Massimo Faggioli, profesor de Historia de la Iglesia en la Universidad Villanova de Filadelfia, ha calificado de “devotos cismáticos” a tres obispos norteamericanos -Charles Chaput, de Filadelfia, Joseph Strickland, de la diócesis texana de Tyler, y Salvatore Cordileone, de San Francisco, a quienes acusa de promover la oposición al Papa.
“Son devotos en el sentido de que despliegan públicamente su preferencia por una Iglesia tradicionalista y sus devociones, como el rosario”, explicaba Faggioli en un reciente artículo en La Croix. “Son cismáticos porque promueven abiertamente la oposición al obispo de Roma entre los fieles católicos”.
Faggioli, uno de los más expresos y locuaces defensores de los nuevos aires eclesiales, defiende sus tesis a partir del arzobispo Carlo Maria Viganò y su celebérrimo testimonio sobre el encubrimiento desde el Vaticano de las andanzas homosexuales del depredador ex cardenal Theodore McCarrick. El arzobispo, en paradero desconocido, termina su testimonio-denuncia pidiendo al Santo Padre que abdique y, así, en la retorcida lógica de Faggioli, cualquier obispo que reaccionara con la menor duda ante la infamia cometida por Viganò se hacía cómplice de ese acto de rebeldía.
Desde la publicación del citado testimonio han abundado las informaciones que parecen, en todo caso, confirmar todas las afirmaciones del arzobispo y, en cualquier caso, ninguna de ellas ha sido desmentida por los hechos y por prueba documental alguna. Uno pensaría que citar la conducta hasta entonces impecable del ex nuncio vaticano en Estados Unidos, como han hecho estos obispos, o exhortar vivamente para que se aclare de una vez este enojoso asunto con la apertura de los archivos vaticanos correspondientes no tendría que significar en absoluto solidarizarse con su recomendación final.
Carlos Esteban