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miércoles, 5 de junio de 2019

La democracia totalitaria (Javier Mª Pérez-Roldán y Suanzes-Carpegna)


En la sociedad española actual es popularmente aceptado, aun siendo falso, el axioma que sostiene que la democracia es lo contrario al totalitarismo. Tal falsa creencia se resumen en el binomio república frente a fascismo, identificando la república como gobierno democrático y al fascismo como el gobierno de uno (el dictador) o si acaso de unos pocos (oligarcas).
Sin embargo la realidad es otra muy diferente. Y es que tal como sostenía Aristóteles y como maravillosamente pulió Santo Tomás de Aquino, solo existen tres formas de Gobierno buenas: la monarquía, la aristocracia y la democracia. Estas formas buenas pueden corromperse, y entonces surgen las formas malas: tiranía, oligarquía y demagogia.
Aunque aparentemente de estas definiciones clásicas esté ausente el término autoritarismo, no es así, pues precisamente el autoritarismo es el elemento clave que lleva a la corrupción de las tres formas buenas de gobierno. Y es que si las tres dichas formas lo son de gobierno, es decir, formas de seleccionar quien ejerce el poder sobre una comunidad política; el autoritarismo es el modo en que se ejerce ese gobierno, y el mal ejercicio del poder se puede dar, y de hecho históricamente se ha dado, en las tres formas de gobierno.
Por eso el elemento clave para saber si España es buenamente gobernada o en cambio lo es malamente, es definir qué sea totalitarismo, lo que supone establecer previamente que sea el gobierno político. Ello llevaría el presente artículo a una extensión desmesurada, por lo que abordaremos la cuestión de manera más bien descriptiva. Y es que en las formas buenas de gobierno aquel o aquellos que ejercen el poder se limitan a tomar (y por tanto a imponer a los gobernados) decisiones políticas; mientras que el totalitarismo supone ejercer el poder no para la toma de decisiones políticas, sino para invadir ámbitos vedados al debate político. Así el totalitarismo somete a sus decisiones el ámbito moral y la totalidad de la vida social, intelectual y económica.
Sin duda, por ello, podemos definir la actual situación española como la propia de una democracia totalitaria. Y ello en tanto en cuanto desde el poder se nos pretende imponer una «pseudoética» variable y acomodaticia de su propia creación; se pretende acabar con la autoridad familiar de forma tal que sea el poder que determine qué debe enseñarse y que no a los menores de edad; se dirige la economía (micro y macro) a través del establecimiento de impuestos que no son votados directamente por los ciudadanos (cosa que sí hacían estos en las Cortes tradicionales de la Cristiandad), y que por tanto distorsionan la libre iniciativa; y finalmente, entre otras muchas cosas, a través de la sanción administrativa se sanciona la difusión de determinadas obras intelectuales o se prohíben determinadas investigaciones científicas, o se impiden determinadas manifestaciones religiosas o la proclamación de la Verdad.
Así, por ejemplo, se sanciona a quien sostenga que el ejercicio de la homosexualidad es inmoral; se sanciona a quien pretenda realizar investigaciones científicas sobre las diferencias orgánicas o estructurales de los dos sexos; se penaliza a quien no comulgue con la ideología de género, cuyo dogma establece que no existen dos sexos, sino que solo existen géneros, y tantos géneros como cada cual quiera; y se permite que cada cual tome la decisión de si la vida humana (la suya propia o la de otro ser ajeno a él) debe continuar o no. Y en fin, la administración es quien impone los contenidos académicos en todos los niveles de estudio; la administración es quien se autolegitima para determinar si unos padres ejercen o no correctamente sus deberes naturales de custodia, reservándose el derecho a arrebatarles arbitrariamente a sus hijos; y el poder político, por último, haciendo abstracción de toda norma ética ajena a sí mismo, otorga a los ciudadanos la capacidad de elegir cuándo y cómo terminar con su propia vida (a través de la legalización de la eutanasia) y con la vida ajena ( a través de la legalización del aborto).
Todo ello nos lleva a concluir que, en efecto, estamos ante un ejercicio totalitario del poder. Por ello, aquellos que aún aman la Verdad, la Bondad y la Belleza deben organizarse para defender la sociedad política frente a este totalitarismo desenfrenado. Y no sería mala cosa, para ello, asistir el próximo mes de junio a la celebración del centenario de la Consagración Oficial de España al Sagrado Corazón de Jesús. Pues al fin y al cabo, el reconocimiento de la Soberanía Social de Jesucristo es el paso imprescindible para desalojar al totalitarismo de los gobiernos occidentales; y ello por cuanto todo totalitarismo se funda en no reconocer principios morales naturales, ni la existencia de una verdad objetiva, sustituyendo lo uno y lo otro por los pseudoprincipios éticos que el propio totalitarismo inventa e impone para adormecer la natural sed de justicia que Dios dispuso en el alma humana.
Javier Mª Pérez-Roldán y Suanzes-Carpegna

Esta iglesia no es la de Cristo, el gay pride del padre Martin, el calvario de Pell, la apostasía de occidente.



