En el Anuario Vaticano de 2020 ha desaparecido el título, atribuido tradicionalmente a Su Santidad, de Vicario de Cristo. O, mejor dicho, desaparece del texto principal, aunque una nota a pie de página lo cita como uno de los ‘títulos históricos’ del Pontífice Romano.
Es, sí, solo un anuario, no tiene carácter magisterial alguno. Pero en la Santa Sede no se da puntada sin hilo, ni nada sucede por casualidad, y el título de Vicarius Christi,Vicario de Cristo, había liderado siempre la lista de denominaciones que definen al Papa en las ediciones anteriores, y no como simple ‘título histórico’, a la par de ‘Siervo de los Siervos de Dios’ que, más que un título, es, desde Gregorio Magno, una expresión del carácter de servicio a la comunidad cristiana que representa el Papado.
El de Vicario de Cristo no es un título más, un añadido, una floritura u honor resultado del devenir histórico de los que se han acumulado numerosas como pueda ser, por ejemplo, el de Soberano del Estado Vaticano. Dicho de otro modo, Pedro de Betsaida no era ni podía soñar con ser soberano de Estado alguno, pero ya se le puede considerar, retrospectivamente, como el ‘vicario’, el representante legítimo de Jesucristo en la tierra.
O, incluso, obispo de Roma, que es el título con el que saludó a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro cuando salió a la ‘loggia’ nada más ser elegido Papa. Cristo no nombró a Pedro obispo de Roma, sino que aquella fue la comunidad concreta que, por razones obvias, llegó a pastorear directamente. Por lo que sabemos, no hay razón teológica alguna para que no hubiera podido ser obispo de Antioquía o Alejandría o Éfeso, o incluso de ninguna comunidad concreta. Sí era, en cambio, por voluntad expresa de Nuestro Señor, el Sumo Sacerdote de la naciente Iglesia.
Las reacciones no se han hecho esperar. Gerhard Müller, ex prefecto para la Doctrina de la Fe, recoge LifeSiteNews, ha calificado a esta insólita omisión de “barbarismo teológico”. Por su parte, Guido Horst, vaticanista del Die Tagespost que ha dedicado un artículo a la sorprendente ausencia, recuerda que el título de Vicario de Cristo, a diferencia de muchos otros honores, “procede de las Sagradas Escrituras, en las que Jesús otorga a San Pedro el poder de las llaves en la Iglesia”. Horst añade que este cambio en el anuario no ha podido introducirse sin el consentimiento expreso del Santo Padre.
Es, sí, solo un anuario, no tiene carácter magisterial alguno. Pero en la Santa Sede no se da puntada sin hilo, ni nada sucede por casualidad, y el título de Vicarius Christi,Vicario de Cristo, había liderado siempre la lista de denominaciones que definen al Papa en las ediciones anteriores, y no como simple ‘título histórico’, a la par de ‘Siervo de los Siervos de Dios’ que, más que un título, es, desde Gregorio Magno, una expresión del carácter de servicio a la comunidad cristiana que representa el Papado.
El de Vicario de Cristo no es un título más, un añadido, una floritura u honor resultado del devenir histórico de los que se han acumulado numerosas como pueda ser, por ejemplo, el de Soberano del Estado Vaticano. Dicho de otro modo, Pedro de Betsaida no era ni podía soñar con ser soberano de Estado alguno, pero ya se le puede considerar, retrospectivamente, como el ‘vicario’, el representante legítimo de Jesucristo en la tierra.
O, incluso, obispo de Roma, que es el título con el que saludó a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro cuando salió a la ‘loggia’ nada más ser elegido Papa. Cristo no nombró a Pedro obispo de Roma, sino que aquella fue la comunidad concreta que, por razones obvias, llegó a pastorear directamente. Por lo que sabemos, no hay razón teológica alguna para que no hubiera podido ser obispo de Antioquía o Alejandría o Éfeso, o incluso de ninguna comunidad concreta. Sí era, en cambio, por voluntad expresa de Nuestro Señor, el Sumo Sacerdote de la naciente Iglesia.
Las reacciones no se han hecho esperar. Gerhard Müller, ex prefecto para la Doctrina de la Fe, recoge LifeSiteNews, ha calificado a esta insólita omisión de “barbarismo teológico”. Por su parte, Guido Horst, vaticanista del Die Tagespost que ha dedicado un artículo a la sorprendente ausencia, recuerda que el título de Vicario de Cristo, a diferencia de muchos otros honores, “procede de las Sagradas Escrituras, en las que Jesús otorga a San Pedro el poder de las llaves en la Iglesia”. Horst añade que este cambio en el anuario no ha podido introducirse sin el consentimiento expreso del Santo Padre.
Carlos Esteban