BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



miércoles, 25 de diciembre de 2019

Un soneto (comentado) tomado del libro "La Poesía Olvidada" , de José Martí




El soneto que sigue, de Manuel Machado (1874-1947) está relacionado con un determinado tipo de respuesta que el hombre suele dar al Señor.



SONETO DE NAVIDAD


Nunca, Señor, pensé que te ofendía
porque jamás creí que a tu pureza
alcanzase la mísera torpeza
de quien, aun de quererlo, ¡no podría!


Triste de mí, tampoco concebía
que pudiera caber en tu grandeza
amar la nulidad y la pobreza
de este gusano vil, que dura un día.


Pero, al llegar la Navidad, y verte
niño y desnudo, celestial cordero,
y para el sacrificio señalado ...


sé cuánto mi maldad pudo ofenderte
y sé también -y en ello solo espero-
que más que te he ofendido, me has amado.



Como le ocurría a Manuel Machado, tampoco nosotros comprendemos cómo puede ser que Dios se sienta ofendido por lo que yo haga o deje de hacer. 

Damos por hecho que, siendo Él Todopoderoso y Eterno, es imposible que nosotros, seres tan limitados, podamos ofenderle; pensamos en Dios como un ser muy lejano que, una vez que nos ha creado, se ha despreocupado ya de nosotros. Y, además, siendo -como es- Espíritu puro (sin cuerpo), ¿cómo podría entender nuestros problemas, alegrías o sufrimientos, si Él no los ha experimentado en sí mismo? Y así ha sido, en efecto, durante buena parte de la existencia del ser humano sobre la Tierra, desde el pecado del primer hombre hasta la venida de Jesucristo. 

Las manifestaciones de Dios al hombre, a lo largo del tiempo, han seguido un proceso que podríamos calificar de pedagógico: ha ido preparando el terreno y enseñándonos paulatinamente cómo es Él en realidad; y esto tanto a los gentiles: “Desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios –su eterno poder y su divinidad- se han hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas creadas” (Rom 1, 20), como a los judíos: “En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas” (Heb 1,1). El hecho de que Dios se nos haya ido dando a conocer poco a poco, a lo largo del tiempo, es señal de que somos muy importantes para Él, hasta el extremo de que, como se puede leer en la carta a los hebreos: “en estos últimos días (Dios) nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien instituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el Universo” (Heb 1,2). 

Dice el poeta (y esto nos lo podemos aplicar igualmente a nosotros) que no concebía que fuese posible, de ninguna de las maneras, que Dios se rebajara a amarnos, con nuestra nulidad y nuestra pobreza … dada su Grandeza, tal como él la entendía. Sin embargo, hubo un momento en el que cambió su modo de pensar: ¿Qué fue lo que le motivó a hacerlo? Aunque habría que tener en cuenta muchos aspectos, de entrada, podemos decir, acerca del poeta, que era un hombre bueno, un hombre que buscaba sinceramente la verdad. El aspecto de búsqueda sincera es imprescindible para poder encontrarnos con Dios, según sus propias palabras: “Buscad y hallaréis … porque todo el que busca encuentra” (Mt 7, 7.8; Lc 10, 9:10). Y vistas así las cosas, entendemos que el descubrir a Dios va a depender de nosotros: de nuestro esfuerzo, de nuestro deseo … de nuestra buena voluntad, en definitiva … pues Él se deja encontrar siempre por aquéllos que le buscan con un corazón sincero. 

Pero sigamos con la idea esbozada en este soneto, ¿qué es lo que vio el poeta que le hizo tanta mella y transformó su vida? Sucedió al llegar la Navidad y ver al Niño Jesús. Es obvio que el poeta, a lo largo de toda su vida, había visto ya la figura del Niño Jesús; y no sólo una, sino decenas de veces. No era la primera vez. Ahora bien: su inquietud actual y su disposición interior eran muy distintas a las que habían sido antes. El poeta estaba ahora abierto a la verdad. Por eso vio (se le abrieron los ojos) … y reconoció a Dios en aquel niño pequeñito y desnudo

Nos encontramos con el misterio sublime de la Encarnación del Hijo de Dios, uno de los más importantes del cristianismo: el misterio del Amor de Dios hacia cada uno de nosotros,  un amor que le llevó a hacerse hombre, verdaderamente hombre (“se encarnó, tomó nuestra carne”), sin dejar de ser Dios, verdaderamente Dios, Aquél de quien dice San Pablo: “Todo ha sido creado por Él y para Él. Él es antes que todas las cosas y todas subsisten en Él” (Col 1, 16:17). Y en otro lugar: “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28). 

