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martes, 31 de marzo de 2020

NOTICIAS 30 y 31 de marzo de 2020



SPECOLA

Las cárceles y las guerras del Papa Francisco, el pánico reina en el Vaticano, el virus termina con una época, ande yo caliente.

Un Vaticano que se resiste a desaparecer, audiencias del Papa Francisco en palacio, Roma sin obispos, Wanderer y nuestros lectores.

IOTA UNUM


LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ, POR CHARLES JOURNET. PADRE, PERDONALOS.

QUE NO TE LA CUENTEN

La confesión por Internet ¿se puede? (P. Javier Olivera)

ADELANTE LA FE


El mundo se sumerge en la confusión

THE WANDERER


La peste, rarezas y previsiones


Selección por José Martí

Coronavirus: menos estampas y más conversiones (Miguel Á.Yáñez)



Desde que empezó toda esta historia del coronavirus, y conforme empeora, no paro de recibir y de ver, hora sí y hora también, todo tipo de mensajes y cadenas del tipo: “reenvíalo, recemos 100.000 ave maría para detener el virus”, “unámonos al papa que va a exponer el Santísimo y su poder detendrá todo”, “a las siete de la tarde recemos a san cucufato, poderoso intercesor en la peste de no sé qué año”, y así, miles y miles.

Que nadie se lo tome como una crítica personal, entiendo y salvo por supuesto la buena intención de quien envía estas cosas, pero, sinceramente, no es éste el mensaje adecuado a lanzar a un mundo pecador hasta la médula, que pareciera que somos ajenos a la culpa del castigo de lo que pasa; como si la solución fuera tomar a la religión y los sacramentales como una especie de “amuleto” a azuzar en estos momentos.

Si usted quiere ayudar al mundo, y a la Iglesia, por favor, divulgue el mensaje que DE VERDAD necesitan oír: CONVERTÍOS, hemos pecado, el mundo y los hombres de iglesia se han corrompido, somos merecedores de cualquier castigo divino, detengamos esto, CONVERTID de verdad vuestras almas, volved a la Fe verdadera, arrepentíos, confesaros y cuando la gracia inunde el mundo, todo se detendrá.

Todo lo demás … puro fetichismo piadoso.
 
Miguel Ángel Yáñez

En ausencia de los sacramentos



Para los que aman al Señor, todo lo que les ocurre es para su bien. Vamos a citarlo en latín para los que necesitan un mantra que ayude a encajar por qué está pasando todo esto: Rm. 8, 28: Omnia cooperantur in bona diligentibus Deum.

¿Pero qué decir de esta decisión de los políticos y de los obispos (no voy a entrar en lo que pienso del problema) de prohibir la asistencia a Misa? ¿Puede ser que Dios utilice esto para nuestro bien?

Y tanto. Primero para nuestra humildad. Muchos que se han quedado en casa por su propia cuenta en tiempos pasados, por sus propias enfermedades, ahora están enrabiados contra los obispos por esta decisión. Entonces, si lo decido yo, está bien, pero si me lo imponen, ¿eso sí que está mal? Si yo aplico lo que juzgo correcto y según el sentido común, con los datos que tengo y por caridad hacia los demás o por mi propio bien, mi decisión es correcta. Pero, como otro tome esa decisión y tenga yo que obedecer… eso ya no es tan fácil de aceptar. Así que primero tenemos algunos que hacer un ejercicio de humildad.

¿Entonces no hay razones para pensar que hubiera sido mejor no quitar el culto público? Según se puede ver aquí http://www.quenotelacuenten.org/2020/03/25/templos-cerrados-y-curas-heroicos-el-precedente-de-la-fiebre-amarilla/, no es la primera vez en la historia que se hace, en contra de lo que muchos han dicho, poniendo el grito en el cielo. Y, como dice en ese artículo, quizá es demasiado pronto para saber si la medida ha sido de provecho o no. La medida de dejar el templo abierto “para dar acceso a unos pocos fieles”, sí sería una mejora, pero no soluciona el problema tal como se ha propuesto. Si la premisa es que no dejar acceso a los fieles es una falta de fe y una manera de sucumbir al miedo… la solución es dejar los templos abiertos de par en par y que acuda todos los que quieran. Si no, al pasar del númerus clausus… ¿qué dirá el resto? ¿No podrían levantar la misma acusación que, hace un momento, estaba en boca de los que sí pudieron entrar a estar presentes en la Santa Misa? Además, de todos los que han dado la voz de alarma por la falta de fe de los obispos, no he leído a ninguno– de los que escriban o hablen de manera equilibrada– que diga que “no haya que tomar las medidas sanitarias pertinentes”. Lo que pasa es que la medida que se ha tomado ha sido, o así parece, muy dura.

Pero volvamos al hecho: no hay Misas con fieles presentes y en muchos sitios el acceso a la confesión se ha quedado como una imposibilidad. No, lamentablemente, una urgencia por enfermedad espiritual seguramente no va a abrir el bloqueo de la guardia civil ni de la policía local. ¿Y Dios puede sacar bien de aquí?

Y tanto. En primer lugar ¿cuándo ha habido una añoranza tan grande por tantas personas de poder ir a Misa y recibir la comunión? ¿Acaso esa distancia, ese deseo, en sí, no tiene ningún valor? ¿Cae sobre oídos sordos de Dios? De muchas maneras puede Dios utilizar esto para despertarnos de la manera rutinaria en que recibíamos la comunión con frecuencia semanal e incluso hacernos ver que si Le echamos tanto de menos en la eucaristía, podíamos hacer un esfuerzo mayor por recibirle más a menudo. Si tanto lo apreciamos… o quizá esta situación haga que muchos lleguen a apreciarlo mucho más.

Como Dios escribe recto con renglones torcidos, cabe imaginar que tanto abuso de la comunión, la comunión en pecado y la comunión en la mano, ha hecho que Dios permita este mal del virus y la consiguiente cerrazón de las iglesias para darnos un momento para pensarnos bien las cosas. Puede dar mucho que hablar el hecho de que las directrices sociales eran no dar la mano porque es el medio de contagio mayor ... y las iglesias particulares urgiendo comulgar en la mano … el que pueda entender, que entienda.

¿Y los que no tienen acceso a la confesión? Hay dos consideraciones muy importantes que hacer. Por un lado, si todos los mecánicos del mundo desaparecieran, ¿acaso no conduciría la gente, que aprecia su coche, con más cuidado? Y por otro, es el momento para que los que somos pecadores decidamos si tiene sentido salir corriendo de la presencia de Dios porque hemos pecado, o más vale que nos apeguemos a Él más que nunca ya que sólo en Él está la salvación. No volveré a entrar en la contrición perfecta, pero el primer paso para lograr esa contrición perfecta es creer en el Amor Inagotable que Dios me tiene. Mirad 1 Jn. 4, 19: “Nosotros amamos a Dios porque Él no amó primero”. Si no se es consciente del primer momento, el amor de Dios, no se llega al segundo: mi amor a Él.

