Hace pocos días nos enterábamos de la frustrada consagración episcopal en la archidiócesis de Santiago de Chile de un sacerdote nombrado como obispo auxiliar menos de un mes antes, y hoy nos enteramos de que un nombramiento similar en Lima sigue adelante pese a estar acusado el candidato de vivir en concubinato con una mujer casada. ¿Qué pasa con los nombramientos episcopales en Latinoamérica?
Los dos casos no son en absoluto equivalentes, sino que más bien establecen un contraste. Carlos Irarrázaval era una elección bastante obvia para la castigada archidiócesis santiagueña, cuyo arzobispo, Ricardo Ezzati, había tenido que renunciar, teóricamente por edad, pero se sospecha que por su implicación en los casos de encubrimiento y que está ahora en manos de un administrador apostólico, Celestino Aos. Irarrázaval fue el encargado de devolver la paz a la parroquia de El Parque, la misma que había sido el epicentro de los abusos homosexuales a menores del padre Fernando Karadima, cumpliendo la misión con celo y delicadeza.
Pero bastaron las protestas de grupos feministas por una frase desafortunada en una entrevista -en absoluto ofensiva o doctrinalmente cuestionable- para que su consagración, anunciada 24 días antes, se frustrara.
Pero bastaron las protestas de grupos feministas por una frase desafortunada en una entrevista -en absoluto ofensiva o doctrinalmente cuestionable- para que su consagración, anunciada 24 días antes, se frustrara.
En el caso de Ricardo Augusto Rodríguez Alvarez, en cambio, su consagración como obispo auxiliar de Lima sigue adelante hasta la fecha, pese a las denuncias de que el sacerdote vive en concubinato con una mujer casada que se han hecho llegar al nuncio. Rodríguez pudo, incluso, haber sido nombrado arzobispo de Lima y primado del Perú tras la renuncia del anterior titular, el cardenal Cipriani, ya que según fuentes de Infovaticana estaba en la terna presentada a Roma.
Es difícil refugiarse en el socorrido “¿quién mantiene engañado al Papa?”, salvo creyendo en un cúmulo de fatales coincidencias que desafían las leyes de la probabilidad. Su Santidad conoce bien la Iglesia de su Latinoamérica natal, y no pocos nombramientos -como el de Gustavo Zanchetta, el obispo dimisionario de Orán, en Argentina- los ha decidido prescindiendo incluso de los trámites habituales.
También sería difícil recurrir a la ‘misericordia’ que Francisco ha convertido en palabra clave de su pontificado para explicar la elección de un sacerdote poco escrupuloso con el celibato, aunque sin duda será lo que aleguen los sospechosos habituales. Primero, porque la ‘misericordia’ con el alto clero es con frecuencia crueldad con el pueblo fiel, con los feligreses de la diócesis de que se trate. Después de todo, no llegar a obispo no es una desgracia, ni negar esa dignidad es un castigo. El obispo es el pastor, está al servicio del último de los fieles, y nombrar a un sacerdote amancebado es una señal de desprecio hacia el pueblo de Dios.
Pero, en segundo lugar, hemos tenido tiempo sobrado para comprobar que la famosa ‘misericordia’ solo corre en una dirección. No hubo misericordia para Irarrázaval, pese a su intachable historial sacerdotal, como no la ha habido para las Hermanitas de María, para los Franciscanos de la Inmaculada, para la Hermandad de los Santos Apóstoles, para el propio arzobispo Cipriani o su colega de La Plata, Aguer, ambos retirados nada más alcanzar la edad canónica, ni un minuto más, cuando es tan común alargar el plazo cuando conviene.
No se puede tomar muy en serio la celebérrima política de ‘Tolerancia Cero’ cuando el celibato sacerdotal parece tomarse tan a la ligera, no hablemos si se suma a un adulterio. Sí, es cierto que no se trata de ningún delito, que son adultos y consienten, pero ¿eso es todo lo que se puede esperar de nuestra jerarquía, que no delincan? ¿No es poner el listón tan bajo que resulta mucho más probable que estallen los escándalos que están manchando la imagen de la Iglesia en el mundo?
Confiamos, en cualquier caso, que el silencio con el que se han recibido las denuncias contra Rodríguez signifique que el caso se está estudiando en profundidad, y que el resultado será limpiar por completo el nombre de un sacerdote difamado o cancelar su consagración.
No se puede tomar muy en serio la celebérrima política de ‘Tolerancia Cero’ cuando el celibato sacerdotal parece tomarse tan a la ligera, no hablemos si se suma a un adulterio. Sí, es cierto que no se trata de ningún delito, que son adultos y consienten, pero ¿eso es todo lo que se puede esperar de nuestra jerarquía, que no delincan? ¿No es poner el listón tan bajo que resulta mucho más probable que estallen los escándalos que están manchando la imagen de la Iglesia en el mundo?
Confiamos, en cualquier caso, que el silencio con el que se han recibido las denuncias contra Rodríguez signifique que el caso se está estudiando en profundidad, y que el resultado será limpiar por completo el nombre de un sacerdote difamado o cancelar su consagración.
Carlos Esteban