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lunes, 3 de junio de 2019

El que encubrió las fechorías de McCarrick. Los silencios y las palabras del Papa (Sandro Magister)




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En los últimos días ha vuelto a un primer plano con fuerza el caso de Theodore E. McCarrick, el cardenal estadounidense primero despojado de la púrpura cardenalicia y por último reducido al estado laical durante el pasado mes de febrero, después de haber sido declarado culpable por la Congregación para la Doctrina de la Fe de “efectuar apremios en la Confesión y de violar el sexto mandamiento del Decálogo con menores y adultos, con el agravante de abuso de poder”.
Lo que volvió a llamar la atención sobre su caso han sido dos hechos concomitantes: algunas frases del papa Francisco en la entrevista llevada a cabo por Valentina Alazraki, de la televisión mexicana “Televisa”, anticipada por “Vatican News” el 28 de mayo y, ese mismo día, la publicación de un “Informe” sobre las relaciones de McCarrick con altas autoridades de la Iglesia, escrito por un ex secretario suyo y confidente, el sacerdote Anthony J. Figuereido.
Estos dos elementos, muy lejos de encaminar el caso a una solución, lo agravan más que nunca, elevándolo a emblema máximo, no tanto por la plaga de los abusos sexuales cometidos por ministros sagrados – abusos que en el caso McCarrick han sido descubiertos y condenados – sino por las coberturas acordadas a algunos de los abusadores por parte de autoridades de la Iglesia, hasta los niveles más altos. Coberturas que en el caso de McCarrick parecen muy extendidas y están muy lejos de haber sido aclaradas.
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Figuereido ha respaldado las diez páginas de su informe con citas de cartas, correos electrónicos y documentos hasta ahora inéditos y considerados auténticos por expertos consultados para la ocasión.
De nuevo está sobre todo la noticia que las restricciones impuestas a McCarrick durante el pontificado de Benedicto XVI no fueron transmitidas a él sólo oralmente, sino que fueron puestas por escrito en una carta fechada en el 2008 y firmada por el cardenal Giovanni Battista Re, en esa época prefecto de la Congregación para los Obispos, carta que el mismo McCarrick escribió que había “compartido” inmediatamente con el entonces arzobispo de Washington, el cardenal Donald Wuerl.
Wuerl negó siempre haber sabido algo, tanto de los abusos cometidos por McCarrick como las restricciones impuestas a él, que en la práctica significaban la obligación de retirarse a una vida privada. Y por otra parte McCarrick se abstuvo siempre de obedecer esas restricciones, tanto durante el pontificado de Benedicto XVI como después, cuando habría intensificado sus viajes por todo el mundo, incluido China, con conocimiento de la Secretaría de Estado y del cardenal Pietro Parolin.
Otra noticia inédita del informe es la defensa de sí que hizo McCarrick respecto a las acusaciones de abusos sexuales, en una carta del 2008 al entonces secretario de Estado, Tarcisio Bertone. Admitió que efectivamente había “compartido incautamente la cama” con sacerdotes y seminaristas cuando la casa para vacaciones de la diócesis estaba súper poblada”, pero sin haber tenido o intentado tener relaciones sexuales con ellos, porque los consideraba “como parte de su familia”, tal como había hecho frecuentemente con sus “primos, tíos y otros parientes”, yendo a la cama también con ellos, pero siempre con inocencia.
Como se sabe, esta autodefensa de McCarrick – de quien no se conoce hasta hoy ningún acto de arrepentimiento público – ha sido invalida once años después por la sentencia condenatoria de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Pero lo que queda por aclarar son precisamente las responsabilidades de numerosas y altas autoridades de la Iglesia que sabían de sus fechorías y no hicieron lo que debían.
La posición, por ejemplo, del cardenal Wuerl es hoy más difícil que antes, vistas las revelaciones del informe de Figuereido.
Pero sobre todo no es para nada claro el comportamiento del papa Francisco. Que en la entrevista en “Televisa” intentó justificar su conducta, pero dejando abiertos muchos, muchos interrogantes.
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Quien acusó al papa Francisco de haber encubierto a McCarrick fue el nuncio en Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, en su “Testimonio” hecho público en la noche que transcurrió del 25 al 26 de agosto del año pasado.
Esa noche Francisco estaba en Dublín, cerrando el Encuentro Mundial de las Familias. Con el resultado que pocas horas después, en la conferencia de prensa brindada en el vuelo de regreso a Roma, fue interpelado a propósito del tema por Anna Matranga, periodista de NBC.
Viganò había dicho que el 23 de junio del 2013, en un breve encuentro personal, el papa Francisco le había pedido un juicio sobre el cardenal McCarrick y él le había respondido que “en la Congregación para los Obispos hay un informe muy grande sobre él. Corrompió generaciones de seminaristas y sacerdotes, y el papa Benedicto XVI le había impuesto que se retirara a una vida de oración y de penitencia”. Y agregó: “el Papa no hizo el más mínimo comentario a esas palabras mías tan graves y no mostró en su rostro ninguna expresión de sorpresa, como si estuviera enterado del tema desde hacía mucho tiempo, y cambió rápidamente de conversación”.
