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martes, 18 de junio de 2019

¿Por qué el sínodo? (Carlos Esteban)



Ya conocemos en qué, es decir, el temario del Sínodo de la Amazonia que se celebrará el próximo octubre, su Instrumentum Laboris. Lo que no sabemos es el por qué o, si se prefiere, el para qué de una reunión episcopal que parece acentuar la deriva sincretista de los últimos años.

Por mucho que el último sínodo -el equívocamente llamado Sínodo de la Juventud- haya inaugurado la nueva Iglesia Sinodal querida por Francisco, estas reuniones episcopales de la Iglesia Universal siguen siendo lo bastante raras como para entender que responden a retos importantes para la Barca de Pedro.

Con la publicación del Instrumentum Laboris del sínodo sabemos ya qué cuestiones se van a discutir y, si hemos de atender a los precedentes, aprobar e incorporar al magisterio ordinario (otra de las innovaciones introducidas por Francisco mediante el oportuno motu proprio): un potpourrí de ecologismo popular, teoría del Buen Salvaje y relativismo litúrgico y sacramental bastante indigesto. Pero, ¿por qué?

Por introducir lo que tiene de intrigante que se convoque un sínodo sobre las necesidades de esta zona citaremos una frase brutal, pero creo que acertada en general, de nuestro Specola: la Amazonia y sus problemas no interesan a nadie. Es decir, aquí, como en el Sínodo de la Juventud, el tema alegado es una mera excusa para otra cosa, para otros fines.

Por ejemplo, la ordenación de hombres casados. Es Alemania la que lo pide, pero siguiendo el discurrir del propio pontífice cuando hablaba de islas remotas, quedaría raro que se plantease así, como una concesión a las demandas de una Iglesia nacional rica y en absoluto periférica. Sobre todo, porque en esa tierra no parece que a los luteranos, cuyos pastores pueden y suelen casarse, les vaya mejor con las vocaciones. Así que uno busca un paraje exótico, una vastísima zona de naturaleza virginal y almas geográficamente dispersas privadas de los sacramentos por culpa, de algún modo, del celibato sacerdotal.

Naturalmente, suena raro que, en un momento de crisis eclesial como el que vivimos en Occidente, el destino de un millón largo de indígenas tenga que preocupar más que los varios millones que abandonan cada año la Iglesia en Occidente, como para justificar todo un sínodo. Como ironiza la Cigüeña de la Torre cuando propone “como Sínodo siguiente, ante el gravísimo problema que está planteado, que a la Amazonía le siga Euskadi porque clama al cielo lo que allí está ocurriendo. Son escasísimas las vocaciones en las tres provincias, perdón, cuatro, porque Navarra es Euskadi, e incluso parte de Zaragoza, Huesca y Santander, más toda La Rioja, con muchos más habitantes que los que tiene la Amazonia”. Que les pregunten a los curas de, por ejemplo, la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol que tienen que servir a un puñado de aldeas dispersas cada domingo.

De modo que realmente nos resulta muy, muy difícil creer que la finalidad de la convocatoria de este sínodo es la que se publicita. Entonces, ¿cuál?

Por lo que indica el Instrumentum Laboris, lo que parece pretenderse es algo muy en línea con muchas otras actuaciones y alocuciones papales, y que entronca muy especialmente con el ‘pacto para la paz’ firmado por Su Santidad con el Gran Imán de Al Azhar en Abu Dabi, del que tan satisfecho volvió Francisco, enviando copia a todas las instituciones educativas católicas del orbe. El gran triunfo consistía en haber dado un paso de gigante en el ‘diálogo interreligioso’ de la Iglesia y el Islam, incluyendo esa polémica frase según la cual Dios quiere la pluralidad de religiones.

Que Francisco es un Papa ecuménico no hace falta subrayarlo demasiado, aunque su visión transciende el ecumenismo original, que se centraba en avanzar hacia la unidad de los cristianos: Francisco quiere eso mismo pero con todas las religiones.

Las ‘pruebas’ de esa actitud son demasiado abundantes para citarlas todas, desde la celebración de esa tragedia que fue la división de la Iglesia por obra de Lutero, repentinamente convertido de archiheresiarca en “testigo del Evangelio”, hasta la citada cercanía con el Islam -en su viaje a Marruecos, exhortó a la diminuta comunidad católica de allí a no buscar la conversión de los musulmanes-, su proximidad con el judaísmo y sus fraternales lazos con la Ortodoxia oriental.

Francisco busca una confluencia de las religiones, no ha hecho secreto de ello, y si lo que separa a las distintas confesiones son sus dogmas y su doctrina, ¿no tiene sentido relativizarlos? El Papa nos ha exhortado a que no “convirtamos la verdad en un ídolo”, lo que resulta algo difícil de compatibilizar con la adoración de un Cristo que se llama a sí mismo la Verdad. También nos ha pedido, más recientemente, que no busquemos ‘claridad’ porque el propio Cristo no se la quiso dar sus propios apóstoles.

¿Y qué tenemos en el Instrumentum Laboris? Veamos el punto 98 sugiere a los pastores destinados a la evangelización de los indígenas “integrar la teología indígena y la ecoteología que los prepare a la escucha y al diálogo abierto en donde acontece la evangelización”, se pide “la enseñanza de la teología indígena panamazónica en todas las instituciones educativas”, “profundizar en una teología india amazónica ya existente, que permitirá una mejor y mayor comprensión de la espiritualidad indígena” y “tener en cuenta los mitos, tradiciones, símbolos, saberes, ritos y celebraciones originarios que incluyen las dimensiones trascendentes, comunitarias y ecológicas”.

Carlos Esteban