El limosnero del Vaticano, cardenal Krajewski, violó personalmente el precinto de la compañía eléctrica para volver a conectar la luz de un edificio ocupado en Roma, y ahora explica por qué lo hizo.
“Intervine personalmente para volver a conectar los contadores”, confiesa el limosnero apostólico en declaraciones a la agencia Ansa. “Fue un gesto desesperado. Había más de 400 personas sin electricidad, con familias, niños, sin siquiera la posibilidad de hacer funcionar los refrigeradores”.
La noche del pasado sábado, Su Eminencia rompió personalmente los precintos que impedían dar la corriente eléctrica a un palacio romano de ocho plantas ocupado abusivamente por unas 450 personas. Previamente el purpurado había dado un ultimátum a las instituciones, incluida la delegación del gobierno, para que se reactivara la corriente eléctrica antes de las ocho de la tarde. “En caso contrario actuaré por mi cuenta”, aseguró el cardenal. Y lo hizo. La actuación de Krajewski, que nunca hubiera llevado a cabo sin la aprobación de Francisco, está provocando una fuerte polémica, porque estamos en periodo preelectoral y las relaciones entre el gobierno y el Vaticano están más tensas que nunca.
La ocupación es un delito. Romper el precinto de la instalación eléctrica es delito. El palacio en cuestión tiene dueño, y quienes lo ocupan han asaltado una propiedad que no es suya. El Vaticano, con esa acción, está desafiando la legislación italiana y burlándose del derecho de propiedad.
No sería ésta, en absoluto, la primera vez que un cristiano se salta la ley por un principio superior, incluso entre santos. Pero, en este caso hay bastantes elementos que lo convierten en más que dudoso.
En primer lugar, los santos que han desafiado las leyes humanas han estado dispuestos a pagar el precio. ¿Lo pagará Krajewski? ¿El Vaticano, quizá?
Más importante es lo que tiene de efectismo e hipocresía. El Vaticano dispone de 5.000 propiedades inmobiliarias de primer nivel, valoradas en casi mil millones de euros y administradas por la APSA, que preside ahora quien fuera secretario general de la Conferencia Episcopal Italiana, monseñor Nunzio Galantino. Cinco mil. Imaginen a cuántos sinhogar podrían albergar sin necesidad de violar la propiedad ajena.
Sobre todo, el acto se enmarca en una sorda guerra entre el Vaticano y la Liga de Matteo Salvini, ministro del Interior, quien ahora debería ocuparse de esta violación de la legalidad con publicidad buenista.