Discernir el valor y la función de las apariciones en la Iglesia es la cuestión fundamental que hay que responder para dilucidar todas las demás implicadas en la pregunta sobre Fátima[1].
Las apariciones y revelaciones
La teología bíblica opone la Revelación, que es palabra de Dios, a otras revelaciones, que no tienen su mismo carácter[2]. Vallgornera define la revelación como «la manifestación sobrenatural de una verdad oculta o de un secreto divino hecha por Dios para bien general de la Iglesia o para utilidad particular del favorecido». De esta misma definición se desprende la división fundamental de las revelaciones divinas en públicas y privadas, según que se dirijan a toda la Iglesia (las Sagradas Escrituras) o a una persona en particular. Las públicas son el fundamento de nuestra fe, y solamente la Iglesia es su depositaria y guardiana; de ellas se ocupan la Apologética —motivos de credibilidad— y la Teología dogmática. A la Teología mística afectan únicamente las revelaciones particulares o privadas.
Para Melchor Cano «Las revelaciones privadas no conciernen a la fe católica y no pertenecen al fundamento y principio de la doctrina eclesiástica, es decir, de la verdadera y auténtica teología, porque la fe no es una virtud privada, sino común» (Opera de locis regis, libro 12, c. 3, conclusión, 3). La mística se muestra reservada sobre estos fenómenos: «…el alma pura, cauta, y sencilla y humilde, con tanta fuerza y cuidado ha de resistir las revelaciones y otras visiones, como las muy peligrosas tentaciones» (San Juan de la Cruz, Subida al Carmelo, 2, c. 27).
La certidumbre absoluta de la Revelación se opone con toda razón a la incertidumbre relativa de las apariciones, incluso reconocidas, porque este reconocimiento no se hace sino a título de probabilidad. ¿Es realmente Cristo, o es realmente la Virgen quien se aparece? ¿No puede tratarse de una piadosa ilusión? ¿No es natural que el caso de los visionarios sugiera y reclame una exquisita prudencia?
En los siglos XIX y XX la crítica de inspiración racionalista, modernista y neomodernista ha desarrollado contra las apariciones unas objeciones radicales que, al igual que la ideología que las inspira ha encontrado eco abundante y frecuente en ambientes eclesiales. La desmitologización propuesta llegaba incluso a poner en duda las apariciones de Jesucristo después de su Resurrección, para terminar negando la resurrección de los cuerpos.
Este movimiento reductor utilizó contra las apariciones múltiples argumentos:
- El racionalismo prohibía toda interferencia del cielo con la tierra. El cientifismo declaraba imposible el milagro y llamaba alucinaciones a las apariciones.
- Más profundamente y más radicalmente, la filosofía idealista, que domina en nuestra época desde Kant y Hegel, y hace prevalecer la subjetividad en todas las cosas, notablemente en materia de apariciones.
- En la época moderna, la crítica se ha convertido en sospecha, en duda sistemática. Esta crítica de los valores supremos, desarrollada a partir de enfoques materialistas, hizo las delicias de los grandes maestros de la sospecha: Marx, negador de Dios y de todo lo que sea espiritual; Nietzsche, iconoclasta del cristianismo en el nombre de los valores vitales de la voluntad de poder; Freud, desmitificador de los valores morales y religiosos, fuente de rechazo y de neurosis.
En aparente contradicción con este panorama, en los siglos XIX y XX han proliferado las manifestaciones marianas. Las apariciones de Nuestra Señora a Santa Catalina Labouré, en 1830, marcaron el inicio de un ciclo de grandes revelaciones marianas: La Salette (1846), Lourdes (1858) y Fátima (1917).
Fundamento escriturístico
La visión de la Mujer Coronada (Ap 12) ¾que la Liturgia lee figurativamente en las fiestas de la Virgen y la iconografía cristiana utiliza para representar a la Inmaculada Concepción¾ tiene por objeto, a la vez, el misterio de Cristo, el misterio de la Iglesia, el misterio del desencadenamiento de las hostilidades y la caída definitiva de Satán y sus asociados.
