Durante mucho tiempo se ha dicho que hay tres días en el año que relucen más que el Sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Hoy no. Esa expresión no les dice nada, sobre todo a los jóvenes. Como tal jueves, que aún se celebra, sólo queda el Jueves Santo. Las otras dos celebraciones se siguen manteniendo, pero se han pasado al domingo siguiente.
Como sabemos, la Ascensión del Señor a los Cielos ocurrió cuarenta días después de su Resurrección en cuerpo y alma. De modo que la ceremonia correspondiente a ese día debería haberse celebrado el 27 de mayo de 2019. Sin embargo, se pospone, de modo oficial, al próximo domingo, 2 de junio de 2019, o sea, hoy.
La ODA XVIII de Fray Luis de León (1527-1591) titulada La Ascensión del Señor es de una gran belleza:
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de tí desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay!, nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
Nos quedamos tristes, porque el Señor se va, pero nos conviene que se vaya. Así lo dijo Él mismo: "Os digo la verdad: os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito [es decir, el Espíritu Santo] no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy, os lo enviaré" (Jn 16,7). Y ésta es la explicación que les da a sus discípulos, y que vale igualmente para nosotros: "Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis comprenderlas. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hacia la Verdad completa, pues no hablará de Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo dará a conocer" (Jn 16,12-14)
El Espíritu Santo (Espíritu del Padre y del Hijo, Espíritu de Jesús, por lo tanto) no hablará de Sí mismo sino que hablará de lo que le oiga a Jesús, pues Él es la Palabra del Padre. Por eso, si no tenemos el Espíritu de Jesús, (el Amor de Dios), no tenemos a Jesús, no podemos ser sus amigos.
Ahora bien, el Espíritu Santo no podemos tenerlo por nosotros mismos. Es un don de Dios, es el Don de Dios. Su posesión es pura gracia ... aunque lo podemos tener si se lo pedimos: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11, 13).
Y, sin embargo,¿por qué le pedimos tantas cosas al Señor y luego no nos las concede? ¿Acaso no nos escucha? ... Pero ¿cómo no nos va a escuchar si es nuestro Padre y nos quiere con locura? Por supuesto que nos escucha. Ahora bien: quiere lo mejor para nosotros; y nosotros, con demasiada frecuencia, pedimos lo que que no nos conviene (por más que creamos otra cosa): "Pedís y no recibís, porque pedís mal, para malgastarlo en vuestras pasiones" (Sant 4,3).
Dicho lo cual, es preciso que sigamos rezando: "Orad sin cesar" (1 Tes 5,17), decía San Pablo a los Tesalonicenses ... lo que viene a ser un recuerdo, un refresco de nuestra memoria con respecto a lo que ya nos decía Jesús: "Es necesario orar en todo momento y no desfallecer jamás" (Lc 18,1). Si así lo hacemos, el fruto es seguro. No podemos tener ninguna duda acerca de esto.
Poseer el Espíritu de Jesús significa pensar como Jesús, amar como Jesús y actuar como Jesús ... en otras palabras: tener sus mismos sentimientos (cfr Fil 2,5).
¿Cómo procedió Jesús en su vida mortal? Lo que sabemos, por la fe, con toda claridad, es que siendo Dios, la Persona de Jesús (el Hijo) tomó un cuerpo y un alma, como los nuestros, tomó una naturaleza humana, y sin dejar de ser Dios, se hizo hombre, realmente hombre, se hizo uno de nosotros, y como hombre fue "obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2,8).
No hay otro modo de manifestar el amor (en este mundo) que el camino de la cruz, que fue el que Jesús siguió. No la cruz por sí misma, lo que no tendría ningún sentido, sino la cruz por amor a Él, para identificarnos con Él, porque queremos vivir su propia Vida, igual que Él ha vivido la nuestra, queremos amarlo como Él nos ha amado: "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13,1).
El amor se hace auténtico en la cruz. Esto no lo digo yo. Lo dijo Jesús: "El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga" (Mt 6,24).
No hay otra solución si queremos ser felices. La verdadera felicidad, la única que merece este nombre, va siempre de la mano de Jesús ... y de Jesús sólo podemos decir que somos sus amigos si hacemos lo que Él nos manda (cfr Jn 15,14). Y sólo entonces tendremos su Espíritu, y con el Espíritu de Jesús, todos los frutos de este Espíritu: "caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. Contra esto no hay Ley" (Gal 5,22).
El apóstol Pablo no pretende dar una relación exhaustiva de todos los frutos del Espíritu Santo. Pero, al leer con atención, se observa que, a continuación de la caridad [o sea, del amor, que, como se ha dicho, precisa del seguimiento de la senda estrecha y de la cruz para poder llamarse así] viene, en segundo lugar, la alegría, la verdadera alegría, que es la que proviene de nuestra unión a Jesucristo, con quien formamos un solo cuerpo. [Ver nota 2]
NOTAS:
1. La venida del Espíritu Santo se celebra diez días después de la Ascensión. Este año 2019 será el domingo, 9 de junio, día de Pentecostés, así llamado porque dicha venida tuvo lugar cincuenta días después de la Resurrección de Jesús.
