1. Los obispos se comportaron en Argentina y en la mayor parte del mundo del mismo modo en que se comportaron sus colegas en otras ocasiones de la historia. Ya publicamos aquí una entrada en la que se demuestra, con documentos históricos, que durante la peste amarilla, a fines del siglo XIX, se suspendió por un buen tiempo el culto público en Buenos Aires, incluidas las ceremonias de Semana Santa.
2. El precepto dominical es un precepto y, por tanto, puede ser levantado con la autoridad que tiene el Romano Pontífice y que es delegada a los obispos. El mandamiento de “santificar las fiestas” debe cumplirse pero existen muchos modos de santificarlas cuando no se puede asistir a misa.
3. Lo que nunca hizo la iglesia fue dejar a los fieles librados a su suerte, que es lo que vemos que está ocurriendo ahora en muchísimos casos. Sacerdotes escondidos en sus madrigueras que se niegan a asistir a quienes lo necesitan, sobre todo los ancianos y enfermos, alegando las razones más insólitas. Una de las más recurrentes es decir que sus padres son mayores y temen contagiarlos. No piensan que médicos y enfermeros también tienen familia y que, para no contagiarlos, no los visitan y se alojan en hoteles a fin de no regresar a sus casas. Si ellos pueden hacer este sacrificio para cumplir con su deber, ¿por qué no pueden hacerlo los sacerdotes? En otras ocasiones de pestes y calamidades, los obispos siempre aseguraron que un grupo de sacerdotes estuviera dispuestos y siempre pronto para asistir a los necesitados. Basta leer I promessi sposi para ver cómo se comportó el clero durante la Gran Peste de Milán de 1630 (que mató 280.000 personas en la zona de Lombardía… no somos tan originales). No vemos que esto ocurra en la actualidad, más allá de que muchos sacerdotes, por propia iniciativa, ejercen su ministerio arriesgando y entregando su vida en las zonas más azotadas por la plaga.
4. Lo que nos indigna a los fieles es la abyecta sumisión con la que los obispos acataron las órdenes del gobierno. No es cuestión de que pretendieran la autorización para celebrar ceremonias litúrgicas abarrotadas de fieles y procesiones multitudinarias pero, al menos, que hubieran pedido que permitieran que las iglesias continuaran abiertas así como el libre desplazamiento de los fieles para rezar en ellas. O bien, que se mantuviera el culto público con las garantías del distanciamiento social (dos personas por banco, por ejemplo) aunque eso implicara incrementar el número de misas. Es esto lo que ocurre en Italia (las iglesias se han abierto nuevamente y los fieles pueden rezar en ellas), en Polonia e incluso en Texas, donde el gobernador ha declarado que los servicios religiosos son esenciales y no pueden ser prohibidos.
5. A los fieles de la provincia de Mendoza indignó sobremanera la incoherencia (o hipocresía) de los obispos y muchos sacerdotes que, mientras cerraban los templos para evitar el contagio, los abrían para que se convirtieran en populosos vacunatorios, ufanándose y tranquilizando sus conciencias por una actitud tan caritativa.
6. Creo que nosotros, los simples seglares, debemos cuidarnos del peligro de la insensatez. Y pongo un par de ejemplos. Este es un pobre blog de cuarta categoría al que llegan comentarios muy curiosos. Por ejemplo, hay varios (que elimino) que insultan y despotrican, con las peores groserías imaginables, porque quieren comulgar y no pueden. Yo me pregunto qué disposiciones interiores tienen esas personas para recibir la Sagrada Eucaristía, vista la ira (que es un pecado capital) con la que se expresan. O bien, me consta que muchos fieles que asisten a misa y comulgan todos los domingos (pero no semanalmente) están ahora armando escándalo porque no los dejan tener misa el martes o el jueves. O bien, convencen a sacerdotes para que, clandestinamente, vayan a sus hogares y les celebren allí la misa para ellos y unos pocos amigos, con la mesa del comedor como altar… y bajo el cuadro de la abuelita. Desproporción absoluta.
