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viernes, 20 de diciembre de 2019

Acto de acusación al papa Francisco y de amor a la Iglesia de S.E. monseñor Carlo Maria Viganò


(CORRISPONDENZA ROMANA)



S.E. monseñor Viganò, ex nuncio apostólico en los EE.UU., publica hoy un documento que constituye una enérgica acusación al papa Francisco, y al mismo tiempo, un acto de ferviente amor a la Iglesia. Publicamos el texto íntegro:

Así dice Yahvé, el Dios
que creó los cielos y los desplegó;
el que extendió la tierra con sus frutos,
dio hálito a los hombres que la habitan,
y espíritu a los que por ella caminan:
Yo soy Yahvé; éste es mi nombre;
no doy mi gloria a ningún otro
ni mi honor a las imágenes fundidas.

Pues Yahvé avanza como un héroe,
como un guerrero despierta su furor,
vocea y lanza gritos,
y muestra su fuerza contra sus enemigos.
Mucho tiempo estuve callado,
guardé silencio, me contuve,
mas ahora doy voces como una mujer que da a luz,
lanzo ayes y suspiro jadeando.

Devastaré los montes y los collados,
y agostaré todo su verdor;
convertiré los ríos en desierto, y secaré los lagos.
Entonces volverán atrás, llenos de vergüenza,
los que confían en las estatuas;
los que dicen a las imágenes fundidas:
«Vosotros sois nuestros dioses».
¿Quién entregó a Jacob al pillaje, y a Israel a los saqueadores?
¿No es Yahvé, contra quien han pecado,
Aquel cuyos caminos no quisieron seguir, ni escuchar su Ley?

Por eso derramó sobre Israel el fuego de su ira,
y el furor de la guerra. Pegó fuego alrededor de él, pero no comprendió;
le consumía, mas no hizo caso.
(Is.42,5-23)

MARÍA INMACULADA, VIRGEN Y MADRE, ACIES ORDINATA, ORA PRO NOBIS
«¿Podría haber otra cosa en el corazón de la Virgen María que el nombre de Nuestro Señor Jesucristo? También nosotros deseamos tener en nuestros corazones un solo nombre: el de Jesús, al igual que la Santísima Virgen.»

La trágica parábola del presente pontificado avanza en una continua sucesión de golpes de efecto. No pasa un día sin que desde su supremo trono el Sumo Pontífice contribuya a desmantelar la Sede Petrina usando y abusando de su suprema autoridad, no para confesar sino para negar; no para confirmar sino para extraviar; no para unir sino para dividir; no para edificar sino para derribar.

Herejías materiales, herejías formales, idolatría y superficialidades de todo género: el Sumo Pontífice Bergoglio no cesa de humillar obstinadamente la autoridad suprema de la Iglesia, desmitificando el Papado, como tal vez diría su ilustre colega Karl Rahner. Su modo de actuar tiene por objeto violar el Sagrado Depósito de la Fe y desfigurar el rostro católico de la Esposa de Cristo con sus palabras y sus actos, con disimulaciones y con mentiras, con sus gestos evidentes que alardean de espontaneidad pero están meticulosamente ideados y planificados , y con los cuales se exalta a sí mismo en un incesante autobombo narcisista, mientras humilla la figura del Romano Pontífice y eclipsa la del Dulce Cristo en la Tierra.

Sus acciones se sirven de improvisaciones magisteriales, de un magisterio improvisado, líquido, insidioso como arenas movedizas; no sólo en las alturas, a merced de periodistas de todo el mundo, en esos espacios etéreos que pueden evidenciar un delirio patológico de ilusoria omnipotencia, sino también en el ámbito de las funciones más solemnes que deberían infundir un sagrado temor y reverente respeto.

Con ocasión de la festividad de la Virgen de Guadalupe, el papa Bergoglio ha vuelto a dar rienda suelta a su evidente fobia antimariana que evoca a la de la Serpiente en el relato de la Caída, en el Protoevangelio que profetiza la radical enemistad que puso Dios entre la Mujer y la Serpiente, y la hostilidad declarada de esta última, que hasta la consumación de los tiempos acechará el calcañar de la Mujer intentando triunfar sobre Ella y sobre su posteridad. La del Romano Pontífice es una agresión manifiesta contra las prerrogativas y sublimes atributos que hacen de la Inmaculada siempre Virgen Madre de Dios el complemento femenino del Verbo Encarnado, asociándola íntimamente a Él en la economía de la Redención.

Tras degradarla comparándola con la vecina, con una refugiada inmigrante, o con una laica como otra cualquiera con sus defectos y con la crisis de una mujer cualquiera manchada con el pecado, o incluso con una discípula, que lógicamente no tendría nada que enseñarnos; tras banalizarla y despojarla de su carácter sagrado, a la manera de las feministas que están ganando terreno en Alemania con su movimiento María 2.0, empeñado en modernizar a la Virgen para convertirla en una imitación, a imagen y semejanza de ellas, Bergoglio ha tenido la crueldad de decir de la Augusta Reina y Madre Inmaculada de Dios que «se mestizó con la humanidad» y que mestizó a Dios. Con un par de ocurrencias, ha asestado un golpe al corazón del dogma mariano y del dogma cristológico que le está vinculado.