2. La unión con Jesucristo tiene lugar en el Espíritu Santo, que es Espíritu del Padre y Espíritu del Hijo. Tremendo misterio éste del Cuerpo Místico de Cristo por el cual somos llamados hijos de Dios (hijos en el Hijo, por el Espíritu Santo) ... y lo somos realmente (1 Jn 3, 1] lo cual no debe llevarnos a olvidar que se trata de una gracia inmerecida, cuya única razón de ser es el Amor que Dios nos tiene (otro misterio que nos sobrepasa).
El Espíritu Santo (Espíritu del Padre y del Hijo, Espíritu de Jesús, por lo tanto) no hablará de Sí mismo sino que hablará de lo que le oiga a Jesús, pues Él es la Palabra del Padre. Por eso, si no tenemos el Espíritu de Jesús, (el Amor de Dios), no tenemos a Jesús, no podemos ser sus amigos.
Ahora bien, el Espíritu Santo no podemos tenerlo por nosotros mismos. Es un don de Dios, es el Don de Dios. Su posesión es pura gracia ... aunque lo podemos tener si se lo pedimos: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11, 13).
Y, sin embargo,¿por qué le pedimos tantas cosas al Señor y luego no nos las concede? ¿Acaso no nos escucha? ... Pero ¿cómo no nos va a escuchar si es nuestro Padre y nos quiere con locura? Por supuesto que nos escucha. Ahora bien: quiere lo mejor para nosotros; y nosotros, con demasiada frecuencia, pedimos lo que que no nos conviene (por más que creamos otra cosa): "Pedís y no recibís, porque pedís mal, para malgastarlo en vuestras pasiones" (Sant 4,3).
Dicho lo cual, es preciso que sigamos rezando: "Orad sin cesar" (1 Tes 5,17), decía San Pablo a los Tesalonicenses ... lo que viene a ser un recuerdo, un refresco de nuestra memoria con respecto a lo que ya nos decía Jesús: "Es necesario orar en todo momento y no desfallecer jamás" (Lc 18,1). Si así lo hacemos, el fruto es seguro. No podemos tener ninguna duda acerca de esto.
Poseer el Espíritu de Jesús significa pensar como Jesús, amar como Jesús y actuar como Jesús ... en otras palabras: tener sus mismos sentimientos (cfr Fil 2,5).
¿Cómo procedió Jesús en su vida mortal? Lo que sabemos, por la fe, con toda claridad, es que siendo Dios, la Persona de Jesús (el Hijo) tomó un cuerpo y un alma, como los nuestros, tomó una naturaleza humana, y sin dejar de ser Dios, se hizo hombre, realmente hombre, se hizo uno de nosotros, y como hombre fue "obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2,8).
No hay otro modo de manifestar el amor (en este mundo) que el camino de la cruz, que fue el que Jesús siguió. No la cruz por sí misma, lo que no tendría ningún sentido, sino la cruz por amor a Él, para identificarnos con Él, porque queremos vivir su propia Vida, igual que Él ha vivido la nuestra, queremos amarlo como Él nos ha amado: "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13,1).
El amor se hace auténtico en la cruz. Esto no lo digo yo. Lo dijo Jesús: "El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga" (Mt 6,24).
No hay otra solución si queremos ser felices. La verdadera felicidad, la única que merece este nombre, va siempre de la mano de Jesús ... y de Jesús sólo podemos decir que somos sus amigos si hacemos lo que Él nos manda (cfr Jn 15,14). Y sólo entonces tendremos su Espíritu, y con el Espíritu de Jesús, todos los frutos de este Espíritu: "caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. Contra esto no hay Ley" (Gal 5,22).
El apóstol Pablo no pretende dar una relación exhaustiva de todos los frutos del Espíritu Santo. Pero, al leer con atención, se observa que, a continuación de la caridad [o sea, del amor, que, como se ha dicho, precisa del seguimiento de la senda estrecha y de la cruz para poder llamarse así] viene, en segundo lugar, la alegría, la verdadera alegría, que es la que proviene de nuestra unión a Jesucristo, con quien formamos un solo cuerpo. [Ver nota 2]
José Martí
1. La venida del Espíritu Santo se celebra diez días después de la Ascensión. Este año 2019 será el domingo, 9 de junio, día de Pentecostés, así llamado porque dicha venida tuvo lugar cincuenta días después de la Resurrección de Jesús.
2. La unión con Jesucristo tiene lugar en el Espíritu Santo, que es Espíritu del Padre y Espíritu del Hijo. Tremendo misterio éste del Cuerpo Místico de Cristo por el cual somos llamados hijos de Dios (hijos en el Hijo, por el Espíritu Santo) ... y lo somos realmente (1 Jn 3, 1] lo cual no debe llevarnos a olvidar que se trata de una gracia inmerecida, cuya única razón de ser es el Amor que Dios nos tiene (otro misterio que nos sobrepasa).