«Una iglesia que se comporta así no es la iglesia de Cristo». Son palabras del ex director del Banco Vaticano Ettore Gotti Tedeschi. Son palabras que nos tienen que hacer reflexionar por quién las dice, que ha sufrido y sufre una tremenda injusticia personal, y por su contenido. La iglesia es ‘una’ y solamente puede ser la de Cristo. A lo largo de la historia hemos tenido de todo lo que podamos imaginar,  pero siempre ha permanecido viva la llama del evangelio en medio de las dificultados. Esta luz la han mantenido viva los santos, no sólo los canonizados oficialmente, esa multitud inmensa que nadie puede contar de toda lengua, raza y religión. El que no está contra nosotros está a favor nuestro, no nos metamos con él.

La preocupación que nos inunda al escuchar las anteriores palabras es que son la consecuencia de una situación muy sería que está afectando de lleno a la unidad en la iglesia. La unidad no está en seguir a éste o aquel, sino en seguir a Cristo. Algo estamos haciendo muy mal cuando quien debería ser ejemplo de servicio al evangelio está a otra cosa.

Hoy tenemos dos manifestaciones públicas que nos hacen ver que estamos perdiendo la orientación. El jesuita Martín desea un buen mes de gay pride a la comunidad LGBT, y el Papa Francisco se convierte en un icono al fin del ramadán para los musulmanes que rezan en las plazas de muchas ciudades europeas. 

Algo está cambiando y es muy complicado que un cristiano se identifique con unos pastores que defienden lo que nos aleja de Cristo. La iglesia se desmorona ante la indiferencia de sus propios pastores. No podemos buscar seguridades a nuestra fe en las realidades de este mundo y estamos sometidos a una purificación que nos tiene que llevar a recuperar las raíces de la fe o desapareceremos.

Estamos viendo cómo la iglesia, tal como la conocemos, está desapareciendo. El cierre de monasterios y conventos a un ritmo acelerado e imparable. Se nos vendía que mejor la calidad que la cantidad. Ahora estamos sin cantidad y de la calidad mejor no hablar. Un clero secular, envejecido y sin sustitución, que va dejando muertas miles de iglesias y devociones. Los más jóvenes viven esta situación con una enorme desorientación que les lleva a apegarse a una tradición que ya no existe, o a caer en una indigestión continua. Los fieles están buscado guías que no encuentran. Es una situación endemoniada en donde no se ve la salida.

Las noticias de cada día son como alarmas que nos hablan de lo que vivimos y vemos pero es complicado descubrir las claves internas que están provocando esta situación tan difícil de entender.

Ha muerto el cardenal Elio Sgreccia, muy desconocido y gran experto en bioética, llevaba tiempo jubilado. En Roma se dice que los cardenales mueren de tres en tres. El cardenal Sgreccia es un gran estudioso de la bioética católica, un verdadero bastión para la defensa de la familia muy silenciado por las hordas revolucionarias de estos tiempos de tempestades. Veremos los próximos días si la sabiduría popular romana se asienta en la realidad.

Siguen los coletazos de la entrevista del Papa Francisco sobre el tema McCarrik. Por un lado están los hechos y por otro la complicación de los mismos provocada por quien tendría que solucionarlos. Seguimos la noticia que tendrá muchas más ramificaciones.

La situación del cardenal Pell en Australia recupera su interés en la prensa italiana. Siempre hemos defendido la inocencia del cardenal y que el origen de sus problemas australianos tiene raíces en el Vaticano. Por ahora, poco más que empezamos la apelación que durará un tiempo. No tenemos mucha confianza en un cambio radical pero lo seguiremos con atención.

Interesante artículo sobre la apostasía de occidente. Es una situación inédita en la historia que está teniendo enormes consecuencias. Todavía no somos conscientes de lo que estamos perdiendo y no somos capaces de imaginar las repercusiones en el futuro inmediato. Lo que es seguro es que viviremos la fe en un mundo muy distinto del que conocemos y en el que tendremos que hacer presente a Cristo.

«…el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.»
Buena lectura.

SPECOLA

Noticias varias 5 de junio de 2019



GLORIA TV

Tristeza profunda: Francisco “devalúa” la persona de Cristo

Fiesta por el fin del Ramadán dedicada al papa Francisco






SPECOLA



Selección por José Martí

El Papa predica contra “el odio” en Rumanía y no menciona el comunismo (Carlos Esteban)



¿Qué problema tiene el Papa para condenar el comunismo por su nombre? La ‘Ostpolitik’ vaticana del siglo pasado ya no tiene ningún sentido tras la caída del muro, pero ni siquiera en la beatificación de siete mártires del comunismo es capaz de referirse, citándola, a esta ideología criminal.

