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Como se sabe, para firmar con China el acuerdo secreto del 22 de setiembre del 2018 sobre el nombramiento de los obispos, el papa Francisco tuvo que perdonar a ocho obispos incardinados anteriormente por las autoridades chinas sin la aprobación de Roma y, en consecuencia, incursos en la excomunión.
Uno de éstos murió dos años atrás, pero el gobierno de Pequín pretendió y obtuvo también esta anómala amnistía póstuma.
Pero en cambio, Francisco no obtuvo el mismo reconocimiento, por parte de China, de los obispos llamados “clandestinos”, consagrados por Roma sin el acuerdo del gobierno.
Uno de éstos, Stefano Li Side, obispo de Tianjin, falleció a los 93 años en la vigilia de Pentecostés, pero ni siquiera después de su desaparición las autoridades chinas se han mostrado clementes.
Incluso le han negado las exequias en su catedral.
Es lo que hace resaltar, con palabras muy cargadas, la necrología oficial publicada el 24 de junio por la Secretaría de Estado del Vaticano, seis días después del deceso de Li:
“Las Misa conmemorativas, las condolencias y las ceremonias fúnebres se han llevado a cabo en una cámara mortuoria del distrito de Jizhou, y no en la catedral de San José, en Tianjin”.
Esto a pesar de la vida ejemplar del difunto, no sólo como ministro de Dios sino también como ciudadano:
“Monseñor Li Side vivía en la pobreza y con profunda humildad. Exhortaba siempre a los fieles a respetar las leyes del país y a ayudar a los pobres. También en las dolorosas vicisitudes de distinto género que signaron su larga vida jamás se lamentó, aceptando cada cosa como voluntad del Señor”.
Las “dolorosas vicisitudes” vividas por él consistieron en cuatro años de prisión desde 1958 a 1962, diecisiete años de trabajos forzados desde 1963 a 1980 y otros dos años de prisión desde 1989 a 1991. Después de que, como obispo consagrado sin el reconocimiento gubernamental, debió pasar el resto de su vida – para decirlo también con palabras de la necrológica vaticana – “bajo arrestos domiciliarios en el perdido pueblo de montaña de Liang Zhuang Zi, en el distrito de Jixian, a 60 km. de Tianjin, donde permaneció hasta su muerte, pudiéndose alejar de allí sólo para internarse en un hospital”.
Pero “a pesar del exilio y la lejanía – prosigue la necrológica – los fieles que se llegaron para encontrarse con él fueron muy numerosos. El prelado defendió con coherencia los principios de la Iglesia Católica y testimonió el Evangelio de Cristo, manteniéndose heroicamente en comunión con el sucesor de Pedro”.
Para conocer los detalles del surrealista tratamiento reservado después de su muerte a Li, a quien las autoridades chinas continuaron negando el mismo título de “obispo”, se pueden ver estos dos servicios de “Asia News”, la agencia especializada sobre China, perteneciente al Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras:
Para la diplomacia vaticana este perverso ostracismo de las autoridades chinas no es alentador, respecto a los desarrollos futuros del acuerdo del 22 de setiembre [del año pasado]. Por parte de Roma se continúan los gestos de apertura, como por ejemplo la amplia y pacífica entrevista concedida el 15 de mayo por el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, al “Global Times”, expresión en idioma inglés del “Diario del Pueblo”, órgano oficial del Partido Comunista. Pero después sucedió que la entrevista no fue traducidaal idioma mandarín, ni siquiera en pequeña parte, en ningún diario de China.
Y después está el obstáculo de Hong Kong y de la rebelión de gran parte de la población contra la ley – ahora suspendida – que permitiría la extradición en territorio chino también de los opositores políticos. Una rebelión en la que estuvieron al frente desde el comienzo sobre todo los católicos de la ciudad, comenzando por sus dos últimos obispos y cardenales, no sólo el intrépido Giuseppe Zen Zekiun, crítico irreductible del acuerdo del 22 de setiembre entre el Vaticano y China, sino también su sucesor, John Tong Hon, más moderado.
La elección del nuevo obispo de Hong Kong, puesto que también está por retirarse Tong, porque supera el límite de la edad, será un rompecabezas notable para el papa Francisco, que entre la rebelión y el diálogo tiende naturalmente al segundo, si no hasta la sumisión, pero deberá tener en cuenta también la sed de libertad y de dignidad de numerosos católicos – y obispos – de Hong Kong y de toda la China.