Dice nuestro Specola que en Roma no veían desde hacía décadas una injerencia política tan descarada y embarazosa en un Papa, así como contraproducente en atención a los resultados electorales en Italia, y añade que en la Curia, visto el desastre y el peligroso desencuentro con el gobierno italiano y con tantísimos de su propia grey, ya están dando tímidos y discretos pasos para recomponer relaciones.
Pero si esto es así con el episcopado italiano, que entiende al menos la política nacional, e incluso con la mayoría de quienes rodean al Santo Padre, Francisco parece incapaz de contenerse y aplicar una moratoria a una prédica política que, en un particular, sería absolutamente respetable pero que en el sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo resulta perturbadora y divisiva.
Lo ha vuelto a hacer en la rueda de prensa en vuelo a la vuelta de su viaje a Rumanía, cuya transcripción completa pueden leer aquí. Y lo ha hecho sobre la Unión Europea, una institución que, por humana y coyuntural, cualquiera consideraría discutible, abierta al debate en su misma existencia, y no digamos en su desarrollo y su presente. Pero Su Santidad habla de ella casi como si fuera una necesidad, una entidad mística:
“Por favor, que Europa no se deje vencer por el pesimismo o las ideologías, porque Europa es atacada no con cañones o bombas en este momento, sí con ideologías, ideologías que no son europeas, que vienen de afuera, o crecen en los grupitos de Europa, que no son grandes. Piensen en la Europa dividida y beligerante del 14 y del 32, 33, hasta el 39, que ha estallado la guerra”.
No tomaré por idiotas a mis lectores especificando que, cuando habla de Europa -como se desprende por el inicio del discurso-, se refiere específicamente, y que las ‘ideologías’ que para el Papa están destruyendo Europa son los movimientos soberanistas. Esto último lo deja claro, no en esta ocasión, sino en un sinfín de declaraciones de una postura consistente a lo largo de su pontificado.
Pasemos de puntillas sobre esa curiosa idea de que la defensa del Estado nación sea una “ideología no europea”, aunque el propio Estado nación sea un invento de Europa. ¿De dónde supone Su Santidad que procede? ¿Qué bien hace que el padre visible de todos los católicos del mundo defienda un modelo político concreto, demonizando al otro pese a que no solo es perfectamente lícito, sino que ha sido el dominante por defecto durante los últimos siglos?
Antes ha hablado de modo ambiguo y contradictorio contra las fronteras y, a la vez, a favor de conservar la propia identidad nacional y las propias raíces, sin aclarar en ningún momento cómo pueden los meros mortales obrar semejante milagro. Y termina con estas palabras: “Recen por Europa, recen por Europa, el Señor nos dé la gracia. A los no creyentes deseen la buena voluntad, el deseo de corazón para que Europa regrese a ser el sueño de los padres fundadores”.
Si el Santo Padre pide a los católicos que recen por una intención, el impulso lógico y filial es hacerlo. Y, naturalmente, rezar por Europa es bueno, justo y probablemente necesario. Pero, ¿pedirle a Dios que “Europa regrese a ser el sueño de los padres fundadores”? ¿Por qué? De entrada, la idea de que ‘Europa’ tenga otros padres fundadores que San Benito y otros tantos personajes que moldearon la Cristiandad es, una vez más, identificar esa profunda realidad geográfico e histórica que es Europa con el proyecto, reciente en su historia, de unificarla mediante un tratado principalmente comercial. Aquí, los ‘padres de Europa’ serían los Schumann, Di Gasperi, Adenauer y demás mandatarios que pergeñaron el Mercado Común, embrión de la Unión Europea. ¿Debemos los cristianos rezar por una institución laica concreta de naturaleza discutible?
Carlos Esteban