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Uno de los temas que como bien dice en su última entrada, el padre Javier Oliveira, ha conseguido poner de acuerdo a los progresistas y a los tradicionales, ha sido el tema de la libertad religiosa, proclamado en Dignitates Humanae de forma ambigua y contradictoria. Todos están de acuerdo para bien o para mal que detrás de esta declaración ha habido un intento de cambio en el magisterio eclesiástico, sobre la doctrina de la libertad religiosa. Hoy, apenas un resto fiel, cree en este concepto tal cual lo fue desarrollando el magisterio hasta el controvertido CVII. Quizás ningún documento postconciliar haya hecho correr tantos ríos de tinta . Hoy quizás podríamos haber sido testigos de la publicación de un documentos postconciliar que supere al anterior, me refiero por supuesto a Amoris Laetitia. Como todos los males, nunca vienen solos, y este, es uno de tantos, que contribuyó a la situación de confusión y ambigüedad que padece la Iglesia.
Seguiremos hablando de este documento porque tiene tela. Les dejo con el artículo publicado en correspondencia romana:
Al hombre no le fue dada el habla para ocultar sus pensamientos, sino para expresar la verdad. Sin embargo, para difundir sus errores, los herejes ocultan las profundidades de su pensamiento, ocultándolos en la obscuridad para que solo los iniciados puedan entenderlos.1
Ambigüedad y herejía
En general, un hereje utiliza las sombras de la ambigüedad para engañar a los fieles, así como los búhos y otras aves de presa nocturnas aprovechan la obscuridad de la noche para sorprender a sus presas. Esto es lo que hicieron los herejes jansenistas cuando intentaron escapar de la condenación a través de sucesivas metamorfosis. Sus trucos no escaparon a la vigilancia del Papa Pío VI. En su Bula Auctorem Fidei, promulgada el 28 de Agosto de 1794, él denuncia a los promotores del Sínodo de Pistoia del siguiente modo:2
“Conocían bien el arte malicioso de los innovadores, quienes, temiendo ofender a los oídos católicos, se esfuerzan por cubrir sus trampas con palabras fraudulentas para que el error, oculto entre el sentido y el significado (San León el Grande, Carta 129, de la edición de Baller), se insinúa más fácilmente a sí misma en la mente de las personas y -después de haber alterado la verdad de la frase por medio de un agregado o variante muy breves- se asegura de que el testimonio que tenía que traer la salvación pueda, después de un cierto cambio sutil, conducir a la muerte.«3
In dubio pro reo?
¿La ambigüedad protege a un hereje de la condena? ¿Le evita ser denunciado?
Algunos católicos creen que si una proposición es capaz de una buena interpretación, entonces, a pesar de su manifiesto mal significado, no se puede tomar ninguna medida canónica contra ella o su autor. In dubio pro reo, dicen ellos.
En efecto, si se trata de una única declaración ambigua, o sólo de unas pocas, pueden atribuirse a la mala elección de las palabras, a una torpe improvisación, a la fatiga o a alguna otra explicación razonable de este tipo.
Sin embargo, cuando las ambigüedades son continuas, repetidas y, además, acompañadas de actos, gestos, actitudes y omisiones que confirman la interpretación errónea de las afirmaciones, entonces uno puede concluir legítimamente que este es su verdadero significado. En este caso, ya no hay duda sobre su significado. Por lo tanto, el axioma in dubio pro reo no se aplica.4
Desenmascarando la herejía camuflada «bajo el velo de la ambigüedad«
Por lo tanto, como afirma el Papa Pío VI, es necesario desenmascarar la herejía que se camufla «bajo el velo de la ambigüedad«. Esto se hace exponiendo su verdadero significado:
«Contra estos escollos, que desafortunadamente se renuevan en todas las edades, no se establecieron mejores medios que exponer las oraciones que, bajo el velo de la ambigüedad, envuelven una peligrosa discrepancia de sentidos, señalando el significado perverso bajo el cual se encuentra el error que la Doctrina Católica condena «5.