Los dogmas marianos constituyen el sello de aprobación de las verdades católicas que conforman nuestra Fe, definidas en los concilios de Nicea, Éfeso y Calcedonia; son un baluarte inquebrantable contra las herejías cristológicas y contra los furibundos ataques asestados por las puertas del Infierno. Quien la mestiza y profana demuestra estar de parte del Enemigo. Atacar a María es arremeter contra el propio Cristo. Atacar a la Madre y alzarse contra el Hijo es rebelarse contra el propio misterio de la Santísima Trinidad. La Inmaculada Theotokos, «terrible como ejército con banderas desplegadas» —acies ordinata–, dará batalla para salvar a la Iglesia y aniquilará el ejército del Enemigo que se ha soltado de sus cadenas y le ha declarado la guerra, junto con todas las demoniacas pachamamas que regresarán definitivamente al Infierno.

Por lo que se ve, el papa Bergoglio no puede disimular más que no soporta a la Inmaculada, y ni siquiera consigue ocultarlo tras su ostentada devoción, siempre bajo los reflectores y las cámaras de televisión, mientras va abandonando la celebración solemne de la Virgen Asunta al Cielo y el rezo del Rosario con los fieles que con Juan Pablo II y Benedicto XVI atestaban el patio de San Dámaso y la Plaza de San Pedro de Roma.

El papa Bergoglio se vale de la pachamama para intentar derrotar a la Guadalupana. La entronización del ídolo amazónico en el Altar de la Confesión en San Pedro no fue otra cosa que una declaración de guerra a la Señora y Patrona de las Américas, que al aparecer se a San Juan Diego derrotó los ídolos demoniacos y conquistó a los indios llevándolos a la adoración del verdadero y único Dios gracias a su mediación materna. ¡No es ninguna leyenda!

A pocas semanas de la clausura del acto sinodal que supuso la investidura de la pachamama en el corazón de la catolicidad, hemos tenido noticia de que el desastre conciliar del Novus Ordo Missae será objeto de más modernizaciones, entre otras la introducción del rocío en el Canon Eucarístico en sustitución de la mención al Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Se trata de un paso más en la regresión hacia la naturalización e inmanentación del culto católico, rumbo a un Novissimus Ordo panteísta e idólatra. El rocío –entidad presente en el lugar teológico de la Amazonia tropical, como supimos por los padres sinodales–, aparece como el nuevo principio inmanente de la fecundación de la Tierra, que la transustancia en un todo interconectado en un sentido panteísta al que se asimilan y someten los hombres para la gloria de pachamama. Henos aquí hundidos en las tinieblas de un nuevo paganismo mundialista y ecotribal, con sus demonios y perversiones. Con esta enésima distorsión litúrgica, la divina Revelación se degenera en la plenitud del arcaísmo; de la identidad hipostática del Espíritu Santo, nos deslizamos hacia la evanescencia simbólica y metafórica del rocío, que la gnosis masónica había hecho suya desde hace tiempo.

Volvamos por un instante a las estatuillas idolátricas, con su singular fealdad, y a la declaración del papa Bergoglio al día siguiente de que las sacaran de Iglesia de Traspontina y las arrojasen al Tíber. Las palabras pronunciadas por el Sumo Pontífice tienen una vez más el hedor de una tremenda mentira: nos ha hecho creer que las estatuillas fueron prontamente rescatadas de las turbias aguas gracias a la intervención de los carabineros. Se queda uno pasmado al ver que un equipo de Noticias del Vaticano, coordinado por Tornielli y Spadaro, de Civiltà Cattolica, con reporteros y cámaras de la prensa oficial, no tuvieran tiempo de filmar e inmortalizar el rescate de las pachamamas. Resulta hasta inverosímil que una operación de semejante espectacularidad no llamase la atención de los viandantes, que con sus teléfonos celulares habrían podido filmarlo y difundirlo por las redes sociales. Nos sentimos tentados a preguntárselo a quien hizo tal declaración. Sin ninguna duda, esta vez también nos responderían con un elocuente silencio.

Hace ya más de seis años que nos envenenan con un falso magisterio, una especie de síntesis extrema de todas las equívocas afirmaciones del Concilio y de los errores postconciliares que se han propagado inconteniblemente sin que la mayoría repare en ello. Sí, porque el Concilio Vaticano II abrió algo peor que la Caja de Pandora: la Ventana de Overton, de un modo tan gradual que nadie se ha dado cuenta de la alteración que se ha llevado a cabo, de la auténtica naturaleza de las reformas, de sus dramáticas consecuencias, y ni siquiera se ha llegado a sospechar quién manejaba realmente los hilos de esta gigantesca operación subversiva, que el cardenal modernista Suenens calificó de «el 1789 de la Iglesia Católica».