Y un signo magno apareció en el cieloUna mujer revestida del solY la luna debajo de sus piesY en su cabeza una coronaDe doce estrellas –Y gestaba en su vientreY clamaba los doloresY era atormentada de parto[3]
Aunque muchos autores refieren la figura de la mujer de Ap 12 a Israel o a la Iglesia, con o sin referencia mariana explícita, «parece lógico concluir que, dada la ambivalencia simbólica del género apocalíptico, no hay necesidad, en principio, de seleccionar de modo excluyente la interpretación mariana o la eclesial, ya que caben perfectamente las dos lecturas». Más aún si tenemos en cuenta el contexto: «globalmente el autor del Apocalipsis quiere asegurar a sus lectores la victoria última de la Iglesia en tiempos de persecución». «La lucha con el dragón no se concreta en ningún episodio histórico de la vida de la Virgen, sino que se aplica a su plena asociación al Hijo Redentor»[4].
Fundamento teológico
A lo largo de toda la historia de la Iglesia hubo quienes se ocuparon de recordar y destacar que María Santísima es el Gran Signo de Dios sobre la tierra. Entre aquellos que han enseñado y predicado la misión providencial de la Madre de Dios se destaca san Luis María Grignion de Montfort. En su «Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen», el santo misionero anuncia, con acentos de profeta, que pronto se establecerá el Reino de Jesús por María.
Por María ha comenzado la salvación del mundo y por María debe ser consumada. María casi no ha aparecido en el primer advenimiento de Jesucristo… Pero, en el segundo María debe ser conocida y revelada mediante el Espíritu Santo, a fin de hacer por Ella conocer, amar y servir a Jesucristo… Dios quiere, pues, revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos. (Cfr. nº 49-50).
Fátima y los papas
El evento de Fátima ha recibido por parte de la Iglesia -que por lo general, se muestra siempre muy cauta ante los fenómenos sobrenaturales- un reconocimiento que no tiene igual en la historia cristiana y que sitúa esa aparición y ese mensaje, objetivamente, por encima de todas las llamadas “revelaciones privadas”: todos los papas que se han sucedido han acreditado las apariciones con discursos oficiales, actos y peregrinajes, evocando a menudo comparaciones bíblicas. Pablo VI sentía Fátima como un lugar “escatológico”. Dijo: “Era como una repetición o una anunciación de una escena del final de los tiempos”. El santuario portugués recibió nada menos que tres visitas de Juan Pablo II. Más tarde, el papa Wojtyla beatificó a los dos pastorcillos que murieron de niños (Francisco y Jacinta Marto) y consagró solemnemente el tercer milenio al Corazón Inmaculado de María. Por último, la tercera parte del Secreto –que durante todo el siglo XX dio pábulo a voces apocalípticas- fue desvelada por la Santa Sede con un sesgo oficial que, una vez más, no tiene precedentes en la historia cristiana»[5].
En conclusión, no puede reducirse el mensaje de Fátima a simple y no vinculante “revelación privada”, similar a otras muchas apariciones y experiencias sobrenaturales personales, vividas por los místicos y los santos
- Porque los protagonistas no son místicos, sino unos niños corrientes.
- Porque la Virgen les confía un mensaje público dirigido al mundo a través de la Iglesia.
- Porque tales apariciones han recibido un particular respaldo por parte de la Iglesia.
Cuando una revelación privada es ratificada públicamente por la Iglesia, aunque con ello no pretenda obligar a los cristianos, sería una temeridad despreciar superficialmente el juicio que, como sello de autenticidad da la Iglesia y máxime cuando estamos hablando de unas revelaciones universalmente conocidas y cuya influencia en el pueblo fiel nunca ha escapado a la autoridad eclesiástica.
La Santísima Virgen tiene una misión que Dios le ha dado. Y Fátima no hace sino recordar y confirmar esta verdad, en unos tiempos en que el mundo se ha apartado de Dios y necesita convertirse, y los cristianos necesitamos de una especial asistencia del Cielo para mantenernos firmes en la fe y en la fidelidad a los Mandamientos. Esa asistencia Dios quiere dárnosla por mediación de su Madre.
[1] Cfr. René LAURENTIN, Apariciones actuales de la Virgen María, Madrid: Rialp, 1989.
[2] Cfr. sobre el fenómeno místico de las locuciones y revelaciones en general: Antonio ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, Madrid: BAC, 1958, 814ss.
[3] Leonardo CASTELLANI, -El Apokalipsis de San Juan, Madrid: Homo Legens, 2010, 177; cfr. 177- 189.
[4] Cfr. Miguel PONCE CUÉLLAR, Mariología, Barcelona: Herder, 1995, 166-183
[5] Antonio SOCCI, El cuarto secreto de Fátima, Madrid: La Esfera de los Libros, 2012, 24-25.