A Anna Matranga, que le había preguntado “si esto era verdad”, Francisco le respondió de este modo: “No diré una sola palabra sobre esto”. El Papa invitó más bien a los periodistas a “estudiar” la credibilidad de la acusación de Viganò. Y agregó: “Cuando haya pasado un poco de tiempo y ustedes hayan extraído sus conclusiones, quizás hablaré”. Al final, al pedirle de nuevo una respuesta, prometió, sin el “quizás”: “ustedes estudien [el tema] y después hablaré”.
Pocas semanas después, en un comunicado fechado el 6 de octubre, Francisco hizo saber que había ordenado “un posterior estudio preciso de toda la documentación que hay en los archivos de los dicasterios y oficinas de la Santa Sede” respecto a McCarrick. Y aseguró que “la Santa Sede no dejará, a su debido tiempo, de hacer conocer las conclusiones del caso”.
Pero desde el estallido del caso han pasado más de nueve meses y todavía no se ha publicado nada.
El 29 de mayo el cardenal Parolin dijo que la investigación está siempre en curso y “una vez concluido este trabajo habrá una declaración”, sin siquiera permitir presagiar que esto ocurrirá dentro de poco.
Pero lejos de ser esclarecedoras han sido las palabras dichas respecto a este tema por Francisco en la entrevista con Valentina Alazraki realizada hace pocos días, las primeras dichas en público por él después de la promesa hecha en el vuelo del 26 de agosto que antes mencionamos.
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A las preguntas de Valentina Alazraki el Papa respondió ante todo justificando su silencio y su decisión inicial de invitar a los periodistas a que “estudiaran” ellos el acta de acusación de Viganò.
Hizo esto porque – dijo – “no había leído toda la carta, la leí un poco y ya sabía de qué se trataba”.
En realidad, el 26 de agosto Francesco dijo en el avión que la había leído íntegramente. Pero ahora ha dado a entender que su prejuicio negativo sobre el acta de acusación de Viganò se refería a la persona del ex nuncio, en su opinión poco bueno, visto que “tres o cuatro meses después un juez de Milán lo condenó”, visto que “algunos incluso dijeron que había sido pagado” y visto sobre todo su “cólera”, frente a la cual la única respuesta que hay que dar es el silencio, como hizo Jesús “el Viernes Santo”.
Propiamente hablando, la de Milán no ha sido una “condena” de Viganò, sino el cierre en sede civil de un contencioso entre hermanos respecto al destino de una herencia considerable. Un conflicto familiar de larga data que el Papa dijo que conocía desde hace tiempo, pero del cual siempre había callado en público para no “arrojar basura” sobre el ex nuncio. En cuanto a la sospecha de un pago oculto, Francisco agregó rápidamente: “No sé, no lo sé”. Pero es un hecho que ahora dijo en público ambas cosas, y en mala forma, contradiciéndose plenamente.
Ante la pregunta crucial si sabía o no de las fechorías de McCarrick, Francisco respondió de este modo en la entrevista con “Televisa”:
“De McCarrick yo no sabía nada, obviamente, nada, nada. Lo dije varias veces eso, que yo no sabía, ni idea. Y que cuando esto que dice que me habló aquel día, que vino…Y yo no me acuerdo si me habló de esto. Si es verdad o no. ¡Ni idea! Pero ustedes saben que yo de Mc Carrick no sabía nada, sino no me hubiera quedado callado, ¿no?”.
En un hombre con una memoria fuera de lo común como Jorge Mario Bergoglio, este vacío parece anómalo. Y Viganò contestó inmediatamente, desde el lugar secreto en el que está escondido, acusando al Papa de mentir.
¿A quién creer en este punto? ¿A Viganò o a Francisco? La respuesta sólo puede darse a partir de los documentos conservados en el Vaticano, en la nunciatura y en las diócesis en la que McCarrick prestó servicio: Nueva York, Metuchen, Newark y Washington.
Porque si fuese cierto que Francisco nunca supo nada de la mala conducta de McCarrick, queda por explicar cómo pudo suceder esto, cuando en el Vaticano y en Estados Unidos eran numerosos los eclesiásticos de alto nivel que estaban al tanto, desde muchos años antes.
Si el año pasado se hubiese llevado a cabo un proceso canónico con todas las reglas contra McCarrick, toda esta red de encubrimientos habría salido inexorablemente a la luz.
Pero se eligió el camino breve del decreto administrativo, concentrado en la sola persona del réprobo.
No queda más que esperar la publicación de los resultados de la investigación documentada, anunciada el pasado 6 de octubre y confirmada días pasados por el cardenal Parolin.
Sandro Magister