Y así, a lo largo de las últimas décadas, el Cuerpo Místico se ha ido desangrando lentamente de su linfa vital en una incontenible hemorragia: el Sagrado Depósito de la Fe se ha ido dilapidando de a poco, los dogmas han sido desnaturalizados, el culto se ha ido secularizando y profanando, la moral ha sido saboteada, el sacerdocio vilipendiado y el Sacrificio Eucarístico protestantizado y transformado en un banquete amistoso.

Actualmente la Iglesia está exangüe , invadida por la metástasis, devastada. El pueblo de Dios avanza a ciegas, analfabeto y despojado de su Fe, sumido en las tinieblas del caos y la división. En las últimas décadas, los enemigos de Dios han utilizado una táctica de tierra quemada arrasando dos mil años de Tradición. En una aceleración inaudita, gracias a la carga subversiva de este pontificado apoyado por el potentísimo aparato jesuita, le están asestando a la Iglesia un mortífero golpe de gracia.

Al papa Bergoglio –como a todos los modernistas– es imposible pedirle claridad, ya que el sello distintivo de la herejía modernista es precisamente el disimulo. Maestros del error y expertos en el arte del engaño ,«se ocupan en conseguir que se acepte universalmente lo ambiguo, presentando su lado inocuo, que les servirá de salvoconducto para introducir el lado tóxico que al principio ocultaban» (P. Matteo Liberatore S.J.). De ese modo, la mentira, terca y obsesivamente repetida, termina por hacerse cierta y ser aceptada por la mayoría.

Es también típicamente modernista la táctica de afirmar aquello que se quiere destruir, valiéndose de términos vagos e imprecisos, promoviendo el error sin formularlo con claridad en ningún momento. Que es ni más ni menos lo que hace el papa Bergoglio con su amorfismo que disuelve los misterios de la Fe, con su característica aproximación doctrinal con la que mestiza y derriba los más sagrados dogmas, como ha hecho con los relativos a la siempre Virgen Madre de Dios.

El resultado de este abuso de autoridad es que nos encontramos ante una Iglesia Católica que ha dejado de ser católica, un recipiente vaciado de su auténtico contenido para reemplazarlo con productos de pacotilla.

Es inevitable la llegada del Anticristo. Forma parte del epílogo de la historia de la salvación. Pero sabemos que es requisito imprescindible para el triunfo universal de Cristo y de su gloriosa Esposa. Aquellos de nosotros que no nos hayamos dejado engañar por estos enemigos de la Iglesia, enfeudados en el Cuerpo eclesial, tenemos que unirnos en un frente común contra el Maligno, ya hace tiempo derrotado, pero todavía en condiciones de hacer daño y provocar la perdición eterna de multitudes, pero a quien la Virgen Santísima, nuestra Corredentora, aplastará definitivamente la cabeza.

Ha llegado la hora de que actuemos. De manera inequívoca, sin dejarnos expulsar de esta Iglesia de la cual somos hijos legítimos y en la que tenemos el sacrosanto derecho de sentirnos en casa, sin que la odiosa horda de enemigos de Cristo nos haga sentir como marginados, cismáticos y excomulgados.

¡Ha llegado la hora de que actuemos! El triunfo del Corazón Inmaculado de María –Corredentora y Mediadora de todas las gracias– pasa por sus hijitos, sin duda frágiles y pecadores pero de carácter totalmente contrario a quienes militan en las filas enemigas. Pequeños, consagrados sin limitaciones a la Inmaculada por ser su talón, la parte más humilde y despreciada, la más odiada por el Infierno, pero que junto a Ella aplastarán la cabeza del monstruo infernal.

San Luis María Griñón de Monfort se preguntaba: «¿Cuándo tendrá lugar ese triunfo? Sólo Dios lo sabe. Nuestro deber consiste en velar y orar como recomendaba encarecidamente Santa Catalina de Siena: «¡Ay de mí, que muero y no puedo morir! No sigáis durmiendo en la negligencia; aprovechad al máximo el tiempo presente. Confortaos en Cristo Jesús, dulce amor. Sumergíos en la Sangre de Cristo crucificado, crucificaos con Él, escondeos en sus llagas, bañaos en su Sangre» (Carta nº 16).

La Iglesia está sumida en las tinieblas del modernismo, pero la victoria será de Nuestro Señor y de su Esposa. Queremos seguir profesando la Fe perenne de la Iglesia en medio del fragor que la asedia. Queremos velar con Ella y con Jesús en este nuevo Getsemaní del fin de los tiempos y hacer penitencia en reparación por las muchas ofensas que se les infligen.

+Carlo Maria Viganò

Arzobispo titular de Ulpiana

Nuncio Apostólico

19 de diciembre de 2019


(Traducido por Bruno de la Inmaculada /Adelante la Fe)

¿La Iglesia acepta ahora la homosexualidad? (P Javier Olivera Ravasi)


Duración 6:06 minutos