Estos días, la ciudad china de Wuhan está en boca de
todos. En ella surgió, no se sabe muy bien cómo, el virus que ha
sembrado el pánico por el resto del mundo y que, por primera vez, ha
hecho que se suspenda el culto católico público en multitud de diócesis de Europa
y América y hasta que se cierren las iglesias. Sin duda, una distinción
suficiente para que aparezca en los libros de historia de la Iglesia.
No es, sin embargo, la primera vez que Wuhan aparece en un lugar destacado en la historia de la Iglesia. Como señala Riposte Catholique, en Wuhan se ordenaron los primeros obispos chinos “patrióticos”,
es decir, los primeros que habían sustituido la obediencia al Papa y a
la Iglesia por el sometimiento al Partido Comunista chino.
El 13 de abril de 1958, dos franciscanos chinos, Bernardin
Tong Guang-quing y Marc Yuan Wen-hua, fueron consagrados obispos de la
“Iglesia patriótica”. La Asociación Patriótica Católica China
había sido creada el año anterior por la Oficina de Asuntos Religiosos
del gobierno chino con el objetivo de domesticar el catolicismo y
convertirlo en un órgano más del omnipresente Partido Comunista,
desgajándolo de sus lazos con la Iglesia universal. La creación de este
absurdo (un catolicismo no católico) fue desencadenada por el
reconocimiento por la Santa Sede de Taiwán en 1951 y la consiguiente
ruptura de relaciones diplomáticas por parte de la China comunista en
represalia.
El Partido Comunista también creó asociaciones similares para protestantes (el Movimiento de las Tres Autonomías o las Tres Independencias) y musulmanes
(la Asociación Islámica de China). Aunque las relaciones de estas dos
religiones con un Partido oficialmente ateo son complejas, en general
los problemas han sido mucho menores que en el caso de los católicos, ya
que tanto protestantes como musulmanes no tienen una autoridad central,
como sucede en el Catolicismo, y a lo largo de la historia se han visto
frecuentemente subordinados al poder civil.
Los dos obispos ordenados en Wuhan sin permiso del Vaticano y sus consagrantes quedaron excomulgados latae sententiae. Tres meses después, el Papa Pío XII escribió una encíclica, Ad Apostolorum principis,
en la que recordaba cómo había florecido la Iglesia en China y
lamentaba que la Asociación Patriótica “arranca a las almas de la
necesaria unidad de la Iglesia”, con el objeto de que “los Católicos den
progresivamente su adhesión a las falsedades del materialismo ateo, con
las cuales se niega a Dios y se rechazan todos los principios
sobrenaturales”. Asimismo, calificó las ordenaciones realizadas de
“sacrílegas”, “abusivas”, “gravemente ilícitas” y “pecaminosas” y
recordó que su efecto era la excomunión para los consagrados y los
consagrantes.
Otros muchos obispos de la “Iglesia patriótica” siguieron a aquellos dos en la ordenación y en la excomunión latae sententiae.
Esto creó, de facto, dos catolicismos en China, uno cismático, que
seguía a los obispos consagrados ilícitamente, y otro fiel al Papa y a
la Iglesia Católica, que tuvo que permanecer más o menos oculto y que
consagraba sus obispos secretamente con mandato pontificio, la Iglesia china de las catacumbas.
La vida de esta última, como es fácil imaginar, rápidamente se hizo muy
dura y el gobierno utilizó todo tipo de herramientas, desde los “campos
de reeducación”, a los arrestos y condenas, para acabar con ella. Son
numerosísimos los mártires y confesores chinos, reconocidos oficialmente
o no, que ha dado el catolicismo en China desde la implantación del
comunismo.
Solo en los territorios chinos de Hong Kong y Macao
la Iglesia permaneció libre de la intromisión del Partido Comunista, ya
que en aquella época no pertenecían a China, sino al Reino Unido y a
Portugal, e incluso después de la devolución a China conservaron una
organización política separada.
Sin embargo, un par de décadas después del cisma, numerosos obispos patrióticos comenzaron a buscar canales discretos de contacto con Roma
para transmitir al Vaticano sus deseos de estar en comunión con el
Papa. En muchos casos, desde mediados de los ochenta, esos obispos
fueron reconocidos a posteriori por el Papa y pasaron a ser considerados
obispos católicos legítimos, reconciliados con Roma.
Esto complicó mucho la situación, porque esos nuevos
obispos cuya situación se había regularizado seguían perteneciendo a la
Asociación patriótica y, por lo tanto, dependían del Partido Comunista
(aunque es de suponer que al menos tenían la intención de obedecer al
Papa por encima de las indicaciones del Partido). A la vez, seguían
existiendo los obispos de la Iglesia clandestina y también otros obispos
patrióticos en cisma, que no habían buscado reconciliarse con Roma. Las
fronteras entre los católicos cismáticos y los católicos fieles a Roma
se hicieron menos claras, ya que, de forma indirecta, se había hecho
posible formar parte de la Asociación Patriótica y estar en comunión con
el Papa.
En cuanto a los fieles, el Vaticano reconoció que
podían asistir a las celebraciones de los obispos y sacerdotes
patrióticos, porque sus sacramentos eran válidos, siempre que no
deseasen con ello separarse de la obediencia debida al Papa. Eso hizo
aún más borrosas las fronteras entre la Iglesia clandestina y la
patriótica. Muchos fieles clandestinos se negaban a tener nada que ver
con los clérigos sometidos al Partido Comunista, pero otros se
resignaban a recibir de ellos los sacramentos si no podían conseguirlos
de otro modo.
Esta nueva situación, unida a los grandes cambios económicos y
pequeños cambios políticos que iba experimentando el comunismo chino
desde los años ochenta, despertaron en el Vaticano las esperanzas de llegar a un acuerdo con las autoridades chinas.
