No pueden ser más que inconclusas las conclusiones que podemos sacar hasta el momento del follón armado en torno al libro a cuatro manos entre Benedicto XVI y el cardenal Sarah, puesto que los sucesos aún no terminan. Sin embargo, algo podemos ya ir viendo.
1. La otrora prestigiosa corte papal es ahora poco más que la corte de un reyezuelo africano. Los escándalos, filtraciones y desmanejos se suceden cada día, con hechos que sobrepasan con creces escándalos análogos como el portazo del príncipe Harry y su mestiza mujer a la familia real inglesa. Si no fuera por la protección mediática de la que goza Francisco, hace tiempo que lo habrían destripado. Y señalemos lo más obvio: ¿cómo es posible que el Papa y su guardia de corps progre se enteraran por la prensa y a días de su aparición sobre la publicación del famoso librito, siendo que los protagonistas viven a un tiro de piedra de Santa Marta? Evidentemente, el servicio secreto Vaticano está dirigido por el nieto de Maxwell Smart.
2. Circuló en varios medios una cronología de los hechos atribuida a Antonio Socci (fue publicada como comentario del post anterior) y creo que es verosímil: la co-autoría del libro sobre el celibato estaba clara y acordada entre las partes - Benedicto y Sarah -, con el conocimiento y beneplácito de Mons. Gänswein. Cuando se conoció la noticia, en Santa Marta ardió Troya y el incendio se dirigió directamente hacia Gänswein, como era lógico que sucediera. ¿Qué opciones tenía el prefecto-secretario? O desobedecía una orden directa del Romano Pontífice, que le habrá exhibido todos los poderes de llaves y llaveros que obran en sus manos. O traicionaba a Benedicto XVI. O traicionaba a Sarah. La primera opción difícilmente se la permitiera su conciencia alemana y, además, aceptarla llevaba consigo la defenestración —literaliter— desde la ventana más alta del torrione San Giovanni. Optó por la más fácil, y la más estúpida. Traicionó al cardenal Sarah sin darse cuenta que éste tenía todos los documentos que prueban de modo fehaciente la veracidad de los hechos tal como él mismo la relató. Y el cardenal me sorprendió gratamente al hacer públicas esas cartas puesto que podría haber tenido algún escrúpulo y quedarse callado pro bono pacis.
3. Este hecho objetivo más los datos que publicó hoy Marco Tosatti, muestran que Gänswein no es el angelical guardaespaldas del Papa Benedicto que se pensaba, sino un personaje de cuidado, mucho más sinuoso de lo que creíamos. Y frente a este hecho, vale la pena preguntarnos si es que la renuncia de Ratzinger al pontificado no fue un hecho sabio. Si aún siguiera en el Trono de Pedro, estaríamos en manos de Gänswein rodeado probablemente de la camarilla de Sodano, y seguiríamos creyendo que estábamos bien porque abundarían las mucetas y los zapatos rojos. Ahora, con Bergoglio, estamos mal, pero estamos conscientes que lo estamos, y cientos de miles de católicos abrieron los ojos. La morfina, en este caso, no sirve porque enmascara los síntomas y no cura; permite que la muerte se acerque sin darnos cuenta. Es lo que sucedió durante el largo y tedioso pontificado de Juan Pablo II, cuando la Iglesia fue inconscientemente entrando en su agonía.
4. El diario Clarín publicó la noticia de un libro que aparecerá en pocos días en el que el Papa Francisco afirma que el “celibato obligatorio es intocable” lo que, según el viboroso periodista que la escribe, “hace fruncir las cejas de muchos progresistas”. Yo me inclino a pensar, como adelanta también Sandro Magister en un reportaje de hoy, que Bergoglio colocará en la exhortación apostólica post-sinodal una ambigüa y estratégica nota a pie de página, como hizo con Los amores de Leticia, que permita la ordenación de hombres casados en ciertos y excepcionales casos. Y con esto no estará introduciendo ninguna novedad: la iglesia católica de rito oriental ordena hombres casado, y la iglesia católica de rito latino ordena “en ciertos y excepcionales casos” a hombres casados (por ejemplo, en el ordinariato de Walsingham). Ya Pío XI había escrito hace más de ochenta años: “38. No es nuestro ánimo que cuanto venimos diciendo en alabanza del celibato eclesiástico se entienda como si pretendiésemos de algún modo vituperar, y poco menos que condenar, otra disciplina diferente, legítimamente admitida en la Iglesia oriental; lo decimos tan sólo para enaltecer en el Señor esta virtud, que tenemos por una de las más altas puras glorias del sacerdocio católico y que nos parece responder mejor a los deseos del Corazón Santísimo de Jesús y a sus designios sobre el alma sacerdotal”. (Carta encíclica Ad catholici sacerdotii. 20 de diciembre de 1935). Bien podría Francisco escribir un texto similar y añadir una por aquí una notita por la que se abriera la brecha de los curas casados.