Por supuesto, es terrible que alguien se tenga que ver ante la muerte sin el auxilio de los sacramentos. No creo que haya tragedia peor, salvo la situación de la persona a la que le da lo mismo esa situación. Pero la gracia de Dios no se limita a los sacramentos. Recordemos una definición básica del catecismo olvidado: ¿Cómo nos comunica Dios la gracia? Dios nos comunica la gracias principalmente por medio de los santos sacramentos. Mirad como no dice que son la única manera que tiene Dios de conceder la gracia. La contrición perfecta, la comunión espiritual, y un largo etcétera, nos aseguran que la mano de Dios no se ha retirado de nosotros y no estamos al desamparo total de la gracia.

Todo lo que ocurre a los que aman a Dios es para su bien. De todo aquello que a nosotros nos parece un mal, Dios puede sacar el bien, y así lo hace. Éstos son tiempos para dejarle actuar.
 
Santamisatradicional

domingo, 29 de marzo de 2020

Entrevista de THE REMNANT: monseñor Athanasius Schneider habla de la reacción de la Iglesia al coronavirus (Diana Montagne)



Transcripción de entrevista a monseñor Athanasius Schneider

Diane Montagna: Excelencia, ¿qué impresión tiene en general de la manera en que está reaccionando la Iglesia a la epidemia de coronavirus?

Mi impresión general es que la gran mayoría de los obispos ha reaccionado con precipitación y pánico al prohibir toda Misa pública, y lo que es más incomprensible, cerrando los templos. Los obispos que han obrado así han reaccionado más como burócratas que como pastores. Al centrarse de forma casi exclusiva en las medidas higiénicas han perdido la perspectiva sobrenatural y quitado la prioridad al bien eterno de las almas.

La diócesis de Roma se ha apresurado a suspender todas las misas públicas accediendo a las directrices del Gobierno. Por todo el mundo, los prelados han tomado medidas por el estilo. En cambio, los obispos de Polonia han pedido que se celebren más  misas para que se congreguen menos fieles en cada ocasión. ¿Qué opina de la decisión de suspender las misas públicas para impedir la propagación del virus?

Mientras los supermercados sigan abiertos y accesibles y pueda utilizarse el transporte público, no hay razón verosímil para prohibir que se asista a la Santa Misa en una iglesia. En los templos se pueden garantizar las mismas e incluso mejores medidas higiénicas preventivas, y tomarse otras medidas parecidas. Por ejemplo, antes de cada Misa se podrían desinfectar los bancos y las puertas, y todo el mundo podría desinfectarse las manos al entrar. Podría limitarse el número de asistentes y aumentar la frecuencia de las misas. John Magufuli, presidente de Tanzania, nos da un ejemplo magnífico de lo que es tener una perspectiva sobrenatural de las cosas en tiempo de epidemia. Magufuli, que es católico practicante, dijo el pasado día 22 (domingo de Laetare) en la catedral de San Pablo en Dodoma, capital del país: «A mis correligionarios cristianos, e incluso a los musulmanes, les insisto: no tengan miedo, no dejen de congregarse para alabar y glorificar a Dios. Por esa razón, nuestro Gobierno ha decidido no cerrar las iglesias y mezquitas. Al contrario, deben estar abiertas en todo momento para que se pueda acudir a Dios en busca de refugio. En los templos se puede buscar verdadera sanación, porque allí habita el Dios verdadero. No tengan miedo de alabar a Dios y buscar su rostro en la iglesia».

Y de la Eucaristía, Magufuli expresó estas alentadoras palabras: «El coronavirus no puede sobrevivir en el Cuerpo eucarístico de Cristo, no tarda en consumirse . Por eso, no he tenido el más mínimo miedo al comulgar, porque sé que Jesús está en la Eucaristía; no corro peligro. Es hora de edificar nuestra fe en Dios».

¿Le parece una actitud responsable que un sacerdote celebre una Misa privada con unos pocos fieles presentes, tomando las debidas precauciones?

Lo es, y además meritoria. Sería un verdadero acto pastoral, siempre y cuando el sacerdote tomara las debidas precauciones, claro.

Los sacerdotes se ven en un aprieto. Algunos buenos sacerdotes son objeto de críticas por obedecer las directrices impuestas por sus obispos de suspender las misas públicas (aunque siguen celebrando privadas). Otros se ingenian maneras de confesar sin comprometer la salud de los fieles. ¿Qué aconsejaría a los sacerdotes que para que puedan sacar el mejor fruto de su ministerio en estos momentos?

Los sacerdotes deben tener presente que por encima de todo son pastores de almas inmortales. Deben ser imitadores de Cristo, que dijo: «El buen pastor pone su vida por las ovejas. Mas el mercenario, el que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, viendo venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa;  porque es mercenario y no tiene interés en las ovejas.  Yo soy el pastor bueno, y conozco las mías, y las mías me conocen» (Jn. 10, 11-14). Si un sacerdote observa de modo razonable y juicioso todas las medidas higiénicas, no está obligado a obedecer las directrices de su obispo o de las autoridades suspendiendo la Misa para los fieles. Tales directrices son meras normas humanas; pero la ley suprema de la Iglesia es la salvación de las almas. En una situación así, los sacerdotes tienen que ingeniárselas mucho a fin de facilitar a los fieles, aunque sea un grupo pequeño, la celebración de la Santa Misa y la recepción de los sacramentos. Ésa ha sido siempre la conducta pastoral de todos los sacerdotes confesores y mártires en tiempos de persecución.

¿Hay casos en que sea legítimo desobedecer  a las autoridades, y en concreto a las eclesiásticas, por parte de los sacerdotes (por ejemplo, si le dicen que no vaya a visitar a los enfermos y moribundos?