Esto es precisamente lo que hizo San Pío X con el modernismo. En su encíclica Pascendi Dominici Gregis, el Papa mostró cómo las declaraciones ambiguas, confusas y sospechosas de los modernistas formaron un sistema coherente y herético cuando se analizaron en su conjunto y desde la perspectiva de su filosofía inmanentista subyacente:
«Es uno de los dispositivos más inteligentes de los modernistas (como se les llama comúnmente y con razón) para presentar sus doctrinas sin orden y disposición sistemática, de manera dispersa e inconexa, para que parezca que sus mentes están en duda o vacilación, cuando en realidad, están bastante inamovibles y firmes. Por esta razón, será una ventaja, Venerables Hermanos, reunir sus enseñanzas aquí en un grupo, y señalar sus interconexiones, y así pasar a un examen de las fuentes de los errores, y prescribir remedios para evitar los malos resultados.«6
Además de desenmascarar el significado herético subyacente en las declaraciones ambiguas, los actos, gestos, actitudes y omisiones de alguien que es sospechoso de herejía, deben ser analizados para ver si confirman o no la desviación doctrinal y la intención de favorecer el error.
Herejía y odio de Dios
Para comprender mejor la gravedad de la enseñanza ambigua, debemos considerar la gravedad del pecado de herejía.
En nuestros días dominados por el relativismo y con el diálogo ecuménico e interreligioso que se presenta como la nueva norma de la fe, las nociones de verdad y error, bien y mal, se vuelven cada vez más confusas. Así se ha perdido casi por completo la noción de la gravedad de la herejía y sus consecuencias.
El pecado de herejía participa del pecado más grave, el odio de Dios. Debido a que la herejía, siendo un rechazo de la verdad revelada, constituye un acto de rebelión contra Dios, por cuya autoridad creemos en lo que Él ha revelado. Al rechazar la verdad revelada, el hereje substituye a Dios por sí mismo.
Santo Tomás de Aquino explica que «la herejía es una especie de incredulidad, que pertenece a aquellos que profesan la fe Cristiana, pero corrompe sus dogmas«.7 La herejía «se vuelve voluntaria por el hecho de que un hombre odia la verdad que se le propone«. Por lo tanto, «es evidente que la incredulidad alcanza su pecamminosidad a través del odio a Dios8, ¿De quién es la verdad el objeto de la fe?9 A su vez, el odio a Dios «es el pecado más grave» y «es principalmente un pecado contra el Espíritu Santo«.10
«Sin fe, es imposible agradar a Dios»
La herejía destruye la vida sobrenatural, porque separa al hereje de la fuente de la gracia, que es Dios. El hereje «tiene la intención de asentir a Cristo, pero fracasa en su elección de las cosas en las que él asiente a Cristo, porque no elige lo que Cristo realmente enseñó, sino las sugerencias de su propia mente«.11 En consecuencia, incluso si un hereje acepta algunas verdades reveladas, su creencia no es un acto de obediencia a Dios, sino un acto de adhesión a lo que él ha elegido. Por lo tanto, él anula la Divina Voluntad con la suya propia. Su fe es puramente humana, sin valor sobrenatural.
Ahora bien, San Pablo enseña, y esta enseñanza se repite en el Magisterio de la Iglesia12—que “sin fe, es imposible agradar a Dios” (Hebreos, 11: 6). Por lo tanto, al adherir a la herejía y abandonar la fe sobrenatural, el hereje rompe con Dios, pierde la vida sobrenatural y toma el camino de la condenación eterna.
Un hereje debe ser evitado
Dada la extrema gravedad del pecado de herejía y el peligro de ser influenciado por un hereje, el Apóstol hizo una seria advertencia a los Gálatas: «Pero aún cuando nosotros mismos o un ángel del Cielo os anunciara un Evangelio distinto del que os hemos predicado, sea anatema. » (Gál. 1: 8).
