La sorprendente alocución de Su Santidad ante la asamblea de Caritas ha dejado perplejos a muchos, pero ha servido para dejarnos claro por qué el Papa no responde a los numerosos ruegos de clarificación.
Ha quedado, al fin, claro; paradójicamente, Su Santidad ha dejado claro por qué no aclara, por qué se ha negado sistemáticamente a clarificar decenas de declaraciones ambiguas y desmentidos a medios, por qué los Dubia han quedado sin respuesta -dos de sus cuatro cardenales firmantes murieron esperando-, como las acusaciones de Viganò, como la ‘correctio filialis’, como tantas otras apelaciones ante las que ha hecho oídos sordos.
La razón es que, imago Christi al fin, quiere hacer lo que hacía Jesucristo que, según nos cuenta en la homilía dirigida a la asamblea de Caritas ayer, prefiero no dejar las cosas claras a sus discípulos.
“¿Por qué Jesús no había dado reglas siempre claras y rápidamente resolutivas?”, se pregunta Su Santidad. Y la respuesta no es que haya dejado tras de sí Su Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, con la promesa de infalibilidad y de que las Puertas del Infierno no prevalecerán contra ella, no: es para que evitemos “la tentación del eficientismo de pensar que la Iglesia va bien si tiene todo bajo control”. Bueno, ese riesgo parece que lo estamos evitando.
Y se lamenta: “Pobres esas Iglesias particulares que se afanan tanto en la organización, en los planes, tratando de tenerlo todo claro, todo ordenado. Me hace sufrir”. E imaginamos que es esa compasión la que le lleva a no aclararnos los puntos dudosos de Amoris Laetitia, ni si piensa realmente que Dios crea a las personas homosexuales con esa condición inmutable, o qué le dijo realmente a Scalfari sobre la otra vida, si no fue que el Infierno no existe y que las almas que mueren renegando de Dios son aniquiladas, y una docena larga de proclamaciones ambiguas.
Tres son las lecciones que extrae Su Santidad de la segunda lectura del día, de los Hechos de los Apóstoles, y las tres encajan milagrosamente con su agenda eclesial: la humildad de la escucha, el carisma de estar juntos y el valor de la renuncia.
Mater et magistra, Madre y maestra, es una encíclica del recién canonizado Papa Juan XXIII, en referencia a la Iglesia. Pero ahora se queda meramente en Madre, cuando no en Madre y Discípula del mundo. “Vemos cómo sucede con los primeros cristianos. Están juntos en el valor de la renuncia partiendo de la humildad de la escucha. Se adiestran en el desinterés de sí: vemos que cada uno deja hablar al otro y está dispuesto a cambiar las propias convicciones”.
Esto, que entre los apóstoles es posible y conveniente porque son la Iglesia y cuentan con la asistencia del Espíritu Santo, ¿debe hacerlo también la propia Iglesia con otras confesiones? ¿Con el mundo? ¿Qué pueden enseñarle? Y, ya en el plano individual, si es tan necesario para los propios pastores escuchar a sus hermanos, abiertos incluso a cambiar las propias convicciones, ¿a que espera Su Santidad para predicar con el ejemplo? ¿No son sus hermanos el cardenal Raymond Burke, el cardenal Walter Brandmüller? ¿No lo es, incluso, el arzobispo Carlo Maria Viganò? ¿Cuándo hemos visto a Su Santidad cambiar sus convicciones tras la escucha atenta de un hermano que le contradice o corrige?
El carisma de esta juntos. Dice Su Santidad que “en la discusión de la primera Iglesia, la unidad prevalece sobre las diferencias”. Sí, es totalmente cierto en esa primerísima Iglesia, pera esa unidad no se procuraba a expensas de la Verdad, sino asentada en ella. Muy poco después de esa escena habrían de surgir muchas interpretaciones dispares del mensaje de Cristo, y la Iglesia no renunció a la verdad para retener a los herejes, ni mantuvo con ellos un interminable diálogo estéril.
Por último -aunque es lo primero en el discurso papal-, el valor de la renuncia. Sostiene el Papa que tenemos que apreciar “la belleza de la renuncia”, dejar atrás lo viejo, renunciar a las tradiciones. Al reformarnos, dice, “debemos evitar el gatopardismo, es decir, fingir que se cambia algo para no cambiar en realidad nada”. Que es exactamente lo que están empezando a reprocharle muchos ‘progresistas’ que esperaban de Francisco cambios revolucionarios.
Carlos Esteban