Si las autoridades eclesiásticas le prohíben a un sacerdote visitar a los enfermos y moribundos, no puede obedecer. Semejante prohibición es un abuso de autoridad. Cristo no confirió a los obispos autoridad para prohibir que se visitara a los enfermos y agonizantes. El verdadero sacerdote hace todo lo que está en sus manos para visitar a un moribundo. Muchos sacerdotes lo han hecho aun a riesgo de su vida, ya fuera en caso de persecución o de epidemias. Se han dado numerosos ejemplos en la historia de la Iglesia. Por ejemplo, San Carlos Borromeo dio la Sagrada Comunión en la lengua y con sus propias manos a personas que estaban muriendo de peste. En nuestros tiempos hemos conocido ejemplos conmovedores y edificantes, en particular en la región de Bérgamo, al norte de Italia, de sacerdotes que se contagiaron y murieron por cuidar de enfermos aquejados de coronavirus. Hace unos día falleció en ese mismo país un sacerdote de 72 años que padecía la enfermedad, y renunció al respirador –sin el cual no podía sobrevivir– para dárselo a un paciente más joven. No visitar a los enfermos y moribundos es una actitud más propia de asalariados que de buenos pastores.

Vuestra Excelencia pasó los primeros años de su vida en la Iglesia clandestina de la Unión Soviética.  ¿Qué aconsejaría a los fieles que no pueden asistir a Misa, y en algunos casos ni siquiera adorar al Santísimo Sacramento por haberse cerrado las iglesias de su diócesis?

Animaría a esos fieles a hacer actos frecuentes de Comunión espiritual. Podrían leer las lecturas del propio y el ordinario de la Misa de cada día y meditar en ellas. Podrían enviar a sus santos ángeles custodios a adorar a Jesús en el Tabernáculo de parte de ellos. Podrían unirse espiritualmente a todos los cristianos encarcelados por su fe, a todos los cristianos enfermos impedidos de ir a Misa, a todos los cristianos que mueren privados de los sacramentos. Dios colmará de gracias esta época de privación temporal de la Santa Misa y el Santísimo Sacramento.

Hace poco la Santa Sede anunció que las celebraciones litúrgicas de Semana Santa y Pascua tendrán lugar sin los fieles presentes. Más tarde especificó que se están estudiando maneras de participar que tengan en cuenta las medidas de seguridad destinadas a impedir la propagación del coronavirus. ¿Qué le parece esta decisión?

En vista de las estrictas prohibiciones de reuniones multitudinarias impuestas por las autoridades italianas, se entiende que el Papa no pueda celebrar los oficios de Semana Santa ante una numerosa congregación de fieles. A mí me parece que podría celebrarlos con toda dignidad y sin abreviarlos, por ejemplo en la Capilla Sixtina (como era costumbre de los pontífices antes del Concilio) con la participación del clero (cardenales, sacerdotes, etc.) y un grupo selecto de fieles que hubiesen tomado previamente las oportunas medidas de higiene. No parece lógico prohibir la bendición del fuego, la del agua y los bautismos en la Vigilia Pascual, como si con esos actos pudiera propagarse virus. El sentido común y la perspectiva sobrenatural han sido superados por un miedo casi patológico.

Excelencia, ¿qué revela la actitud de las autoridades eclesiásticas ante el coronavirus del estado de la Iglesia, y en particular de la jerarquía?

La pérdida de perspectiva espiritual es sintomática. En las últimas décadas, muchos miembros de la jerarquía han estado metidos más que nada en asuntos seculares,  mundanos y temporales, y con ello han perdido de vista las realidades sobrenaturales y eternas. Se les ha nublado la vista con el polvo de ocupaciones mundanas, como dijo en una ocasión San Gregorio Magno (V. Regula pastoralis II, 7). Su manera de reaccionar ante la epidemia ha puesto de manifiesto que dan más importancia a los cuerpos mortales que a las almas inmortales de los hombres, olvidando las palabras de Nuestro Señor: «¿De qué servirá al hombre ganar el mundo entero, y perder su vida?» (Mc. 8,36). Los mismos prelados que ahora tratan de impedir (a veces con medidas desproporcionadas) que se contagie el cuerpo de sus feligreses con un virus material, permiten como si tal cosa que los tóxico virus de enseñanzas y prácticas heréticas se esparzan entre su grey.

Hace poco el cardenal Vincent Nichols dijo que cuando pase la epidemia habrá un hambre renovada de la Eucaristía. ¿Está de acuerdo?

Espero que esas palabras se cumplan en el caso de muchos católicos. Es una experiencia común entre los hombres que la privación prolongada de una realidad importante avive el ansia de ella. Ése es el caso de todos los creen de verdad en la Eucaristía y la aman. Una experiencia así también ayuda a reflexionar más a fondo en el sentido y valor de la Sagrada Eucaristía. Es posible que los católicos que estaban tan acostumbrados al Santísimo que les parecía algo de todos los días experimenten una conversión espiritual y se den cuenta a partir de ahora de que la Sagrada Eucaristía es algo extraordinario y sublime.

El pasado domingo 15 de marzo el papa Francisco acudió a rezar ante la imagen de la Virgen Salus Populi Romani en la basílica de Santa María la Mayor y ante el cristo milagroso de la iglesia de San Marcelo en el Corso. ¿Cree que es importante que los obispos y cardenales realicen actos similares de culto público para poner fin a la epidemia?

El ejemplo del papa Francisco puede animar a muchos prelados a celebrar actos públicos parecidos de fe y oración y a dar muestras concretas de penitencia implorando a Dios que detenga la plaga. Se podría recomendar que los obispos y sacerdotes recorriesen con frecuencia las calles de sus ciudades portando al Santísimo Sacramento en la custodia acompañados por un número reducido de sacerdotes o fieles (uno, dos o tres), dependiendo de las normas que hayan establecido las autoridades civiles. Esas procesiones eucarísticas transmitirían a los fieles y al resto de la ciudadanía el consuelo y la alegría de saber que no están solos en las situaciones difíciles. Que el Señor está verdaderamente con ellos, que la Iglesia es una madre que nunca se ha olvidado de sus hijos ni los ha abandonado. Se podría iniciar una cadena mundial de custodias que llevaran a Jesús-Eucaristía por las calles de todo el planeta. Esas miniprocesiones eucarísticas, aunque el obispo o sacerdote saliera solo llevando al Señor, impetrarán gracias de sanación y conversión física y espiritual.

La epidemia de coronavirus estalló en China poco después del Sínodo para la Amazonía. Algunos periodistas están convencidos de que se trata de un castigo divino por los actos realizados con el ídolo de la Pachamama en el Vaticano, mientras que para otros es un castigo por el acuerdo entre China y el Vaticano. ¿Cree que alguna de las dos opiniones es correcta?

En mi opinión, la epidemia del coronavirus es sin duda una intervención divina para castigar y purificar al mundo pecador, y también a la Iglesia. No debemos olvidar que Nuestro Señor Jesucristo veía las catástrofes físicas como castigos de Dios. Leemos, por ejemplo, lo siguiente: «En aquel momento llegaron algunas personas a traerle la noticia de esos galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Y respondiendoles dilo: “¿Pensáis que estos galileos fueron los más pecadores de todos los galileos, porque han sufrido estas cosas?  Os digo que de ninguna manera, sino que todos pereceréis igualmente si no os arrepentís. O bien aquellos dieciocho, sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén?  Os digo que de ninguna manera sino que todos pereceréis igualmente si no os convertís”» (Lc.13, 1-5).