Es decir, Dios mismo, en la Persona de su Hijo, el Dios Omnipotente y Eterno, Creador del Universo y de todo cuanto existe, nos ha querido hasta el extremo, totalmente incomprensible para nosotros, de tomar nuestra carne, haciéndose realmente hombre y pasando por todas las etapas propias de un ser humano normal: concebido en el vientre de una mujer (la Virgen María) por obra del Espíritu Santo, nacido como un niño, desnudo y  completamente necesitado de José y de María para poder sobrevivir; se desarrolla y crece en el seno de una familia (la Sagrada Familia), aprende el oficio de aquél que “legalmente” era su padre (José); y, siendo Dios, vive “sujeto a sus padres” durante treinta años, hasta que llegó su hora de manifestarse al mundo, conforme a la voluntad de su Padre Dios (siendo, Él mismo, Dios): “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34)

Y la voluntad del Padre (que es también la voluntad del Hijo) fue que su Hijo se hiciera hombre, para salvarnos [para que pudiéramos estar con Él, que no otra cosa es la salvación] y para enseñarnos aquello en lo que consiste el amor, el verdadero amor. Jesucristo (el Dios-hombre) experimentó en Sí mismo todos los avatares que conlleva la existencia humana: la única explicación de lo que hizo es su Amor por cada uno de nosotros, Amor incomprensible, no merecido, que le llevó a querer tener necesidad de nosotros, porque verdadero quiere que sea también el amor que nosotros le tengamos. No hay “razones humanas” que justifiquen o puedan justificar esta acción, llevada a cabo por Dios, de hacerse hombre realmente y de tomar nuestra carne ....

... pues no es que Dios “aparezca” como hombre (lo que sería una farsa, inconcebible en Dios, que es la Verdad) sino que se hace “realmente” hombre, uno de nosotros, sin dejar de ser Dios: Jesucristo es “realmente” Dios, es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Misterio inefable éste de la Encarnación de Dios, inexplicable, humanamente hablando. Bueno, en realidad sí hay una razón por la que Dios se hizo hombre, pero es una razón divina y, por lo tanto, incomprensible para nosotros … pero no por ello menos real. 

“Dios es Amor” y Dios es soberanamente libre: ambas cosas. Porque quiso (“quiso” de libertad) y porque nos quiso (“quiso” de amor), tomó nuestra naturaleza humana,“en todo igual a nosotros, menos en el pecado” (Heb 4, 15), se hizo un niño, completamente vulnerable, para que así pudiéramos amarle como Él nos amó y nos ama; pues nosotros amamos a nuestra manera, y nos expresamos con nuestro cuerpo: no tenemos otro modo de amar ni de conocer: “Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu” (Nada hay en la inteligencia que no haya pasado antes por los sentidos) decía Santo Tomás, gran conocedor del ser humano. Dios, que nos conoce mucho mejor que Santo Tomás [¡pues nos ha creado!], ha querido tener necesidad de nosotros, pues verdadero es el amor que nos tiene.  Y verdadero quiere que sea el amor que podamos tenerle. Por eso ha tomado un cuerpo humano y se ha hecho "realmente" un hombre, uno de nosotros.

No se entiende el amor si no hay compartición de vidas. Nosotros, dada nuestra naturaleza humana (con un alma espiritual, pero también con un cuerpo material, unidos ambos en unidad sustancial) no podríamos querer a Dios, que es Espíritu Puro (incapacidad metafísica) ... al menos, no podríamos quererlo tal como Él desea ser querido, es decir, tal como se entiende el amor para que sea amor verdadero, en perfecta reciprocidad de amor entre amante y amado, dándoselo todo el uno al otro y recibiéndolo todo del otro.

