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jueves, 17 de enero de 2019

Se acabó (Capitán Ryder)



Se acabó antes de empezar. Es lo que ocurre muchas veces, sobre todo, cuando el hombre construye sobre tierra.

El escándalo McCarrick y la primera carta del Arzobispo Vigano obligó al Papa Francisco a descender a un terreno que nunca hubiese querido pisar y le pilló con el pie cambiado sobre el tema de la homosexualidad dentro de la Iglesia.

Hemos comentado varias veces que la intención de Francisco, hay mil gestos y declaraciones en ese sentido, era integrar de alguna manera la homosexualidad dentro de la Iglesia. Como una falta menor, poco relevante, y para nada invalidante, del Arzobispo o Cardenal que la practicase.

Al mismo tiempo, se rodeaba de toda una serie de homosexuales activos o promotores de la homosexualidad, circunstancia que nunca ha sido un problema. Así, Monseñor Ricca, McCarrick, Maradiaga, Coccopalmerio, McElroy o Cupich pasaban a ocupar puestos de importancia, se les encomendaban misiones delicadas o se convertían en sus consejeros más cercanos.

Paralelamente, la oleada de nuevas noticias sobre los abusos y su encubrimiento -todo parece haber ido de la mano los últimos 50 años- se achacaban al clericalismo o al celibato. Los esfuerzos han sido titánicos para que no pudiese haber asociación de ningún tipo entre homosexualidad en el clero y abusos. Hubiese chocado con el camino emprendido y con quienes son los más firmes aliados de Francisco.

Se atribuye a Napoleón aquello de “si quieres que se resuelva un problema nombra un responsable, si quieres que no se resuelva nombra una comisión”, dicho que Francisco va a seguir al pie de la letra el próximo febrero en la cumbre anti-abusos.

La estrategia parece clara: hay que dominar, sobre todo, a la Conferencia Episcopal Americana -de los jueces y fiscales de este país viene el mayor peligro- y desligar en todo momento la homosexualidad de los abusos, algo francamente complicado cuando las cifras son abrumadoras, apenas hay abusos a niñas y casi todas se producen sobre varones. Por eso, son ganas de hacer el ridículo hablar del fin del celibato como medida estrella, salvo que sea el paso previo, el amor hombre-mujer, al “amor”, a secas, con cualquiera.

Decía al comienzo que la cumbre va a fracasar casi sin empezar. ¿Por qué? Porque existe un libro, a punto de publicarse (se hará antes del verano, seguro) que trata, entre otras cosas, de los novios de los Curiales desde, al menos, la época de Juan Pablo II hasta aquí.
El libro promete ser una bomba, traducción a varios idiomas etc, es decir, no va a ser distribuido por cualquiera, imposible mirar para otro lado. Algunos de los nombres revelados son ciertamente sorprendentes y explicarían muchas cosas, y no hablo del momento actual.
La fuente de información parte de los mismos pastores que, parece, hartos unos de otros, se han dedicado a cantar del novio del vecino.

Mucho me temo que, una vez la información esté en la calle, será un sálvese quien pueda y el ventilador se pondrá a funcionar las 24 horas del día. No sé si van por ahí las declaraciones del Cardenal Joao Braz de Aviz sobre Marcial Maciel, al “reconocer” que sus abusos se conocían desde hace mucho. Como cualquier sinvergüenza, este conocimiento, lo achacó a un ser indeterminado: “el Vaticano”. La tónica habitual: pierde la Iglesia, los encubridores no.

El caso es que, con todos esos nombres en la calle, será difícil seguir sosteniendo esta farsa de nadie sabía nada y los abusos son culpa del clericalismo. Probablemente dé lugar a una nueva ronda de denuncias.

Es difícil imaginar un panorama más triste. Hasta dónde se extienda la mancha es imposible de prever.
Capitán Ryder