«No podemos hacer del ecologismo una nueva religión»
Lo dijo el cardenal Gerhard Ludwig Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una entrevista publicada en La Nuova Bussola Quotidiana, y traducida por Secretum Meum Mihi.
Eminencia, usted dice “quieren cambiar la Iglesia”, pero ¿cuáles son los signos claros de esta voluntad?
El enfoque del Instrumentum Laboris es una visión ideológica que no tiene nada que ver con el cristianismo. Quieren salvar el mundo según su idea, quizás utilizando algunos elementos de la Escritura. No es sorprendente que aunque estemos hablando de Revelación, Creación, sacramentos, relaciones con el mundo, casi no se hace referencia a los textos del Concilio Vaticano II que definen estos aspectos: Dei Verbum, Lumen Gentium, Gaudium et Spes. No se habla de la raíz de la dignidad humana, de la universalidad de la salvación, de la Iglesia como sacramento de la salvación. Solo hay ideas profanas, de las cuales también se pueden discutir, pero no tienen nada que ver con la Revelación.
A este propósito me parece importante mencionar el N° 39 del Instrumentum Laboris, donde habla de “un amplio y necesario campo de diálogo entre las espiritualidades, credos y religiones amazónicas que exige una aproximación cordial a las diversas culturas”. Y dice: “La apertura no sincera al otro, así como una actitud corporativista, que reserva la salvación exclusivamente al propio credo”.
Tratan nuestro Credo como si fuera nuestra opinión europea. Pero el Credo es la Revelación de Dios en Jesucristo, que vive en la Iglesia. No hay otro credo. En cambio, hay otras convicciones filosóficas o expresiones mitológicas, pero nadie se ha atrevido a decir, por ejemplo, que la Sabiduría de Platón es una forma de la revelación de Dios. En la creación del mundo, Dios manifiesta solo su existencia, su ser punto referencia de la conciencia, de la ley natural, pero no hay otra revelación fuera de Jesucristo. El concepto de Lógos spermatikòs (las “semillas del Verbo”), recogidas por el Concilio Vaticano II, no significa que la Revelación en Jesucristo exista en todas las culturas independientemente de Jesucristo. Como si Jesús fuera solo uno de estos elementos de la Revelación.
Entonces Usted está de acuerdo con el cardenal Brandmüller, cuando habla de “herejía” a propósito este documento (clic aquí).
¿Herejía? No solamente, también es estupidez. El hereje conoce la doctrina católica y la contradice. Pero aquí solo hay una gran confusión, y el centro de todo no es Jesucristo, sino ellos mismos, sus ideas para salvar al mundo.
En el documento se pone como modelo de ecología integral la “cosmovisión” de los pueblos indígenas, que sería una concepción en la que los espíritus y las divinidades actúan “con y en el territorio, con y en relación con la naturaleza”. Y se asocia con el “mantra de Francisco: ‘todo está conectado’” (N° 25)
La “cosmovisión” es una concepción materialista, similar a la del marxismo, al final podemos hacer lo que queramos. Pero creemos en la Creación, la materia es la forma de la esencia de la naturaleza, no podemos hacer lo que queremos. La creación es para la glorificación de Dios pero también es un desafío para nosotros, llamados a colaborar con la voluntad salvífica de Dios para todos los hombres. Nuestra tarea no es preservar la naturaleza así como es, sino tenemos la responsabilidad por el progreso de la humanidad, en la educación, en la justicia social, por la paz. Por esto los católicos construyen escuelas, hospitales, esta es también la misión de la Iglesia. La naturaleza no puede ser idealizada como si la Amazonía fuera una zona del Paraíso, porque la naturaleza no siempre es amorosa con el hombre. En la Amazonía hay depredadores, hay infecciones, enfermedades. E incluso estos niños, estos jóvenes tienen derecho a una buena educación, a beneficiarse de la medicina moderna. No se puede idealizar, como se hace en el documento sinodal, solo la medicina tradicional. Una cosa es tratar un dolor de cabeza, otra cosa cuando hay enfermedades graves, operaciones complicadas. El hombre no solo tiene el derecho, sino también el deber de hacer todo lo posible para preservar o restaurar la salud. Incluso el Concilio valora la ciencia moderna, porque gracias a esta hemos vencido tantas enfermedades, hemos reducido la mortalidad infantil y también los riesgos para la madre.
