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El domingo y el lunes de Pascua, en la plaza San Pedro, el papa Francisco hizo lo posible – en nombre del diálogo con el Islam – para rebajar a acciones genéricas y “jamás justificables” los atentados terroristas en cadena que en Sri Lanka asesinaron a centenares de cristianos reunidos en iglesias para celebrar a Jesús resucitado, un 20% de los cuales eran niños.
Pero una semana después, el lunes 29 de abril, llegó la inequívoca justificación. A cinco años de distancia de su memorable sermón en la Gran Mezquita de Mosul reapareció en un video el jefe supremo del Estado Islámico, Abu Bakr al-Baghdadi, quien no sólo reivindicó para sí la hecatombe en Sri Lanka, sino que la señaló además como modelo de una nueva ofensiva mundial, especialmente en África y en Asia, con los cristianos como los primeros objetivos.
Entre tanto, en todas las iglesias de Sri Lanka, el domingo después de Pascua no se celebraron las Misas. No se sabe cuándo las autoridades consentirán la reanudación de las celebraciones, ante el temor de nuevos atentados. Allí los cristianos son casi el 7% de la población y están como si hubiesen sido golpeados en el corazón.
Expulsado de los territorios inicialmente conquistados en Siria y en Irak, al-Baghdadi ha proclamado una nueva “guerra de desgaste”, en árabe “niqaya”, contra los “cruzados”, pero no con ejércitos en el campo, sino con acciones de guerrilla, asaltos, homicidios, atentados, por obra de militantes disociados y escondidos por todas partes, también en Europa, a juzgar por los numerosos “combatientes extranjeros” que ingresaron a Francia, a Gran Bretaña, a Italia, a Bélgica, a Alemania, etc., después de haber combatido en Siria y en Irak en las filas del derrotado Estado Islámico.
Todo esto en nombre de una ideología radical islámica, de la que no sólo el “emir de los creyentes = al-Baghdadi” se ufana, sino que “está difundida también y goza del apoyo, también financiero, de diversas personas, una visión yihadista impregnada de venganza, basada en los textos del siglo VII y sobre la base de una visión rigurosa de la ley islámica”, declaró el 30 de abril en “Asia News” el patriarca caldeo de Baghdad y cardenal Louis Raphael Sako. “Las autoridades musulmanas – agregó – tienen la tarea y la responsabilidad de derrotar a esta ideología”.
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¿Pero sale desde Europa, desde Occidente, de toda la Iglesia Católica una respuesta a la altura del desafío?
El incendio del 15 de abril en París de la catedral de Notre-Dame ha originado un grito de identificación con las raíces “judeo-cristianas” de Francia y del continente, también en esa opinión laica que hace años luchó vigorosamente para impedir que esa matriz tuviese presencia en los documentos fundadores de la Unión Europea.
Pero se duda que esa toma de conciencia sea duradera, vista la indiferencia con la que Occidente continúa abandonando a sí misma a las Iglesias cristianas en Medio Oriente, hasta en el reciente pasado también floreciente, pero hoy en gran parte al borde de la extinción.
Un documentadísimo relato del actual martirio de las comunidades cristianas orientales se encuentra en este ensayo de Giulio Meotti, dado a conocer hace pocas semanas en Italia y definido por el gran filósofo inglés Roger Scruton como “un libro de gran alcance sobre un crimen que golpea en el corazón de nuestra civilización”:
Pero también exigen ser analizados el desinterés y la ineptitud con la que Occidente reacciona frente a esta tragedia. Es lo que hace este documento de la Comisión Teológica Internacional anexa a la Congregación para la Doctrina de la Fe, producto de cinco años de trabajo y aprobado por el papa Francisco el pasado 21 de marzo, por ahora disponible sólo en italiano:
Este documento es la más argumentada denuncia hasta ahora, elaborada en el Vaticano contra el “totalitarismo blando” que expulsa a la religión de las esfera pública, en nombre de una falsa “ideología de la neutralidad”.
El fenómeno tiene origen en Occidente y encuentra allí sus más microscópicas manifestaciones. Pero no sólo es ideológico, pues cada vez más está acompañado también por agresiones físicas. En Francia, el incendio accidental de Notre-Dame ha hecho dirigir por un momento la atención a los cada vez más numerosos actos de vandalismo, para nada accidentales, que han golpeado en tiempos recientes a las iglesias y a las sinagogas de este mismo país, patria de la “laicidad”.
En el “L’Osservatore Romano” del 25 de abril Charles de Pechpeyrou ha proporcionado una impresionante rendición de cuentas:
“El último episodio, hace apenas una semana atrás, remite a las iglesias de dos pueblos en Normandía, cuyos tabernáculos han sido vaciados y las hostias consagradas arrojadas a la tierra. Una semana antes había sido golpeada la iglesia de San Pedro, en Montluçon: el tabernáculo fue dañado y el caliz con las hostias consagradas fue robado. Pero fue el mes de febrero el que se reveló particularmente oscuro: fueron profanadas algunas tumbas del cementerio judío de Quatzenheim, en Alsacia, así como también cinco iglesias católicos en el arco de una semana, en Dijon, en Borgoña, en Nîmes, en Occitania y también en Maison-Laffitte, en las inmediaciones de París. Una brusca intensificación después del 2018 ya signado por numerosos episodios análogos”.
“Según los últimos datos publicados por la gendarmería nacional – prosiguió Pechpeyrou – cada día son vandalizadas en Francia tres iglesias. Un dato confirmado por el Ministerio de Asuntos Internos, que declara 1.063 actos llevados a cabo contra los edificios cristianos, incluidos los cementerios, para el 2018, en aumento respecto al 2017. Muy inquietante es también el número de episodios de antisemitismo en el país: en disminución en el 2016 y el 2017, creció casi el 75% en el 2018, año en el que los episodios pasaron de 311 en el 2017 a 541. Entre estos episodios, 183 sono actos de (81 casos de violencia, intentos de homicidio y un homicidio, 182 actos directos sobre sus bienes) y 358 amenazas. Hoy las fuerzas del orden y los militares de la operación Centinela deben asegurar la protecciòn de 824 sitios ligados a la comunidad judía. Por el contrario, en disminución los episodios de violencia contra los musulmanes, en el nivel más bajo desde el 2010 con 100 casow registrados”.
Circunscribiendo el análisis a la única Iglesia Católica, ésta aparece entonces bajo creciente ataque de muchos frentes, en Occidente y en el resto del mundo. El radicalismo islámico no es la única amenaza, pero es ciertamente la más agresiva y sanguinaria. La masacre de Pascua en Sri Lanka y la proclamación de guerra de al-Baghdadi inauguran quizás una nueva estación del martirio.
Sandro Magister