El culto de que fue objeto el ídolo pagano de la Pachamama al interior del Vaticano con el aval del Papa fue sin duda un grave pecado de infidelidad al Primer Mandamiento del Decálogo, una abominación. Todo intento de restar importancia a ese acto de veneración se derrumba por el peso de la prueba y de la razón. Yo diría que esos actos idolátricos fueron la culminación de una serie de infidelidades en lo que se refiere a guardar el sagrado depósito de la Fe por parte de muchos miembros de los grados más altos de la jerarquía en las últimas décadas. No tengo certeza absoluta de que el brote del coronavirus haya sido castigo de Dios por lo de la Pachamama en el Vaticano, pero no tiene nada de rebuscado entenderlo así. Ya en los primeros tiempos de la Iglesia, Cristo reprendió a los obispos (ángeles) de las iglesias de Pérgamo y Tiatira por su tolerancia de la idolatría y el adulterio. La figura de Jezabel, que sedujo a la iglesia con la idolatría y la fornicación (V. Ap. 2,20) se podría entender también cómo un símbolo del mundo actual con el que juguetean muchos que ocupan altos cargos en la Iglesia.

Estas palabras de Cristo siguen igual de válidas hoy: «He aquí que a ella la arrojo en cama, y a los que adulteren con ella, (los arrojo) en grande tribulación, si no se arrepienten de las obras de ella. Castigaré a sus hijos con la muerte, y conocerán todas las Iglesias que Yo soy el que escudriño entrañas y corazones; y retribuiré a cada uno de vosotros conforme a vuestras obras» (Apoc. 2,22-23). Cristo amenazó con castigos ý exhortó a las iglesias a arrepentirse: «Tengo contra ti algunas pocas cosas, por cuanto tienes allí a quienes han abrazado la doctrina […]para que comiesen de los sacrificios de los ídolos y cometiesen fornicación. Arrepiéntete, pues; que si no, vengo a ti presto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca» (Apoc. 2, 14-16). Estoy convencido de que Cristo les diría lo mismo al papa Francisco y a los otros obispos que consintieron el culto idolátrico a la Pachamama y avalan implícitamente las relaciones sexuales fuera de un matrimonio válido al permitir que los divorciados que se han vuelto a casar reciban la Sagrada Comunión.

Vuestra Excelencia ha citado los Evangelios y el Apocalipsis. ¿La manera en que Dios  dealt  sus hijos en el Antiguo Testamento nos ayuda a entender en alguna medida la situación actual?

A mi modo de ver, la situación que ha creado la epidemia de coronavirus en el seno de la Iglesia es muy singular: se han prohibido las misas públicas en casi todo el mundo. Hasta cierto punto es equivalente a la prohibición del culto cristiano en todo el Imperio Romano durante los tres primeros siglos. Ahora bien, esta situación actual no tiene precedentes, porque en nuestro caso la prohibición del culto público fue decretada por obispos católicos, antes incluso de que las autoridades civiles dictaran disposiciones en ese sentido.

En cierta forma, la situación actual se puede comparar con el cese del sacrificio en el templo de Jerusalén mientras el Pueblo Escogido de Dios soportó la Cautividad de Babilonia. En la Biblia los castigos divinos se consideraban una gracia, como vemos en estos versículos: «Feliz el hombre a quien Dios corrige. No desprecies la corrección del Omnipotente. Él hace la llaga, y la venda; Él hiere y sana con sus manos» (Job 5,17-18). «Yo reprendo y castigo a todos los que amo. Ten, pues, ardor y conviértete» (Apoc.3,19). La única reacción que cabe en tribulaciones, catástrofes, epidemias y situaciones por el estilo –todas ellas instrumentos en manos de la Divina Providencia para despertar a los hombres del sueño del pecado y la indiferencia hacia los mandamientos de Dios y la vida eterna– es la penitencia y una sincera conversión a Dios. En la siguiente oración, el profeta Daniel da a los fieles de todos los tiempos un ejemplo de cuál debe ser su verdadera actitud y de cómo deben desempeñarse y rezar en tiempos difíciles: «Todo Israel ha traspasado tu Ley y se ha apartado para no oír tu voz […] Inclina, Dios mío, tu oído y escucha; abre tus ojos y mira nuestras ruinas, y a la ciudad, sobre la cual ha sido invocado tu Nombre pues derramamos nuestros ruegos ante tu rostro, confiando, no en nuestras justicias, sino en tus grandes misericordias. ¡Escucha, Señor! ¡Perdona, Señor! ¡Presta atención, Señor, y obra! ¡No tardes, por amor de Ti, oh Dios mío!, porque sobre tu ciudad y tu pueblo ha sido invocado tu Nombre» (Dan. 9,11; 18-19).

San Roberto Belarmino escribió: «Son señales ciertas de la venida del Anticristo […] la última y mayor de las persecuciones, y la cesación del completa del sacrificio público» (La profecía de Daniel, p.37-38). ¿Cree que hablaba de lo que sucede ahora? ¿Es éste el comienzo del gran castigo predicho en el libro del Apocalipsis? 

La situación que estamos viviendo nos brinda fundamentos más que razonables para pensar que nos hallamos a las puertas de los tiempos apocalípticos, que comprenderán castigos divinos. Nuestro Señor aludió a la profecía de Daniel: «Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo –el que lee, entiéndalo– …». Dice el Apocalipsis que la Iglesia tendrá que huir por un tiempo al desierto (V. Apoc.12,14). La interrupción casi general del Sacrificio público de la Misa se podría interpretar como una huida a un desierto espiritual. Lo lamentable de esta situación es que muchos integrantes de la jerarquía católica no se dan cuenta de que la situación que vivimos es de tribulación. No la ven como un castigo divino, es decir, como una visita de Dios en el sentido bíblico. Estas palabras del Señor se aplican a muchos sacerdotes en medio de la epidemia física y espiritual que atravesamos: «No conociste el tiempo en que has sido visitada» (Lc.19,44). Este fuego que arde para prueba (cf.1 Pe. 4,12) tienen que tomárselo en serio el Papa y los prelados a fin de que dirijan a toda la Iglesia a una profunda conversión. En caso contrario, se podrá aplicar a esta situación la moraleja de la historia que contaba Sören Kierkegaard: «En un teatro, se produjo un incendio entre bastidores. El payaso salió al escenario para advertir a los espectadores. Éstos creyeron que se trataba de un chiste, y aplaudieron. Lo repitió, y los aplausos fueron más atronadores. Yo creo que será así como acabe el mundo: en medio del aplauso general de los genios a los que le parece una broma».