Sin embargo, las culturas y religiones tradicionales de los pueblos indígenas amazónicos se describen como un modelo de armonía con la naturaleza.
Después del pecado original no hay ninguna armonía con la naturaleza. Muchas veces ella es enemiga del hombre, en todo caso es ambivalente. Pensemos en los cuatro elementos: tierra, fuego, agua, aire. Terremotos, incendios, inundaciones, tormentas son todas manifestaciones de la naturaleza, peligros para el hombre.
Todo se lee en la clave de una debida “conversión ecológica”…
Debemos rechazar en modo absoluto expresiones como “conversión ecológica”. Solo hay conversión al Señor, y como consecuencia también existe el bien de la naturaleza. No podemos hacer del ecologismo una nueva religión, aquí estamos en una concepción panteísta, que debe ser rechazada. El panteísmo no es solo una teoría sobre Dios sino también el desprecio por el hombre. Dios que se identifica con la naturaleza no es una persona. Dios el creador, en cambio, nos creó a su imagen y semejanza. En la oración tenemos una relación con un Dios que nos escucha, que entiende lo que queremos decir, no un misticismo en el que podemos disolver la identidad personal.
… y se considera madre a la Tierra.
Nuestra madre es una persona, no la Tierra. Y nuestra madre en la fe es María. La Iglesia también se describe como una madre, en cuanto esposa de Jesucristo. Pero estas palabras no deben ser infladas. Una cosa es tener respeto por todos los elementos de este mundo, otra es idealizarlos o divinizarlos. Esta identificación de Dios con la naturaleza es una forma de ateísmo, porque Dios es independiente de la naturaleza. Ignoran totalmente la Creación.
Ya a principios de la década de los años 80 del siglo pasado, el entonces cardenal Ratzinger veía que en las iglesias ya no predicaba más sobre la Creación y preveía las dramáticas consecuencias.
De hecho, todos estos errores nacen de la confusión entre Creador y criatura, de la identificación de la naturaleza con Dios, que entre otras cosas genera politeísmo, porque cada elemento natural viene asociado con una deidad. La esencia del monoteísmo bíblico es la diferencia ontológica entre Creador y creado. Dios no hace parte de su obra, es soberano sobre todas las cosas creadas. Esto no es desprecio, sino elevación de la naturaleza. Y los hombres ya no son esclavos de los elementos, ya no tienen que adorar al dios del fuego, o hacer sacrificios al dios del fuego para pacificarse con un elemento que da miedo. El hombre es finalmente libre.
En esta visión panteísta que está esposada al Instrumentum Laboris también subyace una crítica al antropocentrismo, que la propia Iglesia debería corregir.
Es una idea absurda, pretender que Dios no es antropocéntrico. El hombre es el centro de la Creación, y Jesús se hizo hombre, no se hizo planta. Esta es una herejía contra la dignidad humana. Al contrario, la Iglesia debe enfatizar el antropocentrismo, porque Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. La vida del hombre es infinitamente más valiosa que la vida de cualquier animal. Hoy ya hay una inversión de este principio: si un león es asesinado en África, es un drama mundial, pero si los niños son asesinados en el vientre de la madre todo está bien. Stalin también argumentó que esta centralidad de la dignidad humana debería ser eliminada; así podía llamar a tantos hombres para construir un canal y hacerlo morir por el bien de las generaciones futuras. Esto es para lo que sirven estas ideologías, para hacer que algunos dominen sobre todos los demás. Pero Dios es antropocéntrico, la encarnación es antropocéntrica. El rechazo al antropocentrismo viene solo del odio a uno mismo y a los otros hombres.
Otra palabra mágica del Instrumentum Laboris es la inculturación, a menudo asociada con la Encarnación.