Desde Blaj, en la Transilvania rumana, Su Santidad nos pedía, como recogían todos los diarios, que no cediéramos «a una cultura del odio”. Y no deja de ser desconcertante que, tratándose de la beatificación de siete obispos grecocatólicos martirizados por la atroz tiranía comunista que vivió el país desde 1945 hasta 1989, no tuviera nada que decir específicamente de esta ideología repetidamente condenada por la Iglesia. No solo eso, sino que aprovechó para establecer una comparación que quizá los muertos podrían encontrar abusiva, al cargar contra “Una cultura individualista que, quizá ya no ideológica como en los tiempos de la persecución atea, pero no obstante más seductora y no menos materialista”.

Por lo demás, nadie que siga con alguna atención los discursos del Santo Padre puede ignorar a qué suele referirse con esa expresión genérica de “cultura del odio”, porque es su obsesivo ‘ritornello’ y volvió a ello en la rueda de prensa en el vuelo de vuelta, al referirse a las “ideologías” que están poniendo en peligro la marcha de la Unión Europea, un proceso político por el que nos ha pedido que recemos.

Sí, para el Papa la “cultura del odio” es la que representan Matteo Salvini con su política de cierre de puertos a las ONG de transporte de inmigrantes ilegales y, en general, a todos los que tienen algún reparo a abrir de par en par las fronteras a la inmigración procedente de África.

La postura del Papa en este punto es, faltaría más, perfectamente respetable, e incluso defendida por una mayoría de la élite mundial, como hizo evidente el financiero George Soros con un reciente mensaje de apoyo en Twitter, y aunque se distancie de lo que han sostenido Papas anteriores, como Benedicto XVI, sobre el derecho de los Estados a controlar sus fronteras.

Pero, en cualquier caso, si una actitud restrictiva con respecto a la inmigración ilegal es ‘cultura del odio’, habría que inventar un nuevo nombre para lo que significó el comunismo en Europa del Este, e incluso en su versión aguada en la China de hoy. Él mismo llamó a los campamentos de refugiados “campos de concentración”, en una prueba, como mínimo, de falta de tacto y consideración a quienes han tenido que sufrir una estancia en uno verdadero. Como, por ejemplo, muchos fieles que se negaron a apostatar en esa China en la que, en su opinión expresa, todo va estupendamente gracias a los pactos recientemente alcanzados con el gobierno comunista.

En Rumanía saben de “cultura del odio”. Todo comunismo es miseria, opresión, represión y mentiras, pero la modalidad rumana destacó por su insólita crueldad, incluso en tan poco aconsejable compañía, y muy especialmente por ensañarse contra los creyentes. En un país de apenas 20 millones, tres millones pasaron por sus infernales prisiones, de los que 800.000 murieron en ellas. A las torturas físicas propias de toda tiranía, los sátrapas comunistas rumanos añadieron otras de aplicación exclusiva para sacerdotes y seminaristas, como ser diariamente totalmente sumergidos en pilas de orina y restos fecales o asistir a misas negras y escuchar las peores blasfemias.

En la posguerra y, sobre todo, durante y después del Concilio Vaticano II, la Iglesia aplicó una política consistente en no condenar explícitamente el comunismo -ya previamente condenado- ni insistir en las prédicas contra este mal que tenía esclavizado a medio planeta para no agravar la suerte de los católicos al otro lado del Telón de Acero y porque, en previsión de que el comunismo hubiera llegado para quedarse, poder negociar con el nuevo poder. De ahí que no hubiera condena específica del marxismo, aunque fue la petición más repetida por los padres conciliares previa a la apertura, en una omisión por la que nadie ha criticado al Vaticano, contrariamente a lo que se ha hecho con su postura contra el nazismo, que no fue lo bastante tajante como hubieran querido.

Pero ya no tiene sentido. El muro ha caído, los países del Pacto de Varsovia son democracias respetables y no hay en ellas persecución religiosa. ¿Por qué, entonces, elude el Papa condenar específicamente el comunismo, con todas las letras?
El Papa ha dejado clara desde el principio su preferencia por los regímenes de izquierdas. Llegó en su día a hablar de los comunistas como de una especie de ‘cristianos inconscientes’, y sus diatribas políticas van siempre dirigidas contra las ideologías opuestas a la izquierda internacional. Ha sido tan expresivo contra Trump como sonriente y cariñoso con Castro; Bolsonaro no, Lula sí, y un largo etcétera de todos conocidos.
No es que pensemos por un segundo que Su Santidad sea comunista, algo que no puede ser ningún católico; pero sí aceptamos su palabra en el sentido de que es de izquierdas, y probablemente piense que una crítica directa y cerrada al comunismo favorecería posturas políticas que ha demostrado aborrecer.

Realmente este dilema podría tener una solución muy simple: no hablar de política, no meterse tanto en política, menos aún en contra de posturas legítimas que sostienen quizá una mayoría de católicos practicantes, como parece vislumbrarse en el escenario italiano. Y, por contra, centrarse en la función que Cristo confió a su predecesor, San Pedro: confirmar en la fe a sus hermanos.
Carlos Esteban

Vídeo conferencia de Roberto de Mattei en Sevilla


Duración 1:29:18