En preparación al próximo Sínodo de la Amazonía, el Papa se ha reunido en audiencia con responsables de empresas mineras que operan en la zona, pidiéndoles que respeten las culturas indígenas.
“Es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales”, ha dicho Su Santidad a los responsables de empresas mineras con intereses en el Amazonas, en una audiencia privada que sirve de preparación para el próximo sínodo que se dedicará a las necesidades de la región. “No son una simple minoría entre otras, sino que deben más bien convertirse en los principales interlocutores, sobre todo en el momento en que se procede con grandes proyectos que interesan a sus espacios”.
Quizá sea por la inmediata proximidad al discurso ofrecido ayer mismo en la conferencia ‘Nación, estado, estado nacional’ que celebra la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, pero no es difícil verse sorprendido por el contraste entre el respeto a ultranza que el Papa pide para las comunidades preindustriales del Amazonas y la demanda a los Estados occidentales a que cedan su soberanía en beneficio de los organismos supranacionales y relajen al máximo en control de sus fronteras.
“Cuando un bien común supranacional es claramente identificado, se necesita una autoridad especial legalmente constituida capaz de facilitar su aplicación”, dijo ayer el Papa, al tiempo que arremetía contra los movimientos soberanistas en vísperas de las elecciones europeas. “Basta pensar en grandes retos contemporáneos como el cambio climático, la nueva esclavitud y la paz”.
Tradicionalmente, la doctrina social de la Iglesia desde Santo Tomás se ha regido en este ámbito por el principio de subsidiariedad, por el que todo lo que pueda resolver una instancia inferior debe dejarse en sus manos y no en una autoridad superior. El Papa se aleja en su discurso de forma llamativa de este planteamiento, llegando, como hemos citado, a pedir que se cree una autoridad por encima de los países capaces de imponer a estos sus decisiones que, como vivimos al parecer en un mundo sin pecado original, nunca abusará de su poder sin precedentes, sino que será capaz incluso de controlar el incontrolable clima de la Tierra.
Pero si nos referimos a tribus que viven en el Neolítico, con una esperanza de vida que ronda los 30-40 años, sumidos en una absoluta ignorancia de lo que sucede en el planeta a su alrededor, entonces hay que respetar escrupulosamente tanto sus identidades culturales como sus fronteras.
Carlos Esteban