¿Cuál es el sentido más profundo de todo esto, Excelencia?

Esto de que se hayan interrumpido la Santa Misa y la Sagrada Comunión sacramental es tan grave y tan inaudito que es posible discernir un sentido más profundo detrás de ello. Se ha producido a los cincuenta años de la introducción de la Comunión en la mano (1969) y de la reforma radical del rito de la Misa (1969/1970), que tiene elementos protestatizantes (las oraciones del Ofertorio) y una forma de celebración horizontal e instructiva (momentos en que se permite improvisar, celebración en círculo cerrado y cara a los feligreses). La práctica de recibir la Comunión en la mano desde hace cincuenta años ha traído consigo una profanación –en unos casos intencional y en otros no– del Cuerpo eucarístico de Cristo a unos niveles nunca vistos. Durante más de cincuenta años, el Cuerpo de Cristo ha sido (en la mayoría de los casos intencionadamente) pisoteado por sacerdotes y laicos en las iglesias católicas del mundo entero. El robo de hostias consagradas se ha incrementado igualmente a un ritmo alarmante. El gesto de tomar la Comunión en la propia mano, y con los propios dedos, se parece más que nunca a lo que se hace al comer el alimento mundano. A no pocos católicos, la costumbre de recibir la Comunión en la mano les ha disminuido la fe en la Presencia Real, en la transustanciación y en el carácter sublime de la Hostia consagrada. Con el tiempo, la presencia eucarística de Cristo se ha convertido de modo inconsciente para esos fieles en una especie de pan bendito o simbólico. Ahora ha intervenido el Señor privando a casi todos los fieles de asistir a la Santa Misa y recibir sacramentalmente la Sagrada Comunión.

Justos y pecadores están soportando juntos esta tribulación, ya que en el misterio de la Iglesia están unidos entre sí como miembros de un mismo cuerpo. «Si un miembro sufre, sufren con él todos los miembros» (1 Cor. 12,26). El Papa y los obispos podrían entender la interrupción actual de la Santa Misa pública y la Sagrada Comunión como una reprensión de Dios por los cincuenta años que llevamos de profanaciones y trivializaciones de la Eucaristía, y al mismo tiempo como una exhortación misericordiosa a una auténtica conversión eucarística de toda la Iglesia. Ojalá el Espíritu Santo conmueva al Sumo Pontífice y a los prelados y los inspire a decretar normas litúrgicas concretas para que el culto eucarístico de toda la Iglesia se purifique y vuelva a orientarse al Señor.

Se podría proponer que el Papa realizara en Roma junto los cardenales y los obispos un acto público de reparación por los pecados contra la Sagrada Eucaristía y por los actos de culto de las estatuillas de la Pachamama. En cuanto termine la actual tribulación, el Papa debería decretar unas normas litúrgicas con las que invitara a toda la Iglesia a dirigirse nuevamente al Señor en la manera de celebrar; dicho de otro modo: que el celebrante y los fieles miren en la misma dirección durante la Misa. El Sumo Pontífice debería igualmente prohibir la comunión en la mano, porque la Iglesia no puede seguir tratando impunemente al Santísimo en la Hostia consagrada de una forma tan minimalista y peligrosa.

La siguiente oración de Azarías en el horno de fuego, que rezan los sacerdotes durante el Ofertorio, podría inspirar al Papa y a los obispos para tomar medidas concretas a fin de hacer reparación y restablecer la gloria del Sacrificio Eucarístico y de Jesús Eucaristía: «Recíbenos Tú, contritos de corazón, y con espíritu humillado. Como el holocausto de los carneros y toros, y los millares de gordos corderos. Así sea hoy nuestro sacrificio delante de Ti, para que te sea acepto; pues jamás quedan confundidos los que en Ti confían. Te seguimos ahora de todo corazón, y te tememos, y buscamos tu rostro. No quieras confundirnos; haz con nosotros según la mansedumbre tuya, y según tu grandísima misericordia. Líbranos con tus prodigios, y glorifica, oh Señor, tu Nombre» (Dan.3, 39-43).

(Artículo original. Traducido por Bruno de la Inmaculada)

NOTICIAS VARIAS 27 y 28 de marzo de 2020


SPECOLA

ADELANTE LA FE


INFOCATÓLICA 


AGENCIA CATÓLICA DE NOTICIAS


Selección por José Martí

Coronavirus: ¿el cisne negro de 2020? (Roberto de Mattei)



El cisne negro (Cygnus attratus) es un ave rara originaria de Australia que recibe su nombre de la coloración de su plumaje. Nassim Nicholas Taleb, analista financiero y ex agente de Wall Street, en su libro El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable (Paidós Barcelona 2011), lo escogió como metáfora para explicar que a veces pueden darse sucesos inesperados y catastróficos que pueden afectar la vida entera de la sociedad.

Para Marta Dassù, del Aspen Institute, el coronavirus es el cisne negro de 2020. Explica que la epidemia está acarreando la crisis para la actividad económica de las naciones occidentales y «demuestra la fragilidad de las cadenas productivas a nivel internacional; cuando un eslabón de la cadena recibe un golpe, el impacto se vuelve sistémico» (Aspenia, 88 (2020), p. 9). «Ha llegado la segunda pandemia –escribe por su parte Federico Rampino en La Reppublica del pasado 22 de marzo–, y también hay que afrontarla y curarla. Se llama Gran Depresión, y tendrá un balance de víctimas paralelo al del virus. En Estados Unidos ya nadie emplea la palabra recesión porque se queda corta».

La economía interconectada del mundo se manifiesta como un sistema precario, pero el impacto del coronavirus no sólo será económico y sanitario, sino también religioso e ideológico. La utopía de la globalización, que hasta septiembre del año pasado parecía triunfar, sufre una irremediable debacle. El pasado 12 de septiembre el Papa había invitado a los dirigentes de las principales religiones y a las figuras más destacadas de los ámbitos político, económico y cultural a participar en un acto solemne que habría de tener lugar en el Vaticano el próximo 14 de mayo: el Pacto Global por la Educación. Por esas mismas fechas, la profetisa de la ecología profunda Greta Thunberg llegaba a Nueva York para participar en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2019. En aquellas vísperas del Sínodo para la Amazonía, el Romano Pontífice les envió a ella y a los demás participantes en la cumbre un videomensaje en el que expresaba su plena conformidad con los objetivos mundialistas. El pasado 20 de enero, el Papa dirigió asimismo un mensaje a Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial de Davos en el que subrayaba la importancia de una «ecología integral que tenga en cuenta la totalidad de las implicaciones de la complejidad y de las interconexiones de nuestra casa común».

