El drama del hombre consiste en el hecho de que, para saciar su sed, bebe en los bienes limitados que le ofrece la existencia, pero no se satisface. Esos son como el agua salada: cuanto más bebes, más aumenta la sed.
¿Tenemos que concluir, entonces, que el hombre es una pasión inútil? ¿O que no pudiendo tener lo que deseamos, debemos limitarnos a desear lo que podemos tener?
Jesús nos dice: ni el hombre en su ilimitado deseo es una pasión inútil, ni debe disminuir la medida de su deseo, porque existe un “agua” capaz de saciarlo plenamente.
«El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed» (Jn 4, 14). […]
El encuentro con Cristo viviente en su Iglesia es la única solución adecuada al drama de nuestra vida, porque Cristo es la respuesta que corresponde plenamente a lo que el corazón humano desea. Sin este encuentro, el drama de la vida se transforma en farsa o en tragedia.
El hombre sólo necesita a Dios mismo, que se da a él en Cristo; conformarse con menos significa renunciar a sí mismo.
Desear una dicha plena no es el signo de una inmadurez juvenil que la vida, después, se encarga de corregir, desde el momento en que existe una realidad que corresponde a este deseo: la persona de Cristo vivo en su Iglesia.
Al final, la samaritana lo comprendió y abandonó el cántaro: ya no lo necesitaba. Pero cuando reducimos nuestro deseo de dicha a lo que conseguimos alcanzar con nuestras fuerzas, Cristo pasa a ser inútil e insignificante.
Caffarra, Cardenal Carlo.
[De su libro "No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos" (Spanish Edition) . Homo Legens]