Uno podría pensar que ser prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica bajo un Papa no especialmente entusiasta de la vida consagrada y con evidenciado recelo hacia el apostolado como se ha entendido durante tanto tiempo no es precisamente una bicoca, pero se equivocaría de parte a parte.
El cardenal João Braz de Aviz, que cumple este encargo, ha demostrado sobradamente que entiende a la perfección cuál es su cometido, a juzgar por las ‘muescas’ que acumula su historial de órdenes tocadas y hundidas. La vida religiosa languidece, desapareciendo las vocaciones a monjes, frailes o consagrados a mayor ritmo que cualquier otra. Pero si por las viejas congregaciones no tiene que preocuparse, que llevan ya décadas vaciándose a toda velocidad y a un ritmo que promete, en muchos casos, su desaparición a décadas vista, las nuevas son otra cosa.
Me refiero, naturalmente, a las que nacen llenas de vitalidad y abundantes en frutos que, para desesperación de nuestra más alta jerarquía, parecen ser las que enraizan con la más perenne tradición de la Iglesia, en fondo y forma. Y es misión de Braz de Aviz frustrarlas antes de que puedan hacer algún daño: Hermanitas de María, Sociedad de los Santos Apóstoles, Franciscanos de la Inmaculada, Familia Christi … Ya conocen el marcador.
Braz de Aviz, de visita en Paraguay, ha concedido una entrevista al diario Última Hora en la que nos deja vislumbrar un atisbo de esos ‘nuevos aires’ eclesiales que, siempre que se puede, se definen en vagas metáforas o, mejor, en negaciones de lo que no son.
Una parte importante, clave, de los malentendidos en el debate público moderno, ya se trate de política, religión o cualquier asunto lo bastante amplio, es la confusión del lenguaje, el uso de las palabras atendiendo a las emociones que provocan y las asociaciones espurias que suscitan, sin atender a su significado estricto o, en el caso de que tenga varios, a aclarar a cuál se refiere, beneficiándose de la ambigüedad.
En las respuestas de Braz de Aviz hay una verdadera fiesta de este lenguaje ambiguo, pero nos quedaremos solo en su empleo de dos palabras: tradición y cultura. Dice el cardenal: “Muchas cosas de la tradición, muchas que son de la cultura pasada, ya no sirven más”.
‘Tradición’, en el lenguaje católico esperable en un curial, tan preciso, es clave, es una de las fuentes de la Revelación, de lo que creemos, junto con la Escritura. Pero cuando el periodista pide al brasileño que aclare a qué se refiere, responde: “Por ejemplo, tenemos formas de vida que son ligadas a nuestros fundadores que no son esenciales: Una forma de rezar, una forma de vestir, dar más importancia a ciertas cosas que no son tan importantes y a otras que sí son importantes, dejarlas un poco”. Esto no es lo que se conoce como Tradición, aunque es evidente que existe una relación íntima entre fondo y forma y que esta última no es baladí. Volveremos luego a eso.
La otra palabra es ‘cultura’, como cuando dice: “Que mi cultura es más importante que la cultura del otro, eso ya no es verdad porque las culturas son todas iguales”. Dan ganas de preguntarle algo más por ese “ya”. ¿Quiere decir que hubo un momento en que una cultura era más importante que otra? ¿Cuándo ha dejado de serlo? ¿Por qué? ¿En qué sentido ‘importante’?
Estamos ante otra palabra por la que se entienden cosas distintas. En un sentido popular, ‘cultura’ suele asociarse con ‘alta cultura’, con las principales obras en arte, literatura, filosofía y otros frutos del espíritu humano; más amplio, ‘cultura’ se refiere a la expresión concreta de cómo un pueblo ve el mundo, de sus valores, sus creencias, sus esperanzas y temores.
En ninguno de los dos sentidos nos parece cierta la frase del cardenal. Por supuesto que hay culturas más ‘importantes’ que otras, y por eso unas culturas se imitan y otras no. Pero, en su segunda acepción, la cosa es mucho más grave, cuanto más en boca de un prelado, porque viene a decir que los valores cristianos no son más importantes que los musulmanes o los animistas, que viene a ser lo mismo que decir que el cristianismo no es la verdad, como mucho una interpretación alternativa, tan válida como cualquier otra, de la verdad. Una concepción, por otra parte, que empapa el Instrumentum Laboris del Sínodo de la Amazonía, el sínodo-trampa, y que ha sido calificado de ‘herejía’, ‘apostasía’, ‘estupidez’ y ‘cristianismo biodegradable’.
Pero Braz de Aviz no cree en lo que dice. La alta jerarquía no cree en lo que dice cuando habla de dejar atrás fórmulas y tradiciones -con minúsculas- viejas que “ya no sirven”. Porque la paradoja de esta revolución es que nos llega de manos de quienes ya no cumplen 70, y a menudo han pasado ya de los 80. Y son sus fórmulas, más que antiguas, desfasadas, las que quieren imponer, pese a que, si el criterio es ‘servir’, deberían ser las primeras en desaparecer porque el pueblo cristiano ha reaccionado ante ellas con un creciente y alarmante abandono de la práctica de la fe.
Carlos Esteban