Islamistas radicales masacran a casi 300 católicos en Sri Lanka. No es una frase difícil de escribir ni de entender, además de absolutamente cierta, obviando las víctimas en los hoteles atacados, de los que no se podía saber su adscripción religiosa.
Tampoco es difícil entender que las figuras más señeras del siglo, en un momento de feroz ‘odium fidei’ desde las élites, eviten como la peste hablar de los ‘cristianos’ como víctimas, tan poco como de los musulmanes como perpetradores. Así, hemos visto el curioso eufemismo de ‘adoradores pascuales’ para eludir el término ‘cristianos’ en los mensajes de condolencia de personajes como Obama o Hillary Clinton, aunque volvieron a usar el apelativo de ‘cristianos’ en la prensa cristófoba para ‘informar’ de los temores de la comunidad islámica ante una hipotética represalia de las víctimas.
Nada de esto nos sorprende, al contrario, está en la línea esperada e incluso profetizada en el Evangelio. Lo sorprendente y preocupante es que en la cúpula de la propia Iglesia parezcan incapaces de pronunciar la frase con la que empiezo este artículo, y prefieran hacer equilibrismos para ocultar, o bien que las víctimas eran católicas, o que los perpetradores eran musulmanes, o que se actuó por ‘odium fidei’. O, en el mejor de los casos, que esta terrible masacre del grupo más perseguido del planeta, en uno de los países que constituyen esas ‘periferias’ tan amadas por el Papa y donde son una minoría marginal e impotente, sea citada como pasada, un tema menor en seguida eclipsado por cuestiones de más peso, como la necesidad de combatir el ‘populismo’ o de luchar contra el Cambio Climático.
Porque en lugar de ese ‘cisma’ que anuncian los agoreros, lo que hay es un extrañamiento, un divorcio de hecho, entre muchos católicos y su jerarquía. Es un distanciamiento que puede leerse en las respuestas que ha recibido el comentario sobre la masacre que ha colgado Antonio Spadaro en su página de Facebook. Spadaro, jesuita y director del órgano oficial de la Compañía, La Civiltà Cattolica’, está considerado la ‘eminencia gris’ de este pontificado, de modo que sus palabras se leen como reflejo de la ‘línea oficial’ de la Curia. Y esta parece ser eludir el islam para hablar de ‘terrorismo’, en abstracto, no insistir demasiado en que las víctimas lo son por confesar su fe en Cristo dentro de la Iglesia Católica y pretender que el objetivo de los ‘terroristas’ es ‘la religión’, en general, y su mutua acercamiento. Le ha faltado esto para decir que las bombas se pusieron para frustrar el pacto por la paz de Abu Dabi.
Pero Spadaro, ya hemos adelantado, no juega en solitario, sino que da la línea oficial, seguida también por otros destacados miembros de la ‘guardia de la renovación’. Vatican News, la voz oficial de la Curia en Internet, ahora en las leales manos de Andrea Tornielli, hace esa misma interpretación, desleyendo la autoría islámica y acentuando el invento de que el ataque estaba dirigido contra la convivencia entre religiones.
Es una deplorable consecuencia de la apuesta personal de Su Santidad por esa ‘concordia entre las religiones’, y muy especialmente con el Islam, un diálogo en el que al parecer solo hay que escuchar a una parte y una fraternidad que parte de un bando sin respuestas muy claras del otro. Pero el verdadero riesgo moral de esa apuesta parece ser que obliga a tergiversar la verdad de lo que es el islam, de lo que cree y predica, y de lo que hacen tantos en nombre de su fe, así como de dar de lado y minimizar el martirio de cristianos a manos de adeptos de esta religión.
Es análogo a la apuesta china. Hasta la traición a la Iglesia china de las catacumbas y las vergonzantes cesiones de patronazgo en favor de un régimen oficialmente ateo podrían explicarse como un enorme sacrificio para promover la unidad, pero aquí vemos lo mismo que con el islam, los dos fenómenos: falta de correspondencia de la otra parte y, sobre todo, esa tristísima necesidad de abstenerse de ensalzar y defender a los propios mártires.
Carlos Esteban