En total, casi 23 millones de alemanes siguen siendo católicos en un país de 83 millones de habitantes. Junto con su principal ‘rival’, la iglesia luterana, representan ligeramente más de la mitad de la población.
Las denominaciones religiosas tienen un modo fácil y automático de contar a sus fieles: los impuestos. Por ley, los contribuyentes tienen que especificar su religión a efectos del Kirchensteuer o impuesto religioso, para dejar de pagar el cual tienen que apostatar registralmente.
Los números se reducen año tras año desde hace décadas, con una fuerte aceleración en los últimos años, mientras el episcopado y su clero se embarcan en ‘experimentos’ litúrgicos y doctrinales en dirección a una fe más acomodaticia con las costumbres del mundo. Son precisamente los pastores y teólogos alemanes los que lideran la vanguardia de una renovación que se aleja a marchas forzadas de la tradición.
La paradoja es que, siendo esta la causa más evidente del abandono masivo de fieles, la jerarquía nacional, en lugar de tratar detener esta sangría -que también lo es para sus arcas- volviendo a la tradición, invocan esta misma crisis como excusa para acelerar el proceso de acercamiento a las ideologías mundanas de moda.
Así, Katholisch.de, la página oficial de la Conferencia Episcopal acaba de publicar un artículo del padre Nikodemus Schnabel en el que el monje benedictino propone, como compromiso si del Sínodo de la Amazonía no sale el diaconado femenino, que haya mujeres presentes en el santuario junto al sacerdote en las misas, y que mientras éste celebra el Santo Sacrificio, ella se ocupe de predicar la homilía.
Carlos Esteban