Él completa su pensamiento en la Epístola a Tito: «A un hombre que es un hereje, después de la primera y la segunda amonestación, evítalo: sabiendo que él se ha pervertido, y pecado y está condenado por su propio juicio «. (Tit. 3: 10-11).
Del mismo modo, San Juan, el Apóstol del Divino Amor, ordenó: «Si alguien no permanece en la enseñanza de Cristo… no deben recibirlo en su casa ni saludarlo» (2 Juan 9-10).
Ambigüedad y odio a Dios
La ambigüedad doctrinal y moral, especialmente en actos y documentos del Magisterio, 13 es algo muy serio, que debe tratarse con la misma severidad que una herejía que es profesada abiertamente. Más bien, incluso más rigurosamente, ya que se abre paso subrepticiamente. La ambigüedad oculta la herejía y conduce a la herejía. En otras palabras, lleva a los fieles al odio de Dios.
1 «La palabra fue dada al hombre para ocultar sus pensamientos.» Esta cínica frase es atribuida a Charles-Maurice Talleyrand (1754-1838), el famoso obispo apóstata Charles Maurice Talleyrand (1754-1838), el famoso obispo apóstata, que abandonó el estado eclesiástico y se transformó en un político y diplomático al servicio de la Revolución Francesa y Napoleón Bonaparte.
2 El Sínodo de Pistoia fue un sínodo diocesano convocado por el Obispo Scipione de´ Ricci. El quería reformar a la Iglesia Católica utilizando las doctrinas del Jansenismo.
3 Pío VI, Bula Auctorem Fidei, 28 de agosto de 1794, http://w2.vatican.va/content/plus-vi/it/documents/bolla-auctorem-fidei-28-agosto-1794.html. (La traducción es nuestra).
4 Ver Arnaldo Vidigal Xavier da Silveira, “Not Only Heresy Can Be Condemned by Ecclesiastical Authority” in Can Documents of the Magisterium of the Church Contain Errors? Can the Catholic Faithful Resist Them? (Spring Grove, Penn.: The American Society for the Defense of Tradition, Family and Property, 2015).
5 Pío VI, Auctorem Fidei.
6 http://w2.vatican.va/content/pius-x/es/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_19070908_pascendi-dominici-gregis.html
7 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II q. 11, a, 1, c.
8 Alguien puede objetar que el hombre no puede odiar a Dios como su bien supremo y último fin, lo cual es cierto. Pero el Doctor Angélico explica que «hay efectos que contrarían a la voluntad humana desordenada, como, por ejemplo, la inflicción de un castigo, la cohibición de los pecados por la ley divina que contraría a la voluntad depravada por el pecado. Ante la consideración de estos efectos puede haber quien odie a Dios, porque le considera como quien prohibe pecados e inflige castigos.» (ib. id. II-II, 34, 1)
9 Ibid, II-II, q. 34, a. 2, ad 2 (El destaque es nuestro)
10 Ibid, II-II, q. 34, a. 2, corpus y respuesta ad. 1.
11 Ibid., II-II, q. 11, a, 1, c. (El destaque es nuestro)
12 Concilio de Trento, «Decreto sobre la Justificación», cap. 7; Concilio Vaticano I, Dei Filius, cap. 3, «Sobre la fe», nro. 5.
13 Como señala Pío VI «Si esta convulsionada y errónea forma de disertar es viciosa en alguna manifestación oratoria, de ninguna manera debe ser utilizada en un Sínodo, del cual el primer mérito consistir en adoptar, en sus enseñanzas, una expresión tan clara y límpida como para no dejar lugar a peligrosas objeciones.» Pío VI, Auctorem Fidei.
El Arzobispado de Santiago informa de la renuncia, aceptada por Su Santidad, de su obispo auxiliar Carlos Eugenio Irarrázaval Errázuriz, antes de cumplirse un mes de su nombramiento.
