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jueves, 10 de enero de 2019

Francisco de inocente a culpable. Malas noticias desde su Argentina (Sandro Magister)


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Tiempos difíciles para el nuevo equipo de funcionarios de prensa del Papa. La primera declaración pública que Alessandro Gisotti, el nuevo director de la sala de prensa de la Santa Sede, ha emitido luego de su debut en su cargo se refiere al caso de un obispo argentino (en la foto) que corre el riesgo de hacer añicos la estrategia adoptada por Francisco para afrontar la cuestión de los abusos sexuales cometidos por ministros consagrados.
Es la estrategia que inspira también la carta enviada por el Papa a comienzos de año a los obispos de Estados Unidos reunidos para los ejercicios espirituales, en vista de la cumbre que desde el 21 al 24 de febrero reunirá en Roma a los presidentes de todas las conferencias episcopales del mundo.
También en esta carta, en efecto, como ya había hecho anteriormente con los obispos de Chile, Francisco se coloca del lado de los que no tienen poder y de las víctimas del poder, es decir, del inocente “pueblo de Dios”, contra la casta clerical que abusa efectivamente del sexo, pero a su juicio abusa más que nada y ante todo precisamente del “poder”.
No importa que, en el caso de Chile, Francisco hubiese defendido él mismo, hasta el final y contra toda evidencia, la inocencia de obispos de los cuales tuvo que reconocer finalmente la culpabilidad. Ni tampoco importa que en el caso de Estados Unidos pese sobre él la acusación de haber dado cobertura y honores a un cardenal, Theodore McCarrick, del que lamentablemente conocía sus reprobables prácticas homosexuales. En uno y otro caso, Francisco se auto absolvió o inculpó a quien le había aconsejado mal, negándose a responder a quien – como el ex nuncio en Estados Unidos, Carlo Maria Viganò – lo cuestionó personalmente. Y también en la cumbre de fin de febrero él se aprestaba a reproducir esta dinámica típicamente populista, con él revestido como purificador de una casta clerical sucia de poder.
Pero ahora que explotó el caso del obispo argentino Gustavo Óscar Zanchetta, todo esto se ha vuelto más difícil para el Papa.
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Quien dio a conocer el caso, el día de Navidad, fue el diario argentino “El Tribuno”, [de la provincia de Salta], dando la noticia que tres sacerdotes de la diócesis de Orán habían denunciado al nuncio apostólico a su obispo Zanchetta por abusos sexuales contra una decena de seminaristas, y que también por eso, el 1 de agosto del 2017, el Papa había removido de la diócesis al obispo.
Al contestar el 4 de enero a estas noticias y a las consiguientes preguntas de los periodistas, el director de la sala de prensa, Alessandro Gisotti, afirmó que Zanchetta “no había sido removido”, sino que “fue él quien renunció”; que las acusaciones de abuso sexual “remiten a este [último] otoño” y no antes; que las investigaciones en curso en Argentina “deben llegar todavía a la Congregación para los Obispos”; y que de todos modos “durante la investigación previa monseñor Zanchetta se abstendrá del trabajo” que desarrolla actualmente en el Vaticano, como asesor de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica.
Entre tanto, esta suspensión del trabajo impuesta a Zanchetta ya hace pensar que en el Vaticano las acusaciones de abusos sexuales son consideradas serias. Pero prescindiendo de los datos según los cuales esas acusaciones habrían sido presentadas a las autoridades eclesiásticas competentes – en otoño del 2018 según la sala de prensa vaticana, en el 2015 según lo reconfirmado por “El Tribuno” – es todo el entramado de las acciones de este obispo el que pone en mala luz el comportamiento del papa Francisco.
Cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido sucesor de san Pedro, Zanchetta era un simple sacerdote, pero bien conocido por él, en cuanto durante años fue subsecretario ejecutivo de la Conferencia Episcopal Argentina presidida por el mismo Bergoglio. Conocido y también apreciado, al punto que Zanchetta fue uno de los primeros argentinos que el nuevo Papa promovió a obispo, por propia iniciativa suya, saltando todo trámite vaticano, el 23 de julio de 2013, a la cabeza de la diócesis de Orán, en el norte del país.
