En otro tiempo existía la “Iglesia militante”, la Iglesia que en esta tierra, a la espera del encuentro definitivo con Jesús, anunciaba a Jesús, vivía de Jesús, combatía por Jesús la buena batalla, defendía a Jesús y su Ley de los ataques del mundo. Pero su estilo tenía el sabor de “cruzada” y se prefirió la “Iglesia peregrina”, Iglesia dialogante, Iglesia ecuménica, y así en adelante. El resultado: debería ser claro para todos. El que creía, ya no cree (al menos muy a menudo). El que no creía sigue creyendo menos todavía. Iglesias y seminarios están vacíos. El mundo se ríe de la Iglesia, que se ha vuelto a menudo insignificante para el mundo.
Parece que se deba reencontrar la “Iglesia militante”. Lo dijo Jesús: “Nadie puede servir a dos señores: o bien odiará a uno y amará al otro, o preferirá a uno y despreciará al otro: no podéis servir a Dios y al mundo” (Mt 5, 24). “¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? No, os digo, sino la división. A partir de ahora, en una casa de cinco personas, se dividirán tres contra dos, dos contra tres” (Lc 12, 51-52). “El que no está conmigo está contra mí y el que no recoge conmigo desparrama” (Lc 11, 23). La vida de Jesús es el cumplimiento sublime de la militancia que propone a los suyos: ¿quién más que Él combatió contra la mentira, la negación de Dios, contra el pecado? ¿Quién más que Él desafió no solo al mundo sino a los mismos jefes de su pueblo, que lo negaban? Declaró a Pilato: “El que es partidario de la Verdad escucha mi voz” (Jn 18, 37). Por la Verdad, por el Padre, por la salvación de los hombres sus hermanos, Jesús inmoló su vida… e invita a corresponderle. Jesús no busca los valores comunes, Jesús no dialoga, Jesús no es ecuménico, Jesús es la Verdad: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por medio de mí” (Jn 14, 6).
La “militancia”, guste o no, lo queramos o no, es la ley de la vida, de la vida en la secuela de Jesús. Observad ya los elementos más humildes.
Es necesario para ganarse el pan, luchar para ganarse un puesto en el mundo, luchar para alcanzar el Paraíso, luchar para saber, para poder, para querer. En torno a mí, en mí, por todas partes antagonismo, división dentro y fuera: filosofía contra filosofía, bandera contra bandera, la naturaleza contra la Gracia, la pasión contra la razón, el mundo contra el Evangelio, satanás contra Jesucristo. Quien no lucha no actúa, padece y ha terminado de vivir.
La lucha es incesante; es de todas las edades, de todos los días. La lucha nos espera cada mañana al despertarnos: es necesario vencer la molicie, dominar nuestras tendencias desordenadas para servir a Dios con fidelidad, como Él se merece ser servido; romper los obstáculos para dedicarnos a la oración y al divino Sacrificio, a la Sagrada Comunión con Jesús.
La lucha nos espera en nuestras familias para ser fieles el uno al otro, para vencer el humor, el aburrimiento, las tentaciones de las divisiones, para superar nuestros puntos de vista, nuestros desacuerdos. La lucha nos espera en nuestras relaciones con los demás, para amar al prójimo, para perdonar y vencer el mal con el bien; el mundo es una arena: quien no quiere ser vencido por las potencias del mal y de las tinieblas debe estar equipado como un soldado, un guerrero en el campo de batalla, revestido de las armas de Dios, como dice San Pablo (Ef 6, 13-17).
Hoy, en la extendida apostasía, es necesario vivir en la luz para custodiar la fe, que ya nadie custodia. El error es enseñado incluso por quien debería ser apóstol de la Verdad. ¿Qué hacer? Es necesario tener delante siempre abiertos dos libros: el Evangelio y el Catecismo de San Pío X. Basta solo para comprender dónde está la Verdad y dónde está el error. Par quien tiene o desea tener una cultura cristiana-católica más profunda, lea los textos de dom Columba Marmion, del padre Enrico Zoffoli, los libros de mons. Piercarlo Landucci, el eterno “Catecismo romano”, los libros de dom Gueranger… Son solo algunas indicaciones. Para defenderse del extendido error armémonos del Rosario a María Santísima, con el cual se contempla y se vive y se ora a “Cristo en sus Misterios” a la luz y por la intercesión de María, que sola ha vencido y sigue venciendo todas las herejías del mundo entero. Más todavía, asistamos a la Santa Misa, renovación del Sacrificio de la Cruz, compendio de toda nuestra Fe.
Si quieres ser católico, estás llamado a ser militante, a ser heroico, a ser santo, a ir contra corriente no solo respecto al mundo sino incluso contra las posiciones de algunos hombres de Iglesia, que se han convertido, en el extendido modernismo, un verdadero riesgo para nuestra fe. Estás llamado a luchar para defender la Verdad, lo cual es hoy la más alta, la más grande misericordia. Esto es: militante, con lucidez, con fortaleza, con mansedumbre, con respeto a toda alma, pero sin hacer descuentos a la Verdad, con el estilo de San Francisco de Sales, con el estilo de Jesús manso y humilde de corazón, pero capaz de afrontar la cruz.
El que es joven en años puede comprender. El que es joven en el corazón, el que ama a Jesús, como Él se merece ser amado, debe recomenzar a ser militante: “Vitam et sanguinem pro Christo nostro Rege”. “Sub Christo Rege regis vexillis militare gloriamur”. Estos nuestros breves años para la lucha y, después, el honor de la eternidad. No solo peregrinos. Soldados de Jesucristo, como los de la Vendée.
Insurgens
(Traducido por Marianus el eremita)