La pregunta obvia es si renunció realmente o ‘le renunciaron’, y todo parece apuntar a lo segundo. El comunicado oficial de la Archidiócesis de Santiago de Chile dice que la decisión tomada por Carlos Irarrázaval, obispo auxiliar desde el pasado 22 de mayo, de renunciar a su dignidad “ha sido fruto de un diálogo y de un discernimiento conjunto, en el cual el Papa Francisco ha valorado el espíritu de fe y humildad del presbítero, en favor de la unidad y bien de la Iglesia que peregrina en Chile”. El Papa ha aceptado la renuncia.
Pero esto, que puede valer para la habitual opacidad informativa de los medios eclesiales, requiere una explicación más concreta y menos florida para la prensa secular. Y, así, la agencia Europa Press hace referencia a medios chilenos según los cuales Irarrázaval hizo unas declaraciones en entrevista con la cadena norteamericana CNN que se han juzgado muy poco afortunadas, por decir poco.
Irarrázaval aparece en ella señalando que la cultura judía es machista, añadiendo: «Si ves a un judío caminando por la calle, la mujer va diez pasos atrás, pero Jesucristo rompe ese esquema. Jesucristo conversa con las mujeres, conversa con las adúlteras, con las samaritanas, Jesucristo deja que ellas lo cuiden, hay quienes también lo siguen. ¿A quién le pidió que anunciara la resurrección? A la Magdalena, una mujer». Uno.
Y dos, en esa misma entrevista, opiniones poco ‘actualizadas’ sobre el papel de la mujer que han desatado las iras de las feministas. «Es cierto que en la Última Cena no había ninguna mujer sentada en la mesa y eso tenemos que respetarlo también. Jesucristo tomó opciones y no lo hizo ideológicamente, no son ideológicas y nosotros queremos ser fieles a Jesucristo», añadió. Y cuando el entrevistador insiste en consultarle sobre el papel de la mujer en la Iglesia, señala que “quizás a ellas mismas les gusta estar en la trastienda, puede ser”.
Que la última frase sea, quizá, interpretable en un sentido peyorativo es perfectamente posible; que justifique la renuncia de un obispo nombrado por Su Santidad hace menos de un mes, un hombre que, como sacerdote, ha logrado pacificar y curar heridas en la misma parroquia que profanó el pedófilo Padre Karadima, es dudoso.
Más en una Iglesia en la que brilla y prospera un obispo como el de Chicago, cardenal Blase Cupich, que acaba de decir que negar la comunión a políticos abiertamente abortistas es “contraproducente”, sin atender siquiera a la obviedad de que se evita un sacrilegio.
Carlos Esteban
Otra vez la llamada urgente para detener el Cambio Climático; de nuevo la insistencia en abrir las fronteras. Es enloquecedor.
El mismo Papa que se niega en redondo a aclarar la confusión en torno a cuestiones de fe, la única misión que se le ha encomendado; que incluso nos pide que abandonemos nuestra ‘obsesión’ por la claridad doctrinal alegando que Cristo no la quiso, puede llegar a ser muy específico sobre asuntos para los que nadie le ha nombrado juez.
“Una política de precios sobre el carbono es esencial si la humanidad quiere usar los recursos de la creación sabiamente”, dijo en el encuentro promovido por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral con los jefes de las compañías petrolíferas mundiales. “La incapacidad para gestionar las emisiones de carbono ha producido una enorme deuda que ahora tendrán que devolver con intereses quienes vengan detrás de nosotros”. Bastaría sustituir “creación” por “naturaleza” para que el discurso fuera el de un alto funcionario de Naciones Unidas.
¿Por qué habla así el Papa, el Vicario de Cristo? El deber de custodia prudente que tiene el ser humano sobre la creación material puede exponerse de modo genérico, sin presumir cuáles sean las medidas concretas más aconsejables, siendo este un asunto científico en el que la Iglesia no debería comprometerse por razones obvias. Todavía se nos achaca el asunto Galileo como si hubiera sucedido ayer, y consistió exactamente en esto, en decantarse por la defensa del ‘consenso científico’ del momento.