A escasos meses de aquello, nos vemos ante una situación totalmente inédita. De Greta ya nadie se acuerda, el Sínodo para la Amazonía fracasó, los dirigente políticos internacionales han demostrado su ineptitud para hacer frente a la emergencia, el Pacto Mundial se ha frustrado y la Plaza de San Pedro, epicentro espiritual del mundo, está vacía. 
 
Las autoridades eclesiásticas se adaptan, y a veces se adelantan a las civiles prohibiendo las misas y toda clase de ceremonia religiosa. El acto más significativo y paradójico ha sido la clausura del Santuario de Lourdes, lugar por excelencia de sanación física y espiritual, que cierra sus puertas por miedo a que alguien se contagie si va a rogar a Dios por su salud. ¿Se trata todo ello de una maniobra? ¿Nos encontramos ante un poder totalitario que restringe las libertades de los ciudadanos y persigue a los cristianos?

Ahora bien, sorprende una persecución que parece exenta de toda resistencia heroica, hasta el martirio de los perseguidos, a diferencia de como ha sucedido en las grandes persecuciones a lo largo de la Historia. En realidad, no cabría hablar de persecución anticristiana, sino de autopersecución por parte del propio clero, que al cerrar los templos y prohibir las misas da muestras de llevar a su máxima coherencia el proceso de autodemolición iniciado en los años sesenta con el Concilio Vaticano II. Desgraciadamente y salvo excepciones, al encerrarse en su casa, también el clero tradicionalista parece ser también víctima de esta autopersecución.

Resulta conmovedor el gesto de generosidad con que 8000 médicos han respondido al llamamiento del gobierno italiano, que pedía 300 voluntarios para ayudar en los hospitales de Lombardía. ¡Cuán edificante sería que el presidente de la Conferencia Episcopal pidiese a los sacerdotes que nunca les faltaran a los fieles los sacramentos en las iglesias, las casas ni los hospitales! Muchos invitan a la oración pero, ¿quién recuerda la posibilidad de que nos hallemos en puertas de un gran castigo! Y sin embargo ésa fue la predicción de Fátima, cuyo centenario fue recordado por muchos en 2017. Este 25 de marzo, el cardenal António Augusto dos Santos Marto, obispo de Leiria-Fátima, ha renovado el acto de consagración al Sagrado Corazón de María para toda la Península Ibérica. Se trata de un acto ciertamente meritorio, pero la Virgen pidió algo más: la consagración en concreto de Rusia, hecha por el Papa en unidad con los prelados de todo el mundo. Ése es el acto, todavía pendiente, que todos esperan que se realice antes de que sea tarde.

En Fátima Nuestra Señora anunció que si el mundo no se convertía varias naciones serían aniquiladas. ¿Cuáles serán? ¿Y de qué forma serán exterminadas? Lo cierto es que el mayor castigo no consiste en la destrucción de los cuerpos, sino en el entenebrecimiento de las almas. Dicen las sagradas Escrituras que todos serán castigados por medio de aquello con lo que pecan (cf. Sab.11,16). Y aun el pensamiento pagano, por boca de Séneca, nos recuerda que el castigo del delito está en el propio delito (De la fortuna, 2ª parte, cap. 3).

El castigo comienza a partir del momento en que se pierde el concepto de un Dios justo y remunerador haciéndose la falsa idea de un Dios que, en palabras del papa Francisco «no permite las tragedias para castigar las culpas» (Ángelus del 28 de febrero de 2016). «¿Cuántas veces pensamos que Dios es bueno si nosotros somos buenos, y que nos castiga si somos malos? Pero no es así», recalcó en la Misa de la Natividad del pasado 24 de diciembre. E incluso el papa bueno, Juan XXIII, recordó que «el hombre, que siembra la culpa, recoge el castigo. El castigo de Dios es su respuesta a los pecados del hombre. [Por eso Jesús] nos dice que huyamos del pecado, causa principal de los grandes castigos» (radiomensaje del 28 de diciembre de 1958).

Prescindir de la idea del castigo no es evitarlo. El castigo es la consecuencia del pecado, y sólo la contrición y la penitencia de los propios pecados puede librar de la pena que inevitablemente acarrean por haber alterado el orden del universo. Cuando los pecados son colectivos, los castigos también lo son. ¿Cómo nos vamos a sorprender de la mortalidad que le sobreviene a un pueblo cuando los gobiernos se mancillan con leyes homicidas como las que permiten el aborto, y durante la epidemia se sigue dando prioridad a la masacre, como en Gran Bretaña, donde las autoridades han permitido el aborto en casa para no interrumpir la matanza mientras dura la epidemia? Y cuando en vez de los cuerpos son atacadas las almas, ¿quién se va a extrañar de que la pérdida de la fe sea el castigo de los culpables? Negarse a ver la mano de Dios tras las grandes catástrofes de la Historia es síntoma de esa falta de fe.

El castigo colectivo sobreviene repentinamente, como un cisne negro que aparece de improviso sobre las aguas. Verlo nos desconcierta, y no sabemos de dónde viene ni qué presagia. El hombre es incapaz de prever los cisnes negros que de la noche a la mañana se ciernen sobre su vida. Pero estos sucesos no son fruto del azar como sostienen Taleb y todos los que analizan la actualidad desde una perspectiva humana y secularista, olvidando que la casualidad no existe y que las acciones de los hombres están siempre sujetas a la voluntad de Dios
 
Todo depende de Dios, y cuando Dios comienza a actuar llega hasta el final. «Pero Él no cambia de opinión; ¿quién podrá disuadirle? Lo que le place, eso lo hace» (Job 23, 13).

Roberto de Mattei
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

sábado, 28 de marzo de 2020

Roma llora en medio de las tinieblas, urbi et orbi del Papa Francisco, el Vaticano y el coronavirus, un mundo que desaparece.



