IPSI GLORIA
Suspenso del Magisterio Petrino y Parrhesia
Hacia mediados de 2017, año y medio atrás, los fieles católicos pudimos conocer el texto de la última solicitud de los Cuatro Cardenales para que, en una audiencia con el Soberano Pontífice, se pudieran considerar los Dubia que habían planteado anteriormente. Debemos agradecer la respetuosa y valiente actitud de responsable parrhesía que los Cardenales Walter Brandmüller, Raymond L. Burke, Carlo Caffarra y Joachim Meisner manifestaron entonces, como claro ejemplo y testimonio para todo el Pueblo fiel, y la historia y N.S. Jesucristo algún día les hará justicia. Lo que siguió después lo conocemos: el silencio del Papa, su desconsideración hacia los Cardenales (miembros de su propio colegio de asesores), su indiferencia, su decisión de mantener viva en el seno de la Iglesia la confusión y ambigüedad doctrinal en graves cuestiones de Fe y Moral, a consecuencia de la exhortación Amoris laetitia, un documento que nunca debió ser firmado por un Romano Pontífice en los términos en que se redactó. Este tipo de actitudes y decisiones escandalosas del Vicario de Cristo son suficientes para colegir que su declamado proyecto de Iglesia sinodal al que él dice aspirar, esconde la más absoluta de las dictaduras, negadora del principio de colegialidad episcopal que él afirma querer sostener.
No pretendo discutir aquí la validez teológica, canónica o de simple conveniencia pastoral, que corresponde a la llamada colegialidad episcopal. Sólo me refiero a ella en cuanto hecho eclesial. Dicho eso, hay que decir que la colegialidad episcopal (repito, sea lo que ella sea) no esperó para existir a ser inventada por el Concilio Vaticano II. En la década de 1950, el papa Pío XII, escribió a cada obispo de la Iglesia Católica para preguntarle: 1°) si creía en la Corporal Asunción de la Madre de Dios; y 2°) si consideraba oportuno definir esa creencia como dogma. La subsiguiente Solemne Definición siguió al abrumador consenso puesto de manifiesto por las respuestas del episcopado mundial. Entiendo que si Pío XII sintió necesidad de hacer aquella consulta a los obispos del todo el mundo no fue por exigencia teológica o canónica ninguna derivada de la colegialidad episcopal, no fue por seguir un supuesto criterio de colegialidad episcopal tal cual hoy se la entiende, sino porque estaba dispuesto a ejercitar su carisma de infalibilidad sólo bajo las condiciones y límites que fueron definidos por el Concilio Vaticano I, que exigen del Papa ser no el dueño sino el servidor del Depósito de la Fe, de la Tradición, del Magisterio, realidades a las que debía someterse y obedecer, como cualquier miembro fiel de la Iglesia.
El próximo 19 de marzo se van a cumplir tres años de la publicación del documento divisivo y mal redactado llamado Amoris laetitia. En todo este tiempo, muchos obispos y conferencias episcopales han emitido directrices, guías pastorales, criterios de orientación, etc. que dejan en claro que nada ha cambiado desde que el papa Juan Pablo II en Familiaris consortio, y el papa Benedicto XVI en Sacramentum caritatis, enfatizaron la inmemorial disciplina de la Iglesia que establece que: los divorciados "vueltos a casar" que no se arrepienten de su adulterio y no se comprometen a separarse o al menos intentar, con la ayuda de la gracia de Dios, cohabitar castamente, deben excluirse de los Sacramentos durante el tiempo de su impenitencia.
Algunas conferencias episcopales y algunos obispos han emitido declaraciones entendidas en el sentido de que los así impenitentes pueden, en virtud de Amoris laetitia, recibir los Sacramentos. Como recordé en mi publicación de ayer, un grupo de obispos porteños también entendió el asunto de ese modo, y el papa Francisco, causando escándalo, aprobó y elogió la interpretación. Aún así, otras conferencias episcopales han sido manifiestamente incapaces de ponerse de acuerdo entre sí. En definitiva, está claro que el Episcopado Universal no está unido, no hay consenso, detrás de una interpretación "alemana" de Amoris laetitia. Sino muy lejos de eso. Obviamente, esta falta de consenso entre los obispos ha conducido a diferentes actitudes del propio bajo clero, es decir, de los sacerdotes con cura de almas acerca de la aplicación pastoral de Amoris laetitia, independientemente del grado de obediencia personal a su Ordinario. Así, sucede hoy que un párroco toma una actitud frente a los divorciados “recasados”, mientras que otro cura de parroquia vecina toma otra actitud completamente distinta. El resultado: un verdadero “lío”… ¿tal como lo quiere el papa Francisco?...
En el contexto de la Unidad de la Una Catholica y de la naturaleza colegiada del Episcopado Universal, cum et sub Petro, seguramente ha llegado el momento de que este "diálogo" (por cierto, infructuoso diálogo que los Cardenales de los Dubia han intentado sostener con el Papa) pase a una nueva etapa. De manera manifiesta, si como Iglesia Católica vamos a persistir con la embarazosa idea de que pertenecemos a una Iglesia con una Enseñanza sobre la Eucaristía y el Santo Sacramento del Matrimonio, se deben tomar medidas para avanzar hacia la coherencia, la armonía y el testimonio unido. La idea de que alguien, que está excluido de los Sacramentos por su propio rechazo impenitente del Evangelio, lo único que tiene que hacer es cruzar la frontera entre Polonia y Alemania, o pasar de una diócesis estadounidense a otra, o pasar de una diócesis argentina a otra o, peor aún, caminar veinte cuadras y asistir a Misa en la Parroquia vecina para poder comulgar (como de hecho ocurre, y soy testigo), es obviamente, un absurdo profundamente anti-católico que necesita ser rápidamente resuelto. La actual disonancia en doctrina y disciplina moral entre diócesis vecinas y hasta en parroquias de una misma diócesis es absolutamente ridícula y anti-católica.
Seguramente ha llegado el momento de que los Dos Cardenales que quedan de los Cuatro que intervinieron con sus Dubia, estén acompañados por otros Cardenales, para revisar y replantar las preguntas y la solicitud al Romano Pontífice. Y es también el momento para que los Obispos, Sucesores como son de los Apóstoles, de acuerdo con las enseñanzas de León XIII y del Concilio Vaticano II, ya que no son simples vicarios del Papa ni gerentes de una franquicia de Roma, hablen con coraje, claridad y unanimidad. Y es también el momento para que clérigos, laicos y académicos hagan lo mismo. Es tiempo de recordar que, en el colmo de la crisis de los Arrianos, no fue entre los Obispos, ni siquiera fue en Roma, donde la Fe se conservó y se defendió del modo más visible. Es tiempo de recordar la cuidadosa y lúcida enseñanza del Beato John Henry Newman, acerca del Transitorio Suspenso del Magisterio.
Parrhesia, que es audacia al dar testimonio de la Verdad, esa virtud que estuvo alguna vez (solo hace un puñado de años... y parece una eternidad, ¿no?) tan incesantemente en los labios del actual ocupante de la Sede Romana, seguramente sigue siendo una virtud obligatoria para todos los fieles católicos.
Si son cada vez más los que audazmente hablen, más difícil será para los fieles quedar sometidos a la antipática presión del actual régimen.