No parece que sea lo que le va, lo que le motiva, eso de custodiar una verdad de dos mil años que no le pertenece, que está ya completa. Ni siquiera parece que la doctrina le preocupe tanto como la política. Ahí es donde se le ve vibrar, entusiasmarse, proclamar con voz profética. Lástima que no sea ése su papel, que no estemos en el Renacimiento ni espere nadie del líder de los católicos que sea también cabeza de una revolución globalista.
Esto, sin embargo, si bien nos ha dejado algo huérfanos a los creyentes, por decir poco, le ha hecho simpático con las mismas élites cuyo mensaje corea, como San Pablo, a tiempo y a destiempo. Es el Papa favorito de quienes no quieren un Papa ni en pintura, que le han hecho ocasionalmente protagonista de panegíricos mediáticos y portadas en prensa.
Eso, sin embargo, y hablando solo desde un punto de vista humano y de tejas para abajo, tiene varios problemas que ya empieza a experimentar. El primero es que nunca va a dar el salto que siempre parece decidido a dar; es decir, que las élites seculares nunca van a reconocer su liderazgo por mucho que se les pelen las manos de aplaudirle. Tener un Papa progresista y renovador que despista en el plano doctrinal y vende a todas horas el mensaje de la ONU es estupendo, especialmente porque los católicos son siempre un grano en el trasero para el Mundo y ahora se nos puede mandar callar señalando la actitud del Santo Padre. Pero no van a dar mando en plazo a un Pontífice romano; su utilidad acaba ahí.
Pero hay más, y es que los medios viven de la sensación. Y, sí, este Papa ha dado muchos titulares, pero empieza a resultar monótono; no se puede titular siempre con lo mismo, muros, puentes, puentes, muros. Ha ido ahora a Bulgaria y ha dicho exactamente lo mismo de siempre sobre los muros. Pero en Bulgaria les deben gustar los muros y, en cualquier caso, son abrumadoramente ortodoxos, los que siguen alguna religión, así que no hay mucho que informar. La consigna de los muros nos la sabemos ya de memoria.
A la vuelta de verano tendremos ocasión de ver cosas de esas que entusiasman a la progresía global, en octubre, en el Sínodo de la Amazonía. Francisco dijo en una de esas desastrosas ruedas de prensa en vuelo que él está en contra de acabar con el celibato eclesiástico, pero a estas alturas sabemos que eso no significa mucho. Como suele decirse, los actos hablan más alto que las palabras, y para ir abriendo boca ha puesto al frente del sínodo a Hummes, que se ha cansado de defender la necesidad de contar con curas casados. Es el ‘Papa de los gestos’, y si sus palabras son a menudo ambiguas, más cuanto más oficiales, sus decisiones no lo son en absoluto y van todas en la misma dirección. ¿No encargó al cardenal Cupich, discípulo y protegido del pedófilo McCarrick, la organización de la cumbre contra la pederastia clerical?
Se ha hecho pública una carta de un reducido grupo de teólogos denunciando a Francisco como hereje y pidiendo a los obispos que lo declaren tal. Nosotros no somos teólogos y, en cualquier caso, nadie estaría autorizado para declarar hereje a un Papa. Pero tampoco creemos que lo sea; los herejes de que tenemos noticia están bastante más interesados por la doctrina, e igual que Francisco dio la razón al obispo Schneider en lo del pacto por la paz de Abu Dabi, diciendo que se refería a la voluntad ‘permisiva’ de Dios cuando escribió que el Sumo Hacedor quiere la pluralidad de religiones, estoy seguro de que habrá explicaciones más o menos ingeniosas para sus opiniones arriesgadas si se hiciera del todo necesario encontrarlas. No vamos a ponernos a estas alturas a idolatrar la verdad.
Por otra parte, esperar que los obispos den un paso adelante en esto o en cualquier cosa que pueda indisponerles con quien decide los nombramientos es tener una altísima opinión de nuestra jerarquía que nuestra jerarquía no justifica en absoluto. Estamos hartos de verlo: si al Papa le gusta lo verde, nos vamos a hartar de ver a los obispos canonizando a Greenpeace, y si no le gustan las fronteras, menos dejar abierto el portal del palacio episcopal, todo. Por citar el Evangelio, no es mayor el siervo que su señor.
El problema de la Iglesia está lejos de tener tonos apocalípticos: hasta eso se nos ha negado, y si no fuera por el “non praevalebunt” de Nuestro Señor estaríamos por citar a Eliot y decir que el fin vendrá, no con una explosión, sino con un quejido.
Carlos Esteban