Pero no es como si la Iglesia que le ha sido encomendada estuviera viviendo una edad de oro que permitiera a su Sumo Pontífice dedicarse tranquilamente a sus obsesiones personales, solo tangencialmente relacionadas con la fe. A la ‘fuga masiva’ de fieles en Occidente, que se ha acelerado considerablemente bajo este pontificado, hay que sumar la confusión doctrinal sobre los sacramentos, el mal moral objetivo, la doctrina sobre la sexualidad, la eclesiología y muchas otras cuestiones menores. Por no hablar de la crisis provocada por la política asentada de encubrimiento de abusos sexuales por parte de clérigos, que sigue desarrollándose imperturbable en medio de los ‘parches’ que pone Roma.
En esto, silencio. El Papa calla, y no sólo calla, sino que alaba su propio silencio comparándolo con el de Cristo en Su Pasión. Calla y recomienda que se calle. No debe haber más Viganòs, ha dicho con otras palabras en su reunión con los nuncios, a quienes ha leído la cartilla con excepcional claridad. Los nuncios deben ser totalmente fieles al Papa, no a la doctrina o a la verdad. Ni blogs ni contactos ‘impuros’.
Pero si en lo que su misión debería impelirle aconseja y practica el silencio, en cualquier otra cosa es el Papa más locuaz que hayan conocido los siglos. En cuanto a la comunión de los divorciados vueltos a casar o de los protestantes cónyuges de católicos, ha dejado la respuesta concreta en manos de las iglesias nacionales, pero en lo que se refiere a la complejísima ciencia de la climatología, todo es diáfano y no tiene dudas sobre lo que tenemos que hacer y los sacrificios que debemos sobrellevar. Nada que discernir aquí.
Tampoco tiene demasiadas dudas sobre la intrínseca maldad de las fronteras, como dejó claro una vez más en el mensaje con ocasión de la Jornada Mundial dedicada a los pobres del próximo 17 de noviembre. «Se pueden construir tantos muros e impedir la entrada para engañarse sintiéndose seguros con las propias riquezas en perjuicio de cuantos quedan fuera. No durará para siempre”, dice. Por supuesto que no durará para siempre: nada de este mundo durará para siempre. No, ni siquiera gravando las emisiones de CO2, Santidad. Y así debe ser, porque nuestro destino eterno no está aquí, destino eterno que nos jugamos a cada segundo y que importa infinitamente, pese a que nuestros pastores nos urjan cada vez menos a considerarlo.
“¿Cómo olvidar, además, los millones de inmigrantes víctimas de tantos intereses ocultos, a menudo instrumentalizados para su uso político, a quienes se les niega la solidaridad y la igualdad?», añade. Con todo el respeto, Santidad, los intereses ocultos para promover su llegada a Europa, la instrumentalización política de los protagonistas de esta avalancha son, como poco, igual de poderosos. Como muy poco, a juzgar por las opciones que prefieren los grandes medios de comunicación, las élites intelectuales, las multinacionales, la banca internacional y una mayoría del espectro político occidental.
Pero se me puede discutir, naturalmente. Es lo que sucede con este asunto, que es discutible, y de hecho en las raras ocasiones que los Papas anteriores lo han tratado ha sido para recordar no solo la evidente dignidad humana del inmigrante, sino también el derecho de los Estados para regular sus fronteras.
Es una cuestión política, que no tiene necesariamente que ver con la voluntad de acogida del inmigrante concreto, que exige discernimiento y prudencia por parte del gobernante y que implica consecuencias a muy largo plazo sobre las naciones de acogida. No un asunto para que el padre de los católicos machaque en días alternos, junto a la reducción de las emisiones de carbono, a expensas de la claridad doctrinal que esperamos, que anhelamos, del Santo Padre.
Carlos Esteban