Su Santidad ha convocado contra la pandemia una jornada de ayuno y oración sugerida por un Alto Comité de la Fraternidad Humana, dirigida a todas las religiones. Pero, ¿qué religiones le harán caso, y por qué?
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Antes de su conversión a la fe católica, el recientemente canonizado cardenal John Henry Newman tenía una natural aversión por la confesión romana y un gran amor por su iglesia nacional, la anglicana. A medida que profundizaba en la historia y en su fe, advertía que su iglesia se había alejado de la unidad y la apostolicidad, dos notas de la verdadera, así que se propuso la gigantesca tarea de ‘recatolificar’ la Iglesia Anglicana, que sería solo una ‘rama’ de la única Iglesia Católica. Sólo desistió cuando, al cabo, se dio cuenta de que la iglesia que había pergeñado sólo existía sobre el papel o en su cabeza; por muy perfecta que le pareciera, no existía en el mundo real.
No cabe duda de que el actual pontificado es especialmente ecuménico, rebosando incluso los límites del primer ecumenismo, que pretendía la reunión de las confesiones cristianas. Francisco va más allá, como dejó especialmente de manifiesto en el documento común firmado con el gran imán de Al Azhar en Abu Dabi, y quiere tender puentes y lazos con todas las religiones, a las que supone unas intenciones parejas y la adoración de un mismo Dios.
Si bien hay numerosos comentaristas católicos perplejos con el alcance de esos esfuerzos, o incluso recelosos de que éstos lleven a ‘aguar’ la fe y obliguen a oscurecer las verdades que nos separan de los hermanos de otras confesiones, se suele pasar por alto otro aspecto quizá menor, pero en absoluto insignificante: la representatividad de las adhesiones. Lo que es lo mismo, para volver al ejemplo anterior, si estamos ante un ecumenismo de papel.
Los católicos debemos obediencia filial al Papa. Los musulmanes, evidentemente, no. Aún peor: los musulmanes ni siquiera deben obediencia al gran imán, a ningún imán concreto, por lo demás. La suya no es una religión jerárquica.
Por otra parte, conocemos la visión que tiene el Papa de las religiones en general y del Islam en particular porque la ha expresado en numerosas ocasiones. Ahora bien, el Papa es agente cualificado para definir la doctrina cristiana, ninguna otra. No tiene una especial capacidad, mucho menos sobrenatural, para dictar en qué creen los musulmanes y cómo conciben su fe. De hecho, son muy numerosos los expertos en la religión islámica, por estudios o por experiencia diaria prolongada, que han advertido que Su Santidad parte de una idea ingenua y seriamente distorsionada de la fe de Mahoma.
¿Cuántos de otras religiones van a sumarse a la oración convocada por el Papa? Es imposible saberlo con alguna precisión. Pero no dejaría de ser extraño que confesiones que se han enfrentado dialéctica y bélicamente con los cristianos durante toda la historia acepten la autoridad del padre de los católicos.
Carlos Esteban