En el ‘juego de tronos’ de la escena preelectoral italiana, la jerarquía católica y la Liga de Matteo Salvini se han enzarzado en una escalada de enfrentamientos que divide a los católicos.
Quién lo diría: que el candidato de la Liga y ministro del Interior italiano se encomiende a la Virgen ha indignado a la Curia romana y al episcopado italiano más que si hubiera invocado a Satanás, a juzgar por sus reacciones. “Es instrumentalizar la religión”, dicen; “el enésimo ejemplo de instrumentalización religiosa para justificar la violación sistemática en nuestro país de los derechos humanos”, se lee en Familia Cristiana.
“Si antes se daba a Dios lo que hubiera estado mejor dejar en manos del César, ahora es el César quien se apropia y blande lo que es de Dios”, escribe en Facebook el jesuita padre Spadaro, director de ‘La Civiltà Cattolica’. “Invocar a Dios para uno mismo siempre es muy peligroso”, ha dicho el secretario de Estado, Pietro Parolin, en una declaración bastante sorprendente. ¿A quién se supone que hay que invocar? ¿Al secretario de Naciones Unidas?
La ironía de todo este asunto es que quienes se rasgan ahora las vestiduras clericales son los mismos que permitieron una homilía en una iglesia católica a una política abortista -teórica y práctica-, Emma Bonino, con toda la paz del mundo.Porque si Salvini se está metiendo en terrenos que no son suyos, los de la fe, primero fueron los guardianes y custodios de esa misma fe los que se sirvieron y se sirven de su condición y sus púlpitos para meterse en el terreno de Salvini, la política, e incluso la política electoral a cara de perro.
Hay muchos en el episcopado que prefieren callar, la mayoría, quizá otorgando o no. Pero hay otros que quieren ser, en esto, más papistas que el Papa, como el obispo de Mazara del Vallo, en Sicilia, Domenico Mogavero. “Es hora de acabar con esto”, dice Su Ilustrísima. “No podemos permanecer callados por más tiempo ante los disparates de un ministro de la República cada vez más arrogante”. Hasta aquí, nada anormal o que se salga del nivel de los obispos que opinan. Pero añade: “No podemos seguir permitiendo que se apropie de signos sagrados de nuestra fe para vender sus propias visiones inhumanas, antihistóricas y diametralmente opuestas al mensaje evangélico”, sentenciando: “Quien está con él no puede llamarse cristiano porque ha renegado del mandato del amor”.
El “mandato del amor”, al parecer, exige una política migratoria que no ha aprobado jamás país alguno, cristiano o no, y que equivale exactamente a la renuncia a las propias fronteras, dejando así de ser un Estado. Es decir, el obispo está ‘excomulgando’ informalmente a cuantos gobernantes existen o han existido.
Decía el autor cristiano Joseph Pieper que “la preeminencia de la prudencia significa que la realización del bien presupone el conocimiento de la realidad. Solo quien conoce cómo son las cosas y su situación puede hacer el bien”. Y, en referencia al amor a los señores migrantes, esto debería querer decir conocer bien qué es lo que más les conviene, incluso si es lícito o incluso obligado amar más a los propios, los italianos -prójimo, próximo-, que a los de fuera.
Por eso el propio Salvini ha recordado a sus enemigos en traje talar que las muertes en el mar -y el principal argumento contra la política de cierre de los puertos- se ha reducido significativamente tras la nueva política y, tendría sentido creer, como consecuencia de ésta.
Tampoco un africano nacido en la pobreza de uno de los países más pobres, Guinea Conakry, el cardenal Robert Sarah, ha llamado a esta oleada migratoria “esclavitud encubierta”, y se ha mostrado contrario a que la Iglesia colabore en la misma, precisamente por amor a esos mismos africanos, si no a los propios europeos, que están sembrando la destrucción de su propia identidad.
En conclusión, preferiríamos que Salvini no hiciera alardes de piedad en sus actos electorales, pero a cambio la clerecía debería hacer un esfuerzo para no seguir haciendo campaña electoral contra él.
Carlos Esteban