En estos momentos dramáticos e históricos tenemos la imagen que definirá para la historia este pontificado. La ciudad de Roma refleja en la historia en su piel y los elementos meteorológicos se suman a sus alegrías o tristezas. Roma llora y así acompañó ayer a la bendición con el Santísimo del Papa Francisco ante una plaza de San Pedro vacía, buscada y llamativamente vacía. Hemos de reconocer que los italianos son verdaderos artistas y cuidan la imagen como nadie. La escenografía de ayer era insuperable. La inmensidad y belleza pensada por Bernini se manifestó en todo su esplendor. Cada imagen, cada columna, cada sombra, cada gota de agua que caía sobre el noble pavimento, la elegancia del orgulloso obelisco, la imponente fachada de San Pedro, el silencio de la corona de mártires que rompía el cielo romano… Simplemente insuperable. Las famosas series de Sorrentino nunca pudieron pensar que la realidad superaría la más imposible de las ficciones. Muchos piensan que se quedó solo en esto, pura escenografía y que el contenido no era muy sincero, no ha pasado tanto tiempo de la adoración de la pachamama en el Vaticano, pero como Dios ve los que hay dentro de cada corazón, y esto es lo único que importa, estamos tranquilos. Esperemos que no sigamos siendo despreciables sepulcros blanqueados y nuestra oración sea agradable a los ojos de Dios. La indudable belleza de las imágenes de ayer debe corresponder a la belleza de la oración sincera en nuestras almas; quizás es mejor dejarnos de argumentos extraños e hincar más las rodillas.

Todavía no somos conscientes de la realidad que vivimos. Hay miles de personas a las que el virus les ha tocado en la propia piel o la de sus seres queridos, otros muchos podemos caer en el riesgo de ver todo esto como un espectáculo que no nos afecta. Necesitamos tiempo para asimilar y para ser conscientes de la catástrofe planetaria que estamos viviendo. Pensamos, y nos encantaría equivocarnos, que estamos al comienzo de una epidemia que cambiará el rumbo de la humanidad. Las plagas no vienen solas y, si sobrevivimos, nos tocará vivir en un mundo muy distinto que lo que hasta ahora hemos conocido. Es imprevisible cuándo puede terminar esto y mucho más imprevisible las enormes consecuencias económicas y sociales que traerá. La soberbia de muchos de los gobiernos del llamado primer mundo piensan que con dinero, sumas infinitas de ceros, solucionaran lo que nos está cayendo encima. Los países más pobres intentan engañar a sus ciudadanos porque poco pueden hacer al no contar con posibilidades sanitarias para atender a nadie. Los datos estadísticos, todos, que nos machacan cada día son un termómetro que puede estar muy alejado de la realidad. En tiempos de guerra la información es un arma fundamental y en eso estamos.

Nos gustaría que el Vaticano, como excepción, porque pensamos que un poco distinto de los demás debería de ser, nos diera la información real y precisa de lo que está sucediendo. Es muy triste que nos tengamos que enterar que lo que sucede intra muros con sacacorchos. Hoy es complicado ocultar las noticias y mejor contar con información completa y garantizada que con elementos sueltos que no hacen sino crecer la incredulidad en organismos que deben llevar la verdad en su esencia. Hoy tenemos noticia de que el Vaticano ha pedido 650 pruebas de coronavirus a Estados Unidos. Con este número se pueden hacer pruebas a la totalidad de la población del Vaticano. Parece que al fin se están tomando las cosas en serio y esperemos contar con un informe detallado de la situación. Han pasado los tiempos, al menos eso queremos creer, en que estar apestado suponía la exclusión de la sociedad. Hoy sabemos que es una enfermedad, y como tal hay que tratarla; no sirve de nada demonizar a los contagiados y el éxito de los países que mejor han tratado esta epidemia ha consistido en controlar las cepas de contagio; en caso contrario terminaremos todos contagiados.

Dentro de los muros del Vaticano contamos con un sector de población joven, compuesta fundamentalmente por las fuerzas de seguridad, la Guardia Suiza y la Gendarmería, que pueden ser como un 50% de los habitantes del pequeño estado. La otra mitad está compuesta por gente de edad muy avanzada y formada por sacerdotes, religiosos y religiosas que viven en sus casas, en pequeñas comunidades, o en Santa Marta. El nivel de riesgo para este grupo es altísimo y en él se encuentran evidentemente los dos papas que actualmente habitan en el estado pontificio. Si esto no se corta el contagio será masivo, si es que ya no lo es. El Papa Francisco vive en el peor sitio posible para evitar el contagio. Las noticias nos dicen que no piensa cambiar de residencia buscando un refugio más seguro. Esta decisión le obliga a permanecer confinado en su pequeño apartamento salvo para las pocas salidas institucionales. No es la mejor solución ni sanitaria, ni psicológica para una persona que ha manifestado en repetidas ocasiones que necesita el sentirse cercano a otras personas.

Ayer, la plaza de San Pedro, nos ofreció una imagen memorable que quedará en nuestro recuerdo y define todo un momento de nuestra historia. Estamos en las manos de Dios. Él guiará nuestros pasos, pero nos ha dado unas capacidades que tenemos que ejercitar. 
 
Los amigos de la ‘Civiltá Cattolica’ siguen con sus globalismos y defendiendo el llamado nuevo orden mundial y temen que la peste cambie sus planes. Argumentos de otros tiempos que hoy vemos tan lejanos.

«Jamás ha hablado nadie como ese hombre».

Buena lectura. 
 
Specola

Coronavirus, la preghiera di papa Francesco in una piazza San Pietro deserta

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IL VATICANO METTE IN GUARDIA CONTRO LE REAZIONI SOVRANISTE ALL’EPIDEMIA
 

Una escena única en la Historia de la Iglesia y las profecías de Fátima (Carlos Esteban)



Nunca volveremos a ver lo que vimos ayer en la Plaza de San Pedro, gigantesca y espectral en la noche vacía, durante la bendición de Su Santidad. La impresionante escena llevó a muchos a buscar signos y paralelismos con el Tercer Secreto de Fátima y la visión que desarrolla.
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Cuando, precisamente en la Festividad de la Virgen de Fátima, el Papa Juan Pablo II sufrió el atentado del turco Ali Agca, no pocos vieron en la escena el cumplimiento de esa misma profecía, pero al menos partes de ella parecen ajustarse visualmente mucho mejor a lo que vimos ayer.

Ignoro cuál es el valor del texto confiado a Sor Lucia. Sé que no es obligatorio creerlo y que, de hacerlo, hasta qué punto se presta a interpretación, cuánto tiene de alegoría, de recreación, de ‘estampa’ que requiere ser descifrada. Me limitaré, por eso, a reproducir el texto que hoy he releído viendo la escena del Papa solitario subiendo trabajosamente las escaleras hacia el altar, bajo la Cruz.

“Escribo en obediencia a Vos, Dios mío, que lo ordenáis por medio de Su Excelencia Reverendísima el Señor Obispo de Leiria y de la Santísima Madre vuestra y mía.

“Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto, al lado izquierdo de Nuestra Señora, un poco más en lo alto, a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba, con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos, en una inmensa luz que es Dios, ‘algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él’, a un Obispo vestido de Blanco; ‘hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre’. También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios”.

