hablamos nosotros, el testimonio lo gritarán las piedras. Hay que gritar incluso desde los tejados, que hoy en día son los medios de comunicación. El tercer consejo es conservar y dar esperanza a todos los que la necesitan; y el cuarto, crecer en sabiduría y en gracia; y sobre todo no tener miedo. Las cosas de acá abajo pasarán, por eso tenemos que buscar las de Arriba.

Éstas son las palabras que nos dejó el Señor para los tiempos de adversidad, para estos últimos tiempos en los que estamos viviendo. Por eso, no debemos caer en la desesperación; el Señor nos lo ha revelado de antemano. Lo que estamos viviendo estaba anunciado. La dificultad no estriba en recordar que el Señor nos lo ha dicho, sino en darnos cuenta de que lo estamos viviendo para poner en práctica sus consejos.

A los más jóvenes les recalco un consejo en particular: alégrense y regocíjense en el Señor. Debemos combatir la batalla con alegría, con regocijo, con júbilo; en caso contrario no producirá frutos de santidad, porque un santo triste es un triste santo. De modo que debemos esforzarnos por volver a alegrarnos, a exultar sabiendo que luchamos por la verdad.

P.: El Corazón Inmaculado triunfará.

R.: Totalmente de acuerdo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

Comisión "Ecclesia Dei" estaría a punto de desaparecer, al menos tal y como se la conoce



NOTAS: 


 


Discurso del Papa Francisco a la Curia romana en las Navidades de 2018 (3) LA FELICIDAD (José Martí)


Hoy en día -esto es un hecho innegable, más que comprobado- hay una verdadera persecución contra los cristianos y contra Jesucristo. ¿A qué puede ser debido esto? Pues, aunque parezca extraño, lo cierto es que el mundo no soporta el amor, no soporta el verdadero amor, el que Jesús nos enseñó, porque este amor va necesariamente unido a la cruz. No entienden que no se trata de una cruz cualquiera sino de una cruz llevada por amor a Jesucristo, sin lo cual no tendría dicha cruz no tendría ningún sentido.

Todos buscan la felicidad. Esto es una condición de toda persona, que le viene dada con su naturaleza. Nadie quiere ser desgraciado, evidentemente. Eso sería absurdo. El problema no es el qué sino el cómo se logra la felicidad. Según el criterio mundano, la felicidad está relacionada con tener: más dinero, más placer, más fama, más poder, más confort, etc ..., no importando demasiado el aspecto moral, que hace referencia al ser.  Piensa el hombre que será feliz si posee todo eso. ¿Pero qué es todo eso sino avaricia, lujuria, vanidad, soberbia, pereza, ... ? Es ésta una visión inventada por el hombre, que se considera a sí mismo como medida de todas las cosas, hasta el punto de que no consiente que nadie le imponga lo que está bien y lo que está mal; él es quien lo decide: su "conciencia", a la que le da un valor absoluto. Esta posición, abocada al relativismo, hace imposible la convivencia entre las personas. Lo que para uno es bueno,  para el otro es malo: ¿cómo va a ser posible el diálogo entre personas que no se ponen de acuerdo en el significado de las palabras? Esta situación sólo conduce al caos, a la violencia, al desamor y a la infelicidad.

Y entonces llega Jesús y trastoca esa visión de la vida.  La historia (tanto la historia de miles de años como la propia historia personal de cada uno) ha demostrado que el afán por la posesión de cosas convierte al ser human en un títere de esas cosas, las cuales lo dominan. Se cumple lo que decía Jesús, con absoluta certeza: "Os lo aseguro: el que comete pecado, es esclavo del pecado". (Jn 8, 34).

La felicidad, la auténtica, aquélla que nos hace libres, sólo es posible si se vive en la verdad: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32), decía Jesús. No una verdad cualquiera sino la que se adquiere por ser sus discípulos, y serlo precisamente por permanecer en su Palabra. Eso es lo que nos lleva a conocer la verdad y a conocer, sobre todo, a Aquél que, Él mismo, es la Verdad. Eso es lo que nos conduce a ser realmente libres, pues "donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2 Cor 3, 17).

No es la posesión de cosas, la soberbia, la vanidad o la ambición lo que hace feliz al hombre; por el contrario, lo esclaviza haciéndolo un pobre desgraciado, por mucho dinero, poder o fama que tenga: "El que quiera salvar su vida, la perderá" (Mt 16, 25a). Perderá su vida ya aquí en la tierra y luego perderá también la vida eterna. En cambio, "el que pierda su vida por Mí - decía Jesús- la encontrará" (Mt 16, 25b). Encontrará su verdadera vida, ya aquí en la tierra, y luego la vida eterna: "Todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campo, por mi Nombre, recibirá el ciento por uno [ya en esta vida (Mc 10, 30)] y gozará de la vida eterna" (Mt 19, 29).