De no haberse hecho hombre, la relación del hombre con Dios hubiese sido de admiración y adoración … pero no hubiera habido amor, propiamente dicho. Era preciso que también Él, de algún modo, nos necesitara, al igual que nosotros lo necesitamos a Él. Por eso hizo lo que hizo, esto es, “se hizo un niño”, se hizo “visible”, tomó nuestra carne, haciéndose vulnerable y necesitado de nuestro amor: Por increíble o escandaloso que esto nos pueda parecer, Él quería sentirse necesitado de nosotros: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos” se lee en la Biblia. (Is 55,8). Y aunque no lo entendamos, Dios, al hacerse un niño se hizo completamente dependiente de aquéllos a quienes eligió como “padres” ante la Ley: José y María(1): sólo así seríamos capaces de poder amarlo. 

Pues ¿quién no va a amar a un niño? Desde que Dios se ha hecho un niño muy pequeño  podemos tocarlo y acariciarlo y besarlo … podemos amarlo, en definitiva; por desgracia, podemos también hacerle daño, pues al hacerse un niño se ha quedado indefenso y es capaz de sufrir y de sentir al modo humano, porque no sólo tiene apariencia de niño, sino que lo es realmente (algo que no debemos de olvidar)

Este sentimiento se expresa muy bien por el poeta Manuel Machado, en su soneto, cuando dice:  

Pero, al llegar la Navidad, y verte
niño y desnudo, celestial cordero,
y para el sacrificio señalado…

Sé cuánto mi maldad pudo ofenderte
y sé también –y en ello solo espero-
que más que te he ofendido, me has amado.


Dios se siente ofendido ante nuestra falta de amor, bien sea porque le volvemos la espalda y no queremos saber nada de Él, o bien porque le atacamos directamente ; y esto ocurre siempre que atacamos a su Iglesia, a la Iglesia que Él fundó. Cuando se ataca a los cristianos se está atacando a Jesucristo, como se lee en esta narración del Nuevo Testamento:
Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar detenidos a Jerusalén a todos cuantos encontrara, hombres o mujeres, seguidores de este camino. Pero mientras se dirigía allí, al acercarse a Damasco, de repente le envolvió de resplandor una luz del cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: 
-  Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él respondió: 
- “¿Quién eres, Señor?”. Y Él: 
- “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch 9, 1:5)
La persecución que se da hoy en día contra los cristianos, prácticamente en todo el mundo, y de un modo especial aquí en España, es una persecución contra Jesucristo. En el trasfondo de las persecuciones (mejor o peor disimuladas) contra los cristianos no hay otra cosa que una negación del Amor. Odiar a los cristianos y a la Iglesia es odiar a Jesucristo y es, por lo tanto, odiar a Dios. Esto decía Jesús: “Quien me odia a Mí, odia también al Padre” (Jn 15, 23). 

De manera que, si bien es cierto que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1 Tim 2,4), también lo es que, siendo sumamente respetuoso con nuestra libertad, no salvará a nadie que no quiera ser salvado. Como bien sabemos, la salvación sólo se encuentra en Jesucristo: “Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, que se dio a sí mismo como rescate por todos” (1 Tim 2, 5:6).  “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5b), dijo Jesús en otra ocasión. 

Tenemos, con frecuencia, la tentación de escandalizarnos por lo que está ocurriendo actualmente … No deberíamos, pues estamos ya prevenidos por el mismo Jesús de que eso iba a ocurrir: “Esto os lo he dicho para que no os escandalicéis …; más aún, se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios” (Jn 16, 1:2). Por lo tanto, aunque hay verdaderos motivos de sufrimiento, no los hay para estar tristes, porque Él está con nosotros y “es nuestro amigo” (Jn 15, 14a). Estas son sus palabras: “En el mundo tendréis tribulación; pero confiad: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Por eso es necesario, para todo cristiano, la fe y la confianza total en Dios, manifestado en Nuestro Señor Jesucristo.
José Martí
_______________

(1) Como sabemos, en el caso de María, ella es también, real y verdaderamente -y no sólo legalmente- la madre de Jesús y, por lo tanto, la madre de Dios, pues Jesús, además de ser verdaderamente hombre, es verdaderamente Dios; su Persona es divina.