A su vuelta de la visita ‘ad limina’, el recientemente nombrado Arzobispo de La Plata, Víctor ‘Tucho’ Fernández, ha escrito sobre su estancia en Roma comentarios muy reveladores.
“Hoy no son tan preocupantes los errores doctrinales cuanto la falta de una reflexión mayor en diálogo con el tiempo actual”, asegura que les dijo el cardenal Luis Ladaria, prefecto para la Doctrina de la Fe, el Arzobispo de La Plata, Víctor Fernández (‘Tucho’), en unos comentarios del prelado sobre la visita ‘ad limina’ del 28 de abril al 4 de mayo de los obispos argentinos que transmitió a su comunidad y recoge la agencia argentina de información católica AICA.
Fernández, a quien se le atribuye buena parte de la inspiración de ese ‘texto programático’ del Papado de Francisco que es la exhortación apostólica Evangelii Gaudium y que fue nombrado para sustituir al semidefenestrado Héctor Aguer al frente de la archidiócesis de La Plata, añade que el prefecto español prosiguió desarrollando la cuestión de una “jerarquía de verdades” que “invita a pensar las diversas doctrinas a la luz de las más importantes”.
Nosotros elegimos interpretar las palabras de Ladaria ‘a la luz’ de otros dos datos del ‘tiempo actual’, aunque no necesariamente dialogando con él: la presunta ‘degradación’ de la congregación que preside Ladaria en favor de un megadicasterio de ‘evangelización’, según la filtrada reforma de la Curia Romana, y la carta dirigida a los obispos de todo el mundo en la que una serie de teólogos y pensadores acusan al Papa de herejía.
Naturalmente, sólo tenemos la palabra de Fernández, que pudo recordar de modo inexacto las de Ladaria, pero no tenemos por qué dudar de su memoria ni nos consta que haya sido desautorizado por el implicado. Por lo demás, ‘casa’ perfectamente con los fenómenos ya citados y con otras tantas experiencias de este pontificado el que, pese al clima de enorme confusión e inestabilidad doctrinal que se vive hoy en la Iglesia, la segunda persona responsable de velar por la pureza de la doctrina no encuentre en el error un motivo de preocupación tan grande como el de no ‘dialogar’ con el tiempo presente.
Ahora bien, el ‘tiempo presente’ es un eufemismo abusivo para referirse al pensamiento dominante, ni siquiera de los pueblos del mundo, sino de las élites occidentales, ese ‘mundo’ en su sentido teológico que Cristo nos advirtió que nos odiaría, porque primero le ha odiado a Él. A uno le gustaría, después de tanto oír ensalzar el ‘diálogo’, saber cuál es su sustancia, su contenido, especialmente cuándo el error no se considera ‘preocupante’.
Por otra parte, las (presuntas) palabras de Ladaria nos aclaran lo que para nosotros era un misterio desde que conocimos las líneas básicas de la reforma: en qué podía consistir esa ‘evangelización’ elevada al primer puesto del escalafón romano, cuando el propio Santo Padre insistía una y otra vez en la ‘solemne tontería’ que es el proselitismo y desanimaba el intento de traer a la Iglesia a miembros de otras confesiones, cuya pluralidad, ha vuelto a decir en Macedonia, es lo que hace bella a una sociedad.
Pero ésta es la probable respuesta: este megadicasterio se encargará de ese ‘diálogo’ con el tiempo presente en el que, al parecer, sólo hablan los otros, solo proponen los otros, mientras esta jerarquía responde a las exigencias del mundo incorporando una parte cada vez mayor de su mensaje, por fuerza efímero.
Carlos Esteban