El confort, la comodidad, el afán por ser reconocidos por otros, el miedo al qué dirán, el deseo de medrar a toda costa, el egoísmo, en definitiva, llevan a los seres humanos a no querer complicarse la vida por los demás. Se tiene miedo al Amor y al compromiso que éste conllevaPor eso el mundo odia a Jesucristo y a todo cuanto esté relacionado con Él. Le molesta, porque el Nombre de Jesús va siempre unido a la Cruz

San Pablo, en cambio, al contrario de lo que hoy sucede, no se avergonzaba de Jesús y lo proclamaba abiertamente: "Nosotros -decía- predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres(1 Cor 1, 23-25)

La cruz de Cristo nos recuerda continuamente que el hombre no es la medida ni  el centro de todas las cosas, el ser humano no puede decidir acerca de lo que es bueno o malo; y menos aún si algo es o no es. Eso es algo que le compete sólo a Dios. La felicidad no es lo que el hombre decide que sea, sino que está condicionada por la realidad de las cosas, tal y como éstas han sido creadas por Dios; y sólo es posible alcanzarla en la unión amorosa con Él

Por eso, en esta situación de  rechazo de Dios y de apostasía, en la que vive el mundo, es imposible que el hombre pueda encontrar la felicidad, por más que se esfuerce en encontrarla; sin la unión con Dios, manifestado en Jesucristo, Nuestro Señor, nadie puede alcanzar la verdadera felicidad"Ningún otro Nombre hay bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12). El rechazo de Dios por parte del mundo es un rechazo del Amor,  pues "Dios es Amor" (1 Jn 4,8) ... y sin amor, ¿qué sentido tiene la vida? Negando a Jesucristo el hombre se condena, por propia voluntad, a una vida de vacío, soledad y desesperación,  ya en este mundo, ... y luego a la condenación eterna.

La felicidad auténtica, la única felicidad posible, tanto en este mundo como en el otro, se encuentra sólo, única y exclusivamente, en el amor a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre,  el cual, por puro amor, se entregó por nosotros (por todos y cada uno) para conseguirnos la salvación ... poniendo como única condición que aceptáramos el Amor que Él nos ofreció, dando su Vida por nosotros, y que lo hiciéramos conforme a las reglas propias del verdadero amor, cuales son la entrega libre, en totalidad y sin reservas, de nuestra vida, a Aquél que entregó su Vida por nosotros ... todo ello en perfecta reciprocidad de Amor, porque, según sus designios,  nos ha dado esa posibilidad, al participar, por la gracia santificante, recibida en el bautismo, de la condición de verdaderos hijos de Dios.

Unidos con Jesucristo, en el Espíritu Santo, que se nos ha dado gratuitamente, hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina,  y estamos realmente capacitados para esa Entrega recíproca de vidas entre Dios y cada uno de nosotrosPor Él -dice San Pablo- tenemos unos y otros libre acceso al Padre en un mismo Espíritu (Ef 2, 18). Por tanto -continúa diciendo- ya no sois extraños y advenedizos, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios (Ef 2, 19).

Se cumple así el conocido dicho de"amor con amor se paga". Eso sí -no debemos olvidarlo- este amor  ha de ser entendido del modo en el que Dios lo entiende, único modo verdadero de entenderlo, amor que viene resumido, de alguna manera, en estas palabras del mismo Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13) ... y es que la medida del amor es un amor sin medida ... algo que el mundo no está dispuesto a tolerar ... y de ahí las persecuciones: Acordaos de la palabra que os dije: "No es el siervo más que su Señor". Si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a vosotros (Jn 15, 20).
José Martí (Continuará)

Discurso del Papa Francisco a la Curia romana en las Navidades de 2018 (2) LAS ARMAS DEL CRISTIANO (José Martí)

Como venía diciendo en el post anterior, con relación al discurso del Papa Francisco a la Curia, en la Navidad de este año, es preciso admitir su ortodoxia en casi todo lo que dice, lo que es de agradecer. Se ha ceñido exclusivamente al escrito que tenía entre manos, redactado bien por él mismo o bien ayudado por personas de su confianza, y poniendo sumo cuidado en cada una de las expresiones utilizadas.

En ese mismo post también decía que no debemos dejarnos engañar; y que la regla a tener en cuenta, para evitar ser engañados (regla que nunca falla) nos la dio Jesús mismo, para que aprendiéramos así a discernir entre la verdad y la mentira (por más que ésta se muestre con apariencia de verdad e incluso aun cuando muchas de las cosas que se digan sean realmente verdad ... si no se dice toda la verdad). La regla a seguir es la simple aplicación del sentido común:"Por sus frutos los conoceréis" (Mat 7,20). Si estas palabras fueron pronunciadas por Jesús es porque conoce muy bien a los seres humanos y sabe hasta qué punto son capaces de llegar -hasta negar, incluso, la evidencia- cuando se separan de Dios. 

