INFOVATICANA
Si el pastor ideal de la Iglesia de hoy es el que huele oveja, en el caso chino parece evitarse a los que hieden a cordero mandado al matadero, es decir, a los sacerdotes que se han mantenido fieles a Roma durante décadas en medio de la persecución, la marginación y el martirio. Se prefiere, desde que la Santa Sede alcanzó un acuerdo ‘provisional’ con las autoridades de Pekín, a los que salen de los despachos del Partido Comunista Chino, es decir, los miembros de la Iglesia Patriótica, nombrados por los comunistas y considerados cismáticos por Roma hasta hace unos meses.
Numerosos sacerdotes de esa ‘Iglesia de las catacumbas’ están abandonando su ministerio para dejar paso a los curas de la Iglesia ‘oficial’. Lo cuenta a AsiaNews el padre Pedro, un sacerdote de la Iglesia patriótica con buenos amigos entre los curas fieles. El sacerdote, pese a pertenecer a la comunidad en línea con el Partido, defiende la objeción de conciencia de sus amigos que, dice, se sienten “traicionados” por el Vaticano con este pacto con los comunistas que permite a un gobierno oficialmente ateo elegir a los obispos, como ya está haciendo, al tiempo que Roma retira a los obispos ‘de las catacumbas’.
Los sacerdotes fieles recuerdan bien la Carta a los Católicos Chinos de Benedicto XVI de 2007, en la que el anterior pontífice categoriza a la Iglesia Patriótica como “irreconciliable con la doctrina católica”. Les desconcierta que Francisco haya calificado de “aún válida” esta carta, pese a permitir a Pekín que edifique una Iglesia propia, autosuficiente e independiente de Roma.
Desgraciadamente, para que Pekín reconozca a los sacerdotes católicos es necesario apuntarse a la versión creada por los comunistas.
El pacto es un motivo de alarma para muchos católicos e incluso no católicos, porque mientras es fácil ver las ventajas que aporta a las autoridades comunistas, no lo es tanto ver qué aporta a la salud de la fe en aquel país. Pese a las impresionantes cesiones de Roma, Pekín no ha suavizado en absoluto su habitual represión religiosa sino que, más bien, la ha aumentado. Una Iglesia que se ha mantenido tanto tiempo fiel a pesar de constituir un grupo despreciado, marginado, perseguido y con no poca frecuencia martirizado ve cómo Roma cede ante sus enemigos y les concede el privilegio, pese a su ateísmo militante, de elegir obispos.
La conclusión parece ser que el “olor a oveja” que desea el Vaticano en los prelados corresponde a un tipo de corderos muy particulares, con ideologías convenientemente progresistas. Así, observamos cómo las ovejas reales -los católicos practicantes- rechazan las posturas de la jerarquía en asuntos opinables en Italia, Estados Unidos, Brasil y muchas otras partes.
Carlos Esteban