BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



sábado, 23 de febrero de 2019

Vuelve la ‘sinodalidad’, ahora con nuevas aplicaciones (Carlos Esteban)



“Sinodalidad”. Es la palabra de moda en la minicumbre de los abusos, como acabó siéndolo en el sínodo supuestamente dedicado a la juventud. Un término tan vago como “clericalismo” y con la misma función.

¿Quién podría pensar que el problema de los abusos sexuales de sacerdotes y su encubrimiento en la Iglesia tenía como solución la ‘sinodalidad’? Y, sin embargo, esa está siendo la palabra más repetida en la cumbre, obligada en las presentaciones de quienes han hablado públicamente hasta ahora. Parece el Bálsamo de Feriabrás, capaz de curar las cosas más inverosímilmente distintas, de ser lo que anhelan los jóvenes y, al mismo tiempo, el remedio específico para atajar los abusos.

Lo explicó el cardenal arzobispo de Bombay Oswald Gracias, al decir en su presentación que “el abuso sexual de menores y adultos vulnerables” revela “una compleja red de factores interrelacionados”, entre los que citó “la psicopatología, las decisiones morales pecaminosas, los entornos sociales que permiten que se produzca el abuso y, a menudo, respuestas institucionales y pastorales inadecuadas o sencillamente inicuas, o falta de respuesta”.

No, la homosexualidad no aparece por ninguna parte entre los factores, ni siquiera su desconcertante incidencia en los abusos y, por tanto, presumiblemente, entre el clero. Y de ese discurso relativamente razonable, pese a la clamorosa omisión, Gracias da un salto en el vacío para concluir que, para encarar todos esos factores nocivos, son vitales “la colegialidad y la sinodalidad”.

Es un tanto antiintuitivo. Si la ‘colegialidad’ significa algo, ha sido precisamente un exceso de colegialidad lo que ha llevado a los obispos a taparse las vergüenzas unos a otros y a desanimar poderosamente toda denuncia. Nadie quiere aparecer como el aguafiestas que estropea la hermosa fraternidad colegial denunciando a un ‘hermano en el episcopado’. Porque pensar que en toda la Conferencia Episcopal de Estados Unidos nadie había oído una palabra de que el todopoderoso cardenal McCarrick acostumbraba a llevarse seminaristas guapos a su casita de la playa exige una credulidad que, afortunadamente, la Iglesia no nos exige.

También el organizador de la cumbre por encargo del Papa, el cardenal arzobispo de Chicago Blaise Cupich, demostró que había entendido la consigna y remachó en su discurso, a continuación de Gracias, el aspecto ‘sinodal’ de todo este asunto. Cupich hizo un intento de definición de este lábil término, explicando que “representa la participación de todos los bautizados a todos los niveles -en parroquias, diócesis, organismos nacionales y regionales- en un discernimiento y reforma que penetra a través de toda la Iglesia”.

¿Han entendido algo? Lo suponía. La cosa va de descentralización de poder en la Iglesia pero, paradójicamente, como en el caso al que nos referíamos antes, la propia insistencia unánime en la sinodalidad, en una cumbre dedicada a los abusos, demuestra su absoluta ausencia

Porque si todos repiten idéntico mensaje en una cumbre que, reconozcámoslo, tiene poco que ver, cuesta pensar que sea por una feliz y universal coincidencia en lugar de responder a un deseo de complacer al Santo Padre en sus directrices.

Carlos Esteban