Comienza el discurso de Francisco con un bello pasaje de la carta del apóstol san Pablo a los romanos: «La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz» (Rm13,12). Y ciertamente es eso lo que tenemos que hacer, como cristianos. En eso consiste nuestra verdadera preparación para recibir dignamente al Señor.

Quisiera dedicar esta entrada y la siguiente a meditar en esas palabras del Apóstol San Pablo, poniendo por escrito el resultado de esta reflexión. En sucesivas entradas, me dedicaré a comentar algunos apartados del discurso en cuestión.


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En realidad, siempre ha sido ésa la actitud de un verdadero cristiano, pero en la situación actual de la Iglesia y del mundo de hoy, estas palabras cobran una actualidad todavía mayor que cuando fueron escritas y predicadas. Es preciso que los cristianos tomen conciencia de la gravedad de los hechos que se están produciendo en el seno de la misma Iglesia. y que su actitud sea la de luchar, en una lucha constante, sin conceder ningún momento al descanso, pues el diablo no duerme. Por eso,"no durmamos como los otros, sino vigilemos y seamos sobrios" (1 Tes 5, 6). Es ésta una obligación que tenemos todos los cristianos. San Pedro, por ejemplo, el primer Papa, decía ya a los cristianos de entonces y nos lo dice igualmente a los de ahora [pues es Palabra de Dios, la cual nunca pasa y siempre es actual]: Sed sobrios y vigilad. Mirad que vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe ...(1 Pet 5, 8-9)

La vida del hombre sobre la tierra es milicia (Job 7, 1), es lucha. Y esto, que es cierto para todo hombre,  lo es aún más para los cristianos. Nuestra lucha debe de tener lugar cada día y en cada momento del día, para no decaer en nuestro afán y poder así levantarnos, si caemos.

Pero, ¿qué tipo de armas necesitamos? ¿Cómo podremos vencer a nuestro gran Enemigo, que es el Diablo? La respuesta es que no hay otras armas de las que pueda hacer uso un cristiano que no sean aquellas de las que hizo uso su Maestro, es decir, "las armas de la Luz" (Rom 13, 12) a las que alude Francisco al comienzo de su discurso de Navidad. San Pablo, poco más adelante, habla de que el cristiano debe "revestirse del Señor Jesucristo" (Rom 14, 14), quedando así más claro todavía aquello a lo que se refiere Pablo cuando habla de "armas de La Luz"

La victoria del cristiano sobre el mundo es segura, pero debe de tener muy claro que con sus solas fuerzas humanas tal victoria no sería nunca posible; pero contamos con la fuerza de Dios que actúa en nosotros cuando estamos en gracia y el Espíritu de Jesús mora, entonces, en nosotros. Nadie puede vencer a Dios. Y nadie puede, por lo tanto, vencernos, si Dios está en nosotros y con nosotros. Éste es el convencimiento, sin sombra alguna de dudas, que debe de tener un cristiano ... y no debe buscar otra salida o solución posible: sería inútil y una pérdida de tiempo. La Palabra De Dios es muy clara y nuestra obligación es la de ser fieles a esa Palabra transmitida a los santos de una vez para siempre (Judas, 3).

Las armas que debe usar el cristiano vienen muy bien explicadas por el Apóstol san Pablo, en su carta a los efesios, capítulo 6, versículos del 10 al 20. Copio algunos de estos versículos, para refrescar la memoria. Dice así el Apóstol a los efesios:

"Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del Diablo" (v. 11); un mandato (obsérvese el verbo en imperativo)  en el que vuelve a insistir un poco más adelante: "Tomad la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y permanecer firmes cuando todo se cumpla" (v. 13). Acto seguido nos recuerda cuáles son esas armas que tenemos que utilizar, las únicas que nos pueden dar la victoria sobre el mundo, en general,  y sobre ese "mundo" que todos llevamos en nuestro interior y del que tanto nos cuesta desprendernos:
"Tened ceñida la cintura con la VERDAD, revestidos con la coraza de la JUSTICIA, y calzados los pies, prontos para anunciar el Evangelio de la PAZ, tomando en todo momento el escudo de la FE, con el cual podáis apagar los dardos encendidos del Maligno. Tomad también el yelmo de la SALVACIÓN y la espada del Espíritu, que es la PALABRA DE DIOS; ORANDO EN TODO TIEMPO, en el Espíritu, con toda clase de oraciones y súplicas; VIGILANDO, además, con toda CONSTANCIA ..." (v. 14-18)
Y todo esto es así porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los Principados y Potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que están por las regiones aéreas (v. 12).

