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Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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martes, 5 de marzo de 2019
Vaticano II. ¿Se puede curar una enfermedad con el virus que la produce? (Miguel Ángel Yáñez)
He de reconocer que, a veces, tengo una sensación encontrada cuando leo algunos manifiestos y artículos que, con una excelente intención, intentan clarificar algunos aspectos de la confusión reinante.
Y digo encontrada, porque a la vez que valoro lo que leo, en general recordatorios lúcidos y valientes de la doctrina ofuscada, cuando no negada, por el papa Francisco -y otros…-, percibo claramente que casi siempre falta “algo”, y, por lo general, también sobra “algo”; se convierten la mayor parte de las veces en una ocasión no aprovechada en su plenitud.
Usualmente, se omite llegar al diagnóstico certero -diría un médico-, a la raíz podrida que seca todo el árbol y que produce estos malos frutos: al Concilio Vaticano II y a la implementación implacable del mismo por todos los papas postconciliares, que no son en absoluto ajenos a la crisis de la Iglesia, sino muy por el contrario son actores y parte indispensable de ella. Ese es el “algo” que sigo echando en falta.
Y en el mismo sentido, complementando esa “falta”, noto que “sobran” las continuas referencias laudatorias al Vaticano II y a los papas postconciliares; es como querer curar una enfermedad… con el virus que la produce. Es como si en Cuba se quisiera acabar con el régimen actual, citando a Fidel Castro.
Puedo entender perfectamente la buena intención que hay al usar ese tipo de citas para desarmar mejor al enemigo, y, aunque no comparto la metodología, aprecio sinceramente a estos autores, su esfuerzo, y la buena línea en la que avanzan, pero, sinceramente y dicho con todo mi cariño, creo que no es la solución. Hace falta dar un paso más.
Está claro que el papel lo aguanta todo, y que, de cualquier autor del mundo, Lutero incluido, podríamos entresacar siempre excelentes frases. Pero, al citar en positivo a el Concilio como antídoto, cuando es en realidad el virus, e idealizar a sus implementadores y documentos posteriores (catecismos, nuevo CDC…) ¿no predisponemos a el lector a absorber todo lo malo que hay allí? ¿con el magisterio tan brillante que tenemos de 20 siglos es necesario en serio citar estos documentos y ejemplos tan embarrados?
Y aquí es donde se produce ese choque de sentimientos; por un lado, me alegro enormemente al ver como, poco a poco, se van atreviendo a decir “algo”, pero a la vez me entristece ver como no se quiere, puede o sabe llegar a la raíz de la enfermedad, la cual a su vez se trata de disimular y decorar citándola en positivo.
Siempre he pensado que el gran problema que tuvieron los Franciscano de la Inmaculada no fue la Misa tradicional, sino que modestamente empezaron a hacerse preguntas sobre el Concilio Vaticano II, a caminar en la dirección que aquí demando y echo en falta.
Es verdaderamente imperioso que, de una vez por todas, alguien con autoridad se atreva a decir la verdad… TODA LA VERDAD, no sólo denunciando los frutos, sino yendo también la raíz de la enfermedad, con claridad y sin miedo al martirio espiritual que sin duda le traerá.
Mientras esto no se produzca, no habrá comenzado la reacción… de verdad.
Miguel Ángel Yáñez
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