Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
El Washington Post informa hoy que el Opus Dei pagó 977.000 dólares en 2005 a una mujer que alega haber sido objeto de atenciones sexuales impropias por parte del sacerdote de la Obra John McCloskey, conocido por su participación en la conversión de prominentes personajes de la vida pública norteramericana.
Otro sacerdote acusado de conducta sexual impropia, otra organización católica que paga una sustanciosa suma para que el asunto no llegue ni a los tribunales ni, sobre todo, a los medios. ¿Qué hay de especial en ello, a estas alturas? Lo especial es el personaje en el centro del caso, el padre John C. McCloskey, que es cualquier cosa menos un cura del montón.
McCloskey es lo más parecido a un ‘capellán de celebrities’ que puede darse, un sacerdote brillante y verdadero icono en sí mismo, al menos en la escena católica cercana al poder en Estados Unidos. La lista de políticos y prominentes comentaristas políticos a quienes evangelizó con éxito y en cuya conversión al catolicismo fue clave es impresionante, desde la vieja estrella del Partido Republicano Newt Gingrich hasta el director del consejo económico del presidente Trump, el comentarista político conservador Larry Kudlow, o el gobernador de Kansas, Sam Brownback, entre muchos otros.
Según la información publicada por el Post, la mujer víctima de la indebida atención de McCloskey era una alta ejecutiva católica con problemas matrimoniales que sufría una depresión, lo que le hizo buscar los consejos del sacerdote a través del Catholic Information Center de Washington D.C. La presunta víctima afirma que McCloskey la sometió a tocamientos libidinosos de los que, sintiéndose ella misma culpable, se confesó con el propio sacerdote.
Hay otras dos acusaciones contra McCloskey que el Opus Dei está investigando, una de ellas potencialmente “grave”. Según un portavoz del Opus Dei, tras discernir la credibilidad de la acusación apartó a McCloskey de Washington y le dio otras tareas. El caso se ha conocido ahora a petición de la víctima, que quiere que su caso sirva para que otras mujeres que hayan podido sufrir un acoso similar reúnan el valor para confesarlo públicamente. Por lo demás, declaró al Post estar muy satisfecha de cómo el Opus Dei ha gestionado todo el asunto y, de hecho, sigue implicada con la organización católica.
De hecho, la ‘desaparición’ de McCloskey de la escena capitalina a partir de 2005 fue comentada, después de una presencia tan brillante. Aunque las acusaciones que ahora se ventilan podrían no ser la única razón, ya que el sacerdote ha sido recientemente diagnosticado de Alzheimer en estado avanzado.
Monseñor Thomas Bohlin, vicario del Opus Dei en Estados Unidos, ha publicado una nota en la página web oficial de la Prelatura explicando detalladamente el caso, en la que hace referencia al hecho de que a McCloskey, en consideración a su alto perfil público, se le toleraba administrar el sacramento de la penitencia a mujeres fuera del confesionario, algo absolutamente vedado en la Obra.
A pocos días de aplicarse la nueva y feroz ley abortista en Irlanda, lo que preocupa al Arzobispo de Dublín son las protestas provida.
Lo malo de pedir a los católicos que no “nos obsesionemos” con las cuestiones de familia y vida es que se suele acabar como el Arzobispo de Dublín, que nada más aprobarse una de las leyes abortistas más atroces tras el referéndum que selló la apostasía masiva en Irlanda está ya pidiendo a los provida “cautela” a la hora de manifestarse ante los abortorios.
“Aconsejaría especial cautela a la hora de protestar ante las clínicas porque ahí va todo el mundo por todo tipo de motivos”, declaró en la cadena de radio irlandesa RTÉ Diarmuid Martin, Arzobispo de Dublín. El prelado hacía referencia a las primeras protestas contra el aborto, concretamente una manifestación ante el Galvia West Medical Centre de Galway, solo tres días después de aprobarse la ley que permite el aborto libre.
“Personalmente no soy una persona a la que le vayan las protestas; lo que la Iglesia debe hacer es afianzar su determinación de ayudar a las personas en crisis y educar a la gente”, y añadió: “Las protestas pueden ser legítimas, pero no se puede absolutizar. Corresponde al gobierno ofrecer medios para proteger los derechos de las personas”.
Uno podría asombrarse de que una persona a la que no le va eso de protestar entre en el sacerdocio en nuestros tiempos y, aún más, acepte una posición de liderazgo tan crucial como es la de sucesor de los apóstoles. Pero sólo hay que echar un vistazo a nuestro alrededor, a los pastores de la Iglesia Universal, para advertir que el caso Martin es cualquier cosa menos excepcional.
Lo hemos dicho otras veces: en abstracto, ‘sub specie aeternitatis’, el Papa no dijo nada erróneo cuando, en los inicios de su pontificado, nos advirtió a los católicos que no “nos obsesionáramos” con lo que han sido los dos grandes campos de batalla de la Iglesia en la guerra cultural de nuestros días, vida y familia. Pero no vivimos en abstracto, fuera del tiempo, y lo que Francisco calificó de ‘obsesión’ católica no es más que la reacción natural a una verdadera ‘obsesión’ secular en sus apabullantes ataques contra esas dos realidades centrales.
Dicho de otra manera: no son los católicos los que han elegido la cuestión en la que más esfuerzo social están poniendo, sino el siglo. Son ellos los que están llevando a cabo una ofensiva contra la familia y contra la vida en todos los frentes.
Quizá el Papa no podía saber que el efecto inmediato, automático, de sus palabras sería debilitar el movimiento provida. Se argumenta a menudo que se trata de una causa ideológicamente transversal, que no tiene nada que ver específicamente con nuestra fe, y es cierto, una vez más, en estricta teoría. En la práctica, si el común identifica ‘provida’ con la fe es porque, en la abrumadora mayoría de los casos, es la fe la que proporciona el impulso para combatir en una causa tan poco simpática para las élites culturales. Otro efecto, como vemos, ha sido que los prelados hayan aplicado -con alivio, nos tememos- sordina en este crucial debate de nuestros días que interfiere en sus luchas de poder.Por otra parte, resulta sorprendente que quienes ya no pueden apenas protestar contra los abusos más elementales, como lo es el espantoso genocidio de niños por nacer, lo hagan a diario en cuestiones no menos marginales a nuestra fe y bastante más cuestionables, como la inmigración masiva o materias medioambientales.