De ahí que sin esta armadura divina seríamos incapaces de hacer frente a las tentaciones a las que siempre vamos a estar expuestos en esta vida, a consecuencia de la herida que dejó en nuestra naturaleza el pecado original cometido por nuestros primeros padres. Tenemos que estar, por lo tanto, muy alerta para poder resistir y vencer en esa lucha contra nuestras inclinaciones torcidas: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza, egoísmo, olvido de nuestro destino trascendente, desesperación, etc...

Hay también otra tentación, que hoy en día es muy frecuente ... y es la despreocupación por nuestra salvación y el pensar -erróneamente- que estamos ya salvados y que no tenemos necesidad, por lo tanto, de luchar por nuestra salvación: "Dios es misericordioso", nos decimos, pero no tenemos ninguna excusa: entendemos muy mal la Misericordia divina, que siempre va acompañada de la Justicia. Nunca se da la una sin la otra. Es más: en Dios, Justicia y Misericordia son una misma cosa, aunque nos cueste trabajo entenderlo, dado que nos desenvolvemos en el terreno del misterio.

Esta teoría de la salvación universal, que está muy extendida por todo el mundo,  es auténticamente diabólica. Así lo dice san Pablo, en otro lugar, afirmando que nuestra lucha es, en realidad, contra el Diablo, aquel de quien Jesús afirmó de un modo tajante, claro y explícito, que era padre de la mentira y de todos los mentirosos (cfr Jn 8, 44-47). De manera que nuestro Enemigo auténtico es el Diablo ... y sólo podremos vencerlo si usamos las armas de Dios. 

Lo cual supone que haya en nosotros una convicción absoluta acerca de la verdad de todos y cada uno de los hechos descritos en los Evangelios, hechos históricos, ocurridos realmente y que no son fábulas propias de aquella época o cuentos para niños, como algunos (enemigos de Dios) pretenden hacernos creer. De ahí la importancia esencial de la FE en lo sobrenatural. Sin ella estamos perdidos. Y debemos pedirle al Señor, cada día, que nos aumente la Fe.

Tenemos necesidad de hacernos como niños ante Dios, único modo de alcanzar la salvación que Dios ha prometido a los que le aman: Os lo aseguro: si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 18, 3).  Estas palabras son Verdad: están en los Evangelios. ¿Cuándo nos fiaremos de las palabras de Jesús, cuándo nos las creeremos de corazón? ¿Acaso pensamos que Él nos puede engañar? Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). "Me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal 2, 20), dice San Pablo. ¿Cómo podemos no fiarnos, con todo nuestro ser, de las palabras de Jesús quien, siendo Dios como era, "se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 7-9).

Todo esto lo hizo por puro amor y para enseñarnos a amar de verdad, conforme a su Espíritu: "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1) pues "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Y él dio su Vida por nosotros. Si no nos fiamos de Aquél que tanto nos ha amado y nos ama, sin ningún merecimiento de nuestra parte, ¿de quién nos vamos a fiar?

Por eso, el verdadero cristiano -en contra de lo que dice el papa Francisco - (véase también aquí) tiene una seguridad absoluta, sin dudas de ningún tipo, en lo que se refiere a la Palabra de Dios, rectamente interpretada por la Tradición y el Magisterio de la lglesia de veinte siglos: una seguridad de tal índole que le lleva incluso a dar la vida antes que renegar de su fe en Jesucristo, a quien ama con todas las fuerzas, con todo su corazón, con toda su alma y con todo su ser. 

Y a quien tiene tal seguridad y tal convencimiento con respecto a la Verdad del Amor de Dios, ¿cómo puede darle igual que los demás no se beneficien de esa gracia y de ese conocimiento de Dios que es el único que les puede conducir a ser realmente felices? Por eso, es falso decir, como dijo Francisco que el proselitismo entre cristianos es, en sí mismo, un pecado grave ... porque contradice la dinámica misma de cómo se llega a ser y se sigue siendo cristiano. Vemos que no es así. Tenemos ya la experiencia de muchos siglos de historia de la Iglesia. Los mártires (y, en general, todos los santos)  fueron personas con una fe absoluta y total en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Se fiaron de Él y arrastraron a esa fe a muchos hombres, respetando su libertad (hicieron proselitismo) y ahora son bienaventurados, porque supieron amar del mismo modo en el que Dios los amó, en Jesucristo. ¿Cómo puede decir el papa Francisco que el proselitismo es una enorme tontería y, además, que es -en sí mismo- un pecado grave. Ciertamente, eso no es Magisterio, pues entonces los santos, a quienes veneramos, no estarían en el cielo, sino en el infierno, por haber llevado almas al Señor.


José Martí (continuará)