5. Pero si así fuera, ¿por qué su rabieta y tanto escándalo con el libro? Para entenderlo, hay que recurrir al manual de bergoglismo básico: porque le escupieron el asado, y el único que escupe y orina el asado es él. Y aclaremos que a Bergoglio le importa un bledo el asado; él es vegetariano. Lo que le importa es conservar la potestad exclusiva de escupirlo. En otros términos, el enojo se debió a que le cuestionaron la autoridad, y no a una cuestión doctrinal en la que no cree y que le tiene sin cuidado. Es lo que sucedió con la reciente exoneración de su secretario privado: el problema no fue lo que hacía don Fabián sino que no cumplió la condición que se le había impuesto. Desobedeció al Papa; a dormir bajo algún puente del Tíber. Lo que a Bergoglio le interesa es ejercer el poder; no hay que olvidarlo. Es el más digno y acabado hijo de San Ignacio, y se relame, como sus hermanos en religión siempre lo hicieron, siendo el armador en las sombras de cualquier componenda política. En este caso, claro, están muy alejadas de las intrigas con las que los jesuitas gobernaban las cortes europeas en el siglo XVII. Francisco se conforma con organizar una reunión entre el presidente argentino Alberto Fernández y los directivos del FMI en el Vaticano.
6. Entonces, ¿las previsibles excepciones excepcionales al celibato son cosa de poca mota? No. Si la famosa exhortación post-sinodal abriera efectivamente la posibilidad de la ordenación de hombres casados, sería una cuestión gravísima porque, como lo han afirmado ya muchos medios, esa excepción sería el codicilo del que se agarrarían los alemanes y con ellos toda la progresía para incorporar sacerdotes casados a su clero. Y prueba de ello es la carta confidencial que envió hace tres días el cardenal Hummes a todos los obispos del mundo pidiéndoles que fueran particularmente diligentes en dar a conocer y efectivizar el próximo documento amazónico en sus diócesis. Cuesta entender qué interés puede tener tal escrito para los fieles de Madrid, de Budapest, de Melburne, de Temuco o de Los Ángeles. La única explicación es que, a partir de él, se quiere sentar doctrina para la Iglesia universal. El documento sobre la Amazonía a los que menos les interesará será a los amazónicos.
7. Pero si la iglesia oriental han mantenido la posibilidad del clero casado desde la época apostólica, ¿dónde radicaría la extrema gravedad de trasladar la misma experiencia a la iglesia latina? Specola, en su entrada de ayer, ha sido muy agudo en señalar el peligro: “Sobre los curas casados es evidente que hoy no existe, como lo podía estar hace decenios, una demanda por parte del clero católico. El matrimonio está viviendo una profunda crisis y no entra en los proyectos de vida de los jóvenes de las generaciones actuales y el número reducido de jóvenes sacerdotes tienen mucho más claro que sus antecesores el tema del celibato. Estamos ante una palanca ideológica que pretende instituir un sacerdocio distinto del que conocemos y que no pertenece a la tradición católica. Este es el verdadero problema de fondo y es el contenido fundamental de la reciente publicación. Quedarse en las ramas es querer despistar y no poco sobre las verdaderas intenciones. Entramos en momentos decisivos en los que los impulsores de cambios radicales ven que la oportunidad Francisco se va terminado”.Se trata, sin más, en la introducción de un nuevo modelo de sacerdote quien no será ya el hombre elegido y consagrado para “hacer sagradas” las cosas profanas —concepto arcaico y ampliamente superado por el mundo contemporáneo—, sino una suerte de mediador social, lenitivo de los conflictos vecinales y pacificador de greñas y disturbios, con algún resto de difusa espiritualidad cósmica.
Buon pranzo a tutti!
The Wanderer