Pero Zanchetta duró poco como obispo de Orán. Por las “relaciones muy tensas con los sacerdotes de la diócesis”, quienes plantearon sobre él “acusaciones de autoritarismo” y pusieron de manifiesto su “incapacidad de gobernar”, tal como reconoce hoy la Santa Sede, según lo declarado por Gisotti.
Es un hecho que el 29 de julio del 2017 Zanchetta desapareció imprevistamente. Sin ninguna Misa de despedida y sin ningún saludo a sus sacerdotes y fieles. Solamente hizo saber, desde una localidad imprecisa, que tenía problemas de salud que debía curar urgentemente en otro lado y que recién había llegado de Roma, donde había depositado su mandato en las manos del papa Francisco, quien muy rápidamente, el 1 de agosto, aceptó la renuncia.
Zanchetta fue huésped por un breve tiempo de monseñor Andrés Stanovnik, obispo de la diócesis de Corrientes, 900 kilómetros más al sur, quien es el mismo prelado que lo había ordenado. Después reapareció en Madrid (España), con aparente buena salud.
Curiosamente, la capital de España es el lugar al que Francisco había  destinado dos años antes, en el 2015, al obispo chileno Juan de la Cruz Barros Madrid – antes de promoverlo a obispo de Osorno, en contra de la opinión de la cúpula de la Iglesia chilena y de la nunciatura – para un mes de ejercicios espirituales predicados por el célebre jesuita español Germán Arana, quien se cuenta entre los consejeros más escuchados por el Papa en numerosos nombramientos episcopales y, en este caso, feroz defensor de la inocencia de Barros, ya golpeado por acusaciones muy graves de abusos sexuales.
Es un hecho que también en el caso de Zanchetta la transferencia a Madrid hizo de preludio a su nueva promoción por parte de Bergoglio, quien el 19 de diciembre del 2017 lo llamó al Vaticano, nada menos que para desempeñarse en la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), en el nuevo rol creado a medida para él de “asesor”.
La APSA es la verdadera columna vertebral de la administración vaticana. Además de poseer cuantiosos bienes muebles e inmuebles, desarrolla un rol equiparable al de un banco central, tan cierto es que el reordenamiento financiero de la Santa Sede que Francisco confió al comienzo de su pontificado al cardenal australiano George Pell tenía precisamente a la APSA como corazón de la reforma. Pero después Pell fue obligado a abandonar la empresa, su reforma no llegó a puerto y la APSA se convirtió en la pista de aterrizaje de personajes carentes de competencia administrativa, fracasados en sus cargos anteriores, pero que Bergoglio quiere tener cerca suyo, porque son sus amigos y protegidos. El último caso fue el del arzobispo Nunzio Galantino, el ex discutido secretario general de la Conferencia Episcopal Italiana y ahora presidente de la APSA.
Cuando Zanchetta dejó Orán, los medios de comunicación argentinos describieron el desorden financiero en el que había dejado a la diócesis. Pero esto no perturbó en lo más mínimo su promoción a la APSA, “en consideración a su capacidad para gestionar administrativamente”, como llegó a decir el vocero vaticano Alessandro Gisotti en su declaración del pasado 4 de enero, antes de aseverar que de todos modos “no había surgido ninguna acusación de abuso sexual en el momento de [su] nombramiento como asesor”.
Sea cierto o no que las acusaciones emergieron en el 2015, como ha dado a conocer la prensa argentina que informa las palabras de los autores de la denuncia, sigue en pie el hecho que el tratamiento reservado por el papa Francisco a Zanchetta deja atónitos a muchos, por su increíble ausencia de “discernimiento” en la evaluación de la persona, reiteradamente promovida a cargos de importancia a pesar de su manifiesta falta de fiabilidad.
Es un caso aislado, pero suficiente por sí solo para contradecir el postulado de la extrañeza e inocencia del papa Francisco frente a los abusos de poder, como dice él mismo antes que de sexo, de la casta clerical.
El riesgo es que la cumbre convocada en el Vaticano desde el 21 al 24 de febrero – por cómo repercutirá en la opinión pública – encuentra a Bergoglio no en el rol de guía sin mancha, sino también él en el banco de los culpables de haber tolerado y encubierto abusos sexuales.
Sandro Magister