Es otro de los ‘leit motiv’ de Francisco, sobre el que ha vuelto a insistir, aún con mayor claridad y énfasis, al reunirse con la reducida minoría católica del sultanato marroquí y disuadirles de que traten de convertir a sus conciudadanos musulmanes, la abrumadora mayoría.
“Los cristianos son una pequeña minoría en este país”, les dijo en el curso de un encuentro en la catedral de Rabat. “Pero, en mi opinión, eso no es un problema aunque me doy cuenta de que a veces debe ser difícil para vosotros”.
“La Iglesia no crece a través del proselitismo, sino de la atracción”, insistió. “Esto significa, queridos amigos, que nuestra misión como bautizados, sacerdotes y hombres y mujeres consagrados no está realmente determinada por el número o el tamaño de los espacios que ocupamos, sino más bien por nuestra capacidad de generar cambio y despertar el estupor y la compasión”.
Los autores católicos han insistido a menudo que en la Iglesia casi todo se trata de un “no sólo, sino también”, pero Francisco parece preferir la disyuntiva. Aunque siempre se ha insistido en eso que ha quedado como refrán de “predicar con el ejemplo”, no sólo la doctrina unánime de los padres y los pontífices anteriores, sino incluso el celo evangelizador -de evangelización activa, predicando- de tantos santos parecen en abierto conflicto con la ocurrencia de Francisco.
Que no es nueva. Ya provocó cierto revuelo su declaración ante su periodista favorito, el ateo editor de La Repubblica, en el sentido de que “el proselitismo es un solemne disparate”. Algunos grupos católicos de peso que han hecho a lo largo de toda su historia un hincapié especial en el proselitismo -incluso con ese mismo nombre- trataron en su momento de explicar las palabras del Papa diciendo que se refería a ese proselitismo agresivo y muchas veces teñido de ideología que había dado mal nombre al término, especialmente en la escena italiana.
Pero la actitud de Su Santidad ha sido, al menos, en esto, constante y coherente, y esa explicación duró tan poco y fue siempre tan poco creíble como la interpretación que se apresuraba a dar la radio de los obispos, COPE, sobre la extraña ‘cobra’ del Papa en Loreto: un gesto de profunda humildad.
No, ya nadie puede negar que el significado de las palabras del Papa es transparente: el único modo legítimo de evangelizar es “generando cambio” y, en general, llenándonos tanto de Dios que irradie y nos quieran imitar. O algo así. Si saben de algún prelado vivo que consiga, sin predicar y solo mediante su ejemplo, atraer a la gente a Cristo, yo, al menos, no lo conozco.
Lo cierto es que la necesidad de predicar no es meramente el método más obvio de transmitir una noticia -en este caso, la Buena Noticia- y ha sido invariablemente usado desde los Apóstoles, sino que es un mandato directo y claro del mismo Cristo en el Evangelio.
En especial, el Papa ya sugirió que, al menos determinados grupos religiosos, si no todos, no tienen ‘necesidad’ de convertirse. Lamentó la creación del Ordenariato por parte de Benedicto XVI, señalando que lo que deberían hacer los anglicanos era ser buenos anglicanos, no convertirse en católicos, y ante un grupo de luteranos confesó no tener la menor intención de convertir a Roma a ninguno de ellos. Apostolizar a judíos es ‘haram’ ahora, y otro tanto parece poder decirse de los musulmanes. Exactamente cómo podría haber llegado la Iglesia al siglo XXI si se hubiera seguido siempre esa estrategia es un misterio que todavía no se nos ha explicado.
Carlos Esteban