A fin de cuentas, desde sus orígenes el catolicismo ha tenido un gran
respeto por la autoridad civil, aunque no sea católica (ya San Pablo
llamaba a rezar por el Emperador) y, en algunas épocas de la historia de
la Iglesia, el poder civil ha intervenido de diversas maneras en el
nombramiento de obispos y otros clérigos.
El Papa Benedicto XVI, en su carta a los católicos chinos de 2007,
expresó esas esperanzas, pero también el convencimiento de que, para
llegar a un acuerdo, no era posible traicionar los principios de la
Iglesia Católica. El entendimiento con las autoridades chinas no se
podía lograr a cualquier precio, especialmente si ese precio era la
sumisión completa de los obispos al Partido Comunista en lugar de al
Papa y a la doctrina católica. Las autoridades chinas prohibieron la
publicación de la carta.
En el pontificado del Papa actual se ha producido un claro acercamiento al gobierno chino, que puede resumirse en las sorprendentes afirmaciones de Mons. Sánchez-Sorondo
de que los chinos eran los que “mejor realizan la doctrina social de la
Iglesia” y de que China estaba “defendiendo la dignidad de la persona” y
mantenía un “liderazgo moral” en cuanto al seguimiento de la encíclica
ecológica Laudato Si.
Como culminación de ese acercamiento, el pasado 22 de septiembre de 2018, la Santa Sede y China firmaron un acuerdo provisional,
en el que se establecía un sistema de nombramiento de obispos por el
gobierno chino, pero dando al Papa la “última palabra” sobre ese
nombramiento. El Vaticano señaló que el acuerdo era “pastoral” y
destinado a permitir que hubiera obispos católicos en comunión con el
Papa y reconocidos por el Estado chino.
El contenido concreto del acuerdo se ha mantenido en secreto,
lo que impide valorar sus consecuencias y ha suscitado considerables
temores tanto entre los católicos de la Iglesia clandestina como fuera
de China, especialmente por el hecho de que se pidió a varios obispos
fieles al Papa, como Mons. Guo Xijin, que renunciaran a sus puestos en favor de obispos anteriormente cismáticos. Para apaciguar esos temores, el Papa Francisco envió una nueva carta a los católicos chinos
el 26 de septiembre, en la que señalaba, entre otras cosas, que se
levantaba la excomunión a los últimos siete obispos cismáticos de la
Asociación Patriótica y se pedía a todos los católicos chinos que se
mantuvieran unidos y superaran las “contradicciones del pasado”. Para
ello, debían dejarse “sorprender por la fuerza renovadora de la gracia”,
una exhortación característica del Papa Francisco y que ya ha utilizado
en numerosas ocasiones en relación con otras reformas, como el cambio
“pastoral” relativo a los divorciados en una nueva unión.
Las
reacciones ante el anuncio del acuerdo y la carta papal han sido muy
diversas. Para algunos, el acuerdo secreto es un hito de esperanza que
marca el fin de una época de persecución del catolicismo en China y de
división entre católicos fieles al Papa y católicos patrióticos
sometidos al Partido Comunista. Para otros, en cambio, entre ellos el cardenal Zen,
arzobispo emérito de Hong Kong, el acuerdo parece ser una rendición en
toda regla ante un régimen ateo y una traición a los numerosos mártires y
confesores de la Iglesia clandestina. Las diferencias sobre este tema
han llevado a un cruce de cartas del cardenal Zen y el cardenal Re, decano del Colegio Cardenalicio, con apasionadas acusaciones en ambas direcciones.
De nuevo, debido al secretismo del acuerdo, es imposible llegar a
conclusiones claras sobre el mismo. Lo que sí sabemos es que, desde su
firma, las autoridades chinas han recrudecido sus políticas de “sinización”,
es decir, de adaptación del cristianismo a la realidad de China,
eliminando todo aquello que se considere una influencia indebida del
exterior.
Como parte de esa política, se cierran cientos de iglesias que se niegan a convertirse en “patrióticas”, se prohíben actos públicos, los obispos patrióticos deben defender la anticoncepción, el aborto y la eutanasia, en algunas zonas se impide la presencia de jóvenes en los actos religiosos e incluso se sustituyen imágenes religiosas en las iglesias por fotografías del Presidente chino y lemas políticos. Asimismo, la Asociación Patriótica ha reafirmado desde entonces su adhesión a los principios del socialismo y su independencia de “otras iglesias católicas”.
De hecho, el obispo Presidente de la Asociación, Mons. Fang Xingyao,
ahora en comunión con el Papa, ha llegado a afirmar que “el amor por la
patria debe superar el amor hacia la Iglesia". Según informan varios
medios, los clérigos clandestinos sufren presiones, arrestos y expulsiones para
convencerlos de que se hagan miembros de la Asociación Patriótica,
supuestamente porque eso es lo que manda el acuerdo, a pesar de que,
según el Vaticano, el acuerdo solo permite la pertenencia a esa Asociación, pero en ningún caso obliga a ella.
A cambio, se han producido algunos encuentros diplomáticos de alto nivel con China y se ha empezado a consagrar obispos con mandato pontificio.
Asimismo, se ha sugerido que podría estar preparándose el
establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la
República Popular China e, incluso, la posibilidad de un futuro viaje
del Papa Francisco a China cuando se solucione la crisis por la epidemia
actual, un viejo sueño del Pontífice.
¿Será este el fin del cisma que se produjo hace más de sesenta años en Wuhan? ¿Se producirán simultáneamente las soluciones de ambas tragedias originadas en aquella región de China? Solo el tiempo lo dirá.
Bruno Moreno