7. Y aquí veo yo un segundo peligro: que nos entusiasmemos con jugar a los soldaditos porque se ha dado la soñada oportunidad, nos pintemos la cara y salgamos a cazar ingleses y reconquistar Malvinas. Seamos sensatos: no estamos en una situación de persecución, no estamos en una situación desesperada y no hay montoneros, ni británicos ni esbirros del nuevo orden mundial a la vuelta de la esquina dispuestos a degollarnos. Si queremos jugar a los soldaditos, jueguemos, pero no no nos olvidemos que es un juego; no es en serio. En otras palabras, no nos hagamos los mártires y no exageremos; no somos cristianos bajo el régimen estalinista, ni católicos en territorio rojo durante la Guerra Civil Española, ni recusantes ingleses durante el reinado de Isabel I. Podemos pasar un mes, o dos o tres sin misa y sin eucaristía; no tomemos la circunstancia de la ausencia del culto público para desgañitar nuestras broncas acumuladas contra obispos y curas, y para enarbolar la palma convencidos de que somos los nuevos testigos del Evangelio. No sería noble; sería grotesco.
Y sobre este tema, incluyo la breve reflexión para el Domingo de Ramos de dom Andrew Anderson, abad de Nuestra Señora de Clear Creek (monasterio benedictino fundado por Fontgombault) que es iluminadora:
Pero una pandemia no tiene por qué convertirse en un pandemonio. Después de todo, la Santísima Trinidad sigue siendo suprema en el Cielo; los coros de los ángeles se mantienen unidos en perfecto orden; las estrellas siguen su curso perpetuo; los pájaros están ocupados construyendo sus nidos; y, como se dice, “el caracol sigue en su caparazón”. Todavía tenemos (bastante intacta) la fe junto con todas las virtudes y dones del Espíritu Santo. La gracia de Dios está operando ahora como siempre. Aunque algunos no puedan asistir en persona al Santo Sacrificio de la Misa y recibir a Nuestro Señor en la Comunión, somos libres de visitar en espíritu todos los tabernáculos del mundo, donde la presencia real reina en humilde y silenciosa majestad. Todos pueden aún recibir la Sagrada Comunión de manera espiritual. ¿Qué nos dijo el Señor? “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora en secreto a tu Padre, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. ¿Quién no puede hacer esto ahora? Todos debemos convertirnos en contemplativos por un tiempo.
Aunque aprecio mucho que el fenómeno de la transmisión en directo por internet permita a muchos fieles participar, de alguna manera, en la celebración de la misa, me preocupa que algunos tengan la impresión de que su televisión o pantalla de ordenador se ha convertido en su única esperanza, el único contacto con Dios que les queda. ¡Qué locura! En varias épocas y lugares a lo largo de los siglos, los cristianos se han visto imposibilitados durante un tiempo de recibir los sacramentos. Algunos de los primeros santos ermitaños vivieron tan lejos en el desierto que nunca pudieron recibir la Sagrada Eucaristía. Como nos enseña Nuestro Bendito Padre San Benito, “Que [el monje] considere que está siempre contemplado desde el cielo por Dios, y que sus acciones son vistas en todas partes por el ojo de la Divina Majestad, y que cada hora le son reportadas por sus ángeles”. Cada uno puede ser creativo al vivir la fe en esta dramática circunstancia.
¿Quién es responsable del nuevo brote del coronavirus? Tú y yo. En una época en la que miles y miles de no nacidos están siendo legalmente privados de la vida en todo el mundo y en la que la sagrada institución del matrimonio ha sido burlada y ridiculizada en tantos lugares, no debería sorprender que Dios permita que un microbio ponga a la humanidad de rodillas. Entonces, ¿qué debe hacerse? El mundo entero se lo está preguntando. Los monjes de Nuestra Señora celebraremos este año, posiblemente como nunca antes, las grandes ceremonias litúrgicas del Triduo Sagrado. Lo haremos con vosotros y para vosotros (aunque la asistencia a las misas públicas sigue suspendida), dondequiera que estéis. “Pero llega la hora -dijo Cristo a la samaritana- y es ahora, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque el Padre también busca a los que le adoran”.
Por encima de todo, contigo y para ti, viviremos en la alegría de pertenecer al Dios de quien ningún virus puede privarnos. Pronto el Hijo de Dios triunfará sobre la oscuridad de la muerte. Pronto la crisis sanitaria mundial se calmará y desaparecerá, aunque se necesite todavía más paciencia. Que nuestros corazones se encuentren fieles y llenos de esa esperanza y amor que dan la medida sobrenatural del gran esfuerzo que estamos realizando como cristianos. “Y ahora quedan la fe, la esperanza y la caridad, estas tres: pero la mayor de ellas es la caridad”.
(Publicado en el sitio de la abadía de Nuestra Señora de Clear Creek).
(Publicado en el sitio de la abadía de Nuestra Señora de Clear Creek).
The Wanderer