En el panorama católico nos encontramos con facultades teológicas enteras que ha renunciado a la Verdad. No sólo han renunciado a ella sino que la rechazan como algo extraño. En el “mejor” de los casos, la consideran susceptible a ser opinable y discutida y ya en el peor la rechazan de plano. No son todas las verdades de fe, y no lo hacen de forma abierta, eso no es típico del modernista. Los modernistas elaboran un complicado proceso mental en el que justifican los cambios amparados en la pastoral, en la misericordia, en la conciencia, en la autoridad… Todo con tal de justificar lo que en otro momento ha sido condenado como error. En el fondo son absolutistas porque aunque en su primera fase quieran simular que dialogan con la Verdad, lo hacen solo para al final, descartarla , despreciarla y considerarla obsoleta. Dice Alonso Gracián en su muro:
“El absolutismo modernista.- Puede chocar la idea, pero es cabal. La perversión de la inteligencia, causa próxima del modernismo, ha producido un deterioro del sentido de la verdad. De forma que, para el católico absolutista, la verdad es lo que promulga la autoridad, sea disonante o no con el Depósto transmitido. Es la autoridad la que crea la Tradición. Es la autoridad la que genera la verdad. De aquí procede una visión absolutista del magisterio, que pretende poder modificar el magisterio anterior por razones meramente pastoral, o ignorarlo y preterirlo en función de la praxis”
Hoy el modernista no es agresivo, ni presume de modernista. Es educado y tolerante . Se alimenta del personalismo de los filósofos y teólogos talismán: Ratzinger, Woytila, Delubac, Blondel, Von Balthasar, Maritain, Teilhar de Chardin y un largo etcétera. A todos ellos les gusta la novedad y coquetear con la modernidad. Dios los cría y ellos se juntan.