Usar la Encarnación casi como sinónimo de inculturación es la primera mistificación. La Encarnación es un evento único, irrepetible, es el Verbo que se encarna en Jesucristo. Dios no se encarnó en la religión judía, no se encarnó en Jerusalén. Jesucristo es único. Es un punto fundamental, porque los sacramentos dependen de la Encarnación, son presencia del Verbo encarnado. No se puede abusar de ciertos términos que son centrales en el cristianismo.
Volvamos a la inculturación: del documento sinodal se entiende que se debe adoptar todas las creencias de los pueblos indígenas, sus rituales y sus costumbres. También se hace referencia a cómo el Cristianismo de los orígenes se inculturó en el mundo griego. Y se dice que tal como se hizo entonces se debe hacer hoy con el pueblo amazónico.
Pero la iglesia católica nunca ha aceptado los mitos griegos y romanos. Por el contrario, rechazó una civilización que con la esclavitud despreciaba a los hombres, rechazó la cultura imperialista de Roma o la pederastia típica de los griegos. La referencia de la Iglesia era el pensamiento de la cultura griega, que había llegado a reconocer elementos que abrían el camino al cristianismo. Aristóteles no inventó las diez categorías: estas ya existen en el ser, él las descubrió. Como sucede en la ciencia moderna: no es algo que concierne solo a Occidente, sino más bien el descubrimiento de algunas estructuras y mecanismos que existen en la naturaleza. El mismo discurso vale para el derecho romano, que no es ningún sistema arbitrario. Es en cambio el descubrimiento de algunos principios jurídicos, que los Romanos encontraron en la naturaleza de una comunidad. Ciertamente otras culturas no han tenido esta profundidad. Pero nosotros no vivimos en la cultura griega, el cristianismo ha transformado totalmente la cultura griega y romana. Ciertos mitos paganos pueden tener una dimensión pedagógica hacia el cristianismo, pero no son elementos que fundan el cristianismo.
En este proceso de inculturación, el Instrumentum Laboris “relee” también los sacramentos, sobre todo con respecto a las órdenes sagradas, bajo el pretexto de que hay pocos sacerdotes en un territorio tan vasto.
Es aquí donde se demuestra finalmente que el enfoque utilizado no tiene nada que ver con el cristianismo. La Revelación de Dios en Cristo se hace presente en los sacramentos, y la Iglesia no tiene autoridad alguna para cambiar la sustancia de los sacramentos. Estos no son algunos ritos que nos gustan, y el sacerdocio no es una categoría sociológica para crear una relación en la comunidad. Cualquier sistema cultural tiene sus ritos y sus símbolos, pero los sacramentos son medios de la Gracia divina, por esto no podemos cambiar el contenido ni la sustancia. Y tampoco podemos cambiar el rito cuando este rito es constituido por Cristo mismo. No podemos hacer el bautismo con cualquier líquido, se hace con agua natural. En la última cena, Jesucristo no tomó ninguna bebida ni comida, tomó vino de uva y pan de trigo. Dicen: pero el trigo no crece en la Amazonía, tomemos otra cosa. Pero esto no es inculturación. No quieren cambiar solo lo que es de derecho eclesiástico, sino también lo que es de derecho divino.
Eminencia, una última cosa, a menudo se refiere Usted a “ellos” que quieren cambiar la Iglesia. ¿Pero quiénes son estos “ellos”?
No depende de una sola persona o de un grupo específico de personas. Es un sistema, un pensamiento en el que, por ejemplo, participan quienes dirigen al Sínodo. Los que se quieren adaptar al mundo: el matrimonio, el celibato, las mujeres sacerdotes, todo debe cambiarse en la convicción de que así habrá una nueva primavera de la Iglesia. Como si no bastará el ejemplo de los protestantes para desmentir esta ilusión. No ven que, en cambio, destruyen la Iglesia, son como los ciegos que caen en el pozo. Pero si alguien dice algo, queda inmediatamente marginado, calificado como enemigo del Papa.