El ‘Papa de los gestos’, que suele hablar más claro con sus decisiones que con sus palabras, ha mostrado su inequívoco apoyo al limosnero apostólico que él mismo nombró, el cardenal Konrad Krajewski, y a su estrambótico robo de energía a favor de una comunidad de ‘okupas’ en un palacio romano.
Ayer mismo, en la reunión periódica de los prefectos de los dicasterios de la Curia Romana el Papa ha querido estar presente y ha convocado al limosnero, claro signo de favor, con lo que ha sido imposible que ninguno de los curiales pudiera debatir el asunto. Ni una palabra, aunque se trata de un delito y de un potencial conflicto diplomático con el Estado italiano. Krajewski se ha permitido hacer una referencia chistosa a su ‘hazaña nocturna’.
Parolin, el secretario de Estado, se ha visto obligado a salir al paso de la indignación de muchos en la vecinísima Italia, reconociendo que “se han realizado muchas interpretaciones y se ha producido mucha polémica. Personalmente creo que el esfuerzo se debería poner en comprender el sentido de este gesto, que es llamar la atención de todos sobre un problema real que afecta a personas, a niños y ancianos”.
No, no le ha gustado el gesto de Krajewski. En absoluto. Pero el limosnero tiene vía libre para hacer sus cosas, concedida por el propio Papa, y nadie en la Curia va a decir nada contra él en público. Pero basta un mínimo conocimiento de la Curia y sus protagonistas, incluso muy somero, para sospechar que estos ‘brotes de peronismo espontáneo’ les sientan como un tiro. No puede haber nada más alejado de un revolucionario al uso que un curial, acostumbrado a la suave y sinuosa ‘romanità’ de las estrategias políticas, a codearse con los príncipes de Roma y frecuentar los mejores restaurantes. Pero en la Curia de Francisco hay que tener mucho cuidado con lo que se dice, porque las ‘misericordias’ papales se detienen en los muros aurelianos.
Hay otra derivada importante que la jerarquía tiene muy presente: la política. Aunque el Estado Vaticano existe, precisamente, para que la cúpula de la Iglesia quede al margen de presiones políticas y no sea de algún modo rehén de algún otro Estado, lo cierto es que la Santa Sede siempre ha considerado la política italiana un poco como ‘cosa nostra’. La Democracia Cristiana que por tanto tiempo en la posguerra gobernó Italia y que hoy ha desaparecido era un poco el brazo político del Vaticano en la península.
Hoy, en cambio, la relación con el gobierno de coalición difícilmente podría ser más tensa. O, para ser más específico, con el socio de gobierno que lidera el ministro del Interior, Matteo Salvini. El desencuentro es tan completo, especialmente por la decisión de Salvini de cerrar los puertos a los barcos de las ONG que desembarcan ilegales procedentes del norte de África, que el Papa, que no ha tenido reparos en reunirse con Fidel Castro o Nicolás Maduro, se niega a recibir a Salvini, y en Roma se conspira para encontrar una nueva DC algo más a la izquierda que la primera.
Y la travesura del Robin Hood vaticano, naturalmente, ha dado armas a Salvini en su pulso político personal. “Si el Vaticano quiere pagar las facturas a todos los italianos en dificultades económicas, seré feliz”, ha ironizado el ministro del Interior, que ha invitado al limosnero del Papa a pagar la deuda de 300.000 euros que, según aseguró, han contraído los inquilinos del edificio afectado.
No cabe duda de que hay toneladas de demagogia en lo que ha hecho Krajewski, visto que la ley se la saltan para poner luz a un edificio ‘okupado’ pero no para quitársela, digamos, a un abortuorio, y porque el Vaticano dispone de 5.000 magníficas propiedades inmobiliarias donde podrían albergar a multitudes de sintecho.
Pero le ha salido horriblemente mal, porque la simpatía del italiano medio por los ‘okupas’ tiende a cero. Es un fenómeno que infesta las ciudades italianas con su coda de delincuencia, desplome del valor de los inmuebles vecinos, inseguridad, etcétera, por no hablar de que el cuadro típico no es el de una familia desesperada que se mete en el primer lugar que puede encontrar, sino de verdaderas mafias que gestionan múltiples inmuebles ocupados logrando un pingüe beneficio.
So capa de solidaridad, organizaciones como Action equivalen a grandes inmobiliarias con presencia en distintas ciudades italianas y que cobran religiosamente un alquiler a los ocupantes.
Es a estas mafias a las que da aliento la acción del limosnero, igual que los vehementes discursos papales sobre muros y puentes favorecen a los traficantes de seres humanos que traen su carga de carne de África a Europa, como han denunciado numerosos prelados africanos y, muy especialmente, el prefecto para el Culto Divino, el cardenal guineano Robert Sarah.
Carlos Esteban