No soy, repito, bueno, y uno de mis principales defectos es la impaciencia. No tengo paciencia, especialmente, con los santos súbitos, con los maestros de la ley que, además de alargarse unas filacterias totalmente figuradas, me insultan y me excomulgan ‘por lo periodístico’, por así decir.
Hoy me he fijado en un artículo aparecido en Alfa y Omega, órgano de la Archidiócesis de Madrid, firmado por su mismísimo director, que ocupa los primeros puestos en la sinagoga gracias a su fidelísima capacidad de adaptarse a lo que venga, de un modo no muy distinto a su remoto jefe, el señor arzobispo, don Carlos Osoro, que ha visto la luz ecológica en cuanto le ha sido conveniente verla.
Así que voy a dedicar este artículo de perdición, que ignoro si querrán publicarme, a uno que publica ese espejo de ortodoxia que es Ricardo Benjumea, a quien Dios guarde luengos años, más que nada porque tira la piedra y esconde la mano, y la piedra va contra esta publicación y yo no tengo, ni he tenido nunca, la intención de esconderme.
Hablo de esa cosa fofa que escribe bajo el titular ‘La Iglesia busca aliados contra «los discursos del miedo» (ya les advertí que no soy bueno: dejen de leerme). Me limitaré a comentar fragmentos, porque, ya saben, ellos son los buenos y yo, malo.
El titular ya les dará una idea de lo que va la vaina, lo que no es nada difícil, porque si el Papa tiene dos obsesiones -inmigración masiva y cambio climático-, ya podemos imaginar que esos prelados tan, tan sinodales y libres y descentralizados tendrán exactamente esas dos mismas obsesiones, por un principio de ósmosis o coincidencia milagrosa que debería explicar algún científico o un teólogo ‘a la moda’, porque yo no sabría. Yo soy sólo una mala persona.
Benjumea se regocija y saca pecho de que la “Santa Sede fue el mayor impulsor del Pacto Mundial sobre Migración, suscrito por 164 países en diciembre de 2018 en Marrakech”. Muy meritorio, aunque el Vaticano, esa última monarquía absoluta de Occidente, siga siendo el Estado más restrictivo en acogida de extranjeros del mundo. O de que el famoso Pacto Mundial diga en su Artículo 31 que se facilitará “el acceso a servicios de atención de la salud sexual y reproductiva”. ¿Qué piensa exactamente Benjumea que significa eso? ¿Quizá desconoce la postura de la ONU sobre el aborto, o ignora que es, digamos, difícilmente compatible con la doctrina de la Iglesia, reiterada en este punto -¡faltaría más!- por Francisco? Pero eso no toca, ¿verdad? Ya si eso.
Benjumea no tiene por un segundo la menor duda de que es deber del cristiano cumplir celosamente un texto de la ONU, una organización que no ha destacado exactamente por su amor a la Iglesia o el escrupuloso respeto por su doctrina, como si fuera un undécimo mandamiento, pese a que lo que se propone en ese texto -el derecho de cualquiera, en cualquier lugar, de trasladarse a cualquier otro, de cualquier manera- no se le ha ocurrido en dos mil años a ningún Papa, santo, teólogo o doctor de la Iglesia, por no hablar de que no lo va a admitir ningún Estado que no se haya hecho a la idea de desaparecer, empezando muy particularmente por ese con el que está la Santa Sede a partir un piñón y el arzobispo Sánchez Sorondo considera ejemplar en la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia, China.
No, no: la Iglesia ahora tiene la obligación de hacer presión política para lograr que se imponga un estado de cosas que jamás hasta ahora se le había ocurrido a nadie. Pero los extremistas, naturalmente, son los otros, como el infierno para Sartre.
Cita abundante y con aplauso a un Michael Czerny, responsable de la Sección de Migrantes y Refugiados del Vaticano, que dice cosas como: “Es puro Vaticano II. Esa es la Iglesia que queremos. Pedirle al Papa que haga él las cosas, eso es la Iglesia anterior al Concilio, la que no queremos”.
¿Está de acuerdo con eso Benjumea? La Iglesia anterior a UN concilio, que da la circunstancia trivial en una Iglesia eterna que es el más reciente, ¿no la queremos? ¿Han estado casi dos mil años despistados los católicos mientras evangelizaban todo el orbe, haciendo el idiota en una Iglesia “que no queremos”? ¿Es consciente Czerny -y Benjumea, y Osoro- que sin esa iglesia, la de Santo Tomás, San Ignacio de Loyola o San Francisco de Asís, el Concilio Vaticano II hubiera sido imposible, no habría razón alguna para que nadie le hiciera el menor caso?
“El populismo xenófobo, al menos en España, nace de sectores que se reconocen ampliamente católicos y es amplificado por medios de comunicación que dicen ser afines a las posturas católicas”. Benjumea entrecomilla la frase, pero no la atribuye, así que daré por hecho que es de Czerby. Da un poco igual, porque todos dicen lo mismo.
Carlos Esteban