Su Santidad, como demuestra la catequesis que acaba de dar en Roma y que recogemos en estas mismas páginas, tiene del Islam una idea que podría disputar sin problema cualquier persona mínimamente interesada, no digamos un experto, y parece ser un reflejo de esa mentalidad sesentayochista que transmite en la mayoría de sus mensajes, muy de ‘hijo de las flores’ de Woodstock.
Pero si temblamos al pensar en discutir cualquier pronunciamiento magisterial del Santo Padre, no sucede lo mismo con las cuestiones de hecho, marginales a nuestra fe, sobre las que el Pontífice ni es ni tiene por qué ser un entendido, así como los argumentos que ofenden a la lógica más pedestre.
Por ejemplo, dice el Papa, en referencia a su insistencia de que ‘caminemos con los musulmanes’, “No debemos tener miedo de la diferencia: Dios lo ha permitido”.
Habla, claro, de la ‘voluntas permissiva’ de Dios, esa que le ayudó a salvar una frase bastante cuestionable del ‘pacto por la paz’ que firmó en Abu Dabi con autoridades musulmanas. Si Dios es omnipotente, no puede suceder nada contra su voluntad, ya lo quiera activamente, ya lo permita. Y la prueba evidente de que Dios permite algo es que se da, sencillamente. En ese sentido, sí, Dios ha permitido la pluralidad de religiones, igual que ha permitido la Peste Negra o la erupción del Krakatoa.
Pero si la razón para “no tener miedo” de la diferencia es que Dios la ha permitido, tampoco deberíamos tener miedo del Cambio Climático, y por idéntica razón. Ni a los controles fronterizos ni a Matteo Salvini, por poner más ejemplos. Porque todo lo que existe, existe porque Dios lo permite, empezando por el pecado.
Si lo que quiere decir el Santo Padre es que, en general, no debemos tener miedo, es algo muy puesto en razón, pero no tiene mucho sentido en la frase.
Insiste también el Santo Padre en hablar de ‘fraternidad’ al referirse a los musulmanes, pero ser hermanos exige tener un mismo padre. En ese sentido podemos los cristianos referirnos a la fraternidad, al creer que somos hijos adoptivos de Dios por el bautismo. Pero los musulmanes no creen eso; no es que no crean que los cristianos no somos hijos de Dios, sino que tampoco ellos lo son, porque Dios no tiene hijos, y solo sugerirlo es blasfemo.
Como con el manido cliché de que ‘todos adoramos a un mismo Dios’. ¿Es eso cierto? ¿Es lo mismo un Dios Trino que un Dios solitario? ¿Es el mismo Dios el que se hace hombre por salvarnos que el que nunca ha salvado esa insondable distancia? No parecen cuestiones banales en absoluto.
Entre los 99 nombres de Dios que recitan los musulmanes, ninguno es Padre, algo que está en el centro mismo de nuestra fe. Tampoco Amor, que es la esencia misma de Dios.Entendemos la impaciencia del Papa ante estas disquisiciones y su tendencia a pasarlas por alto para lograr el ansiado acercamiento entre las religiones, pero el modo de superar las dificultades no es ignorarlas, sobre todo cuando son de peso.
Por ejemplo, dice hablando de sus viajes a tierras del Islam que ha seguido los pasos del santo cuyo nombre ha elegido como Papa, San Francisco de Asís: “Hace 800 años, Francisco llevó el mensaje de paz y fraternidad al sultán al-Malik al-Kamil”. Bueno, no exactamente. San Francisco conminó al sultán a que se convirtiera a Cristo, precisamente lo que ha desaconsejado Su Santidad a la diminuta comunidad cristiana de Marruecos en su reciente viaje.
El concepto que tiene el Santo Padre del Islam es un misterio. Es imposible que un hombre de su posición ignore los evidentes problemas que plantea la convivencia con el Islam, o la realidad de lo que verdaderamente creen los seguidores de Mahoma. Es probablemente diplomático elogiar la tolerancia religiosa del Reino de Marruecos, pero sin duda le parecería alarmante que existiera una ‘tolerancia’ similar en el Occidente cristiano, un país de nuestro mundo en el que el catolicismo fuera la religión oficial y donde convertirte a otra pudiera dar con tus huesos en la cárcel.
Parece como si insistiendo una y otra vez en que el ‘verdadero’ Islam es la fe tolerante y abierta que solo existe en la mente de un puñado de bienintencionados intelectuales quisiera forzarles a serlo, lo que se conoce como ‘profecía autocumplida’ en psicología. Que vaya a conseguirlo es bastante dudoso, y en el intento podría estar desarmando intelectualmente a los católicos de Occidente.
Carlos Esteban