La profecías no están para saciar nuestra curiosidad sobre el futuro, sino como advertencia para enseñarnos. Son casi siempre condicionales, es decir, el resultado depende, en buena medida, de nuestra propia respuesta.

El papa Francisco mandó una bendición a todo el mundo ante la crisis del #COVID19. Ofició una misa en el Vaticano, en la plaza de San Pedro totalmente vacía. Así fue la ceremonia inédita: pic.twitter.com/tOZykTSMfh— Ciro Gómez Leyva (@CiroGomezL) March 28, 2020
 
Carlos Esteban

¿COMO SALDREMOS DE ESTA CRISIS? (I) (Capitán Ryder)



 
Es una pregunta recurrente entre periodistas, filósofos y hombres de Iglesia estos días.

Muchos de ellos deslizan o manifiestan abiertamente la idea de que «es un grito de la naturaleza», una especie de venganza de la Tierra.

Ésta es la respuesta que dan muchos pastores empezando por el propio Papa.

Ligada a esta idea, necesariamente, va la negación de que se pueda tratar de un castigo Divino. En la Iglesia moderna esta posibilidad nunca forma parte de la ecuación.

De ahí que en este pontificado, por ejemplo, no se exhorte a la conversión - alguna vez se ha hecho de manera retórica - salvo la «ecológica». El único pecado que habría que dejar atrás sería éste. En el resto «la Iglesia hospital de campaña» realizará un «acompañamiento» en el que nunca se planteará ninguna exigencia clara de cambio de vida.

Así, por ejemplo, con motivo del coronavirus decía el Cardenal Cristóbal López Romero, Arzobispo de Rabat:
«no se debe pensar que el coronavirus es un castigo de Dios, sería una blasfemia».
«No hagamos a Dios responsable de lo que es nuestra responsabilidad, nuestra forma de vida, nuestra forma de actuar. Volvamos a Dios en la oración para pedirle que nos libere de este flagelo, pero asumiendo nuestras responsabilidades».
El Papa Francisco lo planteaba de modo más directo en la entrevista con Jordi, como llama cariñosamente a quien constantemente se burla de los católicos:
«Dios perdona siempre. Nosotros perdonamos de vez en cuando. La naturaleza no perdona nunca. Los incendios, los terremotos…la naturaleza está pataleando para que nos hagamos cargo del cuidado de la naturaleza».
Y a la pregunta, ¿Es usted optimista? respondió con el conjunto de lugares comunes marca de la casa:
«Es una palabra que no me gusta, porque el optimismo me suena a maquillaje. Yo tengo esperanza en la humanidad, en los hombres y en las mujeres, tengo esperanza en los pueblos. Tengo mucha esperanza. Los pueblos que van a tomar de esta crisis enseñanzas para repensar sus vidas. Vamos a salir mejores, menos, por supuesto. Muchos van a quedar en el camino y es duro. Pero tengo fe: vamos a salir mejores».
Unas manifestaciones, no son las únicas estos días, de personas ligadas a la Iglesia, que muestran la nadería intelectual y, sobre todo, espiritual en la que se mueve el catolicismo.

Este pensamiento se desmontaría con una única pregunta:
¿Cómo explican la epidemia de peste negra que en sus cálculos más optimistas dejó por el camino un tercio de la población en Europa? ¿Alguna afrenta especial realizada a las ratas o las pulgas ligadas a éstas, que eran los agentes transmisores? ¿demasiado CO2 en una época en la que sólo se usaba la leña? ¿no reciclaban lo suficiente?
Es simplemente ridículo.

Pero dejando un planteamiento, digamos, en el plano de la lógica, me interesa mucho los mensajes que lanza sobre la Fe.

Para sostener la idea de que Dios no castiga nunca (dan igual los pecados de los hombres) hay que pasar casi por encima de la totalidad de la Biblia: el diluvio, Sodoma y Gomorra, los Salmos que nos hablan de un «Dios celoso» «al que sólo a él adorarás y darás culto» o las palabras del propio Jesús camino del calvario. En este último caso tomemos lo que dice Charles Journet:
La primera palabra es relatada por San Lucas. Jesús, poco antes de ser puesto en la Cruz, hizo entrever el abismo de la injusticia de los hombres. Los castigos que ésta desencadena son espantosos. «Le seguía una gran muchedumbre del pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por Él. Vuelto a ellas, Jesús dijo: ¡Hijas de Jerusalén!, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque vendrán días en que se dirá: “¡Dichosas las estériles, y los vientres que no engendraron, y los pechos que no amamantaron!”. Entonces dirán a los montes: “Caed sobre nosotros”; y a los collados: “Ocultadnos”; porque si esto se hace con el leño verde, con el seco, ¿qué será?» (Lc 23, 27-31).
Pero además, la idea tiene un contrasentido total porque lo que se afirma indirectamente es que si Dios castigase sería un Dios cruel, nada misericordioso, pero si es la naturaleza a la que le imputa la situación actual, en este caso, sería una naturaleza sabia, que se revuelve ante los pecados de los hombres con toda la razón del mundo. 

¿Cabe mayor despropósito? El mismo supuesto castigo sería purificador en el caso de la naturaleza y absolutamente cruel en el caso de Dios.

Esta idea, entre otras, explica las profanaciones constantes de muchos hombres de Iglesia en las décadas pasadas: conciertos de rock en Iglesias, comidas, instalación de urinarios, encuentros ecuménicos, etc. Cualquier cosa tiene que ser soportada por Dios sin rechistar. Otra cosa es el hombre moderno o la naturaleza a quienes cualquier arañazo tiene que ser necesariamente vengado.

El segundo párrafo de Francisco tampoco tiene ninguna base católica, más bien al contrario. Podía haber sido dicho por cualquier político de la actualidad. Una esperanza en salir mejor de la crisis sin volver la mirada a Dios, sin la Gracia Santificante. Simplemente, porque sí, como si el hombre no estuviese herido por el pecado original. Como si fuese suficiente tropezar en una piedra para aprender.

Aquí también la historia le desmiente.

Por eso, a la pregunta de ¿cómo vamos a salir de esta crisis? Parece claro que no lo haremos con mejor teología que la que entramos.

Capitán Ryder

NOTA: No sé si es un castigo o no, pero se me ocurren pocas sociedades más apóstatas que ésta. No sólo eso, que hagan gala, en su vida diaria, de la constante burla a Dios. Se podrían poner mil ejemplos. Pero, según la teología moderna, esto no es motivo de castigo; otra cosa es no reciclar la